31 agosto, 2012

10 De blogueros, karmas y días especiales


Hoy celebran el día internacional de los blogs. Acabo de enterarme, por pura casualidad. A quien se le haya ocurrido espero que le den un homenaje abriéndole un blog a su nombre y una medalla por su madrugadora lucidez. Estoy seguro que no es por el natalicio de quien haya inventado esta extraordinaria herramienta de expresión. A él mi agradecimiento infinito. A los lechuguinos que se reunieron en algún foro para establecer el día de los blogs o de la berenjena, que se los cargue la indiferencia de los internautas.

Hoy, tengo sobradas razones para despotricar contra todos aquellos comités que brotan como los hongos para establecer días especiales. Como si no tuviéramos bastante con recordar fechas patrióticas desde que hemos ido a la escuela. Celebramos, por ejemplo, el día de la amistad para que vayamos, resoplando a última hora, a conseguir una tarjeta y mandarla a los amigos  para que sepan que no nos olvidamos de ellos. Y ellos se sentirán importantes, aunque sea por un día. Y nosotros compramos algo de paz interior. Y llenamos los bolsillos de los comerciantes. Al contrario, nadie recuerda a gente que con su dedicación nos ha facilitado la vida,  o nos ha salvado de morir temprano por el azote de alguna enfermedad. 

Preocupados como estamos por comprar bonos de remordimiento de conciencia, en un par de días, en Cochabamba, arrancando el mes aniversario de la región, tendremos el acostumbrado Día del Peatón y la Bicicleta. Dos o tres veces al año, a desempolvar esa delicada montura de huesos huecos que parece flotar sobre el aire como las aves. Magnífico que los pedalistas se apoderen de la ciudad por unas horas. Contaminaremos menos por un día y las autoridades lucirán su jeta encabezando la caravana. Pero el resto del año, seguiremos derribando árboles para ensanchar una avenida o mutilándolos salvajemente para dejar pasar unos horribles cables eléctricos. Dos o tres días al año nos jactamos de nuestro espíritu ecologista y, el resto del mismo, seguimos llenando el país de destartalados automotores, cuyas emisiones nos han colocado entre las cinco ciudades más contaminadas de Sudamérica. Sin ser tan industrializados, sin ser tan poblados. Y seguiremos vertiendo basura a la serpiente negra que atraviesa la ciudad. Por esas ironías de la vida, el gobierno municipal nos refriega cotidianamente su eslogan cursi de “Cochabamba, corazón de la Madre Tierra”. Ustedes saben que vivimos en tiempos de amor a la Pachamama. La realidad dice que ahí, en el corazón de la ciudad, la laguna Alalay se asfixia en su podredumbre de cloaca. “Espejo de agua”, le llaman aunque tenga el aspecto de un pantano malsano. Y nos seguiremos llamando la “ciudad jardín”. De clichés y lemas resonantes, vivimos.

Llegados a esta etapa de la vida, es hora de ajustar tuercas o sacar conclusiones. Siento que ha llegado la hora de retirarse de algunas actividades queridas. Nunca me he cansado de patear un balón, nunca he dicho que no a la caricia de la piel esférica ni al olor del pasto recién cortado. Pero los años pasan aunque en materia de fútbol uno tenga el espíritu de un chaval. Me he dado cuenta ya que las convocatorias a campeonatos escasean gradualmente, ya ni partidos esporádicos. O estoy viejo o todos mis amigos ya juegan en ligas mayores (matrimoniados, entiéndase). Tampoco es que tenga amigos futboleros de menos edad con los que medir fuerzas. El individualismo tiene sus desventajas. El gregarismo abre las puertas de cualquier cancha o de cualquier fiesta. Y el corazón de muchas mujeres.

Es duro retirarse de la práctica deportiva intensa porque quizá el cuerpo ya no responde como antes. El espíritu queda pero la materia se entrega doblegada. Los futbolistas - aunque de tiempo parcial como yo- se retiran inevitablemente. Menos mal que los escritores o aprendices no se retiran nunca, como decía un amigo.  Así que pronto deberé modificar el perfil autoral del blog, no se vayan a extrañar, no es inconstancia ni desorden. Hay que adaptarse a los tiempos que corren, dicen. Y a la cabeza con menos cabello, dicen otros. Las entradas y un lunar que asoma dan fe de ello. Un misterio insondable, considerando que en la familia sólo ha habido canosos. O las canas o menos pelo a partir de ahora. Cuestión de genes o caprichos del karma.

Menos mal que el blog llena, aunque parcialmente, el vacío que me deja el fútbol. Es hora de escribir, aunque se tenga un trabajo a tiempo completo o se maneje un camión de carga, como aconseja un cronista experimentado.  Debería de celebrar este día por doble partida. Pero ya saben, soy enemigo acérrimo de los días especiales. Nadie ni nada es especial, quizá el murmullo del agua o el vuelo de un pájaro, por conceder algo. Estamos aquí por accidente. Hay que seguir viviendo o pudriéndonos poco a poco, según se vea. El mundo es un lugar de cosas inesperadas. Hace treinta y cinco años que contribuyo a la podredumbre con la que Dios abona su inmenso huerto, a decir de un poeta español cuyo nombre no recuerdo. Hoy es un día especial para los blogueros, según algún iluminado de pacotilla. Me llena de orgullo ser bloguero pero ni por asomo voy a celebrar nada. Ni aunque un día como hoy se me haya ocurrido nacer, para variar… ¡qué hijoputa es el destino!


27 agosto, 2012

4 Nuestro ilustre embajador ante la ONU


Eran otros tiempos. Negros nubarrones se cernían permanentemente sobre la república. Mandaban los gobiernos neoliberales, los de siempre, los avasalladores, los explotadores, los entreguistas, los pocos, los privilegiados, los dueños. Al otro lado, los más, los campesinos y obreros,  los indígenas, los oprimidos, los violentados, los ninguneados.  La historia de siempre, la lucha de clases. 

Entre estos y aquellos, alzaban su voz los tribunos, los defensores del pueblo, los observadores independientes, los árbitros para que se cumplan las garantías de todos los ciudadanos. Con luces y sombras gozan del respeto de los sectores más vulnerables y la consideración del resto de la sociedad. Aunque el poder de turno los mire con desconfianza, sin embargo ahí están, haciendo su trabajo. Velando por los derechos y garantías constitucionales.
  
En esa lucha, habrá gente que destaque por su labor negociadora y espíritu conciliador. No se espera menos, para quien quiera ser portavoz de causas sociales como la de derechos humanos. Don Sacha Llorenti, joven abogado, cumplía una loable labor como vicepresidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia , hasta que su inmediato superior fue escogido para Defensor del Pueblo, una institución todavía nueva pero con mucha credibilidad. Llorenti, heredó la presidencia de su institución, nadie objetó su designación, pues reunía el perfil y la suficiente solvencia moral. Todo parecía presagiar un brillante porvenir.  

Eran otros tiempos. La historia había que reescribirla. El pueblo sometido e invisible esperaba por su redentor, aunque no lo sabía. Quinientos años de vivir en las sombras. Algún día tenía que invertirse la situación. En el horizonte apareció Evo Morales, iniciando un nuevo Pachakuti o tiempo de esplendor, que según algunos debe durar otros quinientos años. “El indio llegó para quedarse”, decía algún sociólogo. Como pasa en todas partes, cada vez que emerge un nuevo poder, nunca falta gente que se ve atraída como moscas a la miel. Una hornada de jóvenes profesionales y otros viejos reciclados políticos de tendencia neoliberal, casi todos de procedencia mestizo-criolla, se subieron ágilmente al carro indigenista del nuevo gobierno. De la noche a la mañana, los académicos de sillón, se convirtieron en expertos portavoces de los indígenas, pasando por alto aquello de que hablar en nombre de otros, es indigno, a decir de Foucault. 

Sacha Llorenti, destacado luchador social (no hay intención irónica en ello), y precisamente por esta faceta y su amistad con Morales, fue pronto designado ministro de Gobierno, un cargo especialmente sensible y de mucho poder. No pasó mucho tiempo para que el nuevo ministro hiciera gala de sus escondidas habilidades. A los pocos meses de tomar posesión de su despacho, se olvidó de su trayectoria negociadora, de sus dotes de persuasión y de su personalidad tranquila. Cada vez que salía ante cámaras se mostraba arrogante además de pedante con la prensa. Había cambiado la flema por la prepotencia. El carácter apacible por un aire siniestro. Los distintos sectores en conflicto con  el gobierno, desconfiaban de él en las negociaciones, por su talante nada conciliador. El lobo comenzó a mostrar la piel.

Fue precisamente en su gestión al frente del Ministerio de Gobierno,  que la administración de Morales tuvo algunos de los episodios más tristes y funestos de la actualidad. La más grande de las paradojas se hizo realidad: en las barbas del joven ministro, otrora gran defensor de los derechos humanos, se cometieron los peores atropellos a éstos. Todos recordamos que Morales había prometido, al tiempo de su posesión como presidente, que “en su gobierno no iba a haber ningún muerto”.  La historia como fenómeno universal es una gran mentira. Los hechos están ahí para desmentirla. Nuestro joven ministro hizo su bautizo de fuego, en ocasión de una protesta popular en la población yungueña de Caranavi, a donde se envió un contingente policial, que intervino con mucha violencia, buscando a los líderes de la protesta. En los enfrentamientos, un jefe policial fue herido y murieron dos jóvenes estudiantes por heridas de bala. Nunca se estableció la autoría de los disparos, y el máximo comandante policial de entonces, tuvo hasta la impertinencia de sugerir que los jóvenes se habían suicidado. A pesar del luto e indignación de la población afectada, pronto se dio carpetazo al asunto.

Pasó el tiempo, y nuestro ministro fue nuevamente salpicado por otro escándalo. El general de policía René Sanabria, estrecho colaborador de Llorenti, ya que fungía como zar antidrogas, fue detenido en Panamá por un operativo de la DEA,  poco tiempo después de abandonar sus labores al lado del funcionario. Resultó que en las barbas del mismo ministro, el jefe policial se desempeñaba como cabecilla de una banda de narcotraficantes que comerciaba grandes volúmenes de cocaína a través de puertos chilenos. Llorenti nunca se dio por enterado, y eso que en el ministerio de seguridad interior sobra personal de Inteligencia. Otra paradoja. Nunca asumió su responsabilidad administrativa. No fue destituido, al contrario, Evo Morales le dio su pleno respaldo.

Pero faltaba el hecho culminante para tan terrible y meteórica carrera política. En septiembre de 2011, se produjo una de las páginas más negras de la historia nacional reciente. El gobierno más indigenista de todos los tiempos reprendió brutalmente una marcha de indígenas orientales, cosa que no se había visto nunca durante los gobiernos neoliberales. El célebre caso del parque TIPNIS, fue la gota que colmó el vaso y que manchó para siempre la trayectoria de nuestro ministro Llorenti. Otra vez no asumió su responsabilidad moral y ética. Un viceministro tuvo que autoinculparse para salvar el pellejo de las principales autoridades. Sin embargo, la opinión pública nunca se tragó el cuento. Llorenti tuvo que renunciar a su puesto, pero se fue con la frente en alto. Como es lógico, pronto fue sobreseído de la investigación que el ministerio público emprendió para guardar las apariencias.

Pasó el tiempo, se calmaron las aguas. A casi un año de la represión del Tipnis,  nuestro ministro retornó de las sombras, con todo desparpajo presentó un libro que había escrito, que sugerentemente bautizó como “La verdad secuestrada”, en referencia al papel de los medios de comunicación en los recientes hechos de la política boliviana. El gobierno aplaudió su gran iniciativa, dándole la notoriedad del caso.  

Faltaba el premio mayor de todos. Hace pocos días, Llorenti fue nombrado como embajador boliviano ante la ONU. Con la aquiescencia del parlamento nada menos, como corresponde en estos casos de gran responsabilidad diplomática. Los pocos congresistas que se opusieron fueron silenciados por el rodillo. Los responsables del nombramiento arguyeron que nadie presentó pliego de denuncia contra el candidato (sin eco queda el juicio que los dirigentes indígenas iniciaron contra el personaje y otras autoridades). “Cumple con todos los requisitos”, dijo con una tranquilidad elocuente el vicepresidente de la república, abogando por su amigo Llorenti. Y todos sabemos lo que eso significa en estos tiempos revolucionarios.

23 agosto, 2012

8 Carta a mi vecina del espejo



Mi querida vecina: 

Hace mucho que te conozco. No lo sabes, pero aquí sigo, conociéndote un poco menos: porque pasa el tiempo y el tiempo se va acumulando en días, semanas, meses sin que te pueda conocer de una maldita vez. De manera definitiva, tú me entiendes. Llevo meses o hasta un año sabiendo que vives ahí, enfrente, a menos de ciento veinte metros a vuelo de pájaro. 

Mi terraza está un poco más alta que tu balcón, lo que me da ventaja para divisar tu delgada silueta cada vez que te asomas al umbral de tu cuarto. Me gusta tu extraño ritual, el de mirarte ante un espejo de mano, ahí de pie, en la puerta. Siempre lo haces de esa manera y no de otra. He barajado muchas teorías, pero al final he supuesto que buscas la luz del día. Pasan los minutos y tus ojos están clavados ante ese pedazo de vidrio. Alguna vez he agitado un brazo como quien saluda a lo lejos y ni cuenta te has dado. Podría silbar, pero sólo silban los pacos de tránsito, los cacos que hacen de “campanas” y los pajaritos. Aquellos porque se ganan la vida y estos porque están que trinan ante la ola de urbanismo. Yo no, ni por unos segundos de tu atención.  Silbar a una chica es caer bajo. Que una mujer silbe es peor aún, es lo más anti femenino que hay en esta vida.

Así es la vida, mi querida vecina, yo te espío ritualmente y tú te miras ritualmente. Desde mi terraza, desde tu balcón. No, no es obsesión, no es compulsión, es la simple coincidencia de que ambos vivamos cerca del otro. A vista frontal, aunque no podamos distinguir nuestros rostros. En cualquier momento puedo salir a mi terraza y descubrir que estás ahí. En cualquier momento; la rutina, las cosas que hacer o, si prefieres, la alineación de los astros nos hará coincidir (perdona la referencia, tanto leer las profecías mayas y otras paparruchas). Como decía, que te vea a menudo es suceso perfectamente normal; tu balcón forma parte de mi horizonte, y tu casa con muro bajito, y el molle señorial de tu patio, y el horrible edificio alargado de varias plantas que están levantando a espaldas de tu casa. Me apena que no puedas ver morir el sol, podría decir “el crepúsculo”, pero está muy trillado. Por culpa de los antologistas de poesía y por culpa de los fans de la saga Crepúsculo y sus vampiros paliduchos. 

Si no fuera porque de vez en cuando aparece tu figura, diría que el objeto más precioso de tu casa  es el molle solitario a un costado del patio. Siempre reflexivo, siempre sereno, no cambia de copa, ni de color. Los árboles pueden ser de dos tipos: estoicos o mamarrachos. Como las personas, como la dualidad del tiempo. La mayoría de los árboles se apaga en invierno como leños achacosos, pero jamás los pinos y los molles. Los pinos son como un palo: monótonos, escuálidos o demasiado triangulares y no dan sombra. Los molles son frondosos, poco ruidosos a pesar de la brisa y especialmente aromáticos y, cuya madera, rica en taninos es resistente a los bichos. En la Wikipedia le llaman el falso pimentero, por estar cargado de frutitos rojos. Cómo no va a ser lindo nuestro árbol emblemático de los valles. No hay combinación más espectacular en la  naturaleza que el verde con el rojo, como la de un cafeto, por ejemplo.

Es una lástima que “molle” no suene tan brioso como “jacarandá” o tan sugestivo como “sauce llorón”, dos árboles mamarrachos, uno por floridamente chillón y el otro por blando y quejica. Como habrás podido notar, yo prefiero los árboles estoicos como los eucaliptos, los laureles y los molles. Nunca pierden el talante sobrio ni en las peores tormentas del año. El molle centenario de tu patio de tierra es lo único que me hace dirigir la mirada hacia ese lado. Es reconfortante su anomalía, en esta selva de cemento que es el barrio. Una enormidad –la palabra “majestuoso” me suena a coñazo, sólo debería ser para las montañas- de un verde desafiante que rompe la monocromía del ladrillo desnudo. Sin él, la mirada sería deprimente, hacia ninguna parte. 

Perdona que me haya ido por las ramas,  pero esa es la razón porque me haya fijado en ti. Bueno, no tanto: el molle y tu rostro con pecas. Todas las mujeres son iguales a primera vista. Todas tienen las mismas cejas. Las mismas mejillas. La misma mirada inquisitiva. La misma actitud de que no matan una mosca. Pero no cualquiera tiene pecas. Bueno, tal vez las escocesas, pero ellas son pelirrojas y, a mí, salvo Joan Holloway, no me gustan las pelirrojas. Tú eres ligeramente rubia, ligeramente trigueña, y con las pecas exactas. Ni más ni menos. Lo supe el día en que por única vez cruzamos la mirada. Esperabas el transporte cerca de casa.  Ibas con un uniforme de chaleco negro y camisa blanca. Fue un encontronazo fugaz. En un santiamén aparté mis ojos avergonzados. Tenías tanta seguridad que, salvo tus pecas sutiles, no recuerdo nada de tu cara. A los dos días te descubrí a lo lejos. Llevabas el mismo uniforme, la misma cola de caballo. Allí, a vista de pájaro, enfrente de mi terraza. Siéntete especial, pero no te creas, no he enloquecido por ti. Andando el tiempo he aprendido a querer al molle de tu patio. Y como he descubierto que tú venías dentro del pack, he aprendido a quererte también. Ni más ni menos.

17 agosto, 2012

7 Urkupiña y las piedras milagrosas

Foto:  Los Tiempos
Dicen que la fe mueve montañas. Esto es cierto para la municipalidad de Quillacollo que desde hace algunos años ve con preocupación que el cerro de Cota se va aplanando, por el afán desmedido de los peregrinos de llevarse las piedras, motivados por la creencia de que les traerá prosperidad. La culpa la tiene María, que un día se le ocurrió pasear por esa colina.  
                 
Eso de que la virgen María siempre se manifiesta ante cándidos pastorcillos es sintomático. Un enigma que mantiene atareados a los profundos estudiosos de la Iglesia. Por uno de esos misterios insondables-la cita es de El alquimista de Coelho- es llamativa la coincidencia de este fenómeno local con la aparición de la virgen de Fátima, en Portugal. Es curioso que los santos se aparezcan en aldeas remotas del mundo (otro misterio insondable). De acuerdo a los confusos cronistas locales, todo empezó en la época colonial cuando una niña campesina fue abordada por una imagen de María en el cerro de marras. Se dice que los pobladores que tuvieron la suerte de presenciar tal acontecimiento exclamaban estupefactos “orq’opiña, orq’opiña” que en quechua quiere decir “ya está en el cerro”. Pero la festividad en  sí, recién surgió en los años cincuenta  y con el tiempo, los feligreses se multiplicaron en tal cantidad que, vistos de lejos semejan hormigas trepando colina arriba, rumbo al santuario que se mandó construir expresamente cerca de su cima.

Ninguna peregrinación, por muy santa que sea, queda completa sin jolgorio, sin baile, sin bebidas espirituosas. En otras partes del mundo, los peregrinos ayunan o caminan sencillamente sin meter ruido, en búsqueda de paz interior o lo que se le parezca.  Aquí todo lo contrario, mucha pompa y algazara. A nosotros nos gusta diferenciarnos, ser más creativos, más entusiastas, hacer honor a eso que se conoce como color local. Ingeniosa fue la iniciativa de los primeros organizadores de entonces de traerse un pedazo del Carnaval de Oruro, a cuya fiesta popular nadie puede negarle su antigüedad y autenticidad. Sin entrar en disquisiciones sociológicas, la entrada folclórica de Oruro es un mosaico de danzas a todo color que recorren las principales calles de la ciudad, culminando en un templo, adonde los bailarines entran de rodillas en señal de veneración a la Virgen del Socavón.  Andando el tiempo, otros pueblos y ciudades replicaron a cabalidad la fiesta orureña. El primer requisito es hacerse de un santo patrono.

Los patricios quillacolleños, siguiendo la receta, apostaron por la Virgen de la Asunción, cuya advocación se celebra a mediados de agosto y -oh venerable casualidad- coincidía con las fechas de la milagrosa aparición. De la generación espontánea surgió el culto a la Virgen de Urkupiña. Que yo recuerde, los mexicanos tienen una sola patrona nacional. A nosotros, como buenos plurinacionales, nos gusta tener un santo en cada barrio o en cada gremio. Se cuenta que lo de Urkupiña, en sus inicios se reducía a una humilde peregrinación de unos pocos convencidos creyentes. Como el asunto era poca cosa (no generaba suficiente turismo), decidieron adornarla con su propia entrada folclórica, copiando burdamente la fiesta orureña. Al día de hoy es casi tan grande como aquella, además de “fastuosa”, que nunca me ha quedado claro del todo, salvo el impresionante hormigueo de gente que se aposta en la vía estorbando el paso de los bailarines. Fastuosos son los largos baches, a la espera de que las fraternidades hagan su paso por el recorrido, a veces con desgano. Fastuosa es también la venta de alcohol que corre como el agua, de garganta en garganta entre el graderío. Con tanta devoción no era raro divisar bailarines borrachos, desentonando en medio de sus comparsas, aunque ahora dicen que controlan. Al público endiablado no hay quien lo controle. A pesar de los operativos, los vendedores ambulantes siempre se las ingenian. Eso del “beber constructivo”-según una antropóloga que trata de justificar el rito de alcoholizar la cultura- aquí no cuela, mucho menos durante una celebración masiva.

Para quien no pueda acudir en persona a la entrada, está la televisión que por más de media jornada, nos ofrece un curso acelerado de folclorismo más rápido que un curso de computación. Llueven los clichés en boca de sus improvisados comentaristas, que un día son presentadores de noticias y al otro son comedidos folcloristas de rara enjundia, como si no hubieran destacados estudiosos del folclore. Tópicos a la orden  y retahílas de frases socorridas conforman el menú para que yo sonría de oreja a oreja. Hastiado de folclore hasta en la sopa, ni las bailarinas en minifalda me llaman la atención. Aguzo el oído. Pronto soy recompensado, entrevista mediante, me desternillo cuando oigo las empalagosas frasecillas: “bailo por devoción a la Mamita”, “ya es el quinto año que bailo, me sacrifico por la Virgencita”, “no hay cansancio que valga, cuando la fe en la Mamita milagrosa es muy grande”, siempre así, en diminutivo, como buenos hijitos de la fe. Y los comentaristas siguen el mismo tenor, con un aire de religiosidad que no se lo creen ni ellos mismos y a continuación se deshacen en elogios acerca de la sensualidad de la mujer boliviana, y eso que las imágenes son suficientemente expresivas. Algunas danzas se han reducido a una simple exhibición coreografiada de piernas, los trajes pasan a segundo plano. Las malas lenguas dicen que cada año, las polleritas de las bailarinas se reducen, que ya no ocultan nada.

Pero salgamos de las pecaminosas rutas del paganismo, para volver a los senderos tenues del sincretismo religioso. Dos días después del sacudón dancístico, la gente cambia el semblante fiestero por una repentina cara de remordimiento. Se guardan las botas de baile y se alistan las zapatillas tenis de caminante. Desde las cero horas del 16 de agosto, arranca la caminata de trece kilómetros rumbo al santuario de la virgen, conocido también como el Calvario. Como son miles los esforzados peregrinos, se paraliza un sentido de la principal autopista que sale de la ciudad de Cochabamba. Toda la madrugada hasta los primeros rayos del sol, la marea de gente no se detiene. Van grupos de amigos. Van familias enteras. Pero sobre todo jóvenes a quienes no les importa el sentido religioso, pero van de todas maneras, como en un picnic urbano. Por lo menos podrán presumir que lo han hecho a pie. Promesas son promesas, con la Milagrosa no se juega.

Llegados a Quillacollo, muchos toman un suculento desayuno, eligiendo entre api (mazamorra) de maíz con empanadas de queso, linaza caliente o café en las mesas instaladas de las calles aledañas. Otros prefieren el ayuno para resguardar su misticismo renacido. Desde que clarea el día, comienza el ascenso al cerro que no es tan empinado, a poco más de un kilómetro de distancia del centro. Se avanza a paso de tortuga porque el trayecto apenas da abasto a tantos arrepentidos pecadores. Los curas ya los esperan preparados, cada hora se celebra una misa a los pies del santuario. Y llueven las bendiciones y se agota el agua bendita en las cabezas de los más cercanos. Alrededor del templete, aguardan las canteras para que los visitantes den rienda suelta a su fe. No hace falta llevar ningún mazo para la faena, ahí mismo los alquilan y en algunos casos hasta con la roca preparada para quien quiera emular a un picapedrero. Es menester encomendarse a la Virgen para dar el mejor golpe de su vida. No es tan fácil arrancar un trozo a la roca granítica, pero cuando se obtiene uno de tamaño considerable es de buen augurio.  Ahí mismo se procede  a ch’allar (mojar ritualmente) el sitio con cerveza u otra bebida. Y los pedruscos se guardan como un botín para llevarlos a casa. La costumbre dicta que hay que devolverlos al año siguiente, so pena de la ira divina.

Las piedras son sólo el principio, a continuación, a la entrada del Calvario, se deben comprar miniaturas de casas, vehículos, títulos de propiedad, títulos profesionales, dólares, pasaportes y otros objetos que se desean obtener a futuro. Pero hay que hacerlo con plena convicción, o el milagro no obrará. No hay que ser demasiado ambicioso, cada deseo a la vez. Para que la cosa no falle, es mejor asegurarse que el pedido sea bendecido por los curitas. Y así, durante todo el día, el ritual prosigue sin pausa hasta la entrada del sol. Los miles de devotos, llegados incluso de sitios lejanos como la Argentina o EEUU vienen a recabar sus piedras bendecidas para que la virgencita les haga el milagro. Se dice que cierto año, un avión no pudo despegar del aeropuerto cochabambino por el exceso de peso. Efectuada la tarea de revisión, llamaba la atención que las maletas pesaran más de lo normal: casi todas incluían por lo menos una piedra en su interior. 

Como se dice popularmente, en estas fechas todos hacen su agosto. Desde la iglesia que recibe numerosos donativos hasta los amigos de lo ajeno que están a la pesca de incautos. Desde los hoteles lujosos hasta los más humildes puestos de comida apostados a la vera del camino. Precisamente en la entrada al santuario, el sitio es un verdadero mercadillo persa: pululan los vendedores de helados, los que venden refrescos en bolsitas, los que ofrecen estampitas, pegatinas y otros objetos con la imagen de la santa. Más allá, los adivinos de plomo derretido que compiten con los adivinos de coca.  Por ahí se divisan jaulas con pericos o monitos que sacan el papelito de la buena suerte. Y vendedoras de sándwiches de chola, empanadas y roscas dulces que pregonan maravillas de sus productos. Y hasta gallinas asadas, son exhibidas sin despiezar, con cabeza incluida. Toda esta oferta terrenal contradiciendo el espíritu ayunador de los feligreses. Metros más allá, uno puede adquirir si lo desea un cachorro de perro o  gato, con bendición incluida por si las dudas. Las voluntades confluyen, se reconocen, se apretujan, se estorban. En una sola avenida, que a pleno mediodía es un hormiguero humano. Una especie de infiernillo que sabe más a polvo y sudor que lágrimas. Al morir la tarde, el reguero de basura testimonia el poder de convocatoria de tanta religiosidad que uno no termina de entender.

11 agosto, 2012

8 La revolución del cangrejo

Todos somos revolucionarios. Empezando de mí que hoy me he levantado por el lado izquierdo de la cama rompiendo la costumbre. Hace unos días el  perro de casa se ha sentado sobre sus cuartos traseros en actitud pedigüeña sin que yo se lo pida. Revolucionario. El canciller Choquehuanca descubrió hace poco que la papalisa (tubérculo pariente de la papa) es más efectiva que el Viagra. Al ser un cultivo milenario ¿cómo es que los brutos científicos occidentales no se dieron cuenta antes? O será que no cualquier mortal posee la sabiduría revolucionaria del canciller.

Revolucionaria es nuestra justicia que acude al oráculo de la coca para dirimir sus fallos. Como hace más de dos mil años en la antigua Grecia acudían a Delfos. Revolucionaria fue la proclama de nuestro presidente que hace algún tiempo dijo que en diez años íbamos a vivir como en Suiza. Ya van más de seis años de su presidencia y de Suiza no conocemos ni el chocolate. Aunque siendo clarividentes, es que quizá ya vivimos desde siempre como los suizos: entre montañas. Hace unos días durante las fiestas patrias volvió a vaticinar que hasta el 2025 (bicentenario de la independencia) erradicaremos la extrema pobreza en el país. El reloj corre con precisión suiza.

Revolucionaria fue la Parada Indígena-Militar (así como suena) que el Gobierno organizó en la ciudad amazónica de Trinidad el día posterior al aniversario patrio celebrado en Oruro como si no fuera suficiente para el sufrido tesoro público. Como me temía, al no tener aviones de combate, desplegamos algunos helicópteros en formación frente a la muchedumbre que arrobada contemplaba el multicolorido desfile de campesinos llevados del altiplano y otras etnias locales luciendo atuendos típicos en agudo contraste con los uniformes prusianos de las tropas. Todos con aire marcial y a paso de ganso. Para que el pueblo sienta su bolivianidad, dijeron los coreógrafos del espectáculo.

A pedido del presidente, las FFAA se declararon revolucionarias y antiimperialistas. De un cornetazo adoptaron lemas guerrilleros como el “¡Patria o muerte: venceremos!”, del cual el Che Guevara hacía de bandera y a quien combatieron en la campaña de Ñancahuazú, como olvidando que cayeron medio centenar de camaradas. Si vamos por el otro lado, al alma del Che, tampoco le haría gracia que se apoderara de su grito de guerra el ejército que lo ejecutó. Se pisotea la historia y la memoria de todos los caídos, sin importar sus ideologías. Revolucionario.

“Queremos unas Fuerzas Armadas respetadas, amadas, queridas por su pueblo, pero temidas por el imperio”, estas revolucionarias recientes declaraciones de nuestro presidente están originando un verdadero terremoto político en Washington y seguramente el Pentágono ha de pensar mil veces antes de provocar a nuestro aguerrido ejército que nunca ha ganado una guerra a lo largo de su historia. Por si fuera poco, Evo Morales confirmó también la creación de un “batallón ecológico” de las Fuerzas Armadas que acudirá al Parque del Tipnis para resguardarlo del avance de los cocaleros y de otras actividades ilícitas como el narcotráfico. Como todos saben, si hablamos de defender a la Pachamama, el primer mandatario es el más acérrimo defensor frente a los micrófonos.

El país anda a mil revoluciones. Hacia atrás. Hacia un pasado supuestamente esplendoroso y perfecto, en el cual todos los seres vivían en armonía con la madre tierra. La revolución de la vida o la filosofía del Vivir Bien como punto de partida. Una moda new age con tintes indigenistas andinos, empezando por los coquetos trajes de diseño exclusivo. Enseñar -por decreto desde las escuelas- los saberes ancestrales porque el conocimiento occidental está contaminado, es colonialista y capitalista; es la más grande Revolución Cultural que se ha dado en Bolivia, para ejemplo y admiración de todas las naciones. Estamos haciendo historia, dicen a menudo sus insignes profetas.

Construir  una cancha de césped artificial  a 5.000 metros de altitud es revolucionario. Nadie lo ha hecho antes: en el techo del mundo es preferible una alfombra verde antes que mejorar las condiciones de vida de los mineros. Para que se distraigan de su triste realidad a medida que se van envenenando hasta los huesos en los claustrofóbicos socavones. Mostrar algunos tractores nuevos, en un acto a toda pompa discursiva, fue bautizada como la Revolución Productiva Comunitaria Agraria. En este extraño Nuevo Mundo que el estado plurinacional propone, nada viene sin florituras, cuanto más largo e incomprensible el título, mejor.  Los campesinos no necesitan de intrincadas teorías socialistas de la producción. Urgen semillas, mecanización y asistencia técnica. Hace decenios que distintas ONG vienen brindando apoyo e investigación para el mejoramiento del agro, en silencio, sin pasarse de revoluciones. No se reconoce su trabajo y se las acusa a menudo de ser instrumentos del imperialismo. 

En fin, tratar de “hermanos y hermanas” a los indígenas amazónicos llevándoles motores y celulares en vez de espejitos para quebrar su resistencia es lo más revolucionario que se ha visto en quinientos años. A los que se oponen, siempre está la vía revolucionaria del garrote, empezando por enjuiciar a los hermanos dirigentes que son unos traidores al Proceso de Cambio. Se persigue judicialmente a las víctimas, los victimadores andan libres, y algunos hasta exigen compensación material para la comunidad. Eso es revolución. El país patas arriba. Las normas y leyes al tacho. Los pícaros al poder.

Así entendemos por “revolución” en esta burbuja impoluta de la naturaleza conocida como Bolivia. Mientras estamos enfrascados en vivir de la nostalgia del pasado, afuera el mundo está cerca de colonizar Marte, y nadie habla de revolución porque el conocimiento no tiene marcha atrás. A no ser que se siga la huella del cangrejo.  
                                        
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