29 diciembre, 2012

7 Cerrando el año porque ni modo


Si fuera un escritor conceptual, el texto de esta entrada se limitaría a unos cuantos puntos suspensivos encerrados entre paréntesis. Y pare de contar (he de confesar que en este momento preferiría estar recostado sobre el sofá antes que poner mi cerebro a trabajar). Quizá lo titularía “pereza en estado puro”, “las huellas del silencio” o “el rio agotado del tiempo”. Quizá cosecharía una rabiosa ola de aplausos por mi originalidad. Quizá algún raro coleccionista de los cojones me pagase una fortuna. Menos mal que no existen escritores conceptuales. O tal vez sí.

Dentro de mis lecturas de este año, he tratado de descubrir a estos artistas de la literatura, émulos de los artistas plásticos vendedores de humo. Lo más cercano que he hallado fue sobre aquellos que escriben con estilo telegrama, repitiendo monosílabos hasta el tedio, a quienes algunos críticos benevolentes llaman “escritores de silencios”. Vaya uno a saber qué demonios significa eso.  Por otro lado, he tropezado también con escritores conceptuales publicitarios, no se me ocurre otra cosa cómo llamarlos. Expongo el caso de uno de nuestros literatos más internacionales, quien en algún relato habla de un hombrecillo que todas las mañanas sacaba su caja de lápices Staedtler para elaborar crucigramas (coño, hasta he tenido que guglear para saber cómo se escribe). En otro cuento nos describe a un vecino que pasa su podadora Black & Decker por su jardín (nunca me he enterado de que al pasto le importase la identidad de la máquina que le repasa su cuchilla asesina). En otro párrafo nos cuenta de una muchacha que se masajea el cuerpo con bronceador Coppertone (ya me imagino a los antiguos atletas griegos embadurnándose con aceite de oliva de tal y cual isla del Egeo). En fin, lo que hubiera dado por leerle un relato erótico donde -me permito imaginar- “él introducía su mano ansiosa dentro de sus bragas Victoria’s Secret, mientras ella se apretujaba contra sus bóxers Pierre Cardin de algodón blanco”. Hubiera descorchado el champán antes de tiempo.

Ya que el tiempo remojado por una larga jornada de lluvia, me ha condenado a permanecer en casa, e inevitablemente, atiborrarme de chocolate caliente y bizcochos Arcor (perdonen el contagio de vanguardismo) con lo bien que detesto los bollos dulces, sin embargo, a falta de pan, bien vale cualquier galleta aunque sea remojada en té a la manera de Proust. Dicho sea de paso, por fin voy a acometer la titánica tarea de sumergirme en su obra. Mi descuido tiene una excusa: me he pasado demasiado tiempo suspirando por las muchachas en flor. Me han dicho que me aguarda un océano de posibilidades.  Objetivo a cumplir para el próximo año.

Como verán, soy un tipo que sólo se plantea proyectos muy ambiciosos, como el de aprender a conducir, por ejemplo. Cosas de la vida o de mi temperamento, nunca he sentido el llamado de la velocidad o del ruido de los motores. Ni tampoco me he visto en la necesidad de autolocomoción. Además, dándole vueltas al asunto, he pensado que el conducir coche ajeno (así sea de un pariente), me convertiría automáticamente en chofer, cual el protagonista de la película Conduciendo a Miss Daisy. Recuerdo cómo le gastábamos bromas a un amigo, llamándole “Jaime” cada vez que nos llevaba a cualquier sitio.

Pero mi indiferencia al volante tiene una connotación muy personal, inexplicable para mí mismo, como si me viniera de fábrica. No soy de ir al lado del conductor (se sabe que casi todos se pelean por el asiento delantero). Prefiero el asiento trasero pegado a la ventanilla. Cuando viajo en trayectos más o menos largos, casi instintivamente entro en estado de relajación o alelamiento. Puedo pasar una eternidad con aire ausente, con la mirada extraviada en los objetos a lo lejos. En esto me parezco a los perros que disfrutan sacando la cabeza en un paseo automovilístico. Indiferentes a los transeúntes que pasan ante sus ojos como objetos transparentes. Y después dicen qué vida de perros. A momentos los envidio.

Aquí termino de una vez, que bastante tendrán con haberme leído pacientemente. Si soy culpable de haberles provocado alguna cefalea, les recomiendo paracetamol y mucha agua, como decía un médico bastante maula. Y larga vida para el 2013 y para los que vendrán. ¡Salud!

22 diciembre, 2012

4 Profecías mayas y picnics sagrados


Balsa en la que llegaron los Guerreros del Arcoiris
El país de las maravillas. El país donde lo fantástico es real. País de “vigorosos guerreros del arcoíris que vienen del sur a devolverle el equilibrio a la Tierra”.  No lo decimos nosotros. Lo vienen anunciando desde tiempos inmemoriales que se remontan a menos de una década. El mundo gira, sin embargo, muy copernicano, sin vueltas de tuerca, ajeno a profecías que no pasan de meras anécdotas o curiosidades astronómicas. Algunos chiflados habrán partido al más allá en viaje intergaláctico ante el supuesto fin del mundo. En una nación vecina tuvieron que prohibir el acceso a un cerro ante el temor de suicidios masivos.  A pesar de toda la parafernalia apocalíptica, el mundo cuerdo se lo tomó con mucho humor, curiosidad, relajación o, los más entusiastas, con brindis y jolgorio. Tal como sucedió a un asambleísta oficialista que después de chocar copas con amigos, en vísperas del anunciado cataclismo, fue a chocar su vehículo contra el tronco de un hermano árbol, a quien dejó seriamente despellejado. Luego armoniosamente desapareció del mapa, tanto que ni sus correligionarios sabían de su paradero. 

Apenas despuntó el alba, los gallos madrugadores de la televisión estatal sacaron el guión: 21 de diciembre. Solsticio de verano. Día del Pachakuti; tiempo de equilibrio y armonía con la Madre Tierra. Un acto histórico, transcendental. Renacer de la vida, de la esperanza. Un mensaje de Bolivia para el mundo. Encuentro de pueblos del mundo por la Vida. Todo un arsenal de lemas muy solemnes para el acontecimiento que había sido planeado en una isla del lago Titicaca.

Mientras los helicópteros esperaban al “venerable maestro, el Tao andino” (así rezaba en una pancarta) para llevarlo al sitio, la multitud iba poblando lentamente el centro ceremonial montado días antes con tarima de concierto solo que desprovista de batería de luces. No hacía falta, el sol sagrado irradiaría la fecha cósmica. Llegaba por fin el gran día, el cambio en la vida de los pueblos: el fin de la coca cola y el inicio de la Era del Mocochinchi, tal cual predijo nuestro canciller David Choquehuanca hace unos meses atrás: “El 21 de diciembre de 2012, hermanos, es el fin del egoísmo, de la división, el 21 de diciembre de 2012 tiene que ser el fin de la Coca-Cola, es el comienzo del mocochinchi, del willkaparu, hermanos, es el comienzo de la pacha, es el fin de la macha, hermanos”

Semanas antes anunciaron a los cuatro vientos que llegarían presidentes, líderes indígenas y otras personalidades. Hasta científicos para corroborar los conocimientos milenarios de los sabios andinos, probablemente intrigados por la insólita capacidad de descifrar los hechos según el brillo de los ojos de una llama, según reveló un investigador en una entrevista. No llegaron ni los grandes amigos bolivarianos, seguramente más preocupados en asuntos serios como la salud de su comandante. Eso sí, se vieron representantes indígenas de cabellos rubios y ojos azules venidos del norte, entremezclados con indígenas locales y algunos embajadores que, gustosos se dejaron llevar al hermoso lago, sagrado para unos, maravilla natural para otros.

Nunca se había visto una congregación tan abigarrada de turistas, unos diez mil según los cálculos de los organizadores, que cambiaron el pantalón corto por trajes típicos de sus países. Pintoresco mosaico junto a los emponchados locales que, extasiados por las cornetas “ancestrales” de cuerno de vaca y el humo de los sahumerios se regocijaban a tiempo que presenciaban coreografías de danzas originarias. Los jerarcas, bien sentados en lo alto, cuchicheaban e intercambiaban sonrisas como antesala a los discursos. 

Por fin, el gran caudillo se levantó de su asiento y se dirigió al estrado. Saludó a todos los compañeros y compañeras y tampoco se olvidó de los hermanos y hermanas. A continuación procedió a leer su discurso. Fue tan largo y tedioso que invitaba a la siesta a sus invitados sentados tras él. Sin embargo, hizo declaraciones reveladoras y proféticas: “Es el primer día del fin  del capitalismo salvaje(…) Este nuevo tiempo tiene que ser el inicio del fin de las monarquías, jerarquías, oligarquías y de las anarquías del mercado y del capital. El ´Pachakuti´ ha llegado y quienes ahora nos reunimos en la Isla del Sol somos los ´guerreros del arco iris, del vivir bien"(…) El capitalismo ha creado una sociedad despilfarradora" (ahí está el mejor ejemplo, despilfarrando más de un millón de dólares en la organización de una fiesta que reunió a miles de devotos de su figura, más estrechamente alineados que los planetas).  Sin duda, hermosas palabras que tendrán mucha repercusión en ese mundo inmerso en una vorágine consumista. Ovaciones y aplausos se dejaron oír desde la muchedumbre, alelada por tal torrente de sabiduría, brotada desde las profundidades del lago más elevado del planeta. Enseñanzas que quedarán grabadas en piedra para regocijo de la humanidad.

Los invitados a la isla del Sol (La Razón)
Que la gente le rinda tributo a ciertos espíritus tutelares está en todo su derecho. Puede parecer normal considerando que en otros sitios rinden culto a imágenes de María aparecidas en hojas de plátano o al rostro de Cristo delineado en un pan. Estamos en tiempos de profetas de toda fe, desde apocalípticos hasta mensajeros galácticos. Algunos, sin sonrojo se autodenominan guerreros de la luz, del agua o del arcoíris, como el señor Choquehuanca, filósofo con ribetes de poeta (el apunte es de un exsacerdote jesuita), quien en su tiempo libre ejerce también de Canciller del Estado Plurinacional. Todo es válido en el ámbito de lo privado por más disparatado que sea. Otra cosa es que le paguemos a un individuo con dinero público para que ejerza de sumo sacerdote mientras descuida las relaciones diplomáticas de todo un país. Y debiera ser un delito el destinar los pocos recursos de una nación empobrecida en actividades megalómanas y de dudosa utilidad. Aunque se justifiquen que están promocionando el turismo: Sí, cómo no, salvaguardando una pequeña isla pisoteada armoniosamente por miles de individuos mientras hacían cola para recibir su ración de almuerzo comunitario servido en bandejas de plástico desechable. Por cierto, del delicioso refresco de mocochinchi, no se sirvió ni un vaso.  Al contrario, en la verde altiplanicie, yacían desparramadas botellas vacías de la odiada gaseosa imperialista. 

Más información:

-Aquí la página oficial de este circo monumental que me arrancó alguna sonrisa  al repasar varios de sus textos.

19 diciembre, 2012

2 Carretera ecológica: una historia Disney


http://evadas.jc-mouse.net
Este debe de ser un país de idiotas. No digo de niños porque sería un insulto hasta para ellos. O somos imbéciles para tragarnos la píldora dorada sin rechistar o los gobernantes juegan a ser listos. Primero, bautizan de “consulta previa” a la farsa orquestada desde palacio de gobierno con la finalidad de obtener el permiso de los pobladores del TIPNIS para la construcción de la polémica carretera. Ha pasado más de un año de la paliza que propinó la policía a los indígenas de tierras bajas, ordenada por el régimen. ¿Habrá algún tonto de remate que crea en la lógica del primero te doy garrote luego te consulto si estás de acuerdo?

Segundo, imbuido de un espíritu democrático recién salido de fábrica o nuevo de paquete, el Gobierno organiza brigadas que, semejante a los primeros exploradores europeos se internan en lo más profundo de la selva, atravesando a ritmo de lancha los turbios y caudalosos ríos, dominios del misterioso pez gato y de los delfines rosados. Los nuevos adelantados, en traje boy scout, aparte de linternas, gafas de sol y pomadas antimosquitos llevan una buena dotación de medicamentos, alimentos secos, ropa y juguetes para los hermanos “indígenas originarios amazónicos”, por no decir selváticos. Cosa de intrépidos, en menos de dos meses obtienen lo que fueron a buscar, más valioso que el tesoro de El Dorado: según el Gobierno, el 80 % de las comunidades dijeron que sí a la construcción de la vía. Resultados por lo menos curiosos, considerando las heridas todavía sin sanar de los pisoteados (literalmente). O los indígenas no tienen memoria, o los engañaron, o los compraron con prebendas.

Tercero, lo que todo el mundo sospecha es que los consultados no fueron los verdaderos interesados, sino comunidades aledañas integradas por cocaleros y pobladores favorables al régimen, se denunció incluso que habían hecho figurar en los formularios, poblaciones o comunidades recién inventadas. No obstante el bombardeo incesante de la propaganda gubernamental, se pronunciaron algunas instituciones como el Defensor del Pueblo, quien dijo que “la consulta fue autoritaria, colonialista y unilateral”, además de que Derechos Humanos y la Iglesia Católica salieron a respaldar esta versión. La respuesta del oficialismo, como siempre, de manual: opiniones políticas malintencionadas y nada más.

Cuarto, el tramo polémico se construirá sí o sí, como fue desde el principio, expreso deseo del supremo caudillo. Para celebrar la fiesta, nos trajeron una piñata de regalo: la carretera será ecológica porque no tocará el corazón del Tipnis, según propias palabras de sus impulsores. Deseos románticos y empalagosos dignos de un guión de una película de dibujos animados, tal como apuntó el sacerdote jesuita y antropólogo Xavier Albó, destacado investigador y declarado evista desde siempre. Creyéndonos obnubilados por la magia revolucionaria, pretenden hacernos creer que para no afectar el centro del parque se construiría un túnel de 17 kilómetros, o en su defecto, se levantará un viaducto aéreo sobre los árboles, para envidia y admiración de todos los pueblos de la Tierra, o mejor dicho, para que los turistas saquen fotografías face to face a las mariposas y a cuanto bicho campee en el toldo forestal.
Fuente: Administradora Boliviana de Carreteras

Quinto, para reír y reír. Con los peces yendo de vacaciones atravesando acueductos de hormigón (no es chiste, dicen que se diseñarán pasos subterráneos para peces) y los monos columpiándose entre los cables colgantes. Y seguir riendo. No sé si de la noticia o de la seriedad de nuestras autoridades. Pareciera  que no se han enterado de las dificultades técnicas del proyecto. Según la Sociedad de ingenieros eméritos de Cochabamba, el trayecto en cuestión (túnel o puente) costaría más de 300 millones de dólares, basado en la experiencia de otras construcciones viales. Además, argumentan, construir un túnel “falso” es sumamente difícil y caro, por las características geológicas de la región, desprovista de rocas. Tampoco hace falta ser un ingeniero o arquitecto para darse cuenta de la complejidad técnica que implicaría construir una vía elevada sobre terreno deleznable atravesado por ríos y pantanos. El solo hecho de erigir pilotes o columnas significaría arrasar tramos de selva. Y claro, la hierba volvería a crecer bajo el puente como si nada. Dejémonos de tonterías, no existe ninguna carretera ecológica, ni aunque los autos viajaran por el aire y fueran silenciosos.

Final, viendo que el Gobierno se mofa de los dirigentes vencidos por su consulta tramposa, y que además, insiste tozudamente en la construcción de la ruta, pese a los exorbitantes costos y el sentimiento atropellado de los moradores, la única certeza que queda es que el gran jefe de los cocaleros se halla impaciente por cumplir las promesas a sus bases cocaleras, hambrientas de nuevas parcelas. Con lo sencillo que resultaría, en comparación, dar un rodeo al territorio en disputa. Mientras tanto, los aventureros de todo el mundo ya pueden efectuar reserva anticipada que esto pinta para ser uno de los mayores sucesos del nuevo siglo. De película, ¿o no? 

14 diciembre, 2012

6 Celebrando la lluvia con humintas


Andando el tiempo, me he percatado de que la vida sólo tiene sentido realista a través de sus aromas. Mohoso talento el  mío, considerando que la curiosidad olfativa es universal. Unos tienen habilidades de sabuesos, otros parecen que viven en una atmósfera resfriada o modo zombi.   La mente puede almacenar miles de imágenes pero a medida que va recibiendo nuevas va desechando otras, en un continuo formateo o carrusel del olvido. Por contra, el recuerdo de un olor puede permanecer albergado en lo más recóndito de la memoria. Desde la infancia arrastro la debilidad por el irresistible aroma que desprenden las casas de adobe cuando la lluvia baña tenuemente sus paredes tibias. En una ráfaga de tiempo me siento trasportado al pequeño pueblo donde crecí, de tejados viejos y revoques de barro y yeso. Ah, cómo recuerdo el vaporcillo levantándose de las tapias donde no escalaba ninguna tupida madreselva becqueriana. Siendo estrictos, no vale que caiga un chaparrón, tiene que ser una llovizna necesariamente para que se active la memoria de la nariz,  algo que no suena muy chiflado, ya que muchos me han hablado de la memoria del agua, de los músculos, de los besos, en fin.

Luego de atravesar meses de intenso calor, finalmente San Severino,  se ha apiadado de este valle de asfalto. Estaba desesperado por conciliar el sueño, ni con ventana abierta y a sábana descubierta. Desde hace una semana llueve sostenidamente aunque a ritmo cansino. La ciudad ha cambiado, de azul cielo a gris acorazado con motas negras de tormenta. Y pasando por algunos lugares, el ambiente se ha contagiado de un suculento aroma de pasto de canchita de barrio. Huele a frescor  y mi nariz más crecida que la del Conde-duque de Olivares, lo agradece. 

Por algún misterio en particular, cuando llueve se activa mi memoria gastronómica por ciertos potajes, sopas y cremas, es decir todo lo espeso. De pronto, se me antoja un desayuno de mazamorra de maíz morado con empanadas fritas de queso y para almorzar sueño con una cálida y espesa jak’alawa (crema de choclo). Justamente en estos días cercanos a la navidad es cuando sale la mejor cosecha de elotes: enormes mazorcas de tierno maíz blanco, ideales para cocinarlas enteras al agua y luego degustar su sabor dulzón con un trozo de queso a manera de postre. No comprendo cómo los yanquis le untan una gruesa capa de mantequilla o mayonesa en sus famosas barbacoas.

Pero es en estos días grises, de cielo encapotado y temperatura húmeda, cuando se me despierta el apetito por uno de los manjares que más aprecio en esta vida: las humeantes humintas a la olla, un bocado similar a los tamales mexicanos. Alguna vez he visto elaborarlas a mi madre, para ella relativamente fácil como ocurre con todas las madres, con tal de que pasen por sus manos hasta el engrudo nos sabe delicioso. A la vista de choclos en el mercadillo del barrio,  con la nostalgia en modo salivando, extrañaba sobremanera las humintas de mi madre, así que hace unos días me armé de valor para prepararlas yo mismo. Viendo la receta en Internet, me dije esto es pan comido. Es que a veces lo más simple se torna complejo, por lo menos en el difícil arte de moler choclo (tiene que ser en un batán o en su defecto en un molinillo de mesa, nunca en la licuadora). Menos mal que en la cocina tenemos un molinillo americano de acero puro al cual asoma el sarro por falta de uso. Otro de mis recuerdos vívidos es el intenso e inconfundible olor de los granos de café tostado cuando un tío los trituraba en esos molinillos anclados en la mesa. Menudo invento, tan importante como el de la bicicleta: endiabladamente sencillos pero absolutamente necesarios para facilitarnos la vida. 
   
Así, me puse a rallar los choclos con el cuchillo. Instalé el molinillo y comencé la faena con la molienda, que me llevó unos minutos. Luego añadí sal, azúcar y manteca vegetal derretida y una pizca de anís a la pasta blanquecina, revolviéndola concienzudamente. Dosificando un par de cucharadas bien colmadas sobre una cama de sus propias hojas, una rebanada de queso encima, y listo, a la manera de niños envueltos. Se puede añadir también aceitunas, charque o trozos de carne seca, o pedacitos de pimiento picante. Eso sí, ponerle pasas de uva es un crimen como acostumbran algunos. Yo las prefiero con queso que adquieren un inigualable sabor al fundirse con la masa. 

Las humintas pueden también cocerse al horno, en una bandeja a la manera de una tarta o simplemente sobre una hoja o chala. Saben igualmente sabrosas pero algo secas.  Todo lo contrario de las cocidas en olla, lentamente al vapor. Volviendo a mi experimento, el resultado me salió algo fallido la primera vez, bastante soso por la falta de sal. Seguí las indicaciones al pie de la letra pero tal vez olvidé la dosis de  “mucho cariño” de una cocinera local que tiene su programa de televisión. Ayer, con el tiempo brumoso, la cosa me salió mucho mejor. Y la próxima a seguir superándose. Nada de esperar a que se enfríe y mucho menos con la impagable compañía de un tinto café.

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