29 septiembre, 2016

2 Desayuno con diamantes (dorados)

Macedonia a la Pepe, un experimento para empezar el día como un cohete.

El otro día rondaba yo por La Calatayud, uno de los más tradicionales mercados del casco urbano. Y ahora que caigo en cuenta, no sé de donde proviene aquella costumbre de evocarla en femenino, una pauta sería por la zona pero no hay tal nombre, ni calle cercana así bautizada. Supongo que el mercado lleva esa denominación por Alejo Calatayud, un caudillo mestizo que encabezó una rebelión contra la corona española allá por el siglo dieciocho. Como nadie entiende las razones de la gente, ni siquiera la historia, dejemos que el barullo lingüístico se siga perdiendo en sus brumas. A menos que venga un purista a querer arreglarlo todo.

Así pues, soy visitante asiduo de este paraje pese a todo su desorden, mescolanza y algarabía, a una distancia sideral de una estampa de pulcros y ordenados anaqueles de supermercado. A lo sumo se ven algunas torres improvisadas de frutas como mayor reclamo publicitario. El resto anda desperdigado entre puestos a ras del suelo y banquetas rústicas de madera. Es cuestión de buscar y afilar el ojo clínico, a la pesca de alguna mercadería rara o poco conocida, porque “todo hay en la Calatayud”, he oído a menudo en cualquier charla informal.

Sea exagerada o no tal particularidad, el caso es que en este centro de abasto, especialmente los miércoles y sábados, uno puede toparse con variopintos productos que prácticamente han desaparecido de otros mercados. Como si no fuera bastante que en una esquina se vean bandejas de pescado fresco y, a unos pasos, gladiolos y otras flores recién cortadas que llegaron de madrugada, ya puede uno hacer volar la imaginación o recordar años mozos al contemplar oblongas achojchas; locotos con los tres colores de la bandera, ulupicas y ajíes de fiero picante; pulposos tomates de árbol; yacones y ajipas de dulces tierras; papas y camotes morados,  walusas y racachas de incatalogables sabores; tumbos, granadillas y maracuyás de apasionados jugos; y, a modo de yapa, toda suerte de zapallos, calabacines, lacayotes y otras cucurbitáceas. Por si alguien se pierde con los nombres, imagínese que está ante una inabarcable colección de frutas, raíces, bayas, tallos, tubérculos y semillas con que la generosa naturaleza provee a estos valles y a todos sus hijos.

En fin, que andaba deambulando por tal feria cuando de improviso mis ojos reconocieron unos frutitos amarillos que me devolvieron de golpe a los años más tiernos: ahí al lado de los cajoncitos de frutillas, en el mismo formato de presentación, feliz redescubrí los chiltu-chiltu que de niños íbamos a comer al pie de las matas, al borde del camino o en cualquier huerta donde medraban estas plantas, pues eran consideradas malezas y poco más. En la ciudad ni siquiera se conocían. Fue en un supermercado español donde vi -ya de mayor- debidamente empaquetados con el nombre de uchuva, y procedentes de Ecuador o Colombia, no recuerdo bien. En Bolivia jamás había sido un cultivo y sólo era un divertimento agridulce para los chicos.

Menos mal que por esto de las modas saludables ya empieza a cobrar importancia, al parecer. Como sucedió con el noni, la maca, la chía y otros productos exóticos, alguien descubrió que esta dorada baya de la familia del tomate tiene supuestos poderes curativos casi milagrosos. Como sea, a mí me importa un pepino sus propiedades medicinales, y si me los llevé a casa fue por puro gusto, haciéndole caso a mi paladar y despreciando las frutillas que la misma vendedora intentó encajarme aprovechando la coyuntura. “Las frutillas son para la gente fresa, caserita”, le dije, seguro de que no me entendió nadita (a ver, qué hay más fresa que una fresa coronando un helado o un pastel). No sé si es la imagen sempiterna de Kim Bassinger llevándose una a la boca, pero a mí las frutillas me resbalan, aunque no tengo mayor problema de saborearlas en mermeladas, con pan y mantequilla.

Eso sí, la caserita logró colarme otra cajita, aun más pequeña, con subyugantes moras que, ciertamente, no abundan en los valles de Cochabamba. Hoy me levanté como quien quiere comerse el mundo y me preparé este desayuno histórico (cómo no va a serlo, si es la primera vez que me animo con este menjunje, macedonia llaman en otras partes). Ahí van mis impresiones: el destello rojo de la sandía abre el apetito como un tiro, luego está esa suave sensación azucarada que se derrite en un tris sobre la lengua. Las rodajas de plátano aportan mesura y vitalidad para una jornada larga que exigirá mucho combustible. Las enigmáticas moras hay que primero comerlas con la vista, y luego cerrando los ojos para perdonarles el agrio carácter que puedan tener. Y entre bocado y bocado de cualquiera de las otras frutas se torna irresistible un reventón en la boca de las doradas bolillas de la uchuva, una explosión degustativa que recuerda a chasquidos de maracuyá y dulzor de mango en su punto maduro. Colosal paleta de colores y sabores que desapareció a ritmo de hambre mañanera como un efímero bodegón.

Y eso sólo fue el principio. Ya ven que era una ración justa y aperitiva. Por humanidad con los lectores, mejor no cuento lo que vino después. 

22 septiembre, 2016

4 El Proceso de Cambio hecho pomada; digo, poema

En cierto ignoto país, del cual la Historia no quiere acordarse, continúan los incesantes reconocimientos, agasajos, loas, condecoraciones y un sinfín de homenajes al rey chiquito de rechonchas manitos que rige los destinos de su afortunada nación. Profetas y escribanos destacan su indomable rebeldía, su  férreo antiimperialismo y su majestuosa dignidad que rebasa fronteras.

Arquitecto de grandes transformaciones, que en pocos años ha sacado a su pueblo del oprobio de las tinieblas para llevarlo hasta la luz de las estrellas. Con su visión futurista ha devuelto la autoestima a toda la nación, acostumbrada desde siempre a la humillación extranjera. El campo florece a su paso. Brillan las usinas de las termoeléctricas cuando sienten su presencia. Las fábricas de papel, de cartón, trabajan a todo gas cuando divisan su enorme casco blanco. Las fundiciones despiertan de su letargo para obsequiarle lingotes con su nombre. Los monumentales estadios y coliseos corean solos sus innumerables hazañas deportivas. Los tractores chinos se dejan domar ante sus manos cual obedientes bueyes uncidos. Resplandecen fieros los tanques cuando los comanda, como elefantes de acero al compás de himnos y clarines. Coreografiados desfiles y escuadras multicolores de guerreros escogidos le rinden pleitesía. Las naciones vecinas tiemblan por sus planes industriales y afanes atómicos. A toda máquina avanza la "Revolución Democrática y Cultural".

Carreteras, muros, puentes, fachadas de edificios y sinuosos caminos le agradecen por su amor inconmensurable a la patria. Comandantes y ministros aplauden fervorosamente sus discursos para no despertar su célebre mal genio, que él toma nota de todo. Escuelas, cuarteles, academias, oficinas públicas adornan sus austeros salones con sus retratos para darles vida. Los niños le dibujan carteles agradeciéndole por pintar su kínder, los jóvenes se disputan por tocar puños con él, las muchachas en flor se le acercan porque saben que tiene el poder del Espíritu Santo. Su sola presencia cura enfermedades y calma tempestades que se avecinan. Obreros y campesinos vuelven jubilosos a la labor cuando se les aparece como caído del cielo. Miríadas de féminas sueñan con ocupar su corazón y convertirse en la compañera del salvador de la patria. Pero el corazón del supremo no tiene dueño, él ama a todas y a ninguna.

Dicen que el Amado Líder no duerme ni descansa porque trabaja veinticinco horas al día, le preocupa sobremanera que su país tenga mejores días. Con su venerable ejemplo guía a todos sus funcionarios desde ministros hasta el último comisario de provincia. Sus titánicos esfuerzos y desvelos han movido a cineastas y escritores a dedicarle sendas biografías, documentales y conmovedoras películas. En su honor se celebran olimpiadas especiales y juegos florales, carreras automovilísticas y pruebas pedestres. Como reconocimiento a su innegable desprendimiento, sacrificio inhumano y amor infinito por la patria amada que le vio nacer; todos los súbditos agradecidos compiten por bautizar cualquier obra pública con su augusto nombre: barrios, puertos, aeropuertos, mercados, plazas, calles, coliseos, canchas, colegios, escuelas, fraternidades, etc. De todos ellos, sus siempre solícitas Fuerzas Armadas se llevaron la flor al componerle un himno exclusivamente para sus dulces oídos.  

Y aun hay más, acaba de publicarse un “librito” de poemas que el supremo vitalicio ordenó recopilar a una de sus abnegadas ministras, odas y alabanzas que poetas sueltos por todo el país declaman en su honor y a toda garganta. Y así les hemos contado esta increíble historia desde Corea del Norte; digo, desde el Estado Plurinacional de Evolivia.

Con marca de agua, para que no quede duda de quién inspira estos arrebatados versos (Arjona, debe de estar que arde). Pínchele que no tiene desperdicio.






-------------
PS.- ¡Advertencia!, oír el sagrado himno que el domesticado Ejército compuso para Su Excelencia, puede dañar seriamente la salud.


15 septiembre, 2016

2 De picantes mixtos y otros regalitos

¡Marchando un... picante mixto!, para demostrar nuestro civismo 

Hoy es el cumpleaños de un primo, quien se libró por un pelo de ser un cochabambino hasta la médula; pues ayer, 14 de septiembre, fue el aniversario departamental, que se celebra todos los años con fiestas a todo trapo, conciertos multitudinarios y retumbe de petardos y fuegos artificiales durante dos días completos con sus noches. Doscientos y pico añazos de gestas libertarias, revueltas populares, toma de balcones y pendones, persecución de chapetones desarmados y no sé qué otras cosillas venimos recordando a toda fanfarria y estruendo de hojalatería que animan desfiles, retretas al alba, paseos en carruajes y trajes históricos y un sinfín de protocolos cívicos para darnos bombo de patriotas desbordados.  

Como a mí no se me da eso de lucir escarapela en el pecho o alistar el terno reluciente para ir a asolearme bajo el sol de septiembre radiante, ni que fuera autoridad deregente de un sindicato, durante ese par de días monstruosos no asomé las narices por el casco viejo de la ciudad, El Prado y otros sitios acostumbrados para estos pintorescos menesteres. Con toda la cochabambinidad volcada en aplaudir a sus bandas escolares e instituciones representativas que nunca terminan de pasar, ya que son igual de importantes la asociación de damas voluntarias de lo que sea así como el último gremio de heladeros al paso, hinchas de la Wilstermann o de la pelota frontón, cofradías de la santa jarra y clientes de los calditos mañaneros si hicieran falta; urge pues huir de tanto civismo si uno tiene más que sus dos pies para largarse al campo o, si no hay otro remedio, recluirse en casa para hacer labores de jardinería o aprender trucos del arte del ganchillo.

Y, por supuesto, los festejos nunca vienen solos ni faltan padrinos. Porque hay que ver cómo compiten entre sí la Alcaldía y la Gobernación para colmarnos de “regalos” (coreados bobaliconamente por todos los noticieros) a todos los llajtamasis, “porque nos lo merecemos”, aseguran mientras meten mano, sin sonrojo alguno, a las cada vez más disminuidas arcas públicas para financiar el despilfarro a título de “fiestas septembrinas”. Sabe dios qué barrio se hubiera mostrado más transformado, limpio y coqueto con esos dos millones (unos 285.000 dólares) que el concejo municipal dispuso para traer a reguetoneros internacionales y a otros saltimbanquis musicales para amenizar la dizque serenata en el estadio, que a punto estuvo de convertirse en tragedia por la avalancha de gente que exigía ingresar a toda costa, saldándose con tres heridos bastante graves. Y encima, dando a entender que habría que aplaudirles por generar ruido toda la noche, porque si hablamos de contaminadores acústicos, los burócratas ediles son los primeros en azotar nuestros oídos con sus amplificaciones y descarga de insufribles petardos cada vez que toca inaugurar cualquier obra de bagatela.

Para las “megaobras”, fácilmente se tiran miles de dólares sólo en fuegos artificiales, como la del flamante viaducto más grande de Bolivia, para el cual atronaron el cielo durante media hora, tal como podía oírlos a la distancia desde mi ventana y, de colofón, grupos cumbieros y folclóricos pusieron a bailar a la muchedumbre convocada hasta pasada la medianoche. O tal vez el acontecimiento formaba parte de eso que técnicamente llaman como “pruebas de carga” a las que estuvieron sometiendo la estructura en vísperas de la apertura, quién sabe. Para terminar de colmar la paciencia, no faltaron los spots donde vecinos más felices que niños en juguetería le agradecían al alcalde por tan envidiables regalos. ¡Dios se lo pague, niñituy!, daba ganas de exclamar.

Así pensaba proceder-casi parecidamente- con el aniversario de mi primo: “oye, Negro, dame tu plata para que te montemos una fiesta y te compremos unos regalos, y no te olvides de agradecernos, ingrato”, estaba barajando decirle. Pero mi tía se me había adelantado programando el festejo para el día anterior (aprovechando el feriado), preparando el regalo más valioso que una madre puede ofrecer a un hijo: cocinándole su plato favorito. A fe mía que estuve muy puntual a la hora del almuerzo, junto a los demás selectos gorrones, digo invitados. ¿Y de dónde viene lo de picante mixto?, pregunté haciéndome al inocente, mientras le tomaba unos primeros planos a esa montaña embravecida por el ají y salpicada de tiernas arvejas. Porque es de pollo y lengua, ¿no ves?, me corrigió alguien por ahí. Como el guiso sabía tan macanudo, mezcla de gozo y picosa sazón, a nadie se le ocurrió soltar más la lengua. ¡Juraymanpis!


07 septiembre, 2016

2 Metafísica popular sobre ruedas


En ese cotidiano rompecabezas que es la vida la gente busca de alguna manera, casi inconscientemente, trascender. Acciones, hechos, detalles que buscan darle sentido al paso inmisericorde del tiempo. Como una suerte de justificativo que le dé un valor añadido a la simple existencia. Porque no es fácil vivir ni sale gratis. La certeza de sabernos finitos nos hace más vulnerables que cualquier otra especie. Nos preocupa sobremanera irnos de este mundo sin dejar huella o aporte alguno. No creo que haya ser humano sobre la faz de la Tierra que sólo se dedique a pacer como un herbívoro. Algo hay que hacer, aunque sea lo más baladí que se nos ocurra.  Ya parece que me estoy poniendo denso, o sea metafísico. Pero no estoy por la labor. Tarea para los psicólogos, sociólogos y otros ociólogos es lo que a continuación propongo.

La calle es el sitio por antonomasia donde se plasman, ocurren, aparecen todo tipo de manifestaciones populares. Carteles y letreros que quitan el hipo, señalizaciones que no entienden ni los mismos responsables de urbanismo, murales y gigantografías que causan risa, grafitis que dan mucho que pensar, etc. En mis obligados recorridos por las entrañas de mi ciudad me topo no pocas veces con situaciones llamativas, casi siempre bordeando el surrealismo. Ya hice un recopilatorio de curiosidades gráficas, que por su naturaleza estática no fue difícil conseguirlas. Salir a la caza de otras postales urbanas fue como perseguir cerdos en llamas, ya que siempre los retratados me hacían el quite o se camuflaban entre toda la fauna automovilística. Otras veces las pilas de la cámara se agotaban en el instante justo, en otras mi mano no se mantenía firme al registrar las instantáneas. Los huecos de la calzada, los postes, la vegetación, el humo, las prisas, también contribuyeron para torpedear mis afanes. Con todo, pude reunir una colección apreciable, que iré actualizando con más imágenes.

Por increíble que parezca, como haciendo patente las leyes de Murphy, no pude cazar nítidamente a la inscripción que más he visto adornando las retaguardias de los coches cochabambinos y que hacen alusión al deporte más practicado en estos valles: La envidia. La frase más recurrente, “Tu envidia es mi progreso” siempre se me aparece cuando no llevo o no tengo la cámara preparada, cual si fuera una treta envidiosa del destino. Por otro lado, abundan las anotaciones que hacen referencia a Dios (“Dios es mi conductor”, “Dios guía mi camino”, “Jehová es mi pastor”) como invocación de protección contra todos los vaivenes del viaje y peligros del camino. Nada extraño, considerando que en este país de sucesos paranormales casi todo el mundo es supersticioso.

Y ahora vayamos al meollo de la cuestión: ¿qué hay detrás de todas estas expresiones del alma popular? ¿qué mueve a estos filósofos de carretera a manifestarse de cualquier forma, aún a riesgo del ridículo? ¿afán de lucirse, de diferenciarse del resto, de ser más original que el otro? ¿simple provocación o rebeldía contra las convenciones sociales? ¿o solamente hay una motivación lúdica, de maliciosa diversión, de cachondeo algo infantil? ¿o son exteriorizaciones del profundo inconsciente, una extensión de la personalidad como dirían los devotos del psicoanálisis?

Que alguien me ayude porque yo no doy con la tecla, simplemente me doy por testigo. A las pruebas me remito.(Pinchar en las imágenes para tener una mejor lectura de las frases, con visor incorporado).















Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
 

El Perro Rojo Copyright © 2011 - |- Template created by O Pregador - |- Powered by Blogger Templates