Anteayer (fecha de eliminatorias), veíamos al Messi de
Orinoca a la entrada del túnel, que no del estadio paceño, haciendo una de esas
cosas que mejor sabe hacer: cortar cintas, develar plaquetas conmemorativas,
girar llaves o manivelas, apretar botones, y todas esas cuestiones que adornan
las inauguraciones. Hete ahí, su incansable mano operaba el milagro de abrir
(‘aperturar’ dicen los neologistas) las válvulas del embalse de Misicuni para
calmar la sed de más de medio siglo de los insaciables cochabambinos. Poco después
empezarían a llover los spots oficialistas con la etiqueta “Misicuni es una
realidad” y al ver el ocre colorido del agua hacía soñar que allí tendríamos un
sitio donde abrevar chicha para siempre.
Tan histórica jornada debía, naturalmente, ser convenientemente
engalanada empezando por el acarreo de todo tipo de personal, desde edecanes
militares hasta azafatas vestidas de cholitas. Juraría que hasta los
helicópteros que trasladaron al amado líder y al resto de su comitiva estaban
relucientes con guirnaldas de coca. Para los discursos de rigor hubo que montar la tarima
correspondiente con techo, atril, parlantes y demás accesorios para tan magnos
eventos. Faltó la alfombra roja para completar el decorado, pero como allí había
sólo barro, ripio y algunos materiales de construcción, qué mejor que maquillar
el escenario con obreros, cascos, tuberías, vehículos y otras maquinarias. Por
supuesto que las cámaras de la televisión estatal registraban las estampas
desde todos los ángulos posibles.
Más tarde, observaba en vivo, en los informativos del
mediodía, que el caudillo participaba de otra concentración multitudinaria, en
un colegio a escasos kilómetros de mis aposentos, mientras un ballet folclórico
le bailaba una cuequita para alegrar sus ojos. Obviamente contemplando la función
desde lo alto de otra tarima para resaltar su estatus de estadista universal.
Por un momento pensé que habían traído bajo la panza del helicóptero el
entarimado desde las montañas de Misicuni, sitio bastante inaccesible por sus
serpenteantes caminos.
Había sido nomás cierto que el Messi plurinacional trabaja
(y juega fútbol por el bien de la nación) infatigablemente, porque a las pocas
horas se lo vio bien sentado en el palco oficial del Hernando Siles alentando
con su inconfundible liderazgo a la Verde para que diera una lección de altura
a la Albiceleste comandada por el verdadero Messi, que por triquiñuelas infantinas
de último momento de la FIFA el astro, igualmente universal, no pudo salir al
césped a pasear su fútbol. Dicen que el Messi de las alturas invitó al Messi de
las pampas a subir al palco para intercambiar camisetas probablemente, pero el
gaucho, bastante mosqueado, no estaba para tan soberanos caprichos. Esperemos
que Infantino y sus secuaces no le aumenten la sanción por semejante desplante.
Veinticuatro horas después, los cochalas no nos cambiábamos
por nadie, pues seguíamos celebrando por doble partida: la hazaña de la
selección (para dolor de los argentinos) y la materialización de un sueño
largamente anhelado, según aseveraban las autoridades. Para eso habían llamado
al “hermano presidente”, para que sepa el mundo entero que gracias a sus
desvelos nunca más padeceríamos por el agua, luego de décadas de sufrir las
incesantes promesas de los gobernantes de turno. Con la apertura de las
compuertas se canalizaban nuestras esperanzas, aseguraban por ahí.
Almorzábamos en casa, almorzaban los trabajadores de la
represa en el comedor de campaña. Venturosa coincidencia que salvó sus vidas,
confesaban algunos tras cámaras, que si no el cuantioso torrente que salía
descontrolado del túnel los hubiera arrastrado colina abajo como ilustraban
las frescas imágenes de televisión mientras el agua carcomía y se tragaba la
plataforma como un blando pastel, arrastrando a su paso tubos y otros
materiales dispersos en el lugar. Gran sorpresa para todos que todo el staff de
ingenieros con que cuenta el Proyecto Hidroeléctrico Misucuni no se había dado
cuenta de que las tuberías antiguas solo tenían capacidad para soportar 300
litros por segundo y le hicieron meter la pata al caudillo que
inauguró un día antes entre sonrisas y aplausos la provisión de 450 litros/segundo para
supuesta felicidad de los cochabambinos, prometiendo que en los venideros meses
el caudal iba a sobrepasar el millar de litros aguardando que Semapa tendiese
los nuevos ductos de mayor diámetro.
Increíblemente, el presidente de Misicuni (que se dice
ingeniero y antiguo gerente de Semapa para mayores señas) salió a la palestra a
deslindar toda responsabilidad, achacándole el desastre al alcalde Leyes y al
jefe de Semapa de no haber advertido que la tubería no era apta para mayores
presiones y que además ya tenía bastantes años de antigüedad. Lógicamente,
desde el municipio devolvieron la pelotita acusando al gobierno central de
apresurar la inauguración con fines propagandísticos. En el medio, se especula
también que Ende (empresa nacional de electricidad) tendría parte de la culpa
al no haber concluido trabajos que venía realizando. Mientras la población se
pregunta quién pagará los platos rotos (una millonaria pérdida de tiempo y recursos), continua latente el peligro en cada obra que inaugura el régimen
masista (¿se acuerdan del colapso del puente del alcalde Cholango que por pura
chiripa no mató a nadie a pocos meses del estreno?). ¡Qué otra cosa se puede
esperar en el país del “le meto nomás”!