imagen onírica de la pelicula |
Ya van varios años que los académicos del festival de cine
más prestigioso del mundo, dan muestras elocuentes de su sapiencia o
‘modernidad’ al conceder los premios. Para no meternos en honduras, hablemos de
la categoría de mayor peso, la Palma Dorada. En mi corta edad cinéfila, debido
a la inaccesibilidad a filmes sobre todo de procedencia europea o asiática que
padecemos los latinoamericanos encerrados entre montañas y otros plurinacionales del Tercer Mundo, poco
pude disfrutar de títulos premiados en Cannes. Me vienen a la mente películas magnificas
como ‘Orfeo negro’, ‘El árbol de los
zuecos’, ‘El tambor de hojalata’, ’El gatopardo’, ‘Taxi driver’, todas
ellas producidas antes de que naciera, sin embargo en cuanto pude visionarlas,
en ningún momento me parecieron rancias, anacrónicas o aburridas para mi edad.
Creíamos algunos ingenuos o nos hicieron creer que el cine se
había inventado para evadirnos de la realidad, tal vez para vivir en una especie de encanto que duraba una o dos
horas, o quizá para olvidar que estamos solos, cada uno en su laberinto pero al
final solos. Pero la realidad siempre supera a la fantasía, el tedio amenaza
invadirnos y somos abofeteados por esa infamante condición realista los que
caemos en la trampa de ‘premiado en Cannes’, por la mano de un verdugo llamado cine de
autor, parido con tintes de arte o pretenciosa intelectualidad.
Decía que el festival francés, paulatinamente se convierte
en un concilio de megalómanos con cierto tic nervioso o predisposición para
premiar a los trabajos más crípticos, exóticos o extravagantes que anoticiados
de esta ventaja pululan sus salas. Recientes títulos a los que pude acceder y
concretamente: ‘Sexo, mentiras y cintas
de video’, ‘Corazon salvaje’, ‘Elephant’, -curiosamente todas
pertenecientes a directores catalogados o señalados como ‘raros’ (Soderbergh,
David Lynch, Gus van Sant)- son películas rescatables, pero en ningún caso
pueden compararse con la magnificencia de las señaladas líneas arriba, lo cual
da mucho que pensar acerca del giro de timón que ha venido dando la academia
francesa. Entre algunos aciertos y otros desatinos quedaba algo de esperanza. O
eso creía.
Hasta que me topé con la elegida del 2010, una película que
comenzando por el título, suena extraña; “el
tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas” que para poder venderla, sus
fantásticos promotores le han estampado a tamaño gigantesco el cebo del
logotipo de la palma (al menos para la versión latinoamericana). Caí redondito,
no por ingenuo, sino por conceder el beneficio de la duda.
Adentrándonos en el film, a los pocos minutos se torna
indigerible y soporífera, con tomas que rozan la invitación para una siesta
acompañada de grillos. Y surgen las primeras interrogantes: ¿Qué tiene de lirico,
el aburrimiento de un búfalo extraviado en medio del bosque? ¿o las largas
tomas de la noche, tan oscuras como su argumento? ¿o unas caminatas largas a paso cansino de sus
protagonistas? A pesar de los cabezazos que pegué, me obligué con su visionado
tal cual el protagonista de la ‘Naranja
mecánica’. La falta de un hilo narrativo, los constantes cortes y
alternancias entre la realidad y el mundo fantasmagórico acaban por apabullar
al espectador más paciente y concienzudo. Comprendo la parquedad de diálogo o
de expresión de algunas culturas del sudeste asiático, pero ¿por qué tenemos
que padecer azotes de largos silencios?
Y el súmmum del
delirio del director, la escena junto a la cascada de agua entre una princesa y
una criatura acuática, sin duda tan onírica que ni al mismísimo Breton y su
corte de surrealistas se les hubiera ocurrido. Pensé que una conocidísima
expresión popular española era sólo un invento literario, hay que ser capullo.
Y no me acuséis de ignorancia cinéfila o intolerancia
cultural al no dar crédito a esta cinta infumable, he degustado cine tan lírico
como ‘Paris, Texas’ de Wim Wenders, ‘Dersu Uzala’ y ‘Rapsodia en agosto’ ambas de Kurosawa, o cine tan onírico o
surrealista como ‘Dead man’, ‘Santa Sangre’ de
Jodorowsky o
‘Terciopelo azul’ de Lynch. No
tengo muchos conocimientos cinematográficos, pero al igual que en el mundo del
fútbol, no necesitamos de conocimientos profundos de dirección técnica para
darnos cuenta de dónde se ‘juega’ o cuece el mejor cine.
Y entre tanta risa o sensiblería de cine palomitero o ejercicios metafísicos de
cine de autor, hay un lugar para esta
mancha del cine, de cuyo nombre no quiero acordarme, ni el nombre impronunciable
de su director, menudo colofón.
Recomendada para fumados pasados de rosca, intelectuales
relamidos y creyentes del ‘cuento del
tío’.
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