Puchero valluno, según receta de mi tía |
El domingo reciente despedimos el carnaval de la mejor
manera posible: degustando un platito en familia, lo demás son vainas. El día
anterior se llevó a cabo el afamado Corso de Corsos, orgullo cochabambino que
consiste en ir a sentarse todo el día sobre unas durísimas graderías de madera
mientras llueve la espuma de todo lado y pasan comparsas de Caporales una y
otra vez hasta el empacho. Más temprano, antes del mediodía, entran las
unidades militares antiimperialistas disfrazadas de robots, superhéroes de
Hollywood, abejitas u otros bichos para deleite de las masas. A esta mescolanza
sin ton ni son le están haciendo campaña para que la declaren patrimonio
cultural (a semejanza del Carnaval de Oruro), pues dicen sus promotores que es “única”
y ciertamente llevan razón porque en ninguna otra parte del planeta se enorgullecerían
de semejante despelote.
Perdonen que ahí no termina el despropósito. El espectáculo tal
no es más que otro pingüe negocio para la Alcaldía que subasta cada metro
lineal de las calles del recorrido entre grupos de comerciantes que se disputan,
hasta de las mechas, los mejores sitios para revenderlos a su antojo. Según alguien
me dijo, por un estrecho asiento en graderías cobraban hasta Bs. 150 (casi 22 dólares)
y por una silla de plástico en los sectores más privilegiados (si es que se
puede llamar así a un lugar sin sombrilla y a ras de acera incomodado por la
infinidad de transeúntes que estorban la vista) exigían Bs. 250 o más. Perdonen
que esté haciendo pucheros pero yo no acudiría a tal fiesta ni aunque me
pagaran generosamente y tener que aflojar la billetera debe de ser para descerebrados
o gente con plata. Es que hay gente con plata, por eso piden tanto, me corrige
mi asesora financiera. Y callo.
Mejor gastar esos 150 pesos en tres o cuatro vinos de buena
calidad para acompañar un sabroso Puchero, el plato que se acostumbra preparar
en los carnavales, especialmente en los mercados vallunos. Cada fecha especial
tiene su acostumbrado manjar para conmemorarla. Bolivia tiene más comidas que
pueblos y ciudades, y me imagino que en los otros países de la región no son
menos. Los largos días del carnaval se pasan saltando entre asados a la
parrilla y mojazones con agua. El martes de ch’alla menudean los humos de los
sahumerios y retumban los cohetillos en casas y negocios como encomendándose a la
buena suerte y rindiendo tributo a la Pachamama con cerveza u otro licor. Es almuerzo
de rigor el puchero, siguiendo la tradición. Para esos días se agota el k’awi (corte
de pecho vacuno) en las carnicerías y los repollos se venden como pan caliente
luego de ser despreciados todo el año. El durazno vale hasta su pepa como si
fuera oro.
En casa preferimos esperar una semana más, para conseguir
los ingredientes con toda calma. Unos tíos y su grupo familiar acostumbran
reunirse una vez al mes, un fin de semana, en algún domicilio por turnos. El domingo
tocaba ejercer de anfitriones a ellos. Qué mejor que un puchero que andaba antojándose
mi tía y también los primos. Había degustado uno, días antes, pero me sumé al entusiasmo
sin rechistar. Nunca me hago de rogar donde hay promesa de buen gusto y
banquete. Y habrá vinitos, me anunciaron para terminar de hacerme feliz. Luego,
mis orejas calentadas dieron absoluta fe de ello.
No sé si habrá preparación más morosa que la de este cocido popular. Toda la noche del sábado vi a mi hacendosa tía efectuando los
preparativos y noté que su cocina estuvo con luz hasta medianoche. No es para
menos alistar esto y aquello, entre otras cosas, remojar y moler el ají
amarillo, remojar los garbanzos y el chuño, adobar la carne y otros menesteres
de ancestral cocina. Al día siguiente, al mediodía fueron llegando los invitados.
Una sopa del apreciado k’awi fue el aperitivo
para los que se apuntaran y refresco de mocochinchi (durazno seco) para la sed.
Yo no caí en la trampa y eso que no había probado nada desde el desayuno. El plato
fuerte es mi fuerte, valga el sinsentido.
Me colé en la cocina para observar el proceso de servido. Sobre
una cama de láminas de repollo hervido pusieron papas blancas, chuño y tunta
(chuño blanco). A continuación una capa de arroz en su punto ligeramente
aguanoso y encima la carne previamente cocida en filetes. Terminaban la decoración
un durazno cocido y motas de garbanzo, todo generosamente regado por la salsa
ligeramente picante del ají amarillo. El toque agridulce del repollo con esa combinación
de arroz y chuño me sumió en el mar de los placeres. ¡Y el k’awi, qué suavidad
de carne por una vez! Preferiría no contaminar el paladar con la textura dulzona
del durazno (otros hasta le suman una pera). Tanto disfruté que hasta repetí
plato con gallardía. De postre sirvieron una especie de budín con maracuyá, ácido
y macanudo, escaso y en su punto menos sólido. Daban ganas de aplaudir pero sólo
se podía murmurar de puro deleite.
Destaparon las botellas. No miré los refrescos ni siquiera
en jarra. Raro placer pavloviano anticipa el ruidito característico del corcho
saliendo de prisión. Vino tinto para sosegar la sobremesa, como para alegrarse
de estar vivo. En esas circunstancias nadie me mueve de mi sitio. Impagable sensación
de saber que el vino manara de cualquier botella para sortear unas partidas de
cacho más adelante, mientras sonaba de fondo el último concierto de Los Chalchaleros.
Ah bueno, comer con banda sonora ya es otra cosa, apreciado José. Siguiendo su inveterada costumbre, acaba haciéndome agua la boca con sus jugosas descripciones.
ResponderEliminarCreo que ya es hora de que empiece a considerar la escritura de un libro basado en la descripción, no de recetas, sino de costumbres gastronómicas.
Ah, por lo visto la “crítica” culinaria se ha vuelto mi fuerte, amigo Gustavo, prometo sacar más entradas al respecto, pero luego no vaya a quejarse si le hago salivar más que la mascota de Pavlov, jeje. Ahora, ponerme a trabajar en serio en un libraco ya son cosas mayores, no sabe cuánto tengo que lidiar con mi pereza para alumbrar unos cuantos párrafos, a veces ni bien comido. Quizá cuando me haga viejo o me muera antesitos (los bolis somos aficionados a hablar en diminutivo), alguien recopile mis resacosas opiniones. Mientras tanto le aconsejo que visite el blog El Comidista de El País, que tiene cosas muy interesantes y con bastante humor, desde luego.
EliminarEfectivamente la ridícula Lazarte es una de las más entusiastas pero no la única que anhela elevar al Olimpo semejante bodrio carnavalesco, alguna vez he oído opiniones autocomplacientes en la tele y ni pizca de sentido común. Se dice también que los cambas buscan lo mismo para su carnaval, copia barata del de Rio. Para eso somos buenos los bolivianos, para jaranear ad infinutum y encima exigir que borrachera+baile sea reconocido como preciado bien cultural.
ResponderEliminarSobre los vinos, ciertamente quité una fotografía porque recordé que ya había publicado antes en un post sobre el Pato al vino, y no sería de buen gusto volver a presumir, ja. Ahora sin afán de aconsejar, porque no tenga ni idea de enología, más bien me muevo por mis gustos; coincido en que los tintos de Kohlbergh son picantones con ese dejo amargo que resaltas, pero igual vino es vino, me han dicho que los de etiqueta roja son más decentes. De los económicos, el mejorcito (no es amargo ni muy dulce) resulta ser el Terruño de Aranjuez especialmente para el churrasco o cosa parecida, en casa es el preferido. Los cabernet sauvignon de Campos nunca me han decepcionado, y alguna vez probé un Concepción tinto que tampoco estaba mal. El domingo le pegamos también un Concha y Toro de litro y estaba fenomenal, tal vez un poquito más áspero que los nacionales. Eso si, por nada del mundo compres de Estancia Mendoza, son horribles, por lo menos los que llegan a nuestros mercados. Y para rematar , uno de los parientes trajo uno argentino poco conocido, creo que era Casa de Campo y tenia excelente cuerpo y aroma, delicioso en suma, y me dijo que hay en los supermercados, pero me imagino que más caro. Espero que vuelvas pronto a los placeres de Baco, porque con juguitos ya pareces oxidado, jeje. Saludos.
Ps. Sobre los buitres, tienen un par de post muy buenos, el de Nostradumus y sus profecías sobre el masismo y aquel del aterrizaje de unos patos en el aeropuerto de Chimoré, es lógico que no están al nivel de El Deforma (chécate este, como dirían los mexis) o el Chigüire venezolano que seguramente conoces. Los muy carroñeros se me anticiparon, se me pasaba por la cabeza abrir un blog satírico y ya tenía hasta el nombre pero pensándolo bien tendría que dedicarme a tiempo completo e instalar internet domiciliario que sigue muy caro. Mejor me dedico a contar mis peripecias culinarias, jeje.