15 agosto, 2017

2 ¿Quién nos protege de los sociópatas con uniforme?





El último fin de semana, la sociedad cochabambina fue estremecida por un espeluznante suceso que casi acabó con toda una familia. Un subteniente de la Fuerza Aérea disparó a quemarropa contra su exnovia de 21 años, al hermano de 19, a quienes hirió mortalmente en la cabeza;  fulminado al padre, también militar, que había salido alertado por un vecino; además de herir gravemente a la hermana menor de 18 años, y disparar en la pierna al hombre que había acudido a ayudar; para posteriormente suicidarse en el mismo sitio. El homicida interceptó a su exenamorada que retornaba a casa acompañada de su hermano, el viernes cerca de la medianoche y, sin pensárselo dos veces, descargó su arma contra todos los presentes. La madre se salvó porque no estaba en el lugar en ese instante. 

La tragedia desnuda una vez más la falta de institucionalidad de nuestro país, demostrando una serie de falencias organizacionales y operativas en todos los niveles. Resulta patético que la comandancia de la división respectiva deslinde responsabilidad –en un comunicado oficial- con toda naturalidad, alegando que fue un hecho personal y que no involucraba a la institución. Y uno se pregunta, si es normal que sus miembros anden armados fuera de instalaciones militares y en cualquier horario, además. ¿Dónde quedan los mecanismos de control del Ejército sobre el uso y portación de armas reglamentarias? ¿Por qué no se hace nada por subsanar estas negligencias, como si no existieran lamentables precedentes?

En marzo pasado, otro efectivo militar burló los controles de ingreso al Batallón Logístico, armado de un fusil fue en busca de su expareja, que estaba de turno en el recinto ese día, y sin más le disparó varias veces hasta matarla para luego suicidarse a continuación. Al asesino no le importó que tuvieran una bebé de pocos meses y las investigaciones arrojaron que había un móvil pasional, una historia de violencia doméstica, detrás del crimen. Tal como sucedió en este reciente caso, el victimario planificó todo el ataque porque la joven había decidido cortar la relación meses atrás. Y si uno retrocede unos años en el tiempo, con toda seguridad que hallaríamos hechos similares donde efectivos, tanto de la Policía como del Ejército, estuvieron implicados.  A menudo he oído relatos de conocidos refiriéndose a que fueron testigos o afectados de incidentes en los que fueron amenazados por policías o militares.

Toda esta catarata de acontecimientos nos lleva a pensar que las instituciones armadas son refugio de gente frustrada, trastornada psicológicamente y con muy baja autoestima. Los padres de familia deberían aleccionar a sus hijas núbiles sobre los riesgos de involucrarse sentimentalmente con tales individuos, porque nunca se sabe cómo van a reaccionar llegado el momento y con un arma de por medio, la posibilidad de que alguien salga lastimado es muy real. Y si a eso le sumamos la fama de mentalidad machista y cerrada que acarrean los uniformados, el peligro está servido y es una bomba de tiempo. Suena hasta ocioso preguntarse si las academias o escuelas de ingreso respectivas cuentan con gabinetes de psicólogos y otros especialistas para evaluar el estado mental y emocional de los postulantes. 

Volviendo al horrendo drama, por si no fuera poco el dolor de los deudos, cabe detenerse en la torpe e inhumana actuación de los investigadores del IDIF, quienes se demoraron más de la cuenta en la entrega de los cuerpos para el velatorio correspondiente, habiéndose mostrado excesivamente puntillosos en efectuar la prueba del guantelete a las víctimas como si no hubiera un testigo directo de la matanza, según informó en una entrevista un abogado pariente de la familia. Y en el colmo de la humillación, primero entregaron el cadáver del homicida, adujo la misma fuente. No es de extrañar la poca profesionalidad e insensibilidad del personal forense y demás autoridades relacionadas. Ni hablar de las condiciones paupérrimas y vergonzosas en las que funciona la morgue. No se cuenta ni con bolsas apropiadas para el levantamiento legal de los fallecidos. Es frecuente ver a la vetusta camioneta de la División Homicidios circulando por las calles con cuerpos envueltos en frazadas, si eso. En una urbe que bordea el millón de habitantes. Terrible. 


2 comentarios :

  1. Apreciado José : el lavado de cerebro propio del mundo mulitar deja sus secuelas en la mente, o "daños colaterales", como se dice en el mundo de la guerra.
    Si a eso se suma el hecho de que portar un arma implica siempre la latente posibilidad- y probalidad - de utilizarla en contra de alguien, tenemos entre las manos un material bastante explosivo y peligroso.
    Son incontables las películas realizadas sobre el denominado " síndrome de Vietnam", como para no alarmarse cuando acontencen cosas de este tipo.
    Apenas como para pensar en el archiconocido proverbio:" Cuando veas que están rasurando a tu vecino, pon tu barba en remojo":

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    1. No sé que estarán esperando las autoridades para poner coto al asunto, amigo Gustavo. Como bien apunta, estas périodicas tragedias con daños a civiles es probable que tambien estén dentro de la doctrina militar como parte de los “efectos colaterales”. Estos sangrientos hechos abren otra vez el debate sobre el papel real de las Fuerzas Armadas, que según nuestra Carta Magna deberían estar resguardando las fronteras, en vez de estar acantonadas en las ciudades, donde lejos de brindar protección, mas bien contribuyen a aumentar la sensación de inseguridad ciudadana.

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