El último fin de semana, la sociedad
cochabambina fue estremecida por un espeluznante suceso que casi acabó con toda
una familia. Un subteniente de la Fuerza Aérea disparó a quemarropa contra su exnovia
de 21 años, al hermano de 19, a quienes hirió mortalmente en la cabeza; fulminado al padre, también militar, que había
salido alertado por un vecino; además de herir gravemente a la hermana menor de
18 años, y disparar en la pierna al hombre que había acudido a ayudar; para
posteriormente suicidarse en el mismo sitio. El homicida interceptó a su
exenamorada que retornaba a casa acompañada de su hermano, el viernes cerca de
la medianoche y, sin pensárselo dos veces, descargó su arma contra todos los
presentes. La madre se salvó porque no estaba en el lugar en ese instante.
La tragedia desnuda una vez más la falta de
institucionalidad de nuestro país, demostrando una serie de falencias
organizacionales y operativas en todos los niveles. Resulta patético que la
comandancia de la división respectiva deslinde responsabilidad –en un
comunicado oficial- con toda naturalidad, alegando que fue un hecho personal y
que no involucraba a la institución. Y uno se pregunta, si es normal que sus
miembros anden armados fuera de instalaciones militares y en cualquier horario,
además. ¿Dónde quedan los mecanismos de control del Ejército sobre el uso y
portación de armas reglamentarias? ¿Por qué no se hace nada por subsanar estas
negligencias, como si no existieran lamentables precedentes?
En marzo pasado, otro efectivo militar burló
los controles de ingreso al Batallón Logístico, armado de un fusil fue en busca
de su expareja, que estaba de turno en el recinto ese día, y sin más le disparó
varias veces hasta matarla para luego suicidarse a continuación. Al asesino no
le importó que tuvieran una bebé de pocos meses y las investigaciones arrojaron
que había un móvil pasional, una historia de violencia doméstica, detrás del
crimen. Tal como sucedió en este reciente caso, el victimario planificó todo el
ataque porque la joven había decidido cortar la relación meses atrás. Y si uno
retrocede unos años en el tiempo, con toda seguridad que hallaríamos hechos
similares donde efectivos, tanto de la Policía como del Ejército, estuvieron
implicados. A menudo he oído relatos de
conocidos refiriéndose a que fueron testigos o afectados de incidentes en los
que fueron amenazados por policías o militares.
Toda esta catarata de acontecimientos nos
lleva a pensar que las instituciones armadas son refugio de gente frustrada, trastornada
psicológicamente y con muy baja autoestima. Los padres de familia deberían
aleccionar a sus hijas núbiles sobre los riesgos de involucrarse
sentimentalmente con tales individuos, porque nunca se sabe cómo van a
reaccionar llegado el momento y con un arma de por medio, la posibilidad de que
alguien salga lastimado es muy real. Y si a eso le sumamos la fama de
mentalidad machista y cerrada que acarrean los uniformados, el peligro está
servido y es una bomba de tiempo. Suena hasta ocioso preguntarse si las
academias o escuelas de ingreso respectivas cuentan con gabinetes de psicólogos
y otros especialistas para evaluar el estado mental y emocional de los
postulantes.
Volviendo al horrendo drama, por si no fuera
poco el dolor de los deudos, cabe detenerse en la torpe e inhumana actuación de
los investigadores del IDIF, quienes se demoraron más de la cuenta en la entrega
de los cuerpos para el velatorio correspondiente, habiéndose mostrado
excesivamente puntillosos en efectuar la prueba del guantelete a las víctimas
como si no hubiera un testigo directo de la matanza, según informó en una entrevista
un abogado pariente de la familia. Y en el colmo de la humillación, primero
entregaron el cadáver del homicida, adujo la misma fuente. No es de extrañar la
poca profesionalidad e insensibilidad del personal forense y demás autoridades
relacionadas. Ni hablar de las condiciones paupérrimas y vergonzosas en las que
funciona la morgue. No se cuenta ni con bolsas apropiadas para el levantamiento
legal de los fallecidos. Es frecuente ver a la vetusta camioneta de la División
Homicidios circulando por las calles con cuerpos envueltos en frazadas, si eso.
En una urbe que bordea el millón de habitantes. Terrible.
Apreciado José : el lavado de cerebro propio del mundo mulitar deja sus secuelas en la mente, o "daños colaterales", como se dice en el mundo de la guerra.
ResponderEliminarSi a eso se suma el hecho de que portar un arma implica siempre la latente posibilidad- y probalidad - de utilizarla en contra de alguien, tenemos entre las manos un material bastante explosivo y peligroso.
Son incontables las películas realizadas sobre el denominado " síndrome de Vietnam", como para no alarmarse cuando acontencen cosas de este tipo.
Apenas como para pensar en el archiconocido proverbio:" Cuando veas que están rasurando a tu vecino, pon tu barba en remojo":
No sé que estarán esperando las autoridades para poner coto al asunto, amigo Gustavo. Como bien apunta, estas périodicas tragedias con daños a civiles es probable que tambien estén dentro de la doctrina militar como parte de los “efectos colaterales”. Estos sangrientos hechos abren otra vez el debate sobre el papel real de las Fuerzas Armadas, que según nuestra Carta Magna deberían estar resguardando las fronteras, en vez de estar acantonadas en las ciudades, donde lejos de brindar protección, mas bien contribuyen a aumentar la sensación de inseguridad ciudadana.
Eliminar