Casi siempre el fútbol ha estado reñido con la literatura, o mejor dicho la literatura con el fútbol, quizá debido a que los literatos, salvo excepciones,-como el escritor aventurero o viajero-, siempre han sido, físicamente hablando, poco aptos para practicarlo. El literato en su niñez, generalmente constituía un ser marginado, de naturaleza introvertida, débil de carácter, poco dado a los juegos de grupo o al compañerismo, un bicho raro de la naturaleza que mataba las horas leyendo o edificando mundos imaginarios antes que jugando a la pelota.
Otra razón para la aversión natural al fútbol se fundamenta en la naturaleza popular del mismo, como se originó en las clases más humildes de la sociedad inglesa, siempre fue objeto de desprecio por algunos sectores. Amén de que en un principio era un deporte bastante rudo, casi desprovisto de reglamentaciones y naturalmente las condiciones de campo no eran de las mejores. A lo largo de su evolución, el deporte rey, ha tenido insignes detractores como poéticos defensores.
Ya entonces, el escritor británico Rudyard Kipling, autor de libros de aventuras como ‘El libro de la selva’ o ‘El hombre que pudo reinar’ despreciaba al deporte y a 'las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan’.
Por otro lado, Jorge Luis Borges, autor de los relatos quizá más hipnóticos, enigmáticos y fascinantes que ha visto la literatura, como el misterio que envuelve su supuesta inexistencia, dijo alguna vez que el fútbol era ‘una cosa estúpida de ingleses... Un deporte estéticamente feo: once jugadores contra once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos.
Se dice que Albert Camus, el eximio autor existencialista de ‘El extranjero’ en plena juventud jugaba de portero cuando vivía en tierras argelinas y alguna vez declaró ''la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Esto me ayudó mucho en la vida... Lo que más sé acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol''.
Según un biógrafo, el filósofo alemán Martin Heidegger, en su juventud fue puntero izquierdo y podía pasar mucho tiempo hablando apropiadamente y con entusiasmo de Franz Beckenbauer y la selección alemana.
La literatura ha dado grandes frases también para el fútbol, como aquella (no recuerdo desgraciadamente al autor): ‘Europa encontró en el fútbol una forma de odiarse sin despedazarse’
Pier Paolo Pasolini, gran poeta y cineasta, quizá haya dado la mejor y más hermosa definición: ''El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos de gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra poética. El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. El fútbol que produce más goles es el más poético. Incluso el dribbling es de por sí poético (aunque no siempre como la acción del gol). En los hechos, el sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es partir de la mitad del campo, driblar a todos y marcar el gol. Si, dentro de los límites consentidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es ésa. Pero no sucede nunca. Es un sueño''. Lástima que Pasolini, no haya visto jugar a Maradona o a Zidane.
Gabriel García Márquez, si bien en un principio fue escéptico, declaró: ''No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien''.
Quién no ha disfrutado de Eduardo Galeano, y su ‘Fútbol a sol y sombra’, donde se confiesa como un ‘matado’ (inepto) para la pelota, pero su forma única de describir el juego y el sentimiento del hincha, plagado de nostalgia y aroma de cotidianidad, decía “el gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna”.
Pero fue Manuel Vásquez Montalbán, distinguido literato, bon vivant y aficionado de lujo culé, uno de los primeros en demostrar que futbol y literatura no siempre deben estar peleados. Y sin duda uno de los más mordaces y más lúcidos en teorizar sobre el deporte y sus implicaciones. En su obra “Futbol una religión en busca de Dios”, aventura que el deporte rey se ha convertido en una religión para los hinchas y compara a los estadios con catedrales, y se muestra crítico con la inevitable comercialización del espectáculo al ritmo que marcan la Fifa y las transnacionales del marketing deportivo y las televisiones.
Los literatos que aman el fútbol, son ante todo puristas, sólo buscan la belleza del juego y explicar ya sea sociológica o poéticamente el cúmulo de emociones del alma humana desembocadas en un torrente apoteósico llamado gol. Como naturales estetas de las letras, los escritores aborrecen las acciones violentas o todo aquello que lastra o desluce las acciones de juego y la parafernalia circense que le acompaña.
Ignoro si a don César Vallejo le interesó alguna vez ese deporte que hombres como Garrincha, Pelé, Maradona y Lionel Messi elevaron a la dimensión de categoría estética. Quien sabe, a lo mejor pensaba lo mismo que Jorge Luis Borges, que más da. Para el asunto que aquí nos importa la clave está en que un equipo de fútbol peruano lleva el nombre del poeta que se murió en París con aguacero. Lo anunciaron en el canal deportivo Fox : “A primera hora Atlético Huila frente a Trujillanos de Venezuela y más tarde César Vallejo ante Coquimbo de Chile” dijo el locutor, exagerando el acento porteño.
ResponderEliminar-¡Carajo, esto si que es una maravilla. Que los equipos de fútbol ahora lleven nombres de poetas! casi le grité al sujeto con cara de insomne que me miraba desde el fondo del espejo. Sin mucho esfuerzo, imaginé un club argentino llamado Oliverio Girondo, otro chileno que responde al nombre de Nicanor Parra, uno brasileño bautizado Geraldino Neto y más allá un equipo mejicano conocido como “Los Zopilotes del norte” cuyo verdadero nombre es Ramón López Velarde Fútbol club. Forzando el optimismo, me atreví a pensar en un conjunto colombiano llamado Atlético León de Greiff, recién ascendido a la primera división.
- No es para tanto, no es para tanto. Me dijo un profesor que escribe versos y se gana la vida dando clases de álgebra en colegios privados. Pasa que la pequeña ciudad donde tiene su sede ese equipo se llama así: César Vallejo, sin que eso signifique que los jugadores reciten de memoria los versos del poeta. A lo mejor, ni siquiera han escuchado hablar de él en su vida.
- ¿ Y qué? Le respondí. Lo que me interesa es la relación de amor, tantas veces no correspondida, que algunos poetas y escritores han mantenido con el fútbol, al punto de dedicarles versos a sus ídolos, o acuñar frases que, sacadas de contexto, se convirtieron en declaración de principios para mucha gente, como aquella de Albert Camus, donde dice que la patria es la selección de fútbol.
Pensaba , también, en el poema que Vinicius de Moraes le dedicó a Mané Garrincha, en los tiempos en que las caderas de esa garota inmortal llamada Elsa Soares le hicieron perder el rumbo. Recordé el reportaje que Ernesto Sábato le concedió a la revista argentina El Gráfico, donde reveló su paso por las divisiones inferiores de Estudiantes de la Plata. Evoqué a Peter Handke escribiendo el borrador de esa dolorosa novela titulada “La soledad del portero ante el penalty”. Volví a las páginas de ese libro memorable del gordo Oswaldo Soriano que ostenta el título de “Memorias del mister Peregrino Fernández y otros relatos de fútbol”. La lista empezó a hacerse interminable, pero no puedo dejar pasar la indignación del uruguayo Eduardo Galeano porque “o jogo bonito” se nos convirtió en un mercado de piernas y mucho menos puedo omitir sin remordimientos los versos que Joaquín Sabina le dedicó al Atlético de Madrid o los que su compinche Joan Manuel Serrat compuso para su amado Barcelona.
Insisto: no me interesa averiguar si los hinchas del César Vallejo Fútbol Club del Perú corean, en lugar de estribillos incendiarios, los versos del autor de Los heraldos negros. Jamás sabré si los jugadores recitan en voz baja sus poemas antes de saltar a la cancha. De lo que si estoy seguro es de que a la hora de las goleadas en contra todos recuerdan y recordarán por los siglos de los siglos aquello de “…Hay golpes en la vida/ tan fuertes… ¡yo no sé! / golpes como del odio de Dios” seguido de “ …esos golpes sangrientos son las crepitaciones/ de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”.
Me he quedado de piedra, estimado Gustavo, gracias por su contribución, por tomarse el tiempo de enriquecer y darle un nuevo giro a la entrada. Estoy seguro que los lectores no quedarán indiferentes. Respecto al nombre poetico del equipo trujillano, la verdad no me sorprende, imaginese que en Belfast han bautizado el aeropuerto internacional como "George Best" y no un estadio como cabría esperar. Son cuestiones practicas, asuntos de turismo, lo mismo para el equipo peruano.Entiendo que es un conjunto recien ascendido y de la universidad Cesar Vallejo de Trujillo,viendolo desde otro ángulo, por lo menos suscitan la curiosidad en el resto de mundo y logicamente muchos se toparán con los versos sublimes y se convertirán en "hinchas" del gran poeta, aunque no sea una via muy decorosa.
ResponderEliminarAmigo, José. Creo que el buenazo de Best se merece con creces el tributo. No solo por lo formidable que fue como futbolista, sino por aquél aforismo inolvidable : " Todo lo que gané en el fútbol lo invertí en licor, juego y mujeres.El resto lo dilapidé".
ResponderEliminarCon toda razón Gustavo, de hecho yo me bauticé como bloguero con un articulo sobre él, algo mas de un año atras. Aunque peque de exagerado, para mí es el mas grande de los filosofos que ha dado el fútbol. Lástima que no lo haya visto jugar, apenas lo he visto en un par de videos. Si le interesa, ahi va el link, me perdonará la ingenuidad, por tratarse de mi primer articulo. Un saludo.
ResponderEliminarhttp://perropuka.blogspot.com/2010/08/george-best-el-futbolista-filosofo.html