Hasta no hace mucho, la plaza principal de la urbe cochabambina era el sitio preferido por nuestros viejos para ocupar sus bancos. Daba gusto verlos reunidos, de cuando en cuando, con el semblante risueño, seguramente recordando tiempos pasados, mientras soltaban alguna risilla. O aquel que mataba el tiempo alimentando a las palomas, o quién sabe, alguno descansando el puño en el bastón, extraviado en sus pensamientos mientras observaba melancólico a los chiquillos correteando. Soñando con aquella vida que fue.
Sólida estampa ofrecía este histórico paraje, coronado en el centro por un cóndor a punto de levantar vuelo. Los jardines siempre floridos, que según la estación mutaban en filigranas de margaritas, pensamientos, bocas de dragón y otras florecillas. Siempre era reconfortante hacer un alto al mediodía bajo sus árboles frondosos, con la mirada perdida en la nada, interrumpido a intervalos por el trino en las ramas. La plaza respiraba tranquilidad, quietud, civismo, urbanidad. Sabía a amistosa neutralidad, a espíritus desarmados, a fuente rebosante, a hojarasca acariciada por el viento.
Eso era una nuestra Cochabamba, “ciudad jardín” nos llamaban las otras ciudades, celosas de nuestro envidiable clima. No hay como la LLajta para ir a descansar, se decía. Pero de ciudad jardín a ciudad bacín hay un paso. No solo rimando.
Porque resulta que a raíz de la ascensión de Evo Morales y su celebérrimo Proceso de Cambio, nuestra querida y respetada plaza de toda la vida se ha convertido en cuartel político del partido oficialista, donde no solo se realizan mítines casi a diario por parte de activistas afines que, no contentos con su verborrea de charlatanes de feria, nos ofrecen el triste espectáculo de contaminar el ornato con sus carteles gigantescos, sus paneles de cartón prensado y el ruido molesto de sus megáfonos.
La plaza es un hormiguero, donde no sólo pululan los buscapegas (desempleados políticos) en puertas de la Alcaldía y de la Gobernación con sus folders bajo el brazo, sino también toda suerte de mercachifles que han visto en la relajación del control una oportunidad para convertir el sitio en un mercadillo persa. Antaño sólo estaban los quioscos de periódicos, ahora basta alargar el brazo para pillar una herramienta eléctrica, relojes de imitación o mantas en el suelo del corredor con libros de autoayuda. Y por supuesto, vendedores ambulantes de comida y el desquiciante claxon de los heladeros. Todos tienen derecho a ganarse la vida, pero no de cualquier modo.
Como adivinarán, nuestros ancianos ya no asoman la triste figura por allí, porque aunque quisieran ya no hay sitio. Los bancos están ocupados a menudo por dibujantes y sus cartulinas que facilitan a los colegiales vagos sus tareas por unos cuantos pesos. No falta también algún alcohólico o inhalador de pegamento que duerme a plena luz del día atravesado sobre los asientos, desgastados prematuramente por el mal uso y el excremento de los pájaros. A ver quién limpia.
Pero nada resulta todo esto comparado con lo que paso a detallar, me da asco el solo recordar y la más grande de las vergüenzas cuando pienso en los turistas que visitan la plaza. Es terriblemente nauseabundo pasar por el corredor de la catedral, frecuentemente apesta a orines .Y nadie hace nada. Ni los obispos ni el municipio. Normal, si los pasillos se han convertido en dormitorio-mingitorio de vagabundos. Normal, si las autoridades apoyan la almohada en alguna colina residencial. Y todavía tienen el descaro de sacar propaganda con la leyenda de “nuestra hermosa Cochabamba”. Si esto ocurre en pleno corazón de la ciudad, imagínense un poco más allá.
Foto: marcha de cocaleros -EFE |
Aquí no terminan las tribulaciones de nuestra pisoteada plaza. Cada cierto tiempo, cuando le llueven las marchas de protesta, el Gobierno organiza contramarchas con sus movimientos sociales adictos, como el día de ayer trajo por camionadas a miles de cocaleros del Chapare, para “hacer respetar al hermano Evo y al gobierno del pueblo” según dijeron sus organizadores acudiendo al llamamiento público del siempre belicoso vicepresidente del Estado. Menos mal que los sectores obreros suspendieron sus protestas por esa jornada para evitar enfrentamientos. Una vez más nuestra histórica plaza fue colmada por la horda de cocaleros y otros campesinos expresamente traídos para agitar las banderas del pachamamismo.
Por varias horas la multitud apelotonada escuchó con disciplina militante, los discursos encendidos de los oradores fustigando a los médicos huelguistas, o siempre aludiendo a la derecha, a los neoliberales y a otros enemigos invisibles como culpables de la ola de protestas. Mientras tanto, una hueste de comerciantes convirtió el lugar en un patio de comidas, un mercadillo de frutas, ropa usada y otras baratijas, solo faltó la rueda de la fortuna para completar la postal de una feria. Y lo que más duele aceptar, las jardineras y bordillos de acera de todo el cuadrilátero transformados en un gigante basurero.
Resulta paradójico escuchar constantemente a los defensores de la Madre Tierra despotricando contra la tecnología occidental y, cuyos filósofos al uso, hablan de una cosmovisión en la cual la naturaleza es la entidad viva y suprema, donde el hombre es solo una pieza más, en consonancia con las montañas, las plantas, las piedras y los fenómenos atmosféricos. Todo ese discurso poético a lo Avatar me lo creería de buena gana si sus movimientos sociales no pisotearan –literalmente- cada vez que vienen, los jardines esmerados de nuestra plaza, dejando a su paso montones de basura y restos de coca masticada. Y dejen de convertir a los hermanos árboles en improvisados urinarios. Qué duro revés para los trabajadores de la Unidad de Áreas Verdes del municipio, que me consta, son los únicos que diligentemente se esfuerzan bajo el inclemente sol.
"Viejo, mi querido viejo", canta el argentino Piero di Benedictis, apreciado José. Su imagen de ancianos exiliados y jardines pisoteados, me llevó a evocar las diatribas de algunos personajes de Ernesto Sábato ( Bruno Bassán, Alejandra Vidal Olmos, Martín del Castillo o Juan Pablo Castel)contra esa manera de arrinconar o incluso exterminar los aspectos más entrañables de la existencia en nombre de abstracciones sin asidero en la realidad. Cuántas veces invocamos cada día conceptos como justicia, libertad y equidad para disfrazar apetitos rastreros o entelequias políticas.
ResponderEliminarUn poeta de estas tierras llamado Luis Carlos González lo dijo de manera simple y certera : "Porque se volvió ciudad/ murió mi pueblo pequeño".
Gracias por evocar la entrañablemente melacólica canción de Piero, amigo Gustavo. Es una pena que ahora arrinconemos a nuestros viejos en esos asilos llamados eufemisticamente "Club de la Gente Mayor", que alguna empresa construye como muestra de su "responsabilidad social", más como requisito a cumplir con los ISOs y otros estándares industriales antes que por genuina convicción. Paulatinamente los hemos ido retirando de los Paseos y plazas, porque hacen bulto o estropean el paisaje como los bancos desvencijados. El verso citado no podía ser mas claro, la prisa gobierna en este mundo de locos.
ResponderEliminarTu descripcion de la violacion de una ciudad, o un lugar entrañable de esa ciudad, por la politica y sus variados orines, es tan sentida que hasta me parece que he estado alli. !Que lastima! Pero Cochabamba, supongo, volvera a ser Ciudad Jardin.
ResponderEliminarTienes razón, querido Lalo, nuestra ciudad volverá a ser Ciudad Jardin por poco tiempo, como me temo: resulta que estos dias el municipio está trabajando en forma febril por arreglar las jardineras, llenándola de flores, pero solo de algunas avenidas por donde pasarán las caravanas de visitantes del exterior por la Cumbre de la OEA que se efectuará en junio. Mero maquillaje, sospecho.
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