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Semana fatídica. En menos de
siete días hemos sido sacudidos por cuatro terribles accidentes de tráfico. No
son accidentes comunes, o individuales, que suelen ocurrir todos los días en
cualquier carretera del mundo. Viajar
por nuestra cuenta es siempre una lotería que el destino nos tiene reservada.
Suponemos que confiar nuestras vidas a profesionales del volante disminuye los
riesgos. Lamentablemente, los últimos hechos acaecidos parecen revertir esa
creencia. No puede ser simple coincidencia.
En Bolivia, dado que no tenemos
ni una sola autovía- de cuatro carriles se entiende-que nos comunique entre las
ciudades principales, viajar en coche pequeño es muy peligroso, porque el
parque automotor ha crecido casi exponencialmente en la última década, con las
oleadas de contrabando que han internado miles de los llamados “transformes”,
vehículos japoneses dados de baja y con el volante a la derecha. Este es el
único país donde se permite la transformación: trasladar el volante hacia la
izquierda, a veces en talleres clandestinos, y conservando a menudo el tablero
de los controles en su sitio original. En estos casos un simple choque puede
ser fatal para el acompañante, corriendo el riesgo de estrellar la cabeza
contra el borde filoso que queda tras el volante. A nadie parece preocuparle la
seguridad. No se extrañen que ya hayan ocurrido desgracias por culpa de una
dirección trabada.
La llegada desordenada y masiva
de los transformes ha colapsado la capacidad de las carreteras. Antes era
relativamente sencillo adelantar a un vehículo lento y pesado. Actualmente, en ciertos
sitios se dan verdaderos cuellos de botella, con largas colas, donde todos
aguardan su turno para adelantar a un camión recargado. Sortear uno de estos
largos vehículos suele ser el mayor riesgo, especialmente para automóviles, que si no calculan bien la distancia puede ser el último viaje. Hace
menos de un año, acompañé a uno de mis primos, en su jeep rumbo a Oruro. Con
cinturón de seguridad y todo, experimenté temor en ciertos tramos,
especialmente en las rectas, donde cruzarse con los enormes buses, por la velocidad
que imprimen, suele ocasionar turbulencia. En estas condiciones, aún a 40 kilómetros
por hora, impactar contra un bus o camión puede ser fatal. Aunque les parezca increíble,
pocos usan el cinturón de seguridad, con la excusa de que incomoda y existe la
impresión de que únicamente la gente tonta lo hace. Solo hay que ver la sonrisa
burlona, principalmente de los camioneros. ¿Acaso no dije, que este país es de
razonamientos absurdos y enrevesados?
Volviendo al principio, es terriblemente preocupante y
desolador que en menos de una semana,
cinco autobuses, con capacidad de más de cincuenta plazas, hayan sufrido horrorosos accidentes: dos choques frontales, un vuelco de costado y un embarrancamiento
(sí, una vez más en la tristemente célebre Carretera de la Muerte). Sería
irrespetuoso entrar en detalles. Bastará con resumir que, entre todos se han
cobrado la vida de más de 65 personas (hay algunos desaparecidos que se los
llevó un rio impetuoso) y ocasionado más de un centenar de heridos. Lo llamativo
de estos casos reunidos es que todos poseen un factor común: ocurrieron a altas
horas de la noche.
Podríamos barajar diversas causas; de ellas, el estado mecánico
de los vehículos es la menos probable. Todo apunta a errores humanos, según
testimonio de los sobrevivientes: que el chofer se durmió por cansancio, exceso
de velocidad, sobrecarga de pasajeros, conducción temeraria y, lo más grave,
conductores alcoholizados. Como ejemplo de esto último, un pasajero argentino
que resultó con magulladuras, se quejó amargamente que, minutos después del
accidente, “el chofer gritaba como loco y tenía aliento alcohólico”. A
continuación, relataba cómo buscaba con desesperación una salida de emergencia.
“Si el bus hubiera tenido cinturones de seguridad, muchos se hubieran salvado,
añadió”. A este inocente visitante habría que contestarle, no sin sonrojo,
“bienvenido al tercer mundo, hermano querido”.
Si algún viajero aventurero viene a visitarnos, le
recomiendo que procure no viajar de noche. Ni yo mismo lo hago, las pocas veces
que me he visto obligado a hacerlo, iba totalmente alerta. Sé de lo que hablo.
Los floteros, como aquí se les denomina, son unos malnacidos, por decir
menos. La mayoría de los incidentes que
ocasionan se debe a que consumen alcohol cuando viajan de noche con la excusa
de que los mantiene despiertos. A pesar de los controles en la partida, a medio
camino se las ingenian para beber en una de esas posadas de mala muerte. Luego ocurre
lo inevitable, no hace falta estar borracho para conducir al borde del
desastre.
Casi todos los pasajeros se desentienden del riesgo,
echándose a dormir. Así, no es raro que el chofer y su ayudante conviertan el
habitáculo de la cabina en una improvisada cantina (con música incluida),
mientras el conductor de relevo duerme en uno de los buzones del bus. Luego
hacen gala de prácticas peligrosísimas, como el de “torearse” mutuamente con
floteros de empresas rivales, jugando a quién es más macho adelantándose. Lo
hacen hasta en curvas cerradas. Lo he visto un par de veces viajando en camión,
cuando acompañaba a un familiar dedicado al transporte. Estos infames al
volante no aprecian ni sus propias vidas, considerando que los buses actuales
tienen un diseño con parabrisas panorámico, donde el asiento del chofer esta
casi al nivel del suelo, tanto que hasta el choque con una moto puede matarlos.
Como era de esperar, y con toda la atención mediática
encima, las autoridades parecen despertar de su apatía. Hablan de instalar monitores
con GPS en todas las flotas (hace más de un año que lo vienen anunciando). La policía
despliega operativos mostrándose estricta con los requisitos en las puertas de
la terminal. Los choferes soplan en los alcoholímetros mientras las cámaras los
enfocan. Siempre sucede lo mismo después de que hay accidentes graves. Luego
vuelta a la normalidad. Es decir, el relajamiento de los controles es la regla.
Entretanto, todos se echan la culpa de los accidentes. El sindicato de
transportistas se queja del mal estado de las carreteras (los huecos en el
asfalto que obligan a invadir carril contrario), los usuarios acometen contra
la policía caminera por no monitorear en el trayecto. Ésta, a su vez, se queja
de la falta de recursos y vehículos para efectuar el control. Todos tienen razón
y también responsabilidad, incluidos nosotros los usuarios, que impacientes a
veces nos molestamos que el bus vaya lento, exigiendo al conductor que acelere,
y cuando los agentes se ponen a revisar en tramos intermedios, no faltan
pasajeros que se irritan por el posible retraso, y sobre todo, es muy
frecuente que a medio camino, suban viajeros para instalarse en los pasillos y
nadie se queja. Todo el tiempo el mismo círculo vicioso. Como apuntó un
periodista, “morimos como animalitos” y a nadie parece importarle.
Hace un rato, en tu post anterior, escribí sobre los peligros de las rutas argentinas, en una de las cuales murió Cafrune... yo creo que fue un accidente el del cantor. Hace ya mucho tiempo que vivo en un país donde el tránsito (sigo diciendo “tránsito”, no me he acostumbrado a la palabra “tráfico”, tan usada pero que a mí me suena como… no sé, comercio de esclavos, materias primas, cocaína) un país, digo, donde el tránsito me parece algo natural, con un margen de seguridad más o menos sensato. Pero hace un par de años, de visita en mi ciudad natal (adoptiva, en realidad, pero ya saben), conversando en una esquina a las 10 de la noche, veo aproximarse a toda velocidad un enorme camión por una calle, sin una sola luz encendida, que sin frenar ni siquiera un poquito cruzó la intersección a unos 40 km por hora. Me dejó sin aliento. Y recordé que durante décadas había visto algo parecido en otras esquinas de mi ciudad. Y que en la esquina donde viví durante muchos años, una intersección en la que no pusieron luces durante mucho tiempo, y cuando las pusieron muchos no le hacían caso, o no funcionaban, los choques eran cosa de casi todos los días. Las estadísticas, me dicen, son pavorosas. La estupidez mata mucha más gente que la malicia, creo yo.
ResponderEliminarCon alguna excepción y con mayor o menor grado , transitar por las carreteras latinoamericanas constituye una variable local del juego de la ruleta rusa, apreciado José. Si bien la topografía ayuda poco, los niveles de irresponsabilidad de los conductores de transporte público y privado no tienen parangón. A los factores enumerados por usted, súmele la reciente y fatídica costumbre de hablar por teléfono móvil mientras se conduce. Según las autoridades , esa práctica aumenta de manera exponencial el riesgo de accidente. De modo que entre la falta de educación, la indolencia y la corrupción de los guardas de tránsito conforman un panorama que invita más bien a quedarse en casa.
ResponderEliminarAyer, mientras te contestaba al otro post de Cafrune, amigo Lalo, se cortó la energía, así que por experiencia tengo la precaución de guardar los comentarios en cuanto entro a un cibercafé. Aquí, si uno quiere conservar su CPU en buen estado debe usar un estabilizador de voltaje porque los cortes y bajadas de tensión son constantes. En cualquier caso, me disculparán que a veces tarde un par de días en responder a los comentarios. Ya sabes lo que cuesta tener banda ancha domiciliaria por estos parajes. Ahora que citas la palabra “tráfico” tienes toda la razón, se me coló involuntariamente, eso pasa por leer tanta prensa española en internet, y cierto, en Bolivia es sinónimo de drogas y todo el comercio relacionado con ellas. Algo similar a la anécdota que nos compartes, aquí sucede a diario, hablo de mi ciudad, donde pese a tener los famosos semáforos “inteligentes” no faltan conductores, especialmente los micreros que temerariamente se atraviesan los semáforos en rojo, para “no perder impulso”, confiados en que no asoma otro vehículo en la intersección. Para ellos los transeúntes son invisibles. Así que si un peatón quiere atravesar una calle, aparte de fijarse en el semáforo debe mirar que el vehículo que aparece está frenando. Contrariamente a lo que sucede en otras partes, con la luz en naranja, en vez de empezar a frenar, aquí se pisa el acelerador. Es cosa de todos los días ver vidrios o plásticos de los faroles desparramados en las esquinas.
ResponderEliminarCiertamente, amigo Gustavo, al transitar por nuestras calles hay que ser muy precavido, especialmente al conducir moto, y antes de pasar por una esquina es necesario tocar bocina aun con la luz en verde, porque nunca falta un imbécil que se atraviese una intersección con la luz en rojo, al ver que esta vacía por unos segundos. Cuando me fui a vivir a España, las primeras semanas me quedé pasmado cuando los automovilistas se detenían ante un paso de cebra si había un peatón aguardando, y ¡con la luz en verde para los coches!...Aquí falta mucha cultura vial, como anécdota, un señor mayor que había regresado de EEUU después de muchos años, me comentaba que las primeras semanas le daba terror conducir en las calles cochabambinas, por el sinfín de maniobras estúpidas y antirreglamentarias que efectúa la gente al volante. Aparte de la escasa señalización horizontal y vertical, se añade el gran problema de los celulares que usted acota, alguna vez he intentado reclamar a un chofer por esto, pero la gente en vez de apoyar, encima te mira raro. Hablar de los famosos rompemuelles o badenes levantados sin el cartel de aviso, es el colofón. Pobre de aquel conductor de otra ciudad.
ResponderEliminarho letto come sempre con interesse il tuo articolo, la cosa che mi fa più paura è il fatto che gli autisti siano ubriachi!! bere su quelle strade è da suicidi.
ResponderEliminaruna tua frase mi ha colpito, l'avevo già letta in altri articoli:
posadas "de mala muerte"
de Mala muerte. di mala morte. di brutta morte.
in spagnolo rende perfettamente l'idea.
è dA FILM horror, come il nome del paese vicino a Bolgna che si chiama "malalbergo" ci saranno omicidi in quell'albergo?
che ci succede?
potenza delle pArole!
ciao Josè
fiore
Ay!, cara amica Fiore, lo de los conductores ebrios es un problema constante en Bolivia, ya es una cuestión cultural. Algunos choferes combinan alcohol con masticado de coca, que es una mezcla terrible para poder conducir, es como estar drogados. A los pocos días de estos accidentes horrorosos, se ha vuelto a pillar a otros igualmente borrachos. Estos desalmados no aprenden la lección, ni con tantos muertos en carretera. Estos días recién se están instalando aparatos GPS a los autobuses, espero que con eso se mejore el control de las autoridades, aunque yo soy escéptico.
ResponderEliminarEn español se utiliza mucho la expresión de “mala muerte” cuando se habla de cualquier negocio, bar, alojamiento, etc. de pésima calidad, sucio o asqueroso. Que hayan nombrado a una región o paese “Malalbergo” me parece francamente surrealista. Parece sacado de una película de giallo de Dario Argento. Gracias por compartir ese dato interesante. Saludos.