Cochabamba es el único lugar del mundo donde
la comida busca al hambriento y no al revés. Prácticamente no hay sitio en esta
“ciudad de la presencia de Dios” que no haya sido colonizado por los puestos de
comida callejera. Con seguridad, se puede afirmar que aproximadamente en cada
cuadra del centro existe un snack o cualquier otro merendero al paso, más o
menos organizado. Demás está decir que obviamente los numerosos mercados
cuentan con su sector de comidas donde se puede calmar el ardor del estómago
por precios módicos.
Sin embargo, a pesar de la variada oferta de
estos sitios fijos, las aceras se ven invadidas desde hace algunos años por
toda suerte de comerciantes ambulantes de alimentos, que no tienen mejor
ocurrencia que estorbar el movimiento de peatones, apostándose en cualquier
lugar, especialmente en las esquinas. Si en las calles pululan puestos o
carritos de hamburguesas, rellenos de papa, empanadas, sándwiches de todo tipo,
anticuchos a la brasa, o las apestosas tripitas retostadas de noches quietas,
es consecuencia de que el ciudadano común siempre está predispuesto para
llevarse a la boca cualquier cosa en todo momento. Las condiciones de
manipuleo, higiene y comodidad son lo de menos. Es que aquí no se come, se
traga como si no existiera mañana. Da lo mismo hacerlo a pasos de una rejilla
de alcantarilla o arremolinados en torno del vendedor como una auténtica piara.
Cualquier calle importante ofrece estos insólitos espectáculos de gente
moviendo la mandíbula grotescamente, de pie o sentados sobre banquitos casi al
ras del piso.
No se salvan ni las plazas, pasajes urbanos,
veredas de tiendas elegantes, puertas de instituciones públicas, colegios e
institutos y otros sitios de gran afluencia que se han convertido
paulatinamente en improvisados engullímetros, a la vista y paciencia de las autoridades.
Hacer fila al mediodía detrás de unas ollas humeantes, así disciplinada y educadamente,
es lo que la distingue de una tropa de miserables en épocas de hambruna. Habrase
visto algo tan surreal como visitar una galería de arte y, justo en la puerta,
toparse con un vulgar comedor callejero a media mañana… ¿una performance de
arte conceptual, quizás?
Pensábamos, siguiendo la lógica o respetando
un mínimo sentido común, que había por lo menos alguna excepción al fenómeno.
Observar que gran parte de la acera del hospital público Viedma haya sido
invadida por varios puestos de comidas (en una ocasión vi humeantes chorizos como
en feria de barrio) es el culmen del despropósito y, encima, dificultando la
entrada a uno de los accesos principales (foto superior). He visto que sólo la
entrada de emergencias estaba despejada, el resto copado por vendedores de
tarjetas telefónicas, refresqueras, pastilleras, etc., un día de estos van a
montar un puestito de devedés piratas ofreciendo la colección del Dr. House.
Como sea, no sé si en algunos países vecinos
se ofrece esta singular invitación a los parientes de los enfermos a darse un atracón
de comida (con toda seguridad contaminada) y, de paso, aprovechar la coyuntura
para internarse de una vez. No me extrañaría que los propios médicos y
enfermeros se aproximen alguna vez para saciar sus antojos. Estamos hablando
del complejo hospitalario más concurrido de la ciudad, catalogado como el
nosocomio de referencia por las autoridades sanitarias. Y ya vemos que en sus
mismas resfriadas narices se permiten estas prácticas insalubres y atentatorias
a la inteligencia humana. ¿Y dónde están el Colegio Departamental de Médicos y
otros gremios relacionados que cierran los ojos ante estas aberraciones? Con
estas estampas queremos luego equipararnos al primer mundo, jurando y rejurando
que no tenemos nada que envidiar. Parece que a nadie le afecta que cuando salen
reportajes de la televisión europea sobre las condiciones de nuestros
hospitales nos vean con ese tono de que acaban de visitar un país enclavado en
África.
Entretanto, se dice que en Silicon Valley empiezan a temblar ante
el nuevo sueño de Su Excelencia, que pronto será una palpitante realidad: con
el auspicio de los espíritus tutelares, de entre el polvo y los tocones de
eucalipto, brotará la fábrica de conocimientos y tecnología sureña jamás vista
(ni en filmes tan emblemáticos como Terminator),
que producirá avances revolucionarios para beneficio de la humanidad entera y
más allá. Ni el MIT norteamericano, ni mucho menos el Tecnológico de Monterrey habían
sido tan ambiciosos. Bienvenidos a Chicharron
Valley.
Por fortuna usted no pierde el sentido del humor, apreciado José. De lo contrario ya lo habrían internado en el hospital de marras, víctima de una intoxicación severa ... y no propiamente por consumir los alimentos que menciona.
ResponderEliminarEn realidad esa estampa forma farte del paisaje urbano de Latinoamérica, como una suerte de alegoría del hambre, el caos y la decidia tan propios de nuestra condición.
Ah, no olvide lo que dicen en las esquinas : " El sentido común es el más escaso de todos los sentidos":
Como usted bien apunta, estimado Gustavo, solo nos queda el recurso del humor, la sorna, la parodia y demás variantes para hacer frente a la colosal desmesura de este país del revés, paraíso del sinsentido y tierra fértil de los hechos más retorcidos. La razón, hace rato que ya no tiene cabida o por lo menos en los parámetros que se estiman como normales. ¿Qué hacer entonces?.. reír en silencio, para uno mismo, porque a lo mejor, uno es el desubicado o chiflado, y quizá no nos hemos enterado.
Eliminard inicio nomás quise soltar riendas a las viles parrafadas José, pero se amainaron los demonios con los filosóficos comentarios.. Catarsis, triste y solitaria catarsis nos queda ante el absurdo y la inagotable afrenta. Y catarsis tb (pero la biológica, la literalmente culinaria) me viene a la mente tras ver la elocuente foto: los latinos comemos y cagamos donde nos pille la gana. Tremenda por sublime la condición d humanos -latinos, claro- q cargamos y exhibimos donde estemos. Y aunque se caga y se culinéa globalmente, los siglos d evolución hacen nomas la diferencia respecto a otras latitudes. Y pese a todo lo aqui expuesto, te asquearía indeciblemente saber los detalles culínico-culinarios al interior d los nuestros hospitales: cocinas d mierda, baños llenos d mierda, hábitos d mierda, superinfecciones d mierda (las infecc intrahospitalrias debido a bacterias superresistentes son una bomba d tiempo), en fín..personal d mierda. Esos santuarios d la salud, la "higiene" y la cura, son en realidad, intimamente, tan asquerosos como los hábitos alimenticios d su personal (con escasas excepciones, claro) tan afecto a comer y merendar en sus mismas puertas. Imagina lo peor y ni aun así estarás cerca d la realidad. Pero eso sí, las entrañas d cualquier nosocomio o institución se reflejan en su personal, y pa eso basta recordar al cerdo villazón.. (o al saludable alcalde cbba cuyo texto leere con calma pa comentar luego) ja! Repito: Un galeno gordo como un cerdo es ya una pestilente negación q debe ahuyentar toda buena consideración y confianza.
ResponderEliminarY donde estan la Sedes y el col medico?? Engordando, tragando y cagando ellos con placer tb. Nido d ratas. Antros d ineptos cerdos colocados a dedo. Ya eso lo dijimos y puteamos antes, estimado amigo.
ok José, tus textos se disfrutan siempre, cualidad tuya d poner el dedo a donde se esconde el pus más asqueroso.. Y cuanta razón tienes: reir en silencio (q es paradójicamente d lo mas triste q uno puede hacer) es lo q nos queda. Pues haciendo proporciones, uno, nosotros, definitivamente estamos chiflados. Abrazos.
Ja, eso de “santuarios de la salud” es una expresión gozosamente biercieniana, considerando el caso ilustrativo del Viedma y lo mal que están todos los hospitales públicos. Hace pocos días mostraron en la tele que un Centro de Salud de la zona sur, creo que era Condebamba (con la foto del alcalde omnipresente en la entrada, para jactarse que era obra suya) operaba como en tiempos de guerra, con los revoques cayéndose en pedazos, unas camillas con los colchones viejos y rotos, con agua pestilente y amarillenta que salía de los grifos según pudo contar el reportero, unos baños asquerosos, cocina y demás ambientes en pésimo estado, pucha hasta colgaban los cables de una improvisada instalación eléctrica a la entrada misma. Era para llorar. Y para rematar el absurdo, últimamente llueven los spots con el “Cholango, comprometido con la salud”, querrá decir con la suya, al mostrarnos su saludable figura adornando las gigantografías.
EliminarTu versión de lo que sucede al interior de los hospitales es la puntilla que necesitaba para terminar de reventar el puchichi. Solo podía imaginar que si vemos esas prácticas insalubres en las puertas, nada bueno o saludable sucedería puertas adentro. Con lo mal remunerado que está el personal, es fácil sospechar que no tendrán gente de lo más capacitada para atender la cocina y la limpieza, ni mucho menos motivada para hacer bien su trabajo. Si los pacientes no salen más enfermos por los alimentos o dieta blanca que les dan, es porque sus estómagos ya llegan inmunizados de tanto comer en la calle y otros sitios insalubres. Si un gringo llegase a internarse estaría fregado o correr serio riesgo de muerte. Gracias por los sórdidos detalles, repugnantes pero bien justificados. Abrazos.
Desde lejos cuesta formarse un juicio sobre esta situación que describes, José. Es caótica, es irregular, es insalubre, sí, de acuerdo. Pero al mismo tiempo (insisto en que viéndolo de lejos), la situación también refleja una válvula de escape para gente que, de no tener esa oportunidad de vender comidas u otra mercadería... vaya a saber uno en qué condiciones viviría. Me disculpo si este punto de vista te parece paternalista o de turista. También veo tu énfasis en que estas escenas son particularmente ofensivas y numerosas en Cochabamba, y supongo que las autoridades no controlan la calidad de los productos en oferta, además (presumo) de no tener registrados a esos comerciantes espontáneos. Si no hay control... esos puestos pueden convertirse en una verdadera amenaza para la salud pública.
ResponderEliminarPor supuesto que no pretendemos en convertirnos en abanderados de la higiene o algo parecido, estimado Lalo, faltaría más. Pero considerando que Cochabamba es una metrópoli cercana al millón de habitantes, sí, con edificios enormes de apartamentos que empiezan a surgir como hongos, hay ciertos hábitos y prácticas que se deberían haber superado. Ni en los pueblos más atrasados se ven estas escenas cotidianas que describo. El problema básico es que falta principio de autoridad. Vivimos en unos estado de relajamiento completo, viva el todo vale, practicando aquello de “me cago en las normas” (sirva el ejemplo de hace un par de días: un gordo y asqueroso vecino se quejaba antes las cámaras, sin mostrar nada de vergüenza, que otro le había roto la nariz por orinarse en el muro de la casa de este, a plena luz del día, adivina ¿a quién han arrestado? Puedo jurar que existen ordenanzas y otras leyes que prohíben el asentamiento de comerciantes en ciertos lugares que siempre deberían ser respetados, como el caso de los hospitales. Pero no, por pura demagogia y la excusa de que la gente necesita ganarse la vida se permite todo tipo de aberraciones que desafían cualquier parámetro civilizado. Sobre el control de calidad que sugieres, solo vale la premisa de que todo sepa sabroso, ¡muuuy rico! , aunque sea aderezado con el smog, el polvo, el calor y el hedor de boca de alcantarilla que nunca falta, especialmente en verano. Así pues, vivimos recontra felices en la “capital gastronómica de Bolivia”. A mucha honra, con los michelines muy en alto, y no precisamente por las estrellas de cierta revista especializada.
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