Como no hay palabra que defina cosas no vistas, he de
prestarme del diccionario algo que se le aproxime, aunque sea de oídas. Andariego,
azotacalles, trajinante que me las gasto desde las suelas hasta más arriba de
mis orejas, día a día me froto los ojos deseando que desaparezcan estos
fantasmas de mi vista, como creyendo que son aberraciones ópticas y que en un
pestañeo desaparecerán. Pero no, no se van por más que lo quiera. ¡Malhaya mi
sed de querencia!, decía un poeta chapaco y no me queda otra que sonreír hasta
reventar, porque ganas de putear ya no tengo. Chapuzas al por mayor, pequeños
atentados estéticos y negligencias de toda índole adornan mi paisaje cotidiano
cuando salgo a la calle. A eso hay que sumarle situaciones o circunstancias de
lo más absurdas, cómicas y enrevesadas que parecen salidas de una mente maestra
retorcida. ¿Sentido común?...puf, ¡que carajos será eso!
Medio año atrás salía un artículo de la BBC donde se
preguntaba cómo nos veíamos los latinoamericanos unos a otros. Ustedes ya
saben, los viejos estereotipos que circulan de país en país: era singularmente
negativo para los bolivianos, a los cuales veían como “atrasados y con pocos
estudios” que, dicho sin florituras equivale a rústicos, ignorantes, por poco medievales.
En esa misma publicación le pedían a un ilustrador checo que pusiera una
etiqueta a cada país en vez del nombre. Bolivia era sinónimo de “mundo perdido”.
Y ciertamente pareciera que el tiempo se ha detenido en este rincón ignoto del
mapa. Así es, caballeros; lo insólito, lo inaudito y otras extrañezas son
moneda común a este lado del paraíso. A fe mía que hablo por mi ciudad, pero
con seguridad que en el resto del territorio los ejemplos abundan. Pasen y vean
esta muestra de singularidades, a modo de arte conceptual. Verán qué buenos performers somos los bolivianos.
El banquito del Diablo.- No sé a quién se le habrá ocurrido llenar algunos barrios de la ciudad con
estas banquetas onda minimalista que son una auténtica ofensa a la vista,
encima que no sirven gran cosa, porque ni protegen bien del sol y el viento ni
mucho menos funcionan como paradas de transporte, ¿han visto algún cartel que
indique aquello?. Lo único que tienen de positivo es que ni los vagabundos se
ponen a dormitar en sus maderos, me explicó un vecino indignado con un gasto
tan insulso. El de la foto, está situado a pocas calles de casa, a los genios
de Urbanismo se les ocurrió instalarlo atravesado en diagonal en plena esquina,
para que la gente apenas pueda pasar por detrás en fila india. Recorrerlo unos
metros más allá no estaba en sus planes ni en sus planos.
¿Quién dijo
tropezar?.- Pobres de aquellos que gustan caminar arrastrando las patas, peor
para aquellos que no tienen el sentido de la vista. Toparse con cajitas sin
tapa del medidor de agua es cosa de todos los días, hay que estar atentos a no
pisar en falso y sufrir alguna contractura. Las aceras cochabambinas están
llenas de huecos y obstáculos, desde baldosas y tapas de alcantarilla levantadas
hasta escombros que duran meses sin que nadie ponga remedio. No es raro tampoco
que instalaciones de gas permanezcan semanas sin tapar. Pero esto que vi
recientemente en la vereda de una casa recién construida, con portones y marcos
de aluminio para asombrar al barrio, se lleva la flor de la chapucería. ¿Cómo puede
ser posible que los funcionarios de Semapa no hayan exigido que la caja metálica
haya sido empotrada respetando el diseño de la acera y, para colmo, sobresaliendo
al menos cinco centímetros del nivel del pavimento para impedir una circulación
fluida de los peatones?
La plaza donde no pasea
nadie.- Desde hace una década o más, la plazuela San Antonio es la más
extraña del país, pues es un autentico remanso de paz y tranquilidad, dicen.
Enclavada en el mercado más populoso de Cochabamba tiene el raro privilegio de estar
continuamente impecable y rebosante de pajaritos y otras aves. Perros y
personas hace mucho que fueron desterrados del lugar, pues resistentes rejas
impiden el acceso en todo el cuadrilátero. Viéndolo de otra manera, suena mejor
que permanezca así, cumpliendo su función de verde pulmón. De lo contrario, los
comerciantes y visitantes lo hubieran convertido en otro muladar, mingitorio
y sabe dios qué cosas más.
El muro de la vergüenza.- Parece una radiante exposición de
equilibrismo, brutalismo o alguna variante moderna de arquitectura. Es muy
normal que en cualquier barrio haya paredes o casas enteras con riesgo de
derrumbe, las más de las veces sin barreras protectoras y otras salvaguardas. Pero
esto rebasa el colmo de la negligencia, ya que este muro de muestra lleva por
lo menos medio año a punto de desplomarse, prácticamente en las narices de las
autoridades edilicias, pues justo al lado están las oficinas de la Subalcaldía de la Comuna Molle, cuyos personeros ni se molestan en notificar a los
propietarios por el peligro latente. Tal vez están esperando que algún niño o
adulto sea aplastado, con la mar de gente que acude a efectuar trámites al
lugar. De ornato público ni hablar, y en plena avenida, además.
Jardines colgantes de
Cochalonia.- Sibaritas y hedonistas sin oficio ni beneficio, los Khochalos
no podemos dejar de presumir que vivimos en la “ciudad jardín” de Bolivia, demostrándolo
aunque sea a las patadas o a golpe de inspiración chicha-renacentista con aires
andaluces. A lo mejor algún valluno emigrado a España se habrá topado con patios
andaluces donde reinan los geranios y otras bellezas en flor. Para la ocasión nada mejor que acudir a los
pajonales de la Maica y robarse los penachos a los matorrales para adornar el
muro deslucido. Minimalismo y sobriedad a la máxima potencia. Nace una nueva profesión:
Decoración de Exteriores.
Conducir como topos.-
Ah, nuestros choferes o “maestros del volante”, como orgullosamente se
autodenominan, son los más inspirados del continente. No hay quienes se midan
con ellos en cuanto a sagacidad y bravura en las rutas traicioneras de Bolivia.
Desde los micreros hasta los taxistas son unos ases de la conducción que
imponen sus propias reglas. Ni los fabricantes de coches pueden con ellos, pues
las normas de seguridad son puras pajas tecnológicas que sólo estorban el
confort de nuestros esforzados pilotos de la calle. Pero qué cansinos los
japoneses por diseñar parabrisas tan amplios que estropean la vista y nada más.
Manejar por un boquete basta y sobra. Día a día soy testigo de cómo los
transportistas conducen casi a ciegas, parapetados detrás de sus amplios
carteles, bandas antisol desmesuradas, borlas y hasta peluches que suelen
colgar de sus parabrisas. En algunas ocasiones tengo que sacar la cabeza por la
ventanilla para orientarme y llegar a destino. Ya de noche, cualquier cosa
puede suceder. Ni rastro de las autoridades. Pero que son rápidos y furiosos
para invocar el 'artículo 20' o más, de eso no hay duda.
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" El país de las cosas no vistas", podría titularse este comienzo de su antología de lo absurdo, apreciado José. En Colombia, por ejemplo, un ministro estableció la obligación de que los vehículos deben llevar las luces encendidas... ¡ a plena luz del día!
ResponderEliminarLuego se descubrió que su familia tenía intereses en el negocio de las bombillas y las baterías.
Así somos aquí.
Ah, carajo, qué magnífico titulo me sugiere, como para hacer un album completo de fotografías, que de alguna manera pueda rivalizar con un célebre compendio paisajístico titulado 'Bolivia Mágica'. Esta muestra es solo un retazo de realismo mágico, en versión borracha, rocambolesca o despatarrada.
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