Ayer, mi mejor amigo estuvo de cumpleaños. Nos sentamos a su
mesa a compartir un almuerzo. Éramos solamente cuatro gatos los invitados, pero
de apetito feroz. Dependiendo de las circunstancias, repetiríamos, fijo. Parecíamos
los Cuatro del Valle en versión amistosa, por lo de amigos, claro. De la misma
tanda, estamos a una vuelta de alcanzar los treinta y diez -mal parafraseando a
Sabina-, unos más cerca que otros, como yo, a escasos cinco meses de estrenar una
nueva década, la más turbulenta según diversas fuentes. Y aun no me he
estrenado como padre. ¡Qué más da!, pero a algunos en derredor les preocupa. El
mundo está demasiado abarrotado, flaco favor le haríamos con más bocas que
alimentar. Reflexionábamos sobre ello.
Al final, quedábamos en un empate: dos ufanos padrecitos
presumiendo de sus primeros vástagos, varones para mayor satisfacción. Les doy
la razón, un motivo de alegría son los escuincles. Y verlos crecer,
seguramente. Como arrinconados por tan irrebatible argumento, los otros dos,
podríamos argüir que si bien no éramos ningunos papás pero para algunas féminas
éramos todavía unos papacitos. Como para hervir de orgullo. Casi una
puerilidad.
En torno de una mesa, cuatro alegres bohemios, que diría cierto
brumoso poeta, brindábamos a la salud de nuestro camarada, después de hacer los
honores a un excelso fricasé, marca de la casa. Para sosegar la sobremesa, agotamos
un par de botellas de tannat (un vinoso
palíndromo de altura donde los haya) mientras desatábamos vivencias y recuerdos
para no sentir la marca del tiempo. Padres solteros todos (unos de sus retoños,
los otros de sus vicios), y como no había warmis a la vista, naturalmente
íbamos a hablar de ellas, entre otras cosas. Pululaban las risas pero también
nos sacudían ráfagas de inocultable tristeza. A intervalos, arrebatos de
silencio y golpeteos de dedos en la mesa. En eso Neruda tenía razón, en que las
mujeres se parecen a la palabra melancolía. Es lo que tiene el vino, en cuanto
calienta las orejas. Y la cabeza.
Desde luego no fue ningún “fracasé” el manjar, como suele
suceder si la sazón no colma las expectativas. Repetimos la ración, lógico, se
venía venir: y cómo no iba a estar suculenta una laboriosa preparación que
inicia con el adobo de carne de cerdo (de preferencia, costillitas) entre
diversas especias de ultramar, ajíes de la tierra y buena mano de la cocinera. El
gusto sobrio del maíz blanco pelado atempera, neutraliza si se quiere, la
fogosidad, la potencia del caldo que no por nada es el favorito para curar la
resaca, aseguran. Mientras sibaritas y resacosos se enfrascan en discusiones
acerca de sus mágicas propiedades, yo me quedo con la apreciable ternura de la
carne y, sobre todo, con la inembargable sensación terrosa de unos crujientes
chuños o tuntas tan grandes como papas runas para acompasar la sopa. He ahí el
gusto adquirido. Lo demás son milongas.
____
PS: Y ahora sí, los verdaderos Cuatro del Valle para justificar
la alusión: qué será, que uno tiene ganas de convertirse en Michael Corleone
fulminado de amor en un paraje rural de Italia.
Apreciado José. Siempre oí hablar de " La crisis de los treinta" y no llegó. Luego me dijeron que la "La crisis de los cuarenta" era inevitable y la muy jodida hizo mutis por el foro. Más adelante me sentenciaron que de " La crisis de los cincuenta no se salva nadie" y , hasta hora la muy bellaca me tiene esperando.
ResponderEliminarA esta altura del partido, ya casi en tiempo de reposición y con tanta cita incumplida, empiezo a temer que la tal crisis sea acumulativa.
Por lo pronto, nada mejor que un buen plato, una botella de vino y un buen rock and roll para plantarle cara al dilema.
¡Salud!
“Crisis: oportunidad de negocios”, se dice en el mundillo del marketing, estimado Gustavo. Y esta etiqueta es muy utilizada por los fabricantes de la felicidad para vender todo tipo de productos desde libros sobre el tema hasta paquetes de viajes para superar el escollo. Al igual que usted, me rio de estas antojadizas categorizaciones que psicólogos y otros estudiosos han creado para descifrar el comportamiento humano. Carpe diem, en todo caso.
EliminarWow..!! salivando profuso, cual dogo callejero, quedó el zafio ante tamaña foto d tamaño manjar q es el fricacho... 'Sadismo culinario' quisiera decir, pero dada su retorcida y enfermiza costumbre d cultivar metafóricas pedradas d muy cochinas acepciones, lo dejo nomás en 'crueldad' con los pobres q no accedemos a tales círculos gourmet..
ResponderEliminarY calma, serenidad y paciencia con las ineluctables vueltas alrededor del Sol, mi amigo. Ningún drama con franquear los treinta y diez (q buena esa! no me la sabía). Uno se hace viejo quizá, pero tb mañoso y exquisito en muchos temas. Para muestra de buena ley, justamente el vino. Mas años mejor. Y las traviesas señoritas, por supuesto q lo saben.
Abrazos José.
ps: soberbia pieza la del link, creo q no los conocía. Pero si recuerdo haber escuchado el tema con otras voces. Agrada la naturalidad d la voz y su matiz bastante traviesa. Impecable manejo d cada uno d los instrumentos. Valiosa por la ausencia d ese tono pretencioso, por no decir ruidoso y desvergonzadamente inarticulado q es -lo mas triste- marca registrada d nuestro 'mejor folclore' y mayor talento d nuestros 'más reputados' folcloretas. Sabia elección, mi amigo. Gracias.
El éxito de estos malintencionados posteos culinarios se mide por la sana envidia que ocasiona, menos mal que no sucede tan a menudo, tampoco soy tan sádico, jeje.
EliminarCuánta razón, la maña, la sapiencia viene con los años y hay que saberlos aprovechar, por eso me lo tomo con filosofía la llegada inevitable de la cuarentena, mientras las canas no ganen la partida, no hay motivos para preocuparse. Entretanto, sigamos cultivando el gusto por el vino y la buena mesa.
Ps. Qué bueno que coincidamos en la apreciación de esos cantores vallunos, esta pieza en particular siempre me ha fascinado desde que era un chavalin. Abrazo.