Como bien saben mis parientes de Quillacollo y
Vinto, yo jamás voy a provincia, y eso que ambos sitios están a escasos
kilómetros. Mucho menos iba a dar el salto a otro departamento. Pero, de todas maneras,
me fui para Oruro el último fin de semana por una poderosa razón. Una oferta
que no podía rechazar. Miren qué sacrificio el tener que tragarse más de
doscientos kilómetros por un bendito plato de comida, ¡doce! más bien, rezaba
la oferta que me hicieron unos días antes.
Ante la perspectiva de pasar hambre como un
auténtico católico, con rostro mustio y desencajado, sabrá dios por el ayuno o por
asumir en carne propia el sufrimiento del nazareno; si me quedaba varado en
casa, casi obligado a padecer insufribles películas bíblicas en la televisión
para pasar el rato, me hubiera tenido que conformar con atún y espaguetis. Porque,
señores, la hipócrita religiosidad de tanta gente me sumerge en un extraño
sopor y tedio de los que es difícil escabullirse. No habría ni dónde arañar
algo de buen comer porque casi toda la parentela se largó para el campo,
aprovechando el largo feriado.
Visto así, hubo que poner patitas para la
terminal de buses, madrugando (primer sacrificio) para ir a conseguir un
asiento. El sitio era un hervidero de gentío, y los operadores de las flotas
cobraban a su antojo. Tuve que desembolsar el doble de las tarifas establecidas,
con inevitable resignación, porque el imperativo era llegar a destino a la hora
del almuerzo, o me iba a quedar con los crespos hechos. Si eso es lo que
cobraban por un feriado normal, me preguntaba cuánto esquilmarían a los
ansiosos devotos de su celebérrimo Carnaval. Así que puede seguir esperando su
“fastuosa entrada folclórica” que la visite algún día.
Creyendo que era pan comido, fui a abordar el
autobús asignado y cuando me aprestaba a tomar asiento me topé con que otro
pasajero tenía el mismo número pero boleto diferente. Extrañado, fui a reclamar
a la caseta donde me vendieron el pasaje. Grande la sorpresa cuando el
encargado me dijo que el bus (mi bus) que ya salía era de Coral S.A. y lo que
me había vendido era de Coral SRL., o algo así, y tenía que tomar el vehículo
correspondiente en otro carril. Gran diferencia, con la misma caseta para dos
tipos de facturación, uno a mano y otro electrónico, para dos empresas
supuestamente independientes. Y así quieren promocionar el turismo
internacionalmente. Puede seguir esperando su celebrado Carnaval, mi orgullosa
declinación.
Ya pasaban algunos minutos de la hora de
salida y el carril donde llegué presuroso estaba vacío, me temí lo peor,
conjeturando que se habían ido sin mí. Menos mal que aparecieron otros
pasajeros y la calma me volvió al cuerpo. Preguntando, pude saber que habían
experimentado la misma confusión con los boletos. Y el dichoso bus no se
presentaba. Media hora después, efectivamente pintado del mismísimo color que
el que vi partir en hora puntual, llegó uno a recogernos. Habían ido a cargarle
combustible, escuché un comentario por ahí. Pueden seguir esperando la “tierra
de amor y de Carnaval” y la “Mamita del Socavón” que las visite durante esos
fantásticos días.
Abordé, dispuesto a relajarme con la lectura de
algunas crónicas para hacer más llevadero el trayecto. Era la primera vez que
me subía a uno de esos, dizque cómodos, autobuses de dos pisos: si bien para
estirar los pies el espacio era más que suficiente, pero inexplicablemente los
reposabrazos eran estrechos, aun para una persona medianamente delgada (como en
mi caso). La división entre los dos asientos, lejos de brindar comodidad a los
pasajeros aumentaba la sensación de encierro. Pobre de la gente con sobrepeso o
caderas anchas, porque tiene que encajar entre esas horribles barras sin
posibilidad de maniobra. Yo nunca he tenido problema en viajar codo con codo
con extraños y tal innovación me ha parecido un despropósito. Tales habían sido
las ventajas de un bus “panorámico”, para lo que sirve mirar interminables
montañas de ocre pálido y continuos desvíos por tramos donde se efectúan
trabajos de ampliación, mientras se cuela en la cabina el inconfundible aroma
del polvo fino. De querer concentrarnos en la lectura ni hablemos, porque el
traqueteo hacía temblar la mano infaltablemente.
Tras cinco horas de agotar el culo de
cansancio, finalmente arribamos a destino. Menos mal que la hospitalidad
orureña compensa con creces las peripecias de semejante odisea. Sin tiempo de
abrir maleta y estirar los miembros entumecidos, fui conducido de inmediato a
una alargada mesa. Como si me leyeran el pensamiento. En cuanto mi primo me
presentó como su primo a su familia política fui tratado como uno más. A fe mía
que me sentí de igual manera, siendo yo reservado por naturaleza. Sin tiempo
que perder, me animaron a comenzar con el ritual del almuerzo.
Comenzamos con una ligera sopa de papas y
verduras (desafortunadamente no recuerdo bien el nombre) a modo de entrada; mi
estómago adormecido agradeció la sencillez de ese iniciático caldo. Luego
pusieron bandejas con ají de papalisa y queso (muy distinto de nuestra sajta
valluna) y un raro menjunje que bautizaron como locro de zapallo. Ya podía uno
escoger entre ambos guisos o efectuar una combinación para paladear
sensaciones. En la pausa de la amena charla, uno de los yernos nos servía vino,
detalle que agradezco infinitamente. Me sentí en mi salsa con la bonhomía de
aquella numerosa familia. Hasta los nietos mostraban –en su respectiva mesa-un
respeto único que se traducía en un comportamiento sosegado pero a la vez
alegre.
Cuando trajeron el ceviche de pejerrey y
camarón, en coquetas copas de vidrio, mi rostro se iluminó al instante. Años ha
que no probaba un manjar de este estilo. Benditos sean los peruanos sólo por
eso. Fue llevarme a la boca una cucharilla de tan soñado elixir y mi cerebro
fue inmediatamente bombardeado por sensaciones agridulces, nunca mejor dicho,
entre tonos de limón y naranja. La acidez del bravo caldo era sutilmente
acompasada por el dulzor del camote, a modo de baile de sabores. Nunca mejor
combinación. Por su parte, los camarones aportaban neutralidad para acometer
con fluidez el siguiente bocado. Daban ganas de repetir pero había que
reservarse para un desastroso (por la pinta) pastel de fideo que, hechos los
honores de probarlo, resultó ser una deliciosa fusión de queso y ahogado de
verduras, muy escondidos en el centro del horneado.
Rematamos la faena con el arroz con leche, de
manual en estas fechas, preguntando sarcásticamente a la autora del postre que
dónde estaba el coco rallado. Muy exigente estaba yo a esas alturas,
preguntando también por los restantes seis platos que mi primo me había
prometido. Era un decir, porque me encontraba plenamente satisfecho y seguro
que los demás comensales también. Por toda respuesta, recibí un olímpico y
contundente golpe bajo de mi primo diciéndome que, efectivamente, podía degustar
los famosos 12 platos de Semana Santa, que todo era cuestión de repetir. Quedé
mentalmente noqueado y cariacontecido mientras apuraba mi última copa de vino.
Menos mal que mi primo se reivindicó al día siguiente, con paso de parada. Pero
eso será motivo de otras parrafadas.
Ya puede quedarse el “majestuoso Carnaval” con
su rimbombante título en el aire que de aquí no me muevo. Pero por otros
sabores seguro que vuelvo, aunque sea mañana mismo. Entretanto, ¿qué será del ají
de lacayote, de la carbonada de zapallo, del ají de bacalao, del pastel de pan,
y de los otros manjares (sin carne, como
manda la tradición) que completarían la docena? ¿O habrá que buscarlos en otras
partes el año que viene? Se viene otro calvario personal, me temo. Si es así,
¡con todo gusto!
Familia d incontables como generosos gourmets q ya quisiera yo tener entre mi parentela. Soberbia seguidilla d manjares q t permitieron esos dias, José. Sanamente envidiable. Y viendo esas porciones respetuosas d la buena etiqueta d mesa, el zafio sin duda alguna tendría bien repetidos casi todos: aji d lisa, ceviche y ese 'desastroso' pastel d fideos (francamente si yo fuera el chef o anfitrión responsable del mismo y te leyera ese 'desastroso' como descripción d mi obra, o bien t paso cara factura por lo comido o bien no t invito más a mis comilonas.. No se muerde así nunca a la mano q alimenta, mi estimado amigo. Peor aun siendo gratis. Regla d oro del buen manguero. Ja!).
ResponderEliminarExquisita narración, d salivación inevitable, la parte del elegante ceviche.. Magistral. Me sacó del recuerdo las sensaciones y gustos aquellos d cuando me degusté el primer ceviche d mi cochina vida. Obra y arte d un buen camarada perucho en una legendaria chupa-bacanal d universitarios en su casa. Ahh!! Delicatessen q entonces me supo (a 'sensaciones agridulces..', bien dicho!) exactamente igual al néctar sagradamente íntimo y libado con devoto esmero a mi primera noviecita.. Manjar de dioses; sabor del mismísimo nepente, y es literal.
Amén de imaginar el sufrido viaje, una deliciosa lectura, José. Insisto en eso d la tripaAdvisor.. Créo q t inspira muy bien el manguear con altura sendos banquetones. Abrazos.
Ja, lo de “desastroso” era una broma inocente, estimado llajtamasi, quiza no elegí bien el adjetivo.Resulta que el pastel en cuestion se deshizo al servirlo, seguramente cuando estaba en el molde, bien cuajado,se veia mas apetecible (espero que la autora del mismo no lea el post, jeje). Como descarga, debo puntualizar que fue el unico platillo que repeti al final del banquete, en verdad sabía delicioso, y calentado de nuevo, mucho mejor. Tal vez me dejè llevar por el dicho de que ‘la comida entra primero por los ojos’.
EliminarMucho me place el haberte provocado sana envidia, tales parrafadas me fluyen asi naturalmente, sin proponèrmelo. Como bien sabe nuestro amigo colombiano, hay que asomarse al blog sin el estomago vacio,so pena de antojarse inevitablemente. Supongo que habré nacido con instinto para saber apreciar la buena comida.
Tranquilo con lo de tripadvisor, que la”rasante municipal” (como le decimos en la familia) esta en linea recta todavia. Es cuestión de hacer ejercicio como el mejor antidoto. Comer sano y ejercitar el cuerpo es mi filosofia de vida (aunque de vez en cuando me permito excesos). Abrazos.
Apreciado José : insisto en que usted podría medírsele a escribir una gran crónica sobre gastronomía boliviana. Tiene los recipientes, los ingredientes y el estilo para emprender esa tarea. El resultado sería un gran plato que muchos disfrutaremos... En cuaresma, en pascua o en carnaval.
ResponderEliminarLe estoy tomando la palabra, estimado Gustavo, en mis siestas post banquetes he estado reflexionando al respecto. De ahi mi viaje a Oruro, espero dar mas vueltas por mi pais para apreciar mas sabores y reunir mas datos. Voy a empezar a revisar mis posts gastronomicos para editarlos y tal vez añadir algunos ingredientes. Ya tengo hasta el titulo para una antologia y le prometo que suena jugoso de entrada.Eso si, no sè cuanto tiempo llevará tan pantagruelica tarea, jeje.
EliminarLe tengo el título al libro,apreciado José : Sabor a mí.
EliminarPor supuesto es robado del conocido bolero.
Ahí le dejo la inquietud.
Gustavo
Hola José hacia siglos que no pasaba por aqui, no porque me haya olvidado de ti y de tu blog, sino por falta de tiempo para dedicar a esta tarea de los blogs, motivo por el cual el mio lo tengo practicamente abandonado. Me ha encantado leerte y encontrarte tan divertido como siempre. Te envio un saludo cariñoso y procurare no tardar tanto en volver por aqui.
ResponderEliminarHola Selegna, cuánto tiempo sin noticias tuyas. Es una lástima que hayas dejado de bloguear, con lo bien detalladas que eran tus entradas. Me alegra sobremanera que reaparezcas por este sitio y ten por seguro que el humor, aunque a cuentagotas, siempre habrá.Si no nos reiríamos de la existencia, qué sería de nosotros. Y no te olvides de "ladrar" cuando sea justo y necesario. Un cariñoso abrazo.
Eliminar