Mi tía Anita, excelsa cocinera donde las haya, sabedora de
mi predilección por la comida hecha en casa, de vez en cuando me llama a su
cocina cuando me ve llegar después del mediodía. Seguramente ya almorcé en
cualquier parte de la ciudad, pero de todas maneras guardo algo de campito en
el estómago para este tipo de incidencias. Sucede que a veces, mis primos
apenas probaron bocado por desgano o porque el plato no es de su agrado. Generalmente
yo soy el finalizador de esas sabrosas sobras (que no son tal) ya que en
cuestiones gastronómicas tengo alma de boy scout, siempre listo para degustar
lo que sea, mientras no sean vísceras, aclaro. Por otro lado, soy enemigo de
que se tire comida y, si sobra algo, con mucho gusto me llevo el resto para mi
refrigerador. Cuántas veces me habré traído junto a los bártulos, en la
mochila, un tupper con algún
inesperado manjar de la casa de un familiar.
Otras veces me encuentro con que me espera un plato servido
y tapado en la cocineta de mi departamento. Lógico, otro suculento obsequio que
mi tía generosa ha subido para que yo lo devore sin mayores preámbulos. En
ocasiones, por diversos motivos llego a casa sin almorzar y toparme con aquello
me viene de maravillas. Con el cansancio y el calor que reina en nuestra
ciudad, me resulta un tedioso engorro poner algo en la olla a esas horas
vespertinas. Por toda respuesta, combato el hambre con una ración de frutas o
yogur, los cuales nunca deben faltar en mi despensa. Pero siempre se extraña lo
salado, inevitable en mi caso.
En el ínterin de estos días, pesqué uno de esos benditos
almuerzos. Una cabañita de trucha,
para mayor dicha (en el valle y otros sitios de Bolivia se denomina así a
cualquier pescado rebozado en harina y posteriormente freído en aceite,
seguramente por las cabañas lacustres donde se ofrecían menús de este tipo).
Conviene no abusar de las cosas fritas pero ocasionalmente no viene mal dejarse
caer en estos festines, con mayor razón si es con pescado auténtico: de rio y
no de criadero. Mi primo Negro, un
fervoroso practicante de la pesca, cada cierto tiempo suele adentrarse a los
ríos del Chapare para traernos pacús, dorados, o surubíes; o ya sea viajar al
parque Sajama, en el altiplano orureño, para correr tras las escurridizas
truchas que más tarde daremos fin, con sumo placer, desde luego.
¡Ah!, muchos hurras por mi primo el pescador que, gracias a
su dedicación y escaso apego por la carne de pescado, me permite participar de
sendos banquetes en su nombre. Y gracias a las hacendosas manos de mi tía me
permito disfrutar de esta primorosa ración de trucha, engalanada con batido de
huevos, cebolla verde y perejil picado, convenientemente sazonada al servir con
jugoso limón, para contrastar el crocante exterior de la fritura. Para la
guarnición, qué mejor que la suave textura de unas yucas amarillas, dulzonas y
apetitosas como ningunas, traídas expresamente de las playas de Machaca, a orillas
del rio Ayopaya, no muy lejos de las antiguas haciendas de mis antepasados. Hasta
la peor ensalada del mundo, la de remolacha o betarraga –la única que no me
gusta-, se deja comer por cuestiones de equilibrio metabólico. Oneroso escollo
que tuve que apaciguar con bocados frescos del neutral aguacate. Menos mal.
Y de postre, las últimas uvas tarijeñas de la temporada que,
como todo especialista en botánica emocional sabe, las vides y otros frutales
despliegan todo su dulzor en la última cosecha, a modo de despedida. Y esa
manzana, de tonos amarillos y naranja encendido, maduró hasta el último día en
la huerta de un vecino de mis padres y que, luego de un largo viaje, llegó
intacta hasta mi mesa. Para hacerle los honores de hincarle los dientes y saber
que su jugo era un estallido de recuerdos, los de niño, junto a un árbol
recargado de frutos.
"El que quiere pescao se moja el cacao", decimos en estas tierras, apreciado José.
ResponderEliminarPor lo visto, ese no es su caso: el pescado llega como por predestinación bíblica hasta su mesa.
Razón de sobra para alzar una copa rebosante de vino blanco muy, pero muy frío.
¡Salud!
Usted lo ha dicho, estimado Gustavo, el pescado llega religiosamente hasta mi paladar con cierta frecuencia. Lo bueno es que ni siquiera tengo que ir a pescarlo, me cae del cielo, jeje. Soy un tipo afortunado, no cabe duda.
EliminarAh, y eso de "Estallido de recuerdos" puede ser el epígrafe para su libro de crónicas culinarias.
ResponderEliminarMuchas gracias por la sugerencia,amigo Gustavo, voy a anotarla para que no se me olvide.
EliminarMimado sin pausa por todos tus parientes y hasta por los vecinos d tus padres creo, y d la mjor manera: desde el buche!
ResponderEliminarCochina envidia d nuevo. A excepcion del rebozado en los pejerreyes d la infancia ya antes evocados, el zafio ya no tolera más esa mala costumbre d alterar el gusto al pescado cubriendolo d huevo y harina. Otro vicio mio traido desde el Chaco tarijeño.. Tras largas 12 horas d petrolero, acordábamos tras el almuerzo con unos 15 camaradas, una parrillada d sábalos fresquecitos encargados a sola llamada telf. a los vigías d una d las entradas principales: 10 lucas por boca y los pescadores vecinos contactados por los guardias, aseguraban un verdadero festin justito a orillas del pilcomayo murmurándonos sus turbulencias a solo una valla y unos veinte metros d distancia. Pasadas la 19 hrs, una ambulancia UTI (con el zafio, claro) y como cinco a seis camionetas atestadas partian d la planta de gas hacia la tranca en cuestion, cargadas d hambrientos y tb con gentil personal d la empresa catering EMSERSO (d noble gente y amigos entrañables) q nos aseguraban jugosos limones, soberbias yucas como la d tu foto, provisionales salchichas, gaseosas y la infaltable llajua.. Llegaba la comitiva aguando bocas y ya a decenas d metros podian verse las humeantes parrillas atestadas d sábalos.. Y por diez lucas podias morfarte hasta tres o cuatro pescados sin dejar a nadie con hambre. Si había espera, saltaban las guitarras y los talentos cantores (rica gente es la chaqueña) pa distraer el frío.. Así se cocían, sin rebozado alguno, solo la descamada d rigor y a los fierros sin mayores contemplaciones.. Así nos esperaba ese manjar. Claro q como retribución, había q pagarles el fish a los vigías y a los d catering, en respuesta a sus generosas diligencias.
Y bueno, es así q yo como pescado desde entonces, solo una limpieza decorosa y limones encima y luego al buche. Exquisitas y conmovedoras memorias me saltan el tiempo leyendo semejantes muestras d generosidad alimenticia en tu familia, mi amigo.
Abrazos.
Estoy de acuerdo, el pescado sabe más sabroso si es asado al natural, de preferencia en la parrilla, un poco de sal y limón son más que suficientes para la sazón. Pero en definitiva, su carne tan sana y suavecita se presta a mil recetas, ya sea desde la tomatada de trucha (¡ay, añadas que no pruebo tal manjar!), pasando por un horneado con rellenos de verduras, o finalmente destinada a la sartén, para que salga crocante (no sabes lo que me antojo ver ispis fritos en la calle, pero al ver ese aceite negro, me espanto). Eso sí, cuando toca degustarlo frito exijo cualquier ensalada, mínimo unos tomates picados, para atenuar el regusto que deja las frituras. Tus aventuras en tierras chaqueñas sí que son envidiables, mas allá del terrible calor que cuentan que hace allá. No hay cosa mejor que zamparse unos buenos pescaditos al borde mismo de los ríos. Y conociendo a los chaqueños que son unos expertos en parrilladas y guitarreadas, aquellas jornadas debieron ser unas inolvidables experiencias. Muchas gracias por la suculenta yapita de las anécdotas, caro amigo. Abrazos.
EliminarCreo que el Ché Guevara tuvo razón, al menos en una cosa: "La nostalgia empieza por la comida.
EliminarEstá escrito en su diario.