Si algo tiene el cine europeo es esa capacidad de sorprender, de reinventarse a sí mismo, de crear nuevos mundos, nuevas posibilidades, explorando una y otra vez esa faceta vanguardista que le ha caracterizado siempre. Y especialmente el cine galo es por antonomasia uno de los que abanderan esa iniciativa, consolidado quien sabe por años de tradición cinematográfica.
Jean Pierre Jeunet, quizá más conocido por ser el director de la colorida y optimista ‘Amelie’ es sin embargo un cineasta peculiar, salvo el filme anterior, su preocupación artística refleja una obsesión por recrear mundos imaginarios, distópicos (‘La Ciudad de los niños perdidos’), de pesadilla permanente, donde el pesimismo y la penumbra lo inundan todo, pero dotándole de una estética provista de cierta luminosidad muy distinta de aquel cine de tono grisáceo y opresivo de otros cineastas.
Es Delicatessen (1991),dirigida junto a Marco Caro, una especie de homenaje a los relatos de humor negro de Jonathan Swift, una visión sarcástica de la sociedad, donde una penumbra en tono sepia lo envuelve todo, una ciudad en ruinas, una comunidad de vecinos habitando un edificio viejo donde todo chirria y se cae a pedazos, viviendo en la zozobra permanente que acarrea el hambre.
Regentando el edificio emerge la enorme figura de un carnicero que posee en los bajos una tienda donde acude el resto de los vecinos a recibir su ración de carne, resultado de la cacería de la noche anterior, tan habituados a tal delicatesen porque hasta las ratas han desaparecido.
Personajes extraños, esperpénticos viven en esta sociedad que se devora a sí misma: una pareja que se debate entre la necesidad y la posibilidad de deshacerse de la abuela, la hija del carnicero que detesta a su padre, casi ciega como un topo, viviendo su pesadilla particular en la buhardilla del edificio. Un artista de circo venido a menos y recién llegado e ignorante de las intenciones reales de los otros. Un viejo chalado que se alimenta sólo de caracoles que cría él mismo en los sótanos y cuyas únicas amigas son unas ranas. Un cartero con traza de fascista que es el único vinculo con el mundo exterior.
Curiosamente los vegetarianos que quedan, viven desterrados en las alcantarillas y son llamados trogloditas o las ratas de la sociedad, librando una suerte de guerra silenciosa por el grano -que tiene la valía del oro- con el mundo de arriba.
Aunque la película cojea algo en el argumento, sobre todo la parte final, donde no se sabe a ciencia cierta qué es lo que se propone, es sin embargo un deleite visual por su rara atmósfera, su estética a la vez pesimista y colorida, sus diálogos que destilan mucha ironía, su violencia contenida y cierto erotismo subyacente. Todo finamente acompasado por una banda sonora indescriptible, sobre todo el tema que cierra los créditos, una verdadera delicia para los oídos.
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