Carlos Romero, ministro de Gobierno-APG |
Qué jodido vivir en
un país donde no somos campeones de nada. Ni siquiera en el campeonato mundial
de corrupción. Un tiempo estuvimos a punto de rozar la gloria: “antes éramos subcampeones
en corrupción, pero eso ahora ha cambiado” se jactaba en alguna ocasión nuestro
presidente Morales. Como para creerle, al ver que había creado un ministerio
específico para combatir a todos los corruptos, a ningún régimen anterior se le
había ocurrido la revolucionaria idea de crear una especie de FBI financiero. Como
para creerle al ver a su ministra dando conferencias de prensa acerca de sus logros.
Manzanita verde como símbolo de combate a la podredumbre institucional.
“Tolerancia cero a la corrupción”, uno de sus lemas resonantes. Propaganda,
televisión y más propaganda. Para que el mensaje cale, hasta se mostró cómo se
daba la bienvenida en el aeropuerto a los ex gobernantes acusados de robar al
Estado, atrapados en otros países: enmanillados y custodiados por agentes
encapuchados y fuertemente armados, que ni para delincuentes altamente
peligrosos. Cuánto celo, cuánta
prolijidad, cuánto profesionalismo, por cortesía del Ministerio de Gobierno.
Así, mientras el
Ministerio de Transparencia y Lucha contra la Corrupción, dedica el tiempo a
investigar hasta la marca de camisa de los alcaldes y gobernadores opositores, además
de mostrarse especialmente ejemplar sancionando a sus propios subalternos que incurren en
trapicheos insignificantes, en contrapartida, curiosamente nunca le funciona el
olfato para destapar negociados, robos y otros delitos a escala mayor. Cosas de
la vida, las cloacas gigantes se destapan por sí solas o por circunstancias
fortuitas: un crimen, un accidente de tránsito, rencillas internas o la torpeza
de algún involucrado, alternativamente se han constituido en los detonantes.
Tanta es la basura que sale a la superficie que salpica a mucha gente. Sin
embargo, solo algunos se quedan marcados con el aroma pestilente, el resto se
lava la cara y el traje, y a empezar de nuevo.
Estamos
acostumbrados a vivir en la cultura de la picardía criolla. Apenas nos indigna
que un funcionario prospere a costa de la función pública. Cuántas veces hemos
escuchado la frase “roba pero hace obras”.
Llegar al poder, sea municipal o nacional, siempre ha sido la razón de ser para
mucha gente. A meter mano al tesoro cuanto sea posible, de manera descarada o
solapada con la adjudicación irregular de obras. A labrar pequeñas fortunas sacando
ventaja de una situación privilegiada. En tiempo record, porque el poder es
pasajero; hay que aprovechar, que “el que no afana es un gil”, a ritmo de
tango. Ellos lo saben desde los tiempos milenarios de la China imperial hasta
el día de hoy. La corrupción es transversal
a las ideologías y revoluciones de toda índole. Que el Guerrero del Arcoíris
nos haya prometido un nuevo amanecer y la protección de la Madre Tierra, no nos
ha librado del azote de los oportunistas, ni con fumadas poderosas de sus
chamanes.
Hace un par de
días, el país fue sacudido por otro escándalo mayúsculo desde las entrañas del
mismo gobierno. Otra vez en las barbas del Ministerio de Gobierno. Como en otra
ocasión, en su seno funcionaba todo un clan de narcotráfico encabezado por el
principal asesor antidrogas, detenido luego en Panamá. Esta vez fue por la denuncia
de un empresario norteamericano preso en Santa Cruz por presunto enriquecimiento
ilícito y nexos con el narcotráfico. El caso Ostreicher puso en evidencia toda
una red de extorsionadores, al mando de dos abogados, representantes legales del
mismo ministerio y, que gracias a un poder ilimitado hacían de las suyas, presionando
a jueces y fiscales para dirimir sentencias a favor de algunos o arruinar a
otros. Lo llamativo es que estos funcionarios ya operaban por lo menos desde
hace cinco años atrás: cuatro ministros pasaron por la misma cartera y ninguno
se enteró de los turbios negocios. La más terrible de las paradojas se produce
cuando el organismo encargado de la seguridad interna del estado, no es capaz
de descubrir ni a su propia carroña, a pesar de contar con innumerables agentes
de “Inteligencia”.
A Jacob Ostreicher,
detenido desde hace 18 meses en la cárcel de Palmasola, se le incautó maquinaria,
fincas, ganado bovino, vehículos y producción de arroz. Desde el principio de
su detención afirmaba que había sido víctima de una red de corrupción. No le
creyeron y se pudría lentamente en su celda, afectando gravemente a su salud,
que hasta el actor Sean Penn - aprovechando un viaje de visita a su amigo Evo Morales- fue a entrevistarse
con su compatriota en dicha cárcel. El mismo ministro de Gobierno se comprometió
con Penn a efectuar un seguimiento personal del caso, de eso ya pasó más de
seis meses. Otra publicación reciente afirma que la intervención del mismísimo
FBI precipitó la caída de la red de extorsión y corrupción.
Tan grande era el
nido de ratas que resulta inexplicable que no se haya intervenido antes. Tan
fácil fue hacer desaparecer casi 15 mil toneladas de arroz de los almacenes de
la Dirección de Bienes Incautados (Dircabi). Tan sencillo fue rematar centenares
de cabezas de ganado a precio de gallina muerta. Tan simple vender la
maquinaria industrial como si fuera una carretilla. Cosa de magos. “Ellos
venían con sus credenciales y chalecos del Ministerio de Gobierno, comprábamos
de buena fe” dicen los beneficiados privados. Botín redondo y millonario: el
negocio sobrepasa los 14 millones de dólares, según estimaciones de Jerjes
Justiniano, abogado cruceño.
El escándalo
implica a un montón de funcionarios gubernamentales y judiciales. Ostreicher
acusó incluso al ex fiscal distrital de Santa Cruz de dilatar su proceso, que
hace poco estuvo pugnando por la fiscalía general del Estado. Destapada la
olla, surgieron más denuncias; familiares de otros presos relataron que habían
sido extorsionados con miles de dólares para favorecer sus casos. Acusaciones y
más datos empiezan a desenvolver el ovillo, el proceso da para largo. Mientras
tanto, el ministro de Gobierno, Carlos Romero, salta a la palestra con toda
gallardía, declarando “hemos tenido la valentía de encarar esta investigación”.
Llevándose todo el crédito, como si fuera el héroe. Tan pancho, tan orgulloso,
como si no se enterara de que la mierda estaba en su patio. En otro país,
hubiera sido destituido de inmediato o se hubiese provocado el harakiri y no
solo metafóricamente hablando. Aquí, un poco más y deberíamos condecorarlo
según nos dio a entender. Así estamos.