Años atrás, Evo Morales, como dirigente máximo
de los cocaleros organizaba marchas y bloqueos de carreteras en contra de los
gobiernos neoliberales por su política de erradicación de cultivos
excedentarios, materia prima del narcotráfico. Morales no solo paralizaba las
exportaciones de banano y otros productos alternativos así como el turismo a la
paradisiaca región del Chapare sino que afectaba constantemente la libre circulación
por el eje troncal del país con la excusa de que emprendía una lucha social.
Fueron tantos los bloqueos que resulta difícil llevar la cuenta. Hasta el día
de hoy, Evo se ufana de estas acciones, creyéndose una especie de Che Guevara
tropical que luchaba contra el “imperialismo yanqui”. Irónicamente, pocos años
después, el concejo municipal de Cochabamba lo condecoró por haber “contribuido
al desarrollo de la región”.
El guerrero solitario pronto adquirió
notoriedad en todo el país, muchas veces sus disciplinadas huestes cocaleras se
enfrentaron a las fuerzas de erradicación.
Hubo mucha violencia de ambos lados, que se saldaba a menudo con heridos
y en ocasiones con víctimas mortales. Lógicamente, los gobiernos de entonces
apuntaban a los dirigentes para establecer responsabilidades. Morales era
siempre señalado por ser el principal portavoz de la causa cocalera. Le gustaba
el papel de víctima, porque se desenvolvía como pez en el agua. Se sentía más
perseguido que una alimaña, buscando el amparo de organismos internacionales.
Con todo el poder mediático estatal en su contra necesitaba una caja de
resonancia.
Una y otra vez, no se cansaba de agradecer a
los “hermanos de la prensa” que constantemente cubrían sus actividades y que le
permitían transmitir sus denuncias de los abusos que cometían las fuerzas
militares apostadas en el Chapare. Así fue creciendo, impulsando su imagen a
velocidad de relámpago. Fundó su propio instrumento político. En unos años fue elegido diputado nacional
minoritario. Poco tiempo después, aliándose con sectores obreros y campesinos
se convirtió en el líder principal de oposición. Lo demás es historia conocida.
Hoy, con Evo en el
poder, se volcó la torta como se dice vulgarmente. Apenas llegado a palacio de
gobierno, el nuevo partido oficialista, MAS, se dedicó a destruir a la
oposición, ya de por sí debilitada por las circunstancias históricas. Se
instauró una campaña sistemática de emprender juicios a todos los anteriores
gobernantes bajo acusaciones de corrupción, enriquecimiento ilícito y desmantelamiento
del estado. Muchos jefes políticos tuvieron que asilarse en países vecinos.
Asimismo, se destituyó a gobernadores y alcaldes opositores, a veces bajo acusaciones inverosímiles y reemplazándolos
por gente del oficialismo mediante maniobras jurídicas, desconociendo la
voluntad popular del voto. El poder judicial, el poder electoral, y las demás
instancias del estado, fueron totalmente copados por el partido hegemónico. Aunque
en el ínterin se hayan armado costosos montajes seudodemocráticos como las
elecciones judiciales.
Todo este abuso de
poder, todo este totalitarismo ramplón y descarado que se fue consolidando en
estos años del régimen de Evo Morales, fue naturalmente reflejado por la prensa,
principalmente por la televisión que tiene el privilegio de las imágenes. Con
la oposición descabezada, Evo se sintió invencible e intocable, y no pasó mucho
tiempo para que señalara a “la prensa como el principal enemigo del gobierno”. De
pronto, la prensa estatal nos ofrecía un mundo mágico donde el gran caudillo
inauguraba obras todos los días, recorriendo de punta a punta el país, como apóstol
infatigable de la revolución. Al contrario, los medios privados nos mostraban
una realidad diferente, denunciando las chapuzas de las obras, los actos
abusivos, los innumerables casos de corrupción, el despilfarro de dineros
públicos en bienes suntuosos y actos festivos, la manipulación de otros poderes
y autoridades, el atropello a los derechos humanos y cuanto acto reñido
con la ley se presentara.
Algo no cuadraba,
definitivamente. El gobierno necesitaba consolidar su verdad. Era imperante
controlar las noticias. En pocos años construyó toda una red gigantesca de
propaganda en torno a diarios, radios comunitarias y canales de televisión.
Incluso, al menos dos grupos mediáticos de reconocido prestigio, fueron
adquiridos por consorcios extranjeros vinculados al gobierno venezolano. Las
pocas redes independientes se vieron obligadas a modificar sus editoriales ante
el acoso constante del régimen con la amenaza de multas y clausuras. Recuerdo
bien, que durante los gobiernos anteriores había varios programas de periodismo
de opinión en televisión con alcance nacional. Hoy no queda ni uno solo. El último programa de corte crítico que
se emitía desde Santa Cruz para todo el país, y que gozaba de una amplísima
audiencia por razones obvias, fue prácticamente silenciado hace un año atrás al
dejar de emitir a nivel nacional y, su polémico conductor, agobiado por los
procesos penales y amenazas contra su vida se vio obligado a rebajar el tono de
sus críticas y denuncias y relegado al ámbito local.
En todo este
tiempo, se han sucedido constantes agresiones físicas contra reporteros y camarógrafos
de televisión, especialmente por gente de los movimientos sociales vinculados
al gobierno. En 2008, la red Unitel sufrió un atentado dinamitero
en la ciudad fronteriza de Yacuiba, no obstante que el autor fue identificado
como un oficial del ejército, nunca fue sentenciado y ahora seguramente goza
de su impunidad en alguna delegación diplomática del extranjero. En marzo del mismo año, un radialista murió a consecuencia
de haber sido golpeado salvajemente en una población altiplánica, a pesar de
que reveló los nombres de los agresores, estos permanecen sin castigo. El
mensaje para todos es tristemente desolador: Atacar a la “prensa capitalista y
tergiversadora” tiene mérito revolucionario y la seguridad de que no habrá
proceso. Son demasiados los casos como para enumerarlos, basta ver a algunos oficiales
de policía que impiden con brutalidad a los reporteros hacer su trabajo. En el
ambiente impera un aire de represión que no se veía desde las dictaduras.
Hace un mes atrás,
sucedió un caso muy preocupante, otra vez en Yacuiba, donde un viejo periodista
de radio y una operadora técnica sufrieron quemaduras de gravedad al ser
atacados con bombas molotov por un grupo de encapuchados cuando se emitía un
programa al aire. El radialista es muy conocido en la región por sus constantes
denuncias de hechos de corrupción producidos en el municipio del lugar y
actividades irregulares como el contrabando. A pesar de que se ha detenido a
los supuestos autores materiales del atentado, hasta ahora no se ha responsabilizado
a los autores intelectuales del mismo pese a los indicios. El pobre hombre temiendo
por su vida tuvo que ser trasladado a Santa Cruz y posteriormente a la
Argentina para iniciar una dolorosa recuperación.
Para terminar este
repaso de los atropellos a la libertad de expresión, hace unos días, calculando
que la opinión pública estaba concentrada en el Censo de Población, se efectuó
un operativo policial contra el Canal 33 que se emite localmente en Cochabamba.
El gobierno, recurriendo a la Autoridad de Telecomunicaciones y Transporte
(ATT), intervino las instalaciones de dicho medio de comunicación con la
acusación de “ocupar ilegalmente frecuencias y operar en un domicilio no
registrado por la licencia de funcionamiento”. Argumento poco sólido para justificar
semejante intervención que se asemejó a un operativo antiterrorista. Las
imágenes de una cámara de seguridad muestran cómo una veintena de efectivos
procedieron con violencia y uso de gases lacrimógenos contra la propietaria del
canal y sus empleados. Aparte de secuestrar algunos equipos de transmisión,
micrófonos y una computadora portátil, los policías ingresaron hasta la
vivienda de la afectada, atemorizando a los hijos menores de la periodista, atropellando
uno de los preceptos constitucionales que establece la invulnerabilidad de un
domicilio particular. El pecado de la conductora de televisión, es que a través
de su programa “Aló Marianela”, denuncia con documentación en mano, los
constantes hechos de corrupción del régimen que preside Morales.
Negros nubarrones se
ciernen sobre la libertad de opinión. Ahora con la excusa de luchar contra el
racismo y la discriminación, paulatinamente se acalla a los periodistas y se
busca encorsetar a los medios tradicionales de prensa para que se abstengan de
criticar abiertamente a las autoridades.
A este paso, solo queda algo de libertad en los medios digitales. Aunque
ya se planea elaborar una ley para controlar las redes sociales. Mientras
tanto, no está de más hacer oír nuestra
propia voz. Mientras el sagrado guerrero del arcoíris y el tiempo nos lo
permitan.
Apreciado José : para los poderosos de Bolivia y de todas partes, la libertad de prensa es buena mientras medios y periodistas se dediquen a adular el poder y ocultar sus tropelías. Pero cuando optan por denunciar las lacras del soberano y sus amigos suelen convertirse en una presencia bastante incómoda. Tanto, que un político colombiano de cuyo nombre no quiero acordarme, llegó a decir : "¡Que viva la libertad de expresión! ¡ pero que viva bien lejos!"
ResponderEliminarPor lo visto, amigo Gustavo, el político colombiano se inspiró en su suegra, modificando esa frase que veo a menudo en la cabecera de los micros. A tono con su explicación, en la página web de la periodista, cuyo canal fue clausurado estos días en Cochabamba, se puede ver un video de cómo Evo Morales –años antes de subir al poder-, la elogia diciéndole “la felicito por su excelente programa (Tv.)”además de otras lindezas demagógicas. Y ahora como las circunstancias han cambiado, Evo manda a sus esbirros de la fiscalía a ponerle candado a su medio.Ahora mismo, al hacer zapping, en la señal del canal sale la leyenda: "canal 33 acallado por el gobierno"
ResponderEliminarmala tempora currunt ahimè...
ResponderEliminarfiore