Coche de la Gobernación de Cochabamba |
Fue pillado uno más. “Más, más, somos MAS, a detenerse nunca
más”, indica una canción muy popular entre filas oficialistas. Y es verdad, la
fiesta nunca se detiene. La juerga continúa a ritmo mareante. Unos creen vivir
una realidad embriagadora. Permanente goteo de casos que ya a nadie sorprende.
Resultaría largo y cansino dar nombres. Toda la ciudadanía lo sabe: los que se
hacen pillar son apenas una muestra, como la punta de un iceberg flotando en un
mar de whisky.
Si no fuera por los choques y escándalos, la prensa difícilmente
daría con las latas y botellas vacías. Muchos menos la policía, que para
labores preventivas y perseguir ladrones cojea como un mutilado pero cuando
ocurren accidentes de tránsito aparece repentinamente tras las gomas quemadas como
si tuviera el olfato de un sabueso. Así nos enteramos cada fin de semana, por
pura casualidad, mejor dicho, por puro accidente. Han caído desde ministros,
senadores, diputados, alcaldes, consejeros, directores y funcionarios de menor
rango. Todos en estado etílico, irreconocibles en muchos casos. La pagan los
vehículos, algunos quedando en chatarra. La pagan infortunados transeúntes
atropellados. O la pagan supuestos conductores, “el chofer que se descontroló”,
arguyen como descargo. El último protagonista, el alcalde de Colcapirhua, municipio
aledaño a Cochabamba, que notoriamente
borracho se puso a agredir al camarógrafo que estaba cubriendo el caso. Como es
de suponer, al día siguiente no se acuerdan de nada. Y piden disculpas sin más,
como si acabaran de limpiarse la boca después de un banquete.
Farrearse los recursos públicos y estrellar vehículos
oficiales está de moda. Los incautos que se hacen pillar casi todos salen
frescos del barullo, dependiendo del caso y del rango. Si son autoridades
electas (alcaldes, concejales, legisladores) no pasa nada: paños fríos y desaparecer
de la escena hasta que pase la resaca. Si son funcionarios nombrados: simulacro
de destitución o, lo que es lo mismo, degradarlos a puestos más discretos, jugando
al enroque. Pero también existen casos, muy pocos, que pueden truncar la
carrera política del infortunado; el más notorio fue el de un exministro de
educación que por su afición a las copas fue castigado por Evo. Se dice que el
caudillo sospecha de todo aquel que le haga sombra, característica de todo
gobernante autocrático. El descuidado ministro, uno de los pocos intelectuales
aymaras en el gobierno, no agradaba al entorno del presidente y pronto fue
expulsado de su despacho con la excusa perfecta: borrado de un dedazo por un
brindis de más. A todos los correligionarios les queda bastante claro: si le
agradas al jefe, está todo bien; si no, te jodiste.
Es tal la corrupción en el gobierno, que el caso más notorio
fue descubierto fortuitamente gracias al alcohol. Uno de los negociados más
millonarios fue destapado en Yacimientos Petrolíferos, donde estaban implicados
varios directivos, descubiertos a raíz de documentos incriminatorios
encontrados en una camioneta lujosa, siniestrada por un ejecutivo borracho.
Desde entonces circula en el ambiente político, el conocido chiste de que el
mejor zar anticorrupción del gobierno es Johnnie Walker. Broma que no está
alejada de la verdad, porque es evidente que hasta el logotipo de la manzanita
del Ministerio de Transparencia y Lucha contra la Corrupción está podrido. Pues resulta que
a la ministra del ramo, no le parece que sea nepotismo que su hija trabaje en la embajada de Berlín, porque sostiene que “es otro ministerio” y para agravar
el asunto, esta misma hija fue denunciada por la Asociación de bolivianos en
Berlín, por no pagar varios meses de sueldo a una mucama llevada desde Bolivia,
además de darle un trato semiesclavizante, aprovechándose de su condición
humilde, la típica servidumbre colonialista que ahora dicen combatir.
Al contrario, es impresionante la energía, diligencia y saña
de inquisidor que la ministra emplea con políticos, empresarios y dirigentes
opositores a titulo de combatir la corrupción, viajando incluso a países
vecinos –donde están asilados algunos políticos- llevando supuestas pruebas de
los delitos. Cuando ahí mismo, en sus
narices, campean los ejemplos de negociados, tráfico de influencias y
nepotismo. Son tan transparentes que nunca investigan a los presidentes de las
empresas públicas (como si estos no se enteraran de lo que hacen sus
subalternos), a pesar de los millones y del olor nauseabundo del escándalo. Con
estos antecedentes, es normal que los privilegiados sigan caminando y tan
campantes, como nuestro héroe escocés. A manos llenas, disfrutando de la vida, de etiqueta negra para
arriba.
"¿Usted no sabe con quien está hablando?" le espetó, tan ebrio de soberbia como de alcohol, un congresista colombiano al policía que lo sorprendió conduciendo su vehículo borracho como un cosaco de película gringa.
ResponderEliminarEn mi país, apreciado José, las personas muertas y lisiadas tras ser atropelladas por conductores borrachos se cuentan por centenares. Un porcentaje escandaloso- por no decir la totalidad- de los responsables quedan en libertad. Y eso que la legislación ha avanzado un poco ¿Qué tal ese absurdo de considerar que un borracho no es responsable de sus actos? ¿Acaso alguien le puso una pistola en la cabeza para obligarlo o beber. Sin embargo, ya desde los tiempos del Código de Hammurabi el derecho estaba lleno de caminos torcidos, sobre todo si el perpetrador del delito dispone de una buena cuenta bancaria o de un alto cargo en el gobierno.
Me llama la atención que varios casos que mencionas sean de abuso de alcohol. Ocurre que la borrachera es algo muy visible, no se puede ocultar, salta a la vista. Otras formas de corrupción, tratándose de un funcionario público en funciones, pueden estar escondidas. En Inglaterra, donde vivo, los funcionarios públicos saben que el abuso del alcohol es una tontería, que no les permitiría sobrevivir en sus puestos ni un minuto. Esto no significa que no haya casos de peculado y otras irregularidades, que tienen la ventaja de que no hacen que el personaje vomite en los pasillos y se le trabe la lengua.
ResponderEliminarAlgo similar a la anécdota que nos comparte, estimado Gustavo, se producido alguna vez, es que en todas partes los políticos se parecen: van de arrogantes y creyéndose intocables, que sacan a relucir cuando están bebidos precisamente. Y cuando están en función de poder, se consideran un poco más que inmortales. La sociedad boliviana es terriblemente alcohólica. Beber socialmente está muy arraigado, eso explica en parte nuestra afición por las fiestas folclóricas.(nuestro futbol profesional también está contaminado por el vicio). Además, emborracharse es de machos, tal como observan las costumbres, el que no quiere beber es visto como débil, pusilánime o poco viril. Así, no es extraño que todos los lunes nos despertemos con noticias de siniestros por el alcohol, políticos incluidos.
ResponderEliminarComo sugería en el post, amigo Lalo, aquí raramente se castiga enérgicamente a los funcionarios borrachos, a menos que se mate a civiles inocentes. Como decía a Gustavo, el beber en exceso es tan tolerado culturalmente que poca gente lo ve como una muestra de corrupción. Nadie se espanta, mucho menos las autoridades que socapan a los funcionarios involucrados. La misma policía actúa en función del peso del borrachín: si eres un ciudadano común, arresto en una maloliente celda; si eres senador hasta te permiten dormir la mona en una oficina de un jefe policial. Eso sí, nadie paga los platos rotos, mejor dicho, los daños causados a los vehículos oficiales, como el de la foto que está tirado en un almacén de la gobernación de Cochabamba.
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