Los tres larguísimos días continuos de feriado
departamental que atravesamos el último fin de semana, con motivo de recordar
los doscientos y pico años de cacareada libertad de la patria chica de los
cochabambinos, ya me suponían otro atroz suplicio para mi espíritu, que ni con
un festival casero de revisionado de películas hallaría suficiente consuelo, ya
que no soy de andar acudiendo a festivales de chanchitos, pajoleras serenatas multitudinarias,
desfiles cívicos a todo trapo, visitas a parques y paseos cada vez menos verdes
y otras actividades de ocio tan característico de estas fechas. Como ven,
seguimos practicando un rancio nacionalismo de cocina: me trago que se hayan
celebrado los doscientos años, así bien redondos, del “grito independentista”
(cuando probablemente fue una asonada por pérdida de privilegios) con toda su
fanfarria y adornos de oropel. Pero seguir con la misma hermenéutica todos los
años ya cansa hasta a los retratos de los próceres colgados de los salones. Yo
no he visto que los brasileños celebren a tutiplén cada recordatorio del Grito
de Ipiranga o que los parisinos salgan a desfilar por otro aniversario más de
la liberación de su ciudad de las tropas nazis. Deberíamos liberarnos de tanto
patriotismo cerril y arrabalero, más bien. Pero mejor pasemos a asuntos más
sabrosos.
El domingo 14 brilló más que nunca el sol de
septiembre radiante, como reza el himno. Mientras el caudillo y su tropa de
comensales gozaban de un almuerzo abundante ofrecido en su honor por el siempre
servicial gobernador, el resto de las familias cochalas pasábamos el rato como
podíamos. Luego supe que para hacer digestión, los muy patriotas se fueron a
desfilar a la avenida de El Prado a eso de las dos de la tarde. Como testimonio
de su paso, fueron seguidos por la cuadrilla flamante de los seis helicópteros
chinos entregados la noche anterior. Desde mi terraza pude ver el sobrevuelo
efectuando rondas en torno al desfile. Parecían buitres presentando sus
respetos al zopilote rey que ahí abajo se andaba luciendo. En casa, mi primo sacó su parrilla y se puso a
limpiarla. Nos invitó cordialmente a un pequeño banquete como almuerzo. Al poco
rato ya humeaban los carbones y desde la terraza se podían sentir los primeros
aromas de un apetitoso asado. Bajé con mi cámara fotográfica porque tenía que
registrar un encuentro histórico: era la primera vez que mis ojos se topaban
con la silueta aplanada de un pacú, un bicho bastante feo y familiar cercano de
la temida piraña.
Hechos los honores de admirar a tan magnífica
criatura de la naturaleza, esperé pacientemente que el calor hiciera su trabajo.
Entretanto, mi primo me contó sus peripecias para poder atrapar algunos
ejemplares. Tanto se aficionó a la pesca de rio tropical que ahora se ha vuelto
todo un experto. Hay que verle cómo limpia concienzudamente sus cañas y
carretes antes de cada nueva aventura. Con su grupo de amigos, antes de que
lleguen las primeras lluvias, alistan sus pertrechos, un pequeño bote a motor y
sus infaltables conservadoras de plastoformo. Una buena botella de ron para las
noches y se largan contentos rumbo a esos ríos cercanos al parque Tipnis, bien
adentro de la selva chapareña. La pesca en la región del Chapare ya es escasa
por el constante saqueo de los lugareños (a veces con dinamita) y por la
actividad de los narcos que echan sus químicos a los arroyos y demás afluentes.
Sólo pasando la zona cocalera, el paisaje todavía está intacto. Viendo las fotografías
uno entiende a cabalidad la férrea oposición de los indígenas a los planes
desarrollistas del caudillo que quiere atravesar el corazón del parque a través
de una carretera asfaltada.
El aventurero de mi primo retorna mayormente
con una pequeña provisión de sábalos, muy escasos dorados y ocasionalmente con algún
surubí de tamaño respetable. Ya he probado carne de surubí rebozado a la sartén.
Y tengo mucha paciencia para lidiar con las espinas peligrosas del sábalo
porque vale la pena. Quizás únicamente en un país mediterráneo se puede adorar un
buen filete de pescado cocinado por cualquier método. Todo un lujo al alcance
de pocos, porque kilo por kilo cuesta igual o más que un buen lomo de vaca,
dependiendo de la especie. Hasta ir a comer un plato de trucha de criadero es
un sacrificio para los bolsillos. El domingo fue uno de mis días más felices,
por cortesía de mi primo, cosa rara de pescadores, él no parece disfrutar con
la misma intensidad que los invitados a la mesa el fruto de su esfuerzo; para
ellos el placer está en el rito de
lanzar la carnada y luchar a brazo partido con la obstinación de las presas (el
tamaño de los anzuelos dan fe de su resistencia), tal como ya narraba
Hemingway. De algo sé yo, que alguna vez he sentido el suave tirón del sedal
cuando una trucha muerde el anzuelo, en mis ya lejanos años de jugar al
pescador cuando iba de excursión al parque Carrasco.
Por todos los dioses, juro que no he disfrutado un milagroso manjar
de las aguas como aquel generoso trozo de carne de pacú: blanca, suavecita y
suculenta. Un infaltable vino blanco seco bajando por el paladar hizo comunión con el
ritual mientras contemplaba algo triste la ya vacía parrilla en el patio.
Tenga piedad,apreciado José. A esta hora estoy en mi lugar de trabajo y no dispongo de una parrilla a la mano para saciar el apetito que acaba de despertarme.
ResponderEliminarLo que me preocupa de veras es que usted tendrá que soportar al caudillo y sus amiguetes durante un nuevo- y supongo que cuasi eterno- periodo de gobierno. Bien reza el dicho aquél : "Al que no quiere caldo..."
Ja, a mí me duele mas evocar cualquier manjar porque tengo la necesaria costumbre de postear justo cuando vuelvo a casa, a la hora del almuerzo ( en este horario la web no esta muy saturada) y con el estomago rugiendo es un doble sacrificio. Como se da por descontado la nueva victoria del caudillo, me temo que estaremos condenados a soportarlo por lo menos otros cinco años, si es que otra vez no mete mano a la Constitucion para eternizarse. Mientras tanto, él ha prometido que sí se ha de retirar de la politica el 2020, para abrir un restaurante y que trabajará de mesero con toda humildad. Cosa parecida prometio hace cinco años antes de volver a ser candidato. Palabra de Evo, palabra ladina.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo en que el pacu no es muy agraciado, pero vale la pena apuntar que tiene una linda sonrisa, como decíamos de las tías que habían quedado para vestir santos en épocas ya lejanas. Tu primo el pescador nos muestra un interesante aspecto de la pretendida modernidad y el supuesto progreso que rigen ahora. No en vano los habitantes de esas zonas remotas no quieren esos avances.
ResponderEliminarJa, diría que tiene hasta una sonrisa socarrona el bicho, pero en cualquier caso es más atractivo que un bagre, arquetipo de la fealdad. Sobre lo segundo, para algunos pueblos el desarrollo puede significar una catástrofe, como ocurrió en la región del Chapare, que antes era una paradisiaca selva, pero llegaron los cocaleros, y con ellos los caminos y la electrificación y demás signos del “progreso” y arrasaron paulatinamente con el modo de vida de los indígenas, hasta su casi desaparición.
EliminarMuy d acuerdo. El pacu es otra delicia. Y nada como un buen fish a la parrilla, José. Me trajo otra salivada evocación.. En la Planta San Antonio (la llaman tb planta Sábalo..ja!) habia tres manjares siempre esperados: Cerdo y cabrito a la cruz, Sábalo a la parrilla y un pie d limón legendario. A menos d cinco bolivianos c/u, se encargaba a vecinos pescadores proveer la materia prima, grandes y fresquísimos..derechito del bordeante Pilcomayo a la parrilla. Claro q si nos ponemos quisquillosos hay q hablar del mercurio y otros metales pesados q son ya lamentable parte constitutiva d esos suculentos bichos. Pero bueno, esa es otra muy triste historia. Abrazo.
ResponderEliminarJa, supongo que habrás visto a los matacos devorar pescado con toda maestría, sin atragantarse con las espinas. Pues parece que aquello de comer pescadito a pie del rio, pronto será historia o por lo menos hay señales preocupantes de la paulatina desaparición de sábalo y otros peces en la región, con aquello de la contaminación del Pilcomayo y sus afluentes por la actividad minera en las nacientes. He leído que los propios chaqueños ahora disfrutan del sábalo importado de Argentina. Bien recuerdo que décadas atrás, cuando era chico, oía historias de que en Villamontes y alrededores se podía pescar hasta con la mano por la abundancia de estos bichos, que de alguna manera era corroborada por la llegada hasta nuestra ciudad de camiones cargados de pescado tarijeño. Ahora solo llega vino y pare de contar. Saludos.
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