Cochabamba esta mañana, con la cumbre del Tunari de fondo |
Anoche ocurrió el milagro que estábamos esperando. Un
creyente diría que fue por obra y gracia de la “mamita” de Urkupiña ya que hace unos diez días atrás fue condecorada con una orden especial por las ilustres
autoridades edilicias encabezadas por el alcalde. Ahora se otorgan reconocimientos
a aves migratorias como a estatuas de yeso. En eso andamos muy adelantados al
resto de los bolivianos. Dicen que la Virgen nunca antes había visitado nuestro
municipio, por lo que su aparatoso traslado (con caravana de autos, curas y
policías) desde su santuario ubicado a escasos once kilómetros, fue inmediatamente
calificado de “histórico” para nuestra ciudad. De su fervorosa visita dan fe un
par de gigantografías (las que he visto) a todo color que nuestro vivaracho
“alcalde de todos” (ahora lo es también de santitos, parece) mandó colocar en
sitios bien visibles.
Justo ayer por la mañana veía algunas imágenes de las
olimpiadas de Rio: por una parte sentía tremenda envidia que a los cariocas les
cayera lluvia casi todos los días, pero por otro lado sentía pena que los
aguaceros les arruinara la fiesta completa de sus Juegos, con partidos y
certámenes que debieron ser suspendidos o retrasados hasta que mejoraran las
condiciones climáticas, con todo el perjuicio que ello significa para las
delegaciones. Sirva por ejemplo, que los partidos de tenis o vóley de playa no
son lo mismo sin sol radiante que acompañe.
Este año ha sido muy duro para los cochabambinos, en lo que
a la provisión de agua atañe. Dada la escasez de lluvias del pasado verano,
mermaron las reservas en las lagunas de la cordillera y hace meses que estamos sufriendo
el racionamiento, con barrios donde apenas dan agua una vez a la semana y por
pocas horas. Se quejan hasta los camioneros de cisternas que los pozos se les están
secando paulatinamente. En resumen, soportamos actualmente uno de los inviernos
más secos que se recuerde. Años atrás, era de buen augurio que la temporada se
saldara con tres o cuatro nevadas alrededor de la cumbre del Tunari, principal
abastecedor de las corrientes subterráneas que discurren hacia los valles de
Vinto y Tiquipaya.
A la situación desastrosa del agua hay que añadirle la
problemática medioambiental, debido a la contaminación vehicular e industrial
cuyos efectos dañinos se acumulan con el paso de los años, ya que la metrópoli
está principalmente asentada en una extensa llanura y encerrada entre montañas,
situación que dificulta el movimiento de las masas de aire y, por ende, la remoción
de partículas tóxicas. A todo eso hay que añadirle los incendios que por la
sequedad se producen constantemente y se ceban con pastizales y áreas boscosas
del Parque Tunari que a modo de cinturón rodea la urbe por el lado norte.
No hace ni una semana cuando el último de los incendios
arrasó con más de seiscientas hectáreas de pajonales y especies vegetales de
gran valor ecológico. Durante dos días los bomberos y otros voluntarios estuvieron
combatiéndolo a mano limpia ya que no se tienen las herramientas idóneas ni
protocolos oficiales para estas contingencias. Suena a chiste las excusas de
las autoridades: habíamos tenido un par de helicópteros chinos con dispositivos
contra incendios pero resulta que no están operables por diversas razones, ni
se cuenta con pilotos entrenados, adujeron todos muy panchos. Con tantos antecedentes
(cinco mil hectáreas quemadas, en lo que va del año) no habían contemplado en
sus presupuestos para estos menesteres. ¿Para qué servirá la Secretaría de la Madre
Tierra?...me sigo preguntando.
En vez de lluvia, el otro día nos llovió briznas carbonizadas.
El ventarrón que azotó esos días del incendio, trajo polvo inmisericorde y
virutillas negras hasta mi terraza y a todo el vecindario. Primera vez que nos
alcanzó tal fenómeno, considerando que vivimos a decenas de kilómetros. No es
difícil adivinar lo que les habrá caído a los barrios aledaños del parque, que por
su ubicación tienen fama de residenciales. Con tanto humo y los constantes
riesgos de quemazón se me haría difícil residir en tales sitios.
Por fin anoche, al tiempo que salía a una gran avenida, pude
sentir humedad en el ambiente. Fue una premonición, aunque el cielo estaba
despejado como de costumbre. Se supo que en La Paz y gran parte del altiplano había
nevado en los días anteriores. La ciudad de El Alto, amaneció con paisajes
blancos que en algunos sectores recordaban al invierno europeo. En nuestro
valle desértico, sopló algo de brisa matutina, y por la tarde ventiscas y más
polvo. A quince minutos de las nueve de la noche, inesperadamente el cielo se
desató, con una lluvia copiosa que duró alrededor de una hora. Impensable para
esta época, ya que tales aguaceros son propios de diciembre o de los meses del
verano. Qué delicioso sabe el aire humidificado después de tantos meses de
sentir escozor en la nariz y ardor en los ojos, máxime en las noches. Fue como
una bendición semejante chaparrón y anuncio de que por fin llegarían las nieves
a la cumbre del Tunari, cuya silueta plomiza no hacía otra cosa que acentuar la
atmósfera opresiva de toda la ciudad.
La nieve duró un suspiro, lamentablemente |
Esta mañana me dio gusto pasear por el centro, con auténtico
frio, y el barro todavía fresco en las jardineras, y las plantas más verdes que
nunca que hasta podía sentir el aroma característico de los cipreses. Me propuse
llegar hasta la cima del cerro San Pedro para comprobar desde su mirador si la
ciudad se había limpiado de alguna manera, o por lo menos disipado ese
horroroso manto de polución que la envuelve todos los días. Llegué a las nueve
hasta la estación del teleférico pero me anunciaron que recién abrían el
servicio a las diez. No me quedó otra que emprender la trepada por las mil y
una escalinatas empinadas que llevan hasta la punta donde se yergue la mole del Cristo de la Concordia. A los pocos minutos ya
jadeaba. Lo que antes me llevaba un esfuerzo de cuarenta minutos, me costó
cabalmente una hora, entre intervalos para sorbos de agua y sentir el sudor en
la espalda. Pensé en las olimpiadas y me figuré que el trepar colinas debería ser
una disciplina olímpica. ¿Qué tiene de olímpico y agotador el disparar una
pistola o carabina a ciertos objetos, aparte de la habilidad o precisión?, me preguntaba
mientras esquivaba el lodo depositado en los rellanos, tal cual fueran saltos
de vallas.
Así tuve mis olimpiadas especiales, un poco a la fuerza,
quemando calorías para toda la semana. El sol ya llegaba a la altura de la
cabeza de la nívea estatua cuando arribé a la cima. Dos o tres jóvenes se sacaban
fotos a sus pies, para testimoniar la escalada. No había nadie más a la vista. Nos
merecíamos una medalla pero a cambio recibíamos ráfagas de aire fresco como
consuelo. A mis pies toda la ciudad. Al fondo veía con estupor que la escasa
nieve, que había caído durante la pasada noche, del ínclito Tunari se estaba
derritiendo a las carreras. Era para ponerse a llorar.
Me imaginé que era el cristo Corcovado para emprender la escalada |
La medalla le será concedida, no le quepa duda alguna,apreciado José ¿Cuando? eso ya lo decidirán los dioses olímpicos, que ninguna relación tienen con los magnates que controlan las olimpiadas modernas.
ResponderEliminarAsí que tenga con ellos la misma paciencia que le prodigó a la espera de las lluvias en este planeta que, en asuntos climáticos, anda cada vez más patas arriba, al punto de que los campesinos ya no pueden planear la siembra y recolección de sus cosechas con la certeza casi mágica que los caracterizaba hasta hace unas tres décadas.
Ojalá que los dioses le oigan, je,je. Por lo pronto mi salud agradece tal esfuerzo,a pesar de las condenadas agujetas que siento en las pantorrillas. Recien me entero, asimismo, que esa afición de meter bolas a hoyitos (golf, creo que le denominan) habia sido otra disciplina olimpica que más que generar sudor sólo ensucia los zapatos de los felices jugadores. Lleva usted razon, seguramente hay mucho dinero de los auspiciantes para seguir creando categorías absurdas a título de olimpismo. Menos mal que paso de tales "deportes" con olimpico desprecio.
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