04 agosto, 2016

2 Proust, ni a precio de saldo


A vísperas de las fiestas patrias (sí, ya saqué mi banderita tricolor al borde de la ventana) y a semanas de mi onomástico, decidí celebrar por adelantado y por doble partida. Ya ven qué ahorrativo que soy. Y bien patriota, y eso que cierro los oídos cuando suenan las marchas militares y doy rodeos gigantescos para no toparme con los desfiles escolares que abundan en estas fechas. No sé qué haré el día que tenga hijos. El sólo pensar en la penosa tarea de tener que alistar sus uniformes y llevarlos a tan grotescos circos ya me abruma como una losa. Y si tuviera una linda hija, dios no quiera que me salga con el cuento de que quiere ser porrista de la banda de su colegio. La desheredaría ipso facto.

Como sé que mañana y pasado, el centro de la ciudad va a estar colapsado por tanto banderín, bombos ruidosos y trompetas latosas, manadas de estudiantes y recuas de burócratas bien empilchados, marcando el uno dos como zombis a pleno sol, bien haré en no asomar las narices por esos sitios. Como que ya tomé previsiones: me pertreché de mi yogur predilecto, compré el pan moreno que me gusta y la mermelada de naranja con cascarita, amén de otras comprillas para llegar hasta la siguiente semana, hasta que el furor patriotero haya pasado.

Este feriado cambiaré la rutina de revisionar películas por echarle el ojo a un buen par de libros. Caminaba como de costumbre, los treinta minutos al día que recomiendan los matasanos para mantenerse saludable, por el casco viejo de la ciudad cuando de casualidad me topé con libros a precio de liquidación que exhibían en una vitrina. Me detuve a leer los títulos, la mayoría eran de textos anacrónicos de ciencia política y otras especialidades, historia nacional de hace pocas décadas, antologías poéticas de ociosos locales, revistas de crochet para quien se le antojara tejer, y algunos clásicos oxidados de la literatura: Stendhal, Henry James, Emily Bronte, cierta obra menor de Joyce y un librito solitario de Proust. ¡¡Proust!!, lo que hubiera dado yo, tiempo ha, por tener su celebérrima saga.

Me había pasado años, desde que era un imberbe, anhelando con adentrarme en su obra, mejor si la coleccionaba cual tesoro preciado. Pero no había visto ningún tomo, ni en versión pirata. Y hete ahí, que décadas después me encuentro de milagro con la primera novela de la saga. En otras circunstancias hubiera saltado de alegría, gozoso de que mi búsqueda de la obra ansiada había finalizado. Pero tiempo atrás, espoleado por la impaciencia y la expectativa todavía intacta (Umberto Eco se había pasado de malicioso por calificarla de “asmática” me decía a mí mismo), cometí la imprudencia de bajar los tomos en versión e-book y me propuse dedicarles horas maratónicas de lectura, si hasta reuní manzanas y caramelos masticables para no desfallecer.

Para qué les cuento. No pasé de las primeras cincuenta páginas. Me quedó claro que Proust era un genio para hilvanar tan sesudamente innumerables recuerdos y adentrarse hasta todos sus antepasados si hacía falta. Sin embargo, su escritura me pareció soberanamente aburrida y tediosa. Por mucho que lo intenté no conseguí emocionarme con sus largas ensoñaciones. Como si el rancio de la larga estancia en su habitación se hubiera trasladado a nuestra época. El tiempo se había detenido y, para colmo, había envejecido mal, a mi parecer. Tal vez suene a herejía lo que digo, pero qué le vamos a hacer, hace rato que me fio de mi olfato cuando husmeo en cuanto escrito cae en mis manos. Aunque les parezca filisteo a los canónicos. Con tantas aventuras que acometer –en los campos literatosos y en la vida- no estoy dispuesto a perder el tiempo, así por así, como diría un inversionista.

Aun así, me di el gusto de olfatear literalmente “Por el camino de Swann” en la tienda. No sé a qué listillo se le habrá ocurrido imprimirla en dos tomos, en una tinta muy oscura y letra demasiado menuda, para mayor espanto, los bordes del papel ya acuciaban cierto descolorido. Olía a letra muerta y su tapa dura asemejaba lápida. Imaginen 14 libros engrosando un estante, sólo por figurar, como hacen los abogados con sus enciclopedias jurídicas. Menos mal que el resto de la colección ya no había. Que si no hubiera sentido la tentación de llevármela a casa. Por querendón. Aunque sea exclusivamente por el título, quizá el más hermoso pensado nunca.

Entretanto, por un precio de ganga me hice con dos publicaciones que suman setecientas páginas. Lo que me hubiera costado llevar a una flaca al cine más unos refrescos de rigor. Para ver una ñoña película romántica. Y aun así correr el riesgo de que la mina se saliese por la tangente. Con estos dos ejemplares al menos tendré satisfacción garantizada. Por si no se nota, desde chico siempre me ha fascinado la palabra “inca” y todo lo que tenga que ver con ello. Sorprende que prácticamente no se hayan hecho películas, series o cómics con esta enigmática civilización. Quizás sea mejor así. Para que siga volando la imaginación y no sea tiempo perdido.  



2 comentarios :

  1. Ja, ja, ja. Eso de los desfiles patrioteros es una plaga cuyo único antídoto es la indiferencia, apreciado José. Y en América Latina, cuando se combinan con el color local para atrapar turistas, puede dar resultados nauseabundos.
    Y sobre Proust, no conocía esa definición de Eco, pero siempre me inquietó la manera como sus textos están llenos de comas y puntos y comas : exactamente como la respiración de un asmático.

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    1. Ja, pero a veces ni la indiferencia es suficiente para hacer frente a estos maniáticos desfiles que no sólo azotan la tranquilidad con su cacofónico bullicio sino que además perjudican la transitabilidad de gran parte de la ciudad. Si construyeran un "marchódromo" en las afueras para todos los patriotas de última hora, aplaudiria hasta reventar, y de paso serviría hasta para los cientos de bailarines folclóricos que cada tanto se apoderan de calles con la excusa de sus fiestas patronales, que andando el tiempo aumentan como una verdadera peste.

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