Veo la enredadera ya
amarillenta, pero todavía colgando con algunos frutos, encaramada al laurel del
patio. Otra planta que vino al mundo,
casi por generación espontánea, debido a que mi tía tiene la divertida
costumbre de tirar semillitas en un rincón del jardín y un tiempo después nacen
calabacines, limoneros, tomatitos cherry que su pequeño nieto devora como
golosinas. Me detengo en los ovalados frutos que no han terminado de crecer y
recuerdo que, de niños, cuando nos tenía a mal traer un molestoso dolor de
oídos, los adultos solían calentar dentro de una olla de barro o tiesto, en
seco, un par de achojchas que, por efecto del calor desprendían gotas que una
vez aplicadas, haciéndoles un agujerito en la punta, actuaban como santo
remedio a modo de analgésico. Recetas caseras que perduran hasta hoy y se
pierden en el anonimato de épocas pasadas.
Pocos sospecharán que
la achojcha pertenece a la familia de las cucurbitáceas, es decir pariente
despreciada de los pepinos, sandías, zapallos y demás calabazas. Es que su
aspecto a primera vista importa menos que un pepino, ya que es menuda, blanda
al tacto y totalmente hueca. No la prefieren ni los pájaros, no recuerdo haber
visto alguna carcomida o picoteada. En crudo, su sabor no se parece a nada,
menos a una fruta dulzona. Sabe totalmente insípida, diría que hasta un
tronquito de brócoli es más apetecible.
Otra cosa es cuando
pasa por la cocina. Piquémosla sobre una tabla, luego de extraerle los
filamentos que contienen las escasas semillas, en cortes tipo juliana y luego
de un hervor de unos cuantos minutos, en cuanto su tono varíe a un verde más
opaco, será momento de escurrir el agua sobrante. Añadamos un chorro de aceite
para sofreír ligeramente y a continuación podemos largar unos huevos, una pizca
de sal, pimienta y obtendremos un delicioso revuelto para degustar en el
desayuno con pan crocante y café humeante. Eso sí, la dificultad de la faena es
de una sencillez apabullante que el único requisito es levantarse de la cama
con ganas, sino ya puede quedarse a soñar con aburridos tazones de hojuelas de maíz.
De todas maneras
imaginables se puede aprovechar esta versátil verdura. Su rápida cocción, suave
textura y sabor neutral la hacen apta para todo tipo de guisos y sopas. A menudo,
le pido a mi madre que pique menudito para añadirla al almuerzo y, ocasionalmente,
también me prepara un oloroso saice con ají y carne molida que bien acompasa un
buen arroz graneado. Sin ir más lejos, es la alternativa perfecta a la cebolla
picada, sin sufrir sus conocidos efectos colaterales. Bastante alentador, ¿a
que sí?
Pero es rellenándola
donde cobra especial importancia. Su forma globosa la hace idónea para
insertarle todo tipo de rellenos a base de carne, queso u otros preparados que
a uno se le ocurra. La más popular es, desde ya, rellenarla con carne y arvejas,
a la manera de las empanadas, rebosándola con batido de harina y huevo y freírla
en aceite. Otra ligera variación es prepararla enteramente con queso rallado
para que se funda en su interior. Hace unos días, aprovechando otro ocioso
feriado, fui invitado a otro suculento almuerzo en casa de unos primos. Desde hace
algún tiempo andaba insistiendo que se me hacía agua la boca por unas achojchas
rellenas de lo que sea. Mis ruegos fueron escuchados y no tardé en devorar unas
cuantas que me ofrecieron, acompañadas de una soberbia chorrellana de
pimentones rojos y unas yucas amarillas de ensueño. Casi lloré de felicidad al volver a probar uno de mis platillos favoritos.
Como no tenía ni la más
remota idea del modo de elaboración, mi prima generosa me pasó los datos prontamente,
para que vaya entrenándome dentro de mi cocina. Todo empieza por una limpieza
de las achojchas, luego procedemos a horadar por la base (la punta que va unida
al tallo de la planta) para extraer con
el dedo el filamento blanco del interior que contiene las semillas, que debe
salir de una pieza. Hervimos en agua con algo de sal por diez minutos, sin
pasarse que sino las achojchjas se reblandecerán demasiado y podrían romperse. A
continuación se introduce, con una cucharilla o con los dedos, la carne que ya
debe estar cocida y condimentada, decorándola si se quiere con aceitunas. En un
cuenco se bate huevos, dependiendo de la cantidad de piezas, espesando
ligeramente la mezcla con harina. Se sumergen las achojchas ya rellenas y con
un cucharón se las mete inmediatamente a la sartén con aceite muy caliente. Unos
minutos después, volcamos las frituras para que se doren ambas caras y las
depositamos en un plato con papel absorbente.
Sírvase guarnecido de
arroz, papas o yucas, u otra cosa parecida, y no olvide ofrecer una ensalada fresca para
matizar la mesa y apagar el efecto del aceite frito que se queda en el paladar.
A disfrutar plenamente y, si no, ya puede quedarse salivando y envidiándome desde
otras latitudes. Quédese con la receta a modo de consuelo y vaya en busca de
unas achojchas, si las tiene en su región o país, desde luego. Suerte con ello.
"Como verdolaga en playa", así brotan en mi tierra todas esos milagros rastreros, apreciado José.
ResponderEliminarMi abuela preparaba jugos,ensaladas, sopas, dulces, guisos y unas cuantas delicias más con esa parentela de calabazas.
Por fortuna, mi madre conserva la tradición y es capaz de unas combinaciones insólitas que no dejan de sorprender al paladar más exigente.
¡Ah!, su alusión a la verdolaga me hace recordar una época donde la degustábamos en ensaladas con quesillo, en casa de mi abuela, para acompañar el chicharrón dominical junto a unas papas moradas y jarritas de chicha para calmar o “matar” el chancho, como solemos decir en estos valles de extintos sauces y amenazados molles. Por lo visto, en Colombia nos llevan la delantera en cuanto a los diversos usos que le dan a achojcha o caigua, que la consuman en dulce o mermelada suena apetitoso, extraño que acá no tengamos algo parecido.
Eliminar...para calmar la sed o "matar el chancho", deberia decir mas bien.
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