La parte baja del refrigerador la he rellenado,
de suculentos frutos, hasta decir basta, tapando incluso los orificios de la
caja de verduras que está prácticamente vacía, salvo unos tomates para mis
consuetudinarios espaguetis. Parrillas vacías, excepto por una jarra de líquido
elemental. En los compartimentos de la puerta quizá haya una botella de yogur, quizá
un pedazo de queso duro, quizá unos limones resecos por falta de uso. Así de
frugal está el panorama. Pero hay una esencia que se ha apoderado de todo ese
vacío sin viandas, de todo ese aire encerrado sin motivo. Basta abrir la puerta
cada cierto tiempo para recibir en la nariz una ráfaga aromática de lo más
fresca y agradable. Las culpables, tres o cuatro bolas de maracuyá que dejé en
la caja de verduras, justo debajo de la bandeja de tumbos, bien maduros estos,
que tranquilamente aguantarán un par de semanas sin perder un ápice de sus
sabrosas cualidades.
Como ando experimentando a cada rato, se me
ocurrió mezclar ambas frutas; total, son de la misma familia, me dije. Las licué
unos segundos, cuidando de no triturar las semillas y añadiendo un poco de agua
para facilitar la tarea. Pasé la mezcla por un colador sobre la jarra con agua
y me resultó unos dos litros de exultante bebida. La dosificación justa para
cinco maracuyás y otros tantos de tumbo, como queriendo que saliese término
medio el preparado. Salió ganando el maracuyá, pues su sabor tremendamente
avasallador no tiene rival, pero el modesto tumbo le suavizó ese peculiar dejo
ácido, que a muchos no gusta y, para rematar, puso lo suyo con su atractivo
color naranja. Al final, salí ganando yo con esa exótica y jugosa experiencia.
Ahora mi heladera ya no parece tan desolada.
Promedia el invierno en estas latitudes. No
sólo los cítricos adornan los mercados y nutren mi frutero. También hay lugar
para productos más raros y escasos. Todo es cuestión de trajinarse calles y días
de feria. Entre montones de manzanas importadas, piñas agridulces del Chapare y
mandarinas japonesas de Santa Cruz, tropiezo a veces con montoncitos de frutas más
raras como esas romboides que llaman carambolas, más allá unas bolsas de
maracuyá, por ahí brillan unas escasas granadillas clamando que me las lleve a
la boca, y abunda por estos días el tumbo común o “criollo” como le llaman las
caseritas del mercado. Ya es un milagro que aparezca esa otra variedad de
puntas mas afiladas y tonalidades mas anaranjadas, y cuyo sabor más áspero y asilvestrado
me recuerda un poco a la guayaba, pero deliciosamente comestible de todas
maneras.
Al ver que aparecieron a la venta, casi al
mismo tiempo, los distintos frutos de este género de plantas, clasificadas en
la familia Passiflora, porque la forma de sus flores evoca a la
pasión de Cristo, afirman los botánicos (y pensar que pulula el cuento de que
el maracuyá es la “fruta de la pasión”, por sus supuestos poderes
afrodisiacos), se me ocurrió que podría suceder otro milagro, el cual consistía
en la búsqueda de un fruto silvestre que no veía desde mis tiempos de escolar.
Anoticiado por un ilustre paisano de que sus rastros podían seguirse en el
popular mercado de La Pampa, me encaminé para allá el reciente miércoles de
feria.
Adentrarse en tal sitio equivale a perderse en
una jungla de pasillos sin números ni denominación alguna, una densa maraña de
géneros y productos dispares esperan al visitante: el perfecto caos organizado.
Si uno no levanta la vista puede darse de narices con toldos bajos o lenguas de
vaca colgando de algún gancho. Si tampoco se tiene cuidado con los pies se podría
aplastar fruta o verdura delicada que es ofrecida a ras de piso. El truco es
caminar por el centro siempre que se pueda, pero de rato en rato hay que
esquivar a vendedores ambulantes que mueven sus carritos de refrescos o de
chorizos humeantes. No es raro que en una de esas callejuelas se tenga que dar
campo a carretilleros que trasladan tripas y panzas de reses sacrificadas
mientras te sonríen, desde el suelo sanguinolento de algún puesto, cabezas
decapitadas con sus cornamentas.
En esos parajes de demoniacos efluvios me extravié,
buscando infructuosamente el sector de las frutas, para variar. Me cansé de
peinar la zona, creyendo que pasillo por pasillo hallaría lo que buscaba.
Pregunté por dónde vendían granadillas, mientras atravesaba promontorios de plátano
y cítricos. ¿Loq’osti?, oí decir varias veces a las vendedoras y por un momento
creí estar cerca del vellocino de oro. Me mandaron a otros sectores, todos
confusos, como si hubiera un tácito complot para burlarse de los extraños. Un
hombre me indicó, que al final del pasillo tal, y ciertamente hallé las dichosas
granadillas junto a otras frutas. Caserita, yo busco loq’osti, no granadilla,
le aclaré a una cholita. Pero l’oqosti es esto pues, me respondió de manera
seca. Loq’osti te voy a dar en tu loq’o (sombrerillo) me dieron ganas de
decirle, pero me contuve porque soy un caballero andante, y eso que no tengo
sombrero.
Como sea, deduje que nunca hallaría ningún
ejemplar de loq’osti, pero me seguía intrigando que usaran tal nombre para la
granadilla, tal vez debido a que los campesinos quechuas asociaban ésta a un
fruto parecido que antaño crecía en los bosques interandinos. El loq’osti, como
bien lo sé yo, por la forma del fruto y sabor se asemeja a la granadilla pero
es de menor tamaño, poco mayor que una ciruela; pero su enredadera tiene las
mismas hojas trilobuladas y flores rojizas del tumbo. A fin de cuentas, parece
un cruce de tumbo y granadilla, o quizás sea el antepasado directo de ambas
especies. Que yo sepa, el loq’osti jamás tuvo valor comercial, tal vez por su
apariencia insignificante o porque finalmente sólo crecía en determinados
ecosistemas. Recuerdo que abundaba en los bosquecillos al norte de
Independencia, de parajes fríos y neblinosos, hogar de los picaflores de largas
y bellísimas colas iridiscentes que a menudo polinizaban sus flores.
¡Ah!, tanto evocar este perdidoso fruto de la
naturaleza me ha despertado los inevitables recuerdos de mis andaduras por el
campo, ya sea en excursiones escolares o en grupos de amiguetes donde bien
provistos de flechas de goma (hondas, tirachinas) solíamos ir a la caza de
conejillos salvajes y ulinchos (palomitas) por pura diversión. Y en esos
senderos de monte divisábamos a veces bolas de loq’osti colgando muy alto en
las ramas arboladas, que se hacía necesario alistar la puntería para que los
bajáramos a punta de flechazos. El que le daba al fino tallo del fruto era
considerado un ídolo y el que reventaba la baya era un chambón que merecía todo
nuestro desprecio. Así y todo, era bastante frecuente que al ir a recoger las
esferas amarillas, encontráramos cáscaras vacías pues los pájaros se nos habían
adelantado en el festín.
Naturalmente, se me ha despertado el apetito
de nuevo que, a falta de loq’ostis, bien me zamparé las últimas granadillas que
compré, a modo de postre. Fragancia incontestable rezumaba la telilla blanca
que las recubre mientras las pelaba para chuparlas de un sorbo. Qué placer más
arrebatador después de tanto tiempo sin degustarlas. La deliciosa pestilencia que
escapa del refrigerador me sigue embriagando, será nomás que el maracuyá es
apasionante. Los tumbos que aguardan que los destine a la licuadora y los bata luego
con leche evaporada y canela molida. El mejor helado posible, que ya se me hace
agua en la boca, sin haberlo preparado todavía. Fin del cuento y manos a la
obra.
Vista interna: maracuyá (arriba), granadilla (abajo), tumbos (costados) |
Ah, para los citadinos los viajes a la plaza de mercado son el sucedáneo de una excursión al campo, apreciado José.
ResponderEliminarLa casi infinita gama de colores, la exquisita confusión de formas y aromas , así como la textura de los frutos constituyen todo un festín para los sentidos.
Por eso entiendo que haya decidido convertir su nevera en trinchera de la sinestesia, del placer que invade el cuerpo por todos los poros.
Ja, sinestésicamente o no, no hay otra cosa mejor que la experiencia de los sentidos, amigo Gustavo. Por eso prefiero un visitar un mercado caótico de mil colores y olores antes que un supermercado impoluto y organizado, pero desprovisto de vida. Esa “exquisita confusión de formas y aromas” me ha hecho evocar infaltablemente el Ítaca de Kavafis: “cuando arribes a puertos nunca antes vistos, deténte en los emporios fenicios,y adquiere mercancías preciosas…”
EliminarNotable excursión la tuya a la inefable Pampa, bueno, inefable hasta ahora q leo este tu texto.. la riqueza d tus descripciones me trajo a la memoria la fabulosa "los pasos perdidos" d alejo carpentier, una verdadera joya d eruditas descripciones y d esa heraclitiana lección-metáfora explícita de no ser un reverendo cojotrón en la vida perdiendo un tesoro -la telúrica y leal rosario-, q no volverá por más q se intente y se rasguen las aguas del lamento. Soberbias descripciones tb las tuyas pues.. Me divertí con ese "vellocino d oro" y con ese "tácito complot..". Mis respetos, José.
ResponderEliminarY claro, veo q t has propuesto hallar esos loq'ostis antes q el zafio publique esas fotos d los frutos q habrá d zamparse -al menos eso espero gracias a las exploraciones pamperas d mi inquieto padre; ni jekyll ni el zafio se dignan en mezclarse en ese gentío d asquerosos efluvios y/o exquisitos manjares. Mucha aventura pa un eremita consumado-. Creo q vos sabes más al respecto, pero mi padre me indica q estas ya no son épocas pa pillar el fruto anhelado. Se los pilla por abril, me dice. D todas formas, le recuerdo siempre si no se topó con esos escurridizos frutos..
Notable tb esas memorias d flechas y hondas con liga. La Maica era mi vergel d infancia..caza d pajaritos en pandilla d dañinos mozalbetes (afortunadamente mi puntería era la q más apestaba, así q pocos asesinatos pajariles tengo a lamentar en la conciencia), nidos con huevitos en frondosos molles y tb los k'itaconejos escondiéndose en huequitos d suave y fértil lama.. Todo un reino con escondrijos d pastos suaves como alfombras y cruzado por el turbio rocha ya desaparecidos todos para siempre. D nuevo, vuelve ese desconsuelo por la perdida Rosario..
ps: exquisita receta esa d las achojchas.. otro manjar d manjares sin duda. Pasta d chef en tus venas, evidentemente. Y está por demás claro q hay mucho talento en una veta q debieras explotar seriamente: la comida criolla. Ya lo dijo la sabia Esther Vilar en su varón domado: ni en la cocina las mujeres muestran inventiva ni imaginación alguna..(un altar se merece ella por tan hermosas y corajudas revelaciones)
Reto aceptado el d los trancapechos, dice el zafio. Pero haz d saber q el muy mafias tiene vasta experiencia en zamparse sin problemas dos a tres en menos d 10 minutos.. Años d disoluta universidad y años tb d una noviecita adicta a esos sanguchos, aseguran q has d perder miserablemente, mi amigo. Ya habrá momento pa unos sendos vinos y luego a q cumplas -perdiendo- tu atrevida apuesta. Rapada d cabello será el castigo. Se anota en la memoria ésta tu ya d hecho deuda. Disfruta aún d tus pelos, José.
Notable tb el llamado a la concordia del amigo Martiniano: sin duda alguna, tras ver a la guapa magdalena y a sus jugosos como traviesos atributos, Jesusito supo q allí iba a encontrarse verdaderas delicias culinarias.. Recordar el valor d esos rincones, pacifica a cualquiera desde tiempos inmemoriales. Oremos por la culinaria magdalena.
Abrazos.
Tú lo has dicho, La Pampa representa la inefabilidad en todos los sentidos. Hay que armarse de tripas corazón para adentrarse en sus recovecos. Después de años me he animado a recorrerlo completamente, en las noches pasear por el lugar debe de ser una experiencia terrible. Viendo alguna de sus estampas: ese caos de mercancías, animales vivos apretujados en jaulas, vísceras apestando, y gente de todo aspecto, parecen representaciones de la Edad Media y otras épocas oscuras.
EliminarJa, mucho me temo que los loq’ostis están en vía de extinción, porque mis parientes palqueños me han informado que ya casi no se ven, porque los bosquecillos ha sido paulatinamente deforestados para ampliar los terrenos agrícolas o para aprovisionarse de leña. Desafortunadamente, al ser la planta una enredadera necesita de árboles o de arbustos tupidos para poder medrar, de lo contrario va muriendo. Si tu padre encuentra algunos frutos habrá que hacerle un monumento.
No estoy muy orgulloso de mis correrías al monte y otros sitios rurales, me duele haber liquidado inocentes pajarillos por malsana diversión y carajo que tenía buena puntería, Cuántos jilgueros, ulinchos y loritos me habré cargado, por pura joda. Al hacerse mayor, recién uno reflexiona sobre ello.
Ja, aquello de la ‘pasta de chef’ no me lo creo, si bien no soy ningún manco para la cocina sin embargo, lejos estoy de tener la pericia necesaria. Simplemente soy un qasi oqo (manguero) con olfato para los regios manjares y con mucha fortuna, también.
Ya me he asustado con los supuestos dotes del zafio para el duelo de comelones. No debí abrir la boca, más de la cuenta, je, je. Gracias por los suculentos aportes. Abrazos.