El Che es el fracasado más exitoso de la
historia, valga el oxímoron. Justamente el día de hoy se cumple medio siglo de
su muerte a manos del ejército boliviano. Y han llegado al país cientos de
invitados de la internacional socialista, seguidores de todo pelaje y frikis de
lo más diverso para celebrar su fracaso. A estos hay que añadir miles de
fanáticos locales que habrán ido a fumarse unos porros y meterse unos tragos en
la localidad de Vallegrande. Cincuenta años de armar el mismo jolgorio a nombre
de un muertito tiene su gracia. Porque está claro, ninguno de estos admiradores
lamenta, o al menos muestra algo de tristeza por su desaparición. El variopinto
despliegue de actividades, desde verbenas populares, canto, poesía y hasta
festivales de comida dan cuenta del ambiente carnavalesco que rodea al
acontecimiento.
Por supuesto que el turismo temático se nutre de su leyenda, y el comercio
oportunista idea mil formas para lucrar con su figura. Como vivimos en la
sociedad del consumo, no falta quienes buscan con avidez productos que lleven
su efigie; gorras, bufandas, camisetas, discos, libros, calzoncillos, tazas,
vasos, prendedores, etc. Todo un icono pop, estandarte de los que se dicen contraculturales
y rebeldes sin causa. Ser fan del Che es rompedor, original, irreverente y
contestario; el poster favorito para quienes afirman odiar al capitalismo a
muerte, aunque no tengan mayores problemas en comprar sus productos y gozar de
sus ventajas.
Así pues, uno se pregunta, qué tiene el Che
para que tantos jóvenes sin oficio ni beneficio lo adoren como auténticas groupies de una banda de moda. Ciertamente,
esa imagen barbada con aire soñador cuela en el imaginario popular. Con su
aparente sacrificio personal como punta de lanza, no fue difícil elaborar una
épica romántica que acompañe todo el asunto, a modo de nueva religión o
secta. El Che es el nuevo Jesucristo
(véase el parecido de su logotipo con los iconos del nazareno), el relato de la
revolución cubana hace de biblia, y Fidel Castro fungía de santo padre hasta
que estiró la pata; su hermano Raúl, el finado Chávez y otros podrían hacer las
veces de cardenales, y así sucesivamente hasta llegar a Evo Morales y Maradona
como esperpénticos profetas de la lucha antiimperialista.
Quitándole el
aura de “guerrillero heroico”, ¿qué es lo que queda?: un hombre de lo más
normalito y hasta cierto punto despreciable por su evidente racismo (“los negros,
esos magníficos ejemplares de la raza africana que han mantenido su pureza
racial gracias al poco apego que le tienen al baño”), su recalcitrante machismo
y menosprecio a las mujeres, el irresponsable abandono de sus hijos por sus
aventuras guerrilleras, entre otros rasgos de su carácter. Consideración
aparte, merece su desempeño en otras facetas de vida, empezando por no haber
concluido su carrera de médico, sus sonados fracasos como comandante de las
fuerzas cubanas en el Congo, posteriormente haciendo el ridículo como ministro
del nuevo régimen en La Habana con sus alocados proyectos de industrialización,
su pésimo manejo de relaciones diplomáticas a tal punto que se convirtió en un
personaje incómodo para los Castro. Su incursión en Bolivia fue el culmen de
sus desaciertos, demostrando que no tenía ni mínimo conocimiento del terreno
que estaba pisando. En resumen, no hay en el mundo entero otro caso similar
donde se mitifique hasta el paroxismo, la historia turbulenta de un personaje
de dudosos méritos.
Y esperen, que el surrealismo no acaba ahí, en otra vuelta
de tuerca al devenir histórico, Morales ha ordenado a su tropilla de generales
y otros gerifaltes a rendirle homenaje al hombre que junto a su grupo ocasionó
la muerte de 59 camaradas (casi todos hijos de campesinos y obreros) durante la
campaña de Ñancahuazú. Escuadras de tropas escogidas animarán el circo para
disfrute de la muchedumbre convocada y de todos los jerarcas reunidos. Son
nuevos tiempos, proclaman los que se llenan la boca de discursos soberanistas y
patrioteros, al malgastar gruesas sumas de dinero para santificar a un
mercenario, un invasor, un extranjero que no vino a cazar palomitas. Los nuevos
tiempos en que se pisotea la memoria de gente anónima que murió combatiéndolo.
Para ellos ni una misa, ni un recordatorio oficial, pues son los asesinos del
Che.
Yo no canto al Che
Yo no canto al Che
como tampoco he cantado a Stalin;
con el Che hablé bastante en México,
y en La Habana
me invitó, mordiendo el puro entre los labios,
como se invita a alguien a tomar un trago en la cantina,
a acompañarlo para ver cómo se fusila en el paredón de La Cabaña.
Yo no canto al Che,
como tampoco he cantado a Stalin;
que lo canten Neruda, Guillén y Cortázar,
ellos cantan al Che (los cantores de Stalin),
yo canto a los jóvenes de Checoslovaquia.
como tampoco he cantado a Stalin;
con el Che hablé bastante en México,
y en La Habana
me invitó, mordiendo el puro entre los labios,
como se invita a alguien a tomar un trago en la cantina,
a acompañarlo para ver cómo se fusila en el paredón de La Cabaña.
Yo no canto al Che,
como tampoco he cantado a Stalin;
que lo canten Neruda, Guillén y Cortázar,
ellos cantan al Che (los cantores de Stalin),
yo canto a los jóvenes de Checoslovaquia.
Stefan Baciu, poeta
rumano.
No olvide usted un detalle, apreciado José: desde el comienzo de los tiempos todas las sociedades necesitan mitos. Mitos grandes y pequeños que respondan a la medida de sus sueños y tribulaciones.
ResponderEliminarY si hacemos un inventario, el héroe del mito casi siempre es un fracasado. Algunos terminan crucificados, apedreadaos, lanceados, incinerados o acribillados a tiros por sus propia grey o por quienes los combaten.
Piense nada más en Prometeo atado a una roca del Caúcaso.
En esa medida, Guevara es el mito típico de la sociedad de consumo. Una imagen replicada hasta la saciedad por los magos del mercadeo es lo único que sobrevive de él.
Dudo de que alguien se acuerde hoy de su utopía- o de su insensatez, depende desde donde se mire-.
Y, a modo de colofón, quienes convierten su imagen en dinero son aquellos a quienes creyó combatir.
Mil gracias por el apunte sociológico, amigo Gustavo. Resulta paradójico que la historia de un comunista sea explotada, con grandes beneficios, por los vaivenes del capitalismo. Suena a burla del destino.
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