La Paz, ya luce otro atributo más para
reforzar su condición de “ciudad maravilla”, una urbe que se enorgullece de sus
flamantes teleféricos que la surcan por todo lo alto, rutilantes ‘obsequios’
del magnánimo Evo Morales, pero cuyos muertos no tienen dónde caerse muertos
–casi literalmente-, ya que su morgue funciona en un depósito improvisado desde
mucho ha.
Estos días, empleados del gobierno evista,
contagiados del espíritu navideño, instalaron un gigantesco árbol de luces con
sus regalos respectivos para impresionar a todo transeúnte que pasara por plaza
Murillo. Sin embargo, desde el ministerio de Festejos, también llamado de Comunicación
vieron que aquello era insuficiente para encandilar a los niños paceños, así que se ordenó levantar a pocos metros, una
réplica de la humilde vivienda donde nació el redentor. Por feliz iniciativa de
algún avispado, bautizaron la estructura como Casita de los Deseos, que según
portavoces gubernamentales se construyó para “rescatar una tradición”, aunque
nadie sabe en qué planeta será tradicional todo aquello.
Por alguna extraña coincidencia o repentina alineación
de los astros, la casita se parece demasiado a la casa del caudillo de su natal
Orinoca. El insólito adefesio fue elaborado con materiales metálicos y telas
impresas a todo color que imitan los adobes y techumbre de paja de la humilde
morada del mesías orinoquense. Tanta humildad debería ser acongojante y
abrumadora. Pero no.
Porque a escasos metros, justo detrás del
viejo Palacio Quemado, se está construyendo a toda marcha el faraónico nuevo
Palacio de Gobierno, una inmensa y horrenda estructura de 29 pisos que, aparte
de romper bruscamente la armonía arquitectónica del centro histórico de la
ciudad, viene a ser de lejos, el edificio más caro de La Paz cuyo costo rondará
los 40 millones de dólares, incluyendo decorados y equipamiento. O tal vez más
cuando se añadan los muy refinados gustos plurinacionales por las alfombras
persas y los muebles importados de última generación. Vaya uno a saber cuánto
costarán las burdas imitaciones tiahuanacotas y otras pomposidades
seudoindígenas que adornarán la fachada cuando todo esté terminado.
Y así, desde las alturas de su humilde
despacho de la Casa Grande del Pueblo (‘palacio’ es muy colonial, ya saben), el
humilde soberano le echará una mirada extasiada a todo su reino. Y cuando se
aburra, bien podrá subir al helipuerto para darse una escapada a su residencia
veraniega, perdida en las ardientes llanuras del trópico cochabambino.
Extraña esa fascinación nuestra con monolitos y monumentos, apreciado José.
ResponderEliminarSospecho que tienen relación con alguna carencia profunda, una frustración milenaria.
De esa sensación de orfandad se alimentan los caudillismos y las dictaduras en todos los rincones de la tierra.
Y asi estamos en nuestro Estado plurinacional, amigo Gustavo, rebotando de payasada en payasada, como esta última de querer sustituir el pesebre cristiano por la casa natal del caudillo.Que mucha gente se haga eco y caiga de buena fe en la trampa, revela nuestras profundas limitaciones como pais.
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