01 diciembre, 2017

2 Luz verde al reyezuelo





Se venía venir el golpe que el Tribunal Constitucional le ha propinado a la democracia boliviana en los últimos días, al emitir la resolución que habilita a Evo Morales para candidatear indefinidamente. Los bolivianos creíamos ingenuamente que los tiempos de la dictadura eran un triste recuerdo. Más de treinta años de convivir en aparente democracia, con gobiernos que se alternaban, nos dio el falso convencimiento de que éramos una sociedad bastante madura. Si hasta los organismos internacionales nos tomaban como ejemplo de estabilidad frente a otros países del vecindario.

Hasta que llegó el régimen del MAS al poder y todos los rescoldos primitivos, los resabios despóticos,  las taras fundacionales y otros escollos atávicos que permanecían latentes afloraron con tal fuerza que en menos de diez años nos devolvieron de sopetón a épocas prácticamente feudales. Se impuso el chicote, símbolo punitivo del patrón, como método de coerción de la nueva dictadura sindical. La masa ignorante, arreada cuantas veces sea, fue elevada a una falsa categoría de bienestar y poder, para el aprovechamiento de unos cuantos que decían representarla. 

El nuevo régimen, disfrazado de retórica socialista, desmanteló paulatinamente la institucionalidad que tanto había costado construir en las últimas décadas, bajo el pretexto de que era herencia del colonialismo. Todos los organismos del Estado fueron copados por gente militante y se dijo adiós definitivo a la independencia de poderes. Desde entonces, Evo Morales gobierna a capricho, haciendo de Bolivia una auténtica autocracia, donde para disimular se convoca a elecciones y referendos. El pueblo llano es instrumentalizado a través del ritual engañoso del voto, que más tarde es corregido en mesa, a puertas cerradas con la anuencia de un Tribunal Electoral obediente. Cuando el fraude no es suficiente, se recurre al rodillo parlamentario para aprobar las disposiciones que convengan al régimen o, finalmente, se ordena al órgano judicial para completar la tarea. 

Una camada de sirvientes con toga, cometió en días pasados la peor de las aberraciones jurídicas. Pasándose por el forro el texto de la Carta Magna y riéndose en el resultado del referendo de 2016 (donde ganó el No a una nueva reelección), autorizó sin sonrojo alguno que Evo Morales reine en el país ad eternum, justificando su fallo en que se le estaba negando al caudillo uno de sus derechos políticos, al impedírsele que sea reelegido continuamente. En una suerte de lógica retorcida, hicieron una interpretación antojadiza de la Convención Americana sobre Derechos Humanos de San José, Costa Rica, cuyo espíritu establece lo contrario, para impedir que los gobernantes se eternicen en el poder. Pero no importa, le “metieron nomás”, porque así se lo ordenaron desde Palacio Quemado. 

Si este golpe a la Constitución hubiese sido ordenado por un gobierno neoliberal, todo el mundo estaría hablando de un nuevo “fumijorazo” y, seguramente, los izquierdosos del planeta se estarían desgañitando en gritos histéricos de indignación y ya se estarían preparando las condenas y sanciones internacionales de todo lado. Como era de esperar, la prensa extranjera apenas se hizo eco de la noticia poniendo titulares anodinos, como si se tratara de un simple trámite administrativo que emprendió el régimen, con todas las de la ley para mayor desfachatez. Por poco, los diarios no reflejaron que se trataba de otra anécdota más. 

Porque estamos ante un golpe de Estado en toda regla, sólo que acudir a las tropas militares para la consecución de los fines está pasado de moda y casi siempre acarrea derramamiento de sangre. Resulta más fácil y hasta “democrático” ordenar a los esbirros judiciales para que efectúen el trabajo sucio. Qué mejor que orquestar el delito por etapas, ante la contemplación benevolente, y a veces cómplice, de instancias internacionales. Hasta ahora no se han oído pronunciamientos firmes o de peso que hagan recular al régimen. Los funestos precedentes del caso venezolano (que ni con todos sus muertos que carga Nicolás Maduro, las tibias sanciones no le hacen mella), nos lleva a pensar que en el caso boliviano tampoco ocurrirá nada relevante y en poco tiempo pasará al olvido. 

Entretanto, nos tienen distraídos con sucesivas elecciones y otras grotescas pantomimas, donde elegimos todo pero no decidimos nada. Por lo menos se hubieran ahorrado esos casi 20 millones de dólares que costó el último referendo, si al final seis imbéciles útiles torcieron la voluntad de millones, en las penumbras de un tribunal. Que siga la “fiesta electoral”, entonces; que nuestro país es referencia mundial y hasta interplanetaria. Preparémonos para asistir a la coronación formal del Rey Chiquito con toda su corte de bufones, eunucos, odaliscas y chambelanes. 


2 comentarios :

  1. El caudillismo como tara, como enfermedad colectiva expresada a través de un individuo y su séquito. Nunca había leido o escuchado algo como eso, apreciado José.
    Creo que ha dado usted en el punto clave de ese lastre que arrastramos los latinoamericanos, cual si fuera el cadáver de una bestia solo en apariencia muerta.

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    1. El caudillo plurinacional se ha convencido tanto de su mesianismo que hace poco declaró algo así como que “siente que está destinado a ser presidente de Bolivia por mucho tiempo”, se creyó aquello de que era “insustituible” y nadie lo baja de la nube. Y bien sabemos que no puede haber caudillo sin seguidores, así que el problema está en las entrañas del pueblo mismo, como una enfermedad crónica. Por lo menos, Brasil y Argentina dan señales de que se están sacudiendo el lastre, nosotros, al contrario, hasta parecemos encantados con la situación.

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