Cuando hayas llegado a Independencia y creas
que tienes el tiempo justo, ve por la parte noroeste del pueblo siguiendo la
carretera que lleva a Machaca. Vete caminando, el trayecto no te defraudará,
pues el aroma resinoso de los eucaliptos acariciados por el viento te hará
sentir el respiro de la naturaleza. Habiendo llegado al rio que atraviesa la
ruta, toma un necesario descanso mientras observas hacia el norte: ante tus
ojos se despliega Tomoqoni, el sitio más imponente y salvaje de Independencia.
Tomoqoni es la más extraña combinación de monte
y montaña. Una continúa sucesión de barrancos de cuyas laderas cuelgan
milagrosos árboles y matorrales diversos. Bosques casi verticales que se
pierden en un hondo cañadón por el cual discurre un tranquilo, pero a veces
fiero, riachuelo cristalino del mismo nombre. No hay forma de seguir el curso
aguas arriba, ya que a menudo se estrechan las paredes rocosas y abruptos
desniveles del lecho impiden el ascenso. Pero se dice que esos inexpugnables
sitios esconden cascadas de virginal belleza.
En las alturas de Tomoqoni, en su impenetrable
espesura, gallinas de monte se mimetizan entre el oscuro follaje, y urinas
(cervatillo) pastan por sus senderos invisibles. Son los dominios del puma que
acecha y que nadie ve. La niebla deja caer su lluvia fina para envolver el
paisaje de suave melancolía. Pero en los días clareados, el sol desparrama toda
su luminosidad sobre las hojas de los arrayanes, y los alisos de reversos
plateados cobran nuevo brillo.
A pesar de no poder trepar monte arriba, habrá
espacio para conocer algunos senderos que bordean el accidentado rio, al tiempo
que nos toparemos con helechos de todos los tonos verdes, begonias silvestres
floreciendo en las paredes musgosas y otras insólitas plantas prosperando en
los humedales. Libélulas de rojo metálico y mariposas de encendidos colores
merodean en torno de charcos y manantiales. Fucsias salvajes tentarán con sus
frutos morados y en la maraña de bambúes cuelgan delicados nidos de picaflor.
Por todos lados inunda el frescor del aire, el tenue perfume de las muñas y
salvias. El agua que cae cantarina desde una oculta cascada.
Así es Tomoqoni, monte que sube hasta los
bordes del cielo, montaña que baja hecho rio.
Qué maravilla, apreciado José. Primero nos reveló usted algunas delicias de la cocina boliviana y ahora nos lleva de la mano por esos parajes que confirman la apreciación de un escritor cuyo nombre no recuerdo ahora: que el paisaje es en realidad un estado del alma.
ResponderEliminarMil gracias por estos descubrimientos.
Y seguiría con las delicias gastronómicas, amigo Gustavo, si no fuera porque estos meses apenas he probado bocado digno de ser reseñado, el paladar extraña los manjares, sin duda. Ese escritor ha de tener razón: ante la sequia culinaria, estas breves estampas son lo único que se me ocurre para pasar el rato, ya si salen bien es por pura inercia.
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