06 diciembre, 2010

0 Bolivia, país de marchistas y folcloristas sin remedio






¿En qué se parecen un marchista y un bailarín de folclore?
En nada, salvo que ambos toman calles y avenidas para protestar o bailar y así librarse de ir a trabajar.
No es muy aventurado afirmar que Bolivia es el ‘país de las maravillas’, donde todo puede suceder, un territorio en el cual se marcha o festeja cerrando calles por cualquier motivo, ya sea en contra del Gobierno, a favor suyo, contra el municipio, contra alguna ley y demás excusas variopintas,  pero extrañamente nunca he visto o me he enterado que se haya marchado como protesta ante el exceso de las fiestas o entradas folclóricas  que abusivamente bloquean calles y avenidas, en perjuicio del resto de la sociedad. He aquí una explicación académica a una de las aficiones más arraigadas de los bolivianos:
El dicho popular de que “en Bolivia hay fiesta todos los días” no es ajeno a la realidad. De hecho, en el país se celebran al menos 1.242 fiestas patronales cada año, a un promedio de tres por día. Este hallazgo del Ministerio de Culturas revela además que los fieles más devotos son los habitantes del departamento de La Paz, donde se realizan 549 festejos (44% del total) en honor a santos y a las advocaciones de María, la Virgen.
El investigador Wálter Sánchez coincide en que “sólo en La Paz hay más de 400 fiestas” y “si se toman en conjunto todas las celebraciones del país y se saca una media, con seguridad que hay más de dos fiestas por día”.

El antropólogo Milton Eizaguirre cree muy difícil determinar cuántas fiestas hay en el país en realidad, pero reafirma la tesis de que “es muy posible que haya un promedio de más de dos celebraciones de este tipo por día”.

La excusa del folclore
Mientras una  parte de la población busca denodadamente el sustento diario a costa de mucho trabajo, la otra parte, sabotea permanentemente ese afán de superación y progreso, volcándose en actividades reñidas con la laboriosidad como son la convocatoria  a paros y huelgas o en su defecto participando de fiestas masivas de toda índole.
Nunca he entendido el por qué de tanto arraigo a las celebraciones folclóricas. Se ha oído hasta el cansancio esa frase estereotipada, ‘Bailo por fe y devoción a la Mamita’ (la Virgen), como sustento para justificar el tremendo esfuerzo físico de los bailarines y cómo no, el dispendioso gasto económico que ello supone.  Entonces cabe preguntarse: ¿por qué no invierten -los bailarines- ese dinero derrochado en trajes folclóricos  y  llevan a cenar a su ‘verdadera Mamita’ que de seguro lo merece más?
En la sociedad boliviana, pídase una pequeña contribución para arreglar una calle, un parque, una cancha de barrio y naturalmente, todos arguyen que no tienen dinero,  pero inexplicablemente sí lo hay para inscribirse en la fraternidad,  para la camiseta de grupo, el alquiler del traje, contratación de la banda de música, los refrigerios, etc.  Ojalá invirtiéramos la misma devoción en el trabajo cotidiano, y Bolivia quizás no sería el país más atrasado de estas latitudes.
Seguramente no faltará alguno que me acuse de antipatriota, de alienado, neoliberal, neocolonialista y otros adjetivos que están de moda en nuestro estado plurinacional, sin embargo, debo aclarar que ‘no es lo mismo folcloristas que artistas del folclore’, que se merecen mi mayor respeto.
Para enfermarnos de folcloritis, el majestuoso Carnaval de Oruro nos basta y sobra y no sus copias chabacanas en todos los pueblos y barrios citadinos de Bolivia.

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