Hay películas westerns que permiten pasar una tarde de sábado para
matar la modorra y divertirse con algo histriónico (‘Butch Cassidy y Sundance Kid’), hay otras que las ves porque no hay
nada mejor en la televisión (una clásica de John Wayne), algunas para tener
como fondo o excusa para atiborrarse de palomitas o porque el día se hace largo
(con tiempo suficiente para despacharse ‘El
bueno, el malo y el feo’) o si la ocasión lo merece para ponerse nostálgico
junto a la pareja (‘The Big Country’,
por ejemplo).
Y hay westerns para toda la vida.
‘Unforgiven’, de Clint Eastwood, ‘Sin Perdón’(España)
o ‘Los Imperdonables’ (Latinoamérica)-
dejando a un lado la caprichosa traducción que se hace a uno y otro lado del Atlántico,
que lejos de facilitar las cosas a los devotos cinéfilos los confunden-, es un retorno
al cine en estado puro, a aquel que añoramos y veneramos los clásicos, pero
dándole un toque de modernidad, de cierta frescura a la historia de siempre
pero insuflándole de un lirismo
sobrecogedor, capaz de conmover a los más escépticos del género.
Asistimos a la desmitificación del cowboy
puro y duro (aquel héroe justiciero que se bate contra una pandilla de
facinerosos y que sale apenas con un rasguño).No he visto mejor fotografía que
retrate la violencia- eso sí, contenida-con tanta profundidad poética. Para el
caso, ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos, simplemente
humanos, con todas sus miserias. Seres capaces de cometer las peores vilezas y
a la vez de acobardarse y arrepentirse. Los
imperdonables, aquí no son retratados como nos tiene acostumbrados el cine mainstream: personajes sin entrañas,
arquetipos de pura maldad, que muevan al espectador a ponerse fácilmente en contra y pedir sus cabezas,
más bien provocan hasta compasión al ver
como mueren cazados como alimañas.
Nadie como Eastwood, para encarnar al personaje de William
Munny, un forajido atormentado por su pasado y
perseguido por el recuerdo de sus víctimas, una especie de ‘vaquero
oxidado’, envejecido por el alcohol y arrinconado en el lodazal de la pobreza.
Secundado por un Gene Hackmann magnífico en su papel de sheriff cínico, y un Morgan Freeman solvente, como siempre.
No obstante numerosos títulos que han salido a la luz, para
testimoniar el titubeante resurgimiento del género, bajo el sugestivo
denominativo de western crepuscular, los
resultados han sido más bien mezquinos en cuanto a calidad se refiere. Ejemplos sobran: ‘Danza con lobos’, ‘Gerónimo’, ‘Wyatt Earp’,
‘Billy the Kid’, y muchas otras que se pierden en el olvido. Pero no todo intento
es pólvora mojada, propuestas como la oscura ‘Rápida y mortal’ de Sam Raimi, la hipnótica ‘Dead
Man’ y por supuesto el titulo en cuestión, obra cumbre de este movimiento.
¿Acaso asistimos a la muerte del western como género?
Cuando prácticamente todo ya está dicho en materia de cine,
resulta casi imposible encontrar cineastas que nos regalen muestras del ‘cine
de antes’. Cuando las planicies salvajes ya no son más que campos trillados, la
figura del cowboy, se hace para muchos cinéfilos, algo anecdótico y anacrónico.
Paulatinamente los héroes han sido reemplazados por personajes en muchos casos
provenientes del comic o en su
defecto por ‘vaqueros del espacio’, ante el auge de películas futuristas o
apocalípticas.
A pesar de los tiempos que corren, no significa que no se
sigan produciendo a escopetazos algún que otro título, pero desgraciadamente
pasan a mejor vida o en el mejor de los casos a las estanterías del videoclub.
Heredero del ‘acercamiento’ psicológico de Sergio Leone, la
violencia descarnada de Don Siegel y del clasicismo de John Ford; Eastwood, acaba -quizá sin pretenderlo- de presagiar
los últimos coletazos del género, bajando el telón con un bellísimo crespúsculo.
El tiempo dirá.
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