Heme aquí, solazándome mientras voy escuchando ‘la canción más hermosa del mundo’. Comenzaré diciendo que, no hay forma de no asociar a este escuálido español con la ‘nocturnidad y alevosía’ con que rompe o sabotea la poca energía que aún queda en el espíritu de los mortales, hastiados de la ‘alegría de vivir’ y la ingenuidad que ello conlleva y cuyo mejor método es abrir las heridas del alma a portazos, pero eso sí, con mucho estilo o mejor dicho, aderezado con el regusto rasposo y nostálgico de un whisky on the rocks.
No hay ser, mejor esperpéntico, horrible o hiperdesgraciado que no sea reivindicado por la guitarra solidaria y los versos crudos pero sublimes de este ‘loco’ que se olvidó de visitar al psiquiatra y en su lugar mandó unos pájaros con sombrero de bombín, cual tarjeta de presentación. No hay tirano o poderoso, mejor con pinta de fantoche, que no reciba un homenaje en el sentido más lúdico del ridículo, así como no existe mejor musa que Juana la Loca o una puta de proporciones bíblicas y aunque no quede sitio para nadie, Sabina siempre se las ingenia para sacar el látigo o el consuelo opiáceo a proporciones iguales.
Casi no existe canción en su variopinto repertorio que no sepa a dejo amargo, a oscuridad de taberna como refugio inevitable de los desesperados. Pareciera que este camaleónico trovador, entre cada verso y cada cigarrillo hace un paréntesis etílico como sustrato inspirador en que necesita cimentar sus delirios musicales y maneja como nadie, ya sea el bolero, el flamenco, la ranchera o el rock and roll, pero siempre con su sello personalísimo que resulta imposible no reconocerlo.
Y cómo no, quién mejor que él para dejar su huella en el corazón de los despechados, como pajarraco poeniano que se posa inconmovible en el umbral de los sueños rotos, marcando las horas de un tiempo que nunca sucedió, o como sabio doctor o brujo del desamor, la mejor receta o pócima para el olvido son ‘19 días y 500 noches’.
Allá donde convergen los caminos de la soledad y de la melancolía, hay un atracador de ilusiones esquivando con habilidad de equilibrista a los ‘conductores suicidas’ y mientras escudriña a vuelo de pájaro el barrio de la alegría en el que nunca podrá posarse, no le cabe otra cosa que elegir como exilio la excusa de una vuelta por los mares del sur. ¿Sería casualidad que bautizara su última gira como ‘dos pájaros de un tiro’?
Y mientras el amarillento manto se apoderaba de los parques de Madrid y la estación de Atocha bullía de gentío, uno a uno, iba yo reconociendo los rincones y fantasmas que Joaquín canta con elocuencia de juglar cosmopolita. Sí señor, yo también estuve en Madrid, como ave de paso, pero estuve ahí y, si el destino me hubiera permitido nacer madrileño, sería también del Atleti, como él, cuya hinchada o sufrida afición es lo más cercano a una feligresía, fiel y devota hasta la locura.
¿Y de dónde me nace esta devoción por la religión sabiniana? no lo sé, si de bohemio tengo lo que tengo de nórdico, soy más bien abstemio por filosofía y por esto del fútbol que castiga los cuerpos sin lucidez. Tal vez porque mi insomnio crónico no halló mejor receta o tal vez porque soy obsesivo y machacón, nunca me cansaré de degustar ‘seis tequilas’. Sí, hasta la embriaguez. ¡Salud!
Con esa inaudita capacidad que tiene para convertir la obscenidad en belleza y viceversa, Joaquín Sabina es lo mas parecido que conozco a un poeta del Siglo de Oro español viviendo en estos tiempos- como todos- " de vileza y fraude". Tanto que estos versos procaces de unos anónimos bohemios colombianos podrían ser suyos:
ResponderEliminar"... El vicio de meterlo por delante/lo inventó Genoveva de Brabante/ el vicio de meterlo por la cola/lo inventó San Ignacio de Loyola"
Jugosos esos versos, ciertamente tienen la impronta sabiniana. No es de extrañar que sea un alumno aventajado del maestro Quevedo. Actualmente me estoy dando a la tarea de revisar toda su discografia, hace mucho tiempo que no lo hacía, salvo escuchar sus canciones mas exitosas.Mea culpa.
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