En aquella etapa de mi vida, en la que apenas alcanzaba el peso mosca (física y mentalmente) se me daba a la afición de jugar al romántico, de resbalar en cada mirada de una chica atractiva, de escuchar canciones melosas de turno (todavía no había descubierto a Sabina ni a Leonard Cohen), de leer poesía becqueriana o memorizar los “20 poemas de amor y una canción desesperada”. Terminaba mis dos últimos años de secundaria, por afinidad a los libros me gustaba naturalmente la materia de Literatura. En esa época la maestra nos leía diccionalmente entusiasta, cuentos de Cortázar (se lo agradezco un montón) pero también nos daba tareas pesadas como componer versos. Era bastante perezoso para estas obligaciones. Así las cosas, en una ocasión debíamos presentar dos poemas propios como tarea; bien que lo recuerdo por lo irónico que me resultó: copié un poema de un libro desconocido y el otro me lo inventé, era una oda patriótica. Resultado, la maestra se tragó el poema plagiado y no me creyó el mío-¡el jodidamente original!-, a pesar de mi insistencia. Por razones de calificaciones, no confesé mi crimen. Esa fue la primera desazón que tuve, justicia poética le llaman.
Aquella circunstancia me picó tanto el orgullo que los siguientes años me di a la tarea de vencer mi pereza para la escritura, amén de que andaba enamoradizo, empecé a leer a los más grandes de Latinoamérica; desde Rubén Darío, pasando por Cesar Vallejo hasta la llegar a la Patagonia con los poetas chilenos. También me detuve en poetas nacionales como Oscar Cerruto, y Pedro Shimose. Incluso tropecé en la biblioteca de la universidad con Rimbaud y Baudelaire (cuando debía ocuparme de mis obligaciones académicas). Leía sin ton ni son, pero me conmovían especialmente Alberti y Benedetti con sus versos vitalistas. De estas lecturas desordenadas nacieron febrilmente mis primeras criaturas.
Cientos de poemas quedaron desperdigados en mis archivos y cuadernos como constancia de mi entusiasmo literario. Qué le vamos a hacer, era el despertar de los veinte, el gobierno de la ingenuidad y el entusiasmo perruno que me acompañó en algún momento. Cuando Internet asomaba por el horizonte, empecé a participar de varios concursos online, mandando poemas sueltos. Con resultados diversos, algunos emails me llenaron la cabeza de humo y me sentí en las nubes. Ya saben: “tenemos el placer de comunicarle que su poema ha sido finalista o seleccionado para participar de la antología de poesía, bla, bla…” Pero pasado el furor, leyendo más abajo, me di cuenta de que no era otra cosa que una estrategia de mercado de las editoriales; pedían el envío de dinero para poder participar en la publicación a condición de enviarnos algún ejemplar de la colección de cada temporada. Nunca envié ningún dólar porque era demasiado para mi magra economía. Aún así autoricé por correo ordinario para que me publicaran algunos poemas en una antología española, pero no me consta porque no los vi en papel.
Internet paulatinamente me sacó de la autocomplacencia, fue llegar y descubrir que el mundo es ancho y ajeno y que todo estaba dicho. Whitman, Pessoa, Cavafis, Puskhin, García Lorca, Breton, Rilke y otros pesos pesados firmaron mi sentencia, me rendí a la evidencia. A guardar la inspiración me dije y a otra cosa mariposa. Desde entonces renegué de la poesía, o de todo lo que se le pareciera, concluí que era un callejón sin salida, un intento elegante pero incompleto de explicar lo absurdo de la vida. No estoy seguro de que si su lectura me haya hecho un hombre de bien, no sé qué puedo deberle, a diferencia del fútbol que me enseñó a sobrellevar la derrota y a entender a los demás, individualista como soy. Ahí quedan dos ejemplos de esos años de autoengaño, de perseguir quimeras inútilmente. Ustedes me dirán que si valía la pena seguir adelante o hice bien en apartarme de sus caminos resbaladizos. Eso sí, lo mío no tiene vuelta, nunca más escribiré un solo verso, ni por los amores de una bella ragazza. Prefiero el fútbol mientras el cuerpo no se jubile, y en esos quince minutos de descanso me abandono al cine, la siesta o al arte de bostezar como en este caso:
Inútil
Soy el inútil. El interpolado
entre la costumbre
y la definición en el diccionario.
El que mira lánguidamente
el rosal, de botones cuajado
y no se cuestiona si bien vale cortarlos.
El que huye acalambrado
del teléfono, del timbre, del perro zalamero
del calendario embustero.
El que no se aparta bajo un alero
cuando suelta la lluvia sus moscas de acero
como intuyendo en esto, inutilidad.
Sí, ese soy y este otro(digamos por resumir);
desaliñado, mohoso, con semblante eternamente extraviado
acaso trazo que el día aparenta olvidar.
Rata que al roer la tarde, como al preguntarte
¿me bostezaste?, oh Vida, se come tus ojos.
Este fue mi sentido homenaje al mundillo de los libros, tendría poco más de 20 años cuando se me ocurrió, fue mi poema más querido durante mucho tiempo, por el que mayores lisonjas recibí de esas editoriales alternativas que pululan en la red. Una de ellas decía: “El mejor regalo, fue seleccionado para su publicación porque estimula la imaginación y le brinda al lector una perspectiva fresca y única de la vida. Creemos que contribuirá a la importancia y al interés de esta histórica edición”. No me digan que la felicitación no fue sacada de una sarta de tópicos, de una zalamería absoluta e interesada. Durante un tiempo me lo creí. Menos mal que recapacité y el mundo se libró por lo menos de un gasto insulso de papel. A rodar la bola se ha dicho.
El mejor regalo
Regálame un libro
para los días sin simpatía
para las noches que entristezco de amor
para el tiempo,
que no parece que avanza.
Regálame un libro
para leerlo bajo la lluvia
para momentos que ofuscado,
me ciegan la ira y el dolor.
Regálame un libro
breve y pequeñito,
para serenar mi viaje
para acompañar mi espíritu solo
y en ese libro...
una mecedora para quedarme dormido.
para los días sin simpatía
para las noches que entristezco de amor
para el tiempo,
que no parece que avanza.
Regálame un libro
para leerlo bajo la lluvia
para momentos que ofuscado,
me ciegan la ira y el dolor.
Regálame un libro
breve y pequeñito,
para serenar mi viaje
para acompañar mi espíritu solo
y en ese libro...
una mecedora para quedarme dormido.
" La poesía es lo que nos queda a los hombres/ cuando todo lo demás/ ha fracasado ", escribió el poeta turco Nazim Hikmet, amigo José. Por lo demás, nos dicen que Alfonsina Storni puso como dedicatoria en uno de sus libros la siguiente frase lapidaria : " Dios te libre, amigo, de La inquietud del rosal. Pero lo escribí para no morir". ¿ Qué más se puede decir de la poesía, esa forma suprema de lo innombrable?
ResponderEliminarMucho me temo, amigo Gustavo, que no volveré al vicio de leer poesia. Un futbolista convertido en poeta improvisado dijo tambien: "lo mas dificil es encontrar algo para reemplazar el futbol porque no hay nada".
ResponderEliminarTú serás siempre un poeta, José, los poetas no se retiran. Tú has mencionado un par de veces, desde que te leo, a Cavafis, el poeta griego. Es un antiguo conocido tuyo, pero yo solo lo conocí en mi reciente vista a la isla de Serifos, donde las casas tienen como cimientos los antiguos habitantes, que fueron convertidos en piedra por la terrible mirada de Medusa. En la casa que nos prestó una amiga, encontré una edición bilingüe de los versos de Cavafis. Uno de ellos es del viajero, el eterno viajero, cuyo destino es Itaca. “Cuando partes hacia Itaca, pide que el viaje sea largo”, dice el poeta, “pleno de aventuras, pleno de conocimiento”. Y cuando llegas, “sabio como eres ahora, con tanta experiencia, entonces ya sabrás qué significa Itaca.” Perdona la torpe y precipitada traducción del inglés.
ResponderEliminarDespues de leer a tantos gigantes, uno no puede hacer otra cosa que guardar silencio respetuosamente y quedarse con la experiencia como leccion de vida. Has dado en el clavo estimado Lalo, Cavafis es uno de los que mas me conmueven, cuántas veces habré leido esa oda al viaje sin fin que es Itaca. Ciertamente la poesia vitalista de este griego excelso invita al viaje a esas tierras mediterraneas asi como a la celebracion de la vida. Ya que has estado por esas viejas ciudades griegas, seguramente te habras sentido en una de las patrias de Homero, ¡cómo te envidio!.
ResponderEliminarJosé,
ResponderEliminarPersonalmente, en mi total incompatibilidad con cualquier deporte y particularmente con el fútbol, no puedo ni con mucho esfuerzo comprender cómo puede desplazar el balón a la poesía. Me parece que no escribir (poesía)no solo se justifica en su difusión, es decir en publicarla o compartirla, a veces cumple incluso fines terapéuticos. Aunque dejemos a la poesía ella no nos deja. Explota como una granada tardía en nuestra cabeza, casi siempre en los momentos más críticos, de esos que hay tanto en el fútbol.
Saludos
Hola Claudia, bienvenida a este sitio. Yo soy de aquellos que piensan que el futbol (otros deportes tambien) y la literatura no tienen por que ser incompatibles. Borges odiaba el futbol "22 idiotas embarrados persiguiendo un balon no es esencialmente hermoso" y en contrapartida Camus manifestaba que mucho de lo que habia aprendido de la vida se lo debía a ese deporte. Tienes razon, la poesia no nos abandona en ningun momento, está presente en cada jugada que roza la belleza o la perfeccion. Ahora para escribir poesia, dejémoslo a los mas grandes, que los demas hacemos bulto, rozamos la ingenuidad o caemos en el ridículo, jeje. Cordiales saludos.
ResponderEliminarPues a mi, me han gustado los poemas; especialmente el segundo; A mi también me ocurrió eso que dices de las editoriales de internet, pero yo tenía entonces más edad que la que tú dices, así que no me hizo mucha mella; pero yo de vez en cuando sigo intentándolo; por supuesto sin compararme con nadie; Los Alberti y los Benedetti (mis preferidos), son irrepetibles. Sigue intentándolo, sólo si es una necesidad para tí; si es así, seguro que escribirás cosas buenas.
ResponderEliminarUn saludo
Hola Selegna, bienvenida a este sitio de ocio, y gracias por el aliento. Pues por el momento vengo cumpliendo a rajatabla mi negativa de no escribir un solo verso más, aunque es dificil de no leerla en algun sitio, sobre todo si algunos la "camuflan" con musica como hacen Aute, Sabina o Leonard Cohen. Compartimos el mismo fervor por Benedetti y Alberti, sobre todo "marinero en tierra". Saludos.
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