Virgen de Urkupiña (posible modelo) |
Este país no ceja de alimentar su proverbial
infantilismo. Colosales ocurrencias brotan todos los días para pretender
–ingenuamente- elevar su imagen a sitiales de primera línea. Cualquier cosa
vale para que se pronuncie el nombre de Bolivia y, de paso, los otros países
nos tengan envidia. Excelsos cultores del disparate, de lo pantagruélico, de lo
churrigueresco, de lo naif en el peor sentido; no hay quien nos pare el carro
de la inspiración que corre desbocado hacia el abismo del ridículo, sin hallar
fondo. Por toda la república llueven los afanes y preparativos por establecer
una marca o record para “orgullo nacional”. Y ojalá se dieran para asuntos con
alguna utilidad o real valía. Pero no, tienen que ser precisamente temas que
solo nos incumben a nosotros, puras bolivianadas, encima ociosas. ¿El mundo ha
de sorprenderse porque dos mil bailarines de Morenada se junten para darle a la
matraca? ¿En un país de charangueros tiene sentido presumir de poseer el
charango más grande del mundo como monumento? ¿Alguien ha visto a los
brasileños convocar a una multitud disfrazada de futbolistas para jactarse de
que son los más futboleros o ponerse a recolectar cuero para fabricar “a bola
mais grande do mundo”? A punta de obviedades nos encanta alimentar la espiral
de la autocomplacencia, creyéndonos más originales que tomar sopa con tenedor. A
quién carajos le importa un bombo más grande que el tonel de Gargantúa, que
hace unos días fue paseado como preludio a la entrada folclórica de Urkupiña.
Y hablando de esta festividad, se acaba de
anunciar con bombos y platillos la inminente construcción de una gigantesca
estatua de la Virgen de Urkupiña que será emplazada en el cerro donde acuden
miles de feligreses todos los años a mediados de agosto. Anhelado proyecto,
dicen sus impulsores que andan rezándole día y noche para recaudar los dos
millones de dólares que costará el mamotreto, que según parece será el faro que
guie a los peregrinos a cientos, miles de kilómetros a la redonda. Cincuenta
metros de pura tontería religiosa, buscando superar la similar tontería de la
vecina Oruro, donde hace un par de años se yergue la inmensa mole de la Virgen
del Socavón, a quien, según sus constructores tuvieron que “pedirle permiso
para que les permita personificarla” efectuando incluso el terrenal trámite de
tener que “bailar (en el carnaval de Oruro) para obtener el permiso”. La
inspiración no llega así nomás para nuestros arquitectos y escultores
moldeadores de la fe. Aquellos tiempos de tener a la virgen en estampita en el
velador junto al corazón de Jesús, ya son cosas pasadas de moda, antiguallas de
nuestras abuelas. Ahora se hace menester irle a pedirle favores a los pies de su
imagen escultórica para que el milagro sea en grande.
Virgen del Socavón |
Desde que los neoyorquinos, -y luego los
cariocas- asombraron al mundo con sus respectivas estatuas faraónicas, el resto
no hace más que imitarlos burdamente, despilfarrando incontables recursos que deberían
ser empleados para otros fines. Tener un gigantesco monumento al cemento
dudosamente le traerá algún beneficio, más bien le quita atractivo a una ciudad
pequeña como Oruro. Bonita forma de contrastar la pobreza y austeridad de sus
calles. Al demonio el ornato de sus parques y construcciones históricas,
relegados al descuido por puros afanes dizque turísticos. Como si eso aumentase
automáticamente la llegada de más visitantes. Similar panorama podemos avizorar
para el santuario de Urkupiña en Quillacollo, cuya estampa comercial de
mercadillo persa la convierte en una de las ciudades más caóticas y sucias del
valle cochabambino. Grotescos comités impulsores de interminable idolatría se
mueven como hormigas laboriosas en vez de volcar sus energías en proyectos urbanísticos
de real trascendencia. Pero olvidaba que la Virgen escultural será un hito
arquitectónico para orgullo de los cochabambinos ¿no ve?, como es tema de
proyecto de grado para algún trasnochado estudiante el sueño de esculpir en
metal u hormigón la etiqueta COCHABAMBA al estilo hollywoodense en las faldas
del cerro San Pedro para terminar de rematar el mayor crimen estético que se
hizo a la ciudad con el levantamiento del Cristo de la Concordia, allá a
mediados de los noventa. Un carísimo anhelo valluno construido en honor de la
visita de Juan Pablo II, y que a los pocos años fue destronado por otro Cristo
en tierras polacas, para peor martirio. Qué casualidad que nos guste también la
polca.
Los países ricos pugnan por erigir los más
altos rascacielos, pero al menos tendrán alguna rentabilidad comercial o propósito
habitacional. Los países pobres compiten por vacuos e inútiles delirios
megalomaníacos como el elefantiásico templo católico de Costa de Marfil (el
mayor a nivel mundial, se dice), las estatuas enormes del dictador norcoreano, el
recién inaugurado salomónico megapalacio de la iglesia evangelista de Brasil, y
las estatuas de vírgenes y cristos que empiezan a florecer por todas partes,
como testimonio de la inmensidad de la fe o de la infinita estupidez humana.
Hay un asunto directamente proporcional en todo esto, apreciado José: a mayor número de pobres, más colosales deben ser las iglesias y los monumentos. Obligados al hambre, más que a la austeridad, los excluídos aspiran a la desmesura... y ni clérigos ni políticos se hacen de rogar.
ResponderEliminarPero, por favor, por la Virgen de Urkupiña, no fomente ideas perniciosas para avivar el delirio tropical: en algunas poblaciones de Colombia tenemos concursos para premiar la empanada más grande, el chorizo más grande y otros desafueros gastronómicos por el estilo.
Cuánta razón tiene, estimado Gustavo. Cuanto más miserable el país, mayor parece que es la candidez y motivación para medir sus aspiraciones y creencias en función de monumentos y otras construcciones de nulo valor práctico. Lo malo es que por estas ambiciones o iniciativas extravagantes pagamos moros y cristianos. No me extrañaría que en poco tiempo, al pasar por el retén hacia Quillacollo, nos encajen unos pesos adicionados a la tasa de rodaje con la etiqueta de “pro estatua de la Virgen” o algo parecido.
EliminarOjala nuestro problema solo fuera infantilismo, José. Un niño claro q hace incontables disparates, absolutamente normales para un correcto y ulterior aprendizaje.. Lo q pasa aquí ya es simple estupidez. Ni ganas d aprender ni ganas d evolucionar. Monos ultrareligiosos (ergo ultra idiotas) o monos danzantes o monos chupacos.. durante todo el año.
ResponderEliminarMegacondominios, megacines, megaedificios, megavírgenes, megacristos y pronto megaestadios.. (cocalero ya eligió los terrenos del hipódromo, dicen). Pero como bien observas: proyectos urbanísticos de real trascendencia, CERO.
Lo dicen bien algunos investigadores: la especie humana no debiera existir sobre este planeta, pues es infinitamente dañina por infinitamente estulta. Oremus.
Abrazos.
Tienes razón, estimado llajtamasi, es un asunto que va más allá de nuestra candidez y retraso secular de la sociedad. Como alguna vez, comentaste, siglos de dominio español (la nefasta influencia de la iglesia católica) más la superchería indígena han generado un cumulo de supersticiones y costumbres de los mas insólitos, casi siempre en contra del sentido común. El estadio es ya un hecho consumado, se han de cargar nomas el último espacio verde que quedaba. Y la miríada de arquitectos ya se frotan las manos porque el cacique ha decidido premiar con miles de dólares a los tres proyectos más cercanos a sus delirios megalomaniacos. Otro monumento al cemento que solo se llenara un par de ocasiones por año y pare de contar. Es para llorar.
EliminarEs sabido que detrás de la manía por los monumentos religiosos se puede advertir de vez en cuando la necesidad (o esperanza) de un rendimiento económico: se espera a los peregrinos, que necesitarán alojamiento, alimentos, esparcimiento. Esto me hace recordar a una película uruguaya, El baño del Papa, que cuenta de la ocurrencia de un pequeño contrabandista (buen hombre, pero la necesidad tiene cara de hereje) en la frontera con Brasil, a quien se le ocurrió que la visita del Papa Juan Pablo II (que realmente visitó esa localidad) le permitiría ganar algún dinero: construyó un retrete y un lavabo, que los peregrinos (pensaba) estarían más que dispuestos a utilizar a cambio de unos pocos pesos. Buena parte del pueblo pensó lo mismo, no con baños, pero sí con puestos de venta de empanadas, bebidas, etc... todo para los peregrinos. De más está decir que en la película (y creo que también en la vida real) no se cumplieron las expectativas. La vida es cruel. Recomiendo mucho la película, que es reciente, de hace unos cinco o seis años.
ResponderEliminarEl asunto de la religiosidad es solo una excusa, querido Lalo. Esta horrible fiesta de Urkupiña es un solo un mega-mercado de baratijas de toda índole, farras y comilonas al por mayor y en público, para mayor vergüenza. Solo un hubo un canal de tevé que tuvo la valentía de mostrar la cara B de la festividad: era increíble la cantidad de basura que había detrás de las graderías, y en los bordes de la acera, un inmenso chiquero es lo que han dejado los miles de peregrinos (las autoridades cifran en por lo menos un millón de visitantes). Todo es un burdo negocio, y justo a tono con tu ejemplo, en el cerro del santuario hay gente que cava hoyos e improvisa letrinas con plásticos para recaudar unos pesos. Y a pocos metros están toda clase de vendedores ambulantes, incluyendo comida. (a ver si encuentro la película en internet, gracias por la sugerencia).
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