Al fútbol actual le pasa lo mismo que a la música, una especie de “emtivización” o cultura de videoclip ampliamente difundido en todo el orbe por MTV, medio que ha pervertido el gusto musical de la gente, priorizando la preferencia por las imágenes y en desmedro de la calidad melódica y lírica de las canciones.
Hasta no hace mucho, el deporte más universal, se valoraba por sus cualidades intrínsecas: espíritu de equipo, sacrificio, disciplina, hambre de gloria; que luego se traducían en el beneficio de toda una institución en pos de lograr objetivos deportivos que a la larga fuesen recordados por generaciones enteras. Existieron planteles que han marcado época, no sólo por la calidad de sus jugadores, sino también por desarrollar un estilo definido de juego, imprimir cierta tendencia y ejercer supremacía. Ejemplos no faltan para ilustrar esta afirmación: equipos tales como; el Madrid de Di Stéfano y Puskas, el Benfica del gran Eusebio, el Ajax de los 70`s, el Bayern Munich de Beckenbauer, el Liverpool de los 80`s, o el Milán de los 90`s. En América tenemos al Santos de Pelé o al heptacampeón de la Copa Libertadores, Independiente de Argentina.
En la primera década de este siglo no se han presentado casos de equipos que puedan ejercer dominio sostenido sobre el resto, es casi imposible conseguir campeonatos consecutivos sobre todo en los torneos más importantes como la Liga de Campeones europea. El último fue el Milán en las temporadas 89 y 90. Ante la presión enorme por conseguir títulos, parece que es más importante popularizar (posicionar) el nombre del equipo (vender camisetas alrededor del mundo) fichando a los jugadores más mediáticos o galácticos, a golpe de chequera, muchas veces sin atender a requerimientos técnicos, relegando a un plano secundario la filosofía tradicional de la instituciones.
El fútbol ha perdido lo esencial, que no era otra cosa que explotar al máximo los conceptos futbolísticos, que devenían en una búsqueda incesante de gloria y pundonor deportivo, atributos que hacían de este espectáculo el deporte más hermoso del mundo. Hoy como la vida misma, hay un culto desmedido a la inmediatez, al éxito efímero, a la superficialidad de las cosas. El futbol está inundado de mucha parafernalia, luces de neón, campañas publicitarias y morbo por la vida privada de los futbolistas. Parece que un anuncio de Armani dispara más rápido la popularidad de un jugador que el nivel de su juego. Contagiados de este espíritu comercial, a muchos jugadores les interesa diferenciarse más por su look o el color de sus zapatillas que por su estilo futbolístico.
La filosofía de tocador ha invadido los campos deportivos. Hoy asistimos al reinado de jugadores “modélicos” como Cristiano Ronaldo o Beckham, que a decir de George Best , “no le pega con la izquierda, no cabecea, no defiende y no marca muchos goles,aparte de eso, está bien”. Sí, el Spice Boy vende y vende bien todo producto que le pongan al frente, a tal exageración ha llegado el culto por su imagen, que su figura adorna el Museo de Cera de Londres, amén de que le han erigido budas con su rostro en el sudeste asiático.
Sin embargo, ¿algún aficionado alrededor del mundo se acuerda de Paul Scholes o de Ryan Giggs?, jugadores de mucho temple que llevan toda una vida jugando en el Manchester United, y sin duda han hecho más por su equipo que el blando de Bechkam, para gloria y deleite de los aficionados de los Diablos Rojos.
Y hablar de un niñato mimado como CR7, que a pesar de su escasa contribución al fútbol , hoy es el jugador más popular del mundo, y para algunos futboleros es el mejor, sobre todo para los más jóvenes, quienes alimentados vertiginosamente por la televisión confunden malabarismo con exquisitez técnica. Ser el mejor no es ejecutar piruetas o pegarle algunos buenos tiros a portería. Es mucho más que eso; es liderar un conjunto, aportarle estilo y carácter, es salir airoso cuando las cosas no pintan bien en el campo, sino pregúntenle al mago Zidane que hizo llorar de alegría a la nación gala. ¿CR7, ha hecho algo por su selección?
Tristemente, hoy es una época donde los futbolistas, salvo excepciones, desconocen el valor simbólico de obtener laureles, retacean el compromiso en el campo y con su institución y parece que sólo llevan la cabeza para contar los billetes, teñirse el pelo y engominarse. Se impone la cultura del Pop: Muchos flashes, gafas de sol y zapatillas fosforescentes.
El buen fútbol, como el buen rock…hoy, escaso.
Afortunadamente nos queda el consuelo de las imágenes para rememorar cuando lo deseemos, a todos los grandes de este maravilloso deporte. Ironías de la vida.
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