Andando el tiempo, me he percatado de que la
vida sólo tiene sentido realista a través de sus aromas. Mohoso talento el mío, considerando que la curiosidad olfativa
es universal. Unos tienen habilidades de sabuesos, otros parecen que viven en
una atmósfera resfriada o modo zombi. La
mente puede almacenar miles de imágenes pero a medida que va recibiendo nuevas
va desechando otras, en un continuo formateo o carrusel del olvido. Por contra,
el recuerdo de un olor puede permanecer albergado en lo más recóndito de la
memoria. Desde la infancia arrastro la debilidad por el irresistible aroma que desprenden
las casas de adobe cuando la lluvia baña tenuemente sus paredes tibias. En una
ráfaga de tiempo me siento trasportado al pequeño pueblo donde crecí, de
tejados viejos y revoques de barro y yeso. Ah, cómo recuerdo el vaporcillo
levantándose de las tapias donde no escalaba ninguna tupida madreselva becqueriana.
Siendo estrictos, no vale que caiga un chaparrón, tiene que ser una llovizna
necesariamente para que se active la memoria de la nariz, algo que no suena muy chiflado, ya que muchos
me han hablado de la memoria del agua, de los músculos, de los besos, en fin.
Luego de atravesar meses de intenso calor,
finalmente San Severino, se ha apiadado
de este valle de asfalto. Estaba desesperado por conciliar el sueño, ni con
ventana abierta y a sábana descubierta. Desde hace una semana llueve
sostenidamente aunque a ritmo cansino. La ciudad ha cambiado, de azul cielo a
gris acorazado con motas negras de tormenta. Y pasando por algunos lugares, el
ambiente se ha contagiado de un suculento aroma de pasto de canchita de barrio.
Huele a frescor y mi nariz más crecida
que la del Conde-duque de Olivares, lo agradece.
Por algún misterio en particular, cuando llueve
se activa mi memoria gastronómica por ciertos potajes, sopas y cremas, es decir
todo lo espeso. De pronto, se me antoja un desayuno de mazamorra de maíz morado
con empanadas fritas de queso y para almorzar sueño con una cálida y espesa
jak’alawa (crema de choclo). Justamente en estos días cercanos a la navidad es
cuando sale la mejor cosecha de elotes: enormes mazorcas de tierno maíz blanco,
ideales para cocinarlas enteras al agua y luego degustar su sabor dulzón con un
trozo de queso a manera de postre. No comprendo cómo los yanquis le untan una
gruesa capa de mantequilla o mayonesa en sus famosas barbacoas.
Pero es en estos días grises, de cielo
encapotado y temperatura húmeda, cuando se me despierta el apetito por uno de
los manjares que más aprecio en esta vida: las humeantes humintas a la olla, un
bocado similar a los tamales mexicanos. Alguna vez he visto elaborarlas a mi
madre, para ella relativamente fácil como ocurre con todas las madres, con tal
de que pasen por sus manos hasta el engrudo nos sabe delicioso. A la vista de
choclos en el mercadillo del barrio, con
la nostalgia en modo salivando, extrañaba sobremanera las humintas de mi madre,
así que hace unos días me armé de valor para prepararlas yo mismo. Viendo la
receta en Internet, me dije esto es pan comido. Es que a veces lo más simple se
torna complejo, por lo menos en el difícil arte de moler choclo (tiene que ser
en un batán o en su defecto en un molinillo de mesa, nunca en la licuadora).
Menos mal que en la cocina tenemos un molinillo americano de acero puro al cual
asoma el sarro por falta de uso. Otro de mis recuerdos vívidos es el intenso e
inconfundible olor de los granos de café tostado cuando un tío los trituraba en
esos molinillos anclados en la mesa. Menudo invento, tan importante como el de
la bicicleta: endiabladamente sencillos pero absolutamente necesarios para
facilitarnos la vida.
Así, me puse a rallar los choclos con el
cuchillo. Instalé el molinillo y comencé la faena con la molienda, que me llevó
unos minutos. Luego añadí sal, azúcar y manteca vegetal derretida y una pizca
de anís a la pasta blanquecina, revolviéndola concienzudamente. Dosificando un
par de cucharadas bien colmadas sobre una cama de sus propias hojas, una
rebanada de queso encima, y listo, a la manera de niños envueltos. Se puede
añadir también aceitunas, charque o trozos de carne seca, o pedacitos de pimiento
picante. Eso sí, ponerle pasas de uva es un crimen como acostumbran algunos. Yo
las prefiero con queso que adquieren un inigualable sabor al fundirse con la
masa.
Las humintas pueden también cocerse al horno,
en una bandeja a la manera de una tarta o simplemente sobre una hoja o chala.
Saben igualmente sabrosas pero algo secas.
Todo lo contrario de las cocidas en olla, lentamente al vapor. Volviendo
a mi experimento, el resultado me salió algo fallido la primera vez, bastante
soso por la falta de sal. Seguí las indicaciones al pie de la letra pero tal
vez olvidé la dosis de “mucho cariño” de
una cocinera local que tiene su programa de televisión. Ayer, con el tiempo
brumoso, la cosa me salió mucho mejor. Y la próxima a seguir superándose. Nada
de esperar a que se enfríe y mucho menos con la impagable compañía de un tinto
café.
"No es que no vuelva porque me he olvidado/ de tu olor a tomillo y a cocina", canta el poeta catalán Joan Manuel Serrat, en un poema titulado Soneto a mamá, apreciado José.
ResponderEliminarAllí está la clave : es en el olor de la cocina materna donde reside acaso el gran misterio de la existencia. Al igual que sus humintas- llamados en algunas regiones de Colombia " bollos de maíz"- estamos amasados con una materia milenaria remojada con devoción y lágrimas.
¿ Sabe qué me devuelve al vórtice mismo de ese misterio?:el olor de las vacas recién ordeñadas al amanecer. De ese y otros prodigios de la memoria se ocupa Marcel Proust a lo largo de una obra titulada, con perturbadora certeza, En busca del tiempo perdido.
PDT: les comparto enlace a la canción de Serrat.
http://www.youtube.com/watch?v=tgHtlIMXf5I
Acabo de regresar de un viaje a mi niñez, cuando comía humita y sopaipilla y me sentía en ese paraíso de los niños, donde nada te amenaza y tus placeres surgen de los sabores, los olores, de las cosas más básicas... y entrañables. En Cuyo es "humita" en lugar de "huminta", pero la receta es la misma, creo. Perdí de vista ambos platillos alrededor de los 11 o 12 años, cuando se nos fue la señora criolla que cocinaba para la familia y nos habituamos entonces a una dieta más "italiana", aunque siempre con toneladas de carne, por supuesto. Como han cambiado las costumbres... ahora como carne de vaca dos o tres veces por mes. En aquella época era cosa de todos los días.
ResponderEliminarHablando del ordeño de vacas, en Bolivia existe una costumbre en los pueblos y municipios rurales, durante ciertas fiestas, de ir muy temprano a beber ambrosía (leche recién ordeñada mezclada con aguardiente de uva, similar al pisco). Creo que ya es hora de que emprenda la “titánica” tarea de abordar la saga de Proust, estimado Gustavo, pues cada vez que hablo de recuerdos asociados a olores y sabores, usted lo trae a colación, je je. Esta navidad procuraré regalarme a mí mismo un e-book para sumergirme en su obra, porque aquí en mi ciudad no he visto publicada en papel. Gracias por la recomendación de Serrat.
ResponderEliminarHumita o huminta son prácticamente lo mismo, caro Lalo, pues está claro que es una herencia indígena (parece que proviene del vocablo quechua “jumint’a”) en la cocina de los países andinos, con ligeras variaciones en cuanto a los ingredientes. Acá tenemos también la sopaipilla, que es un bollo frito de harina, en forma de disco, y que según he oído es propio de Potosí, departamento frontera con el norte de Argentina. Tengo una tía viviendo toda una vida en Salta quien me ha comentado que la cultura de las provincias de Jujuy y Salta se parece mucho a la nuestra. Tu confesión sobre tu escaso consumo de carne vacuna me parece irónica, considerando que vives en un país de vacas, supongo que será por razones de salud.
ResponderEliminarCaro Josè, "La recherche" impegnerà i tuoi prossimi 20 anni!
ResponderEliminarpreparati ad un lungo viaggio.
le mie "madelines" sono la Ribollita, e la Piadina.
ricette facili, la piadina credo sia il primo fast foof dall'epoca dei romani.
ciao, stò entrando nel tunnel natalizio, ne uscirò il 6 gennaio. !
(pensa se tutti i giorni fosse natale!!!)
ciao a tutti e buon 2013!
( sempre che esista ancora il mondo! jejeje!!)
fiore
¡Qué dura tarea tengo para el año próximo!, amiga Fiore, la obra de Proust será una de mis misiones más difíciles a emprender, je je. De los platos y bollos italianos conozco muy poco. La piadina (por las imágenes) me recuerda a las tortillas mexicanas y seguramente es muy sabrosa. Cuando estuve en España, probé los “calzone”, un bollo relleno con queso y jamón. Hace varios años, un amigo nos trajo de Italia unas galletas de arroz con relleno líquido. No recuerdo el nombre, fue lo más delicioso que he probado alguna vez, considerando que soy muy poco aficionado a los bombones, chocolates y otras cosas dulces. Por la suerte del mundo no te preocupes, seguirá existiendo, según las “revolucionarias” predicciones de los brujos andinos, llega una “época de armonía y equilibrio con la Madre Tierra” (21 de diciembre), ya escribiré algo al respecto, pues se prepara una fiesta tremenda en una isla del lago Titicaca. Buon natale!
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