Si fuera un escritor conceptual, el texto de
esta entrada se limitaría a unos cuantos puntos suspensivos encerrados entre paréntesis.
Y pare de contar (he de confesar que en este momento preferiría estar recostado sobre
el sofá antes que poner mi cerebro a trabajar). Quizá lo titularía “pereza en
estado puro”, “las huellas del silencio” o “el rio agotado del tiempo”. Quizá
cosecharía una rabiosa ola de aplausos por mi originalidad. Quizá algún raro
coleccionista de los cojones me pagase una fortuna. Menos mal que no existen
escritores conceptuales. O tal vez sí.
Dentro de mis lecturas de este año, he tratado
de descubrir a estos artistas de la literatura, émulos de los artistas
plásticos vendedores de humo. Lo más cercano que he hallado fue sobre aquellos
que escriben con estilo telegrama, repitiendo monosílabos hasta el tedio, a
quienes algunos críticos benevolentes llaman “escritores de silencios”. Vaya
uno a saber qué demonios significa eso. Por
otro lado, he tropezado también con escritores conceptuales publicitarios, no
se me ocurre otra cosa cómo llamarlos. Expongo el caso de uno de nuestros
literatos más internacionales, quien en algún relato habla de un hombrecillo
que todas las mañanas sacaba su caja de lápices Staedtler para elaborar
crucigramas (coño, hasta he tenido que guglear
para saber cómo se escribe). En otro cuento nos describe a un vecino que pasa
su podadora Black & Decker por su jardín (nunca me he enterado de que al pasto
le importase la identidad de la máquina que le repasa su cuchilla asesina). En
otro párrafo nos cuenta de una muchacha que se masajea el cuerpo con bronceador
Coppertone (ya me imagino a los antiguos atletas griegos embadurnándose con
aceite de oliva de tal y cual isla del Egeo). En fin, lo que hubiera dado por
leerle un relato erótico donde -me permito imaginar- “él introducía su mano
ansiosa dentro de sus bragas Victoria’s Secret, mientras ella se apretujaba
contra sus bóxers Pierre Cardin de algodón blanco”. Hubiera descorchado el
champán antes de tiempo.
Ya que el tiempo remojado por una larga
jornada de lluvia, me ha condenado a permanecer en casa, e inevitablemente,
atiborrarme de chocolate caliente y bizcochos Arcor (perdonen el contagio de vanguardismo)
con lo bien que detesto los bollos dulces, sin embargo, a falta de pan, bien
vale cualquier galleta aunque sea remojada en té a la manera de Proust. Dicho
sea de paso, por fin voy a acometer la titánica tarea de sumergirme en su obra.
Mi descuido tiene una excusa: me he pasado demasiado tiempo suspirando por las
muchachas en flor. Me han dicho que me aguarda un océano de posibilidades. Objetivo a cumplir para el próximo año.
Como verán, soy un tipo que sólo se plantea
proyectos muy ambiciosos, como el de aprender a conducir, por ejemplo. Cosas de
la vida o de mi temperamento, nunca he sentido el llamado de la velocidad o del
ruido de los motores. Ni tampoco me he visto en la necesidad de autolocomoción.
Además, dándole vueltas al asunto, he pensado que el conducir coche ajeno (así
sea de un pariente), me convertiría automáticamente en chofer, cual el
protagonista de la película Conduciendo a
Miss Daisy. Recuerdo cómo le gastábamos bromas a un amigo, llamándole
“Jaime” cada vez que nos llevaba a cualquier sitio.
Pero mi indiferencia al volante tiene una
connotación muy personal, inexplicable para mí mismo, como si me viniera de fábrica.
No soy de ir al lado del conductor (se sabe que casi todos se pelean por el asiento
delantero). Prefiero el asiento trasero pegado a la ventanilla. Cuando viajo en
trayectos más o menos largos, casi instintivamente entro en estado de
relajación o alelamiento. Puedo pasar una eternidad con aire ausente, con la
mirada extraviada en los objetos a lo lejos. En esto me parezco a los perros
que disfrutan sacando la cabeza en un paseo automovilístico. Indiferentes a los
transeúntes que pasan ante sus ojos como objetos transparentes. Y después
dicen qué vida de perros. A momentos los envidio.
Aquí termino de una vez, que bastante tendrán
con haberme leído pacientemente. Si soy culpable de haberles provocado alguna
cefalea, les recomiendo paracetamol y mucha agua, como decía un médico bastante
maula. Y larga vida para el 2013 y para los que vendrán. ¡Salud!
e che mi dici dell'ineffabile, odioso Paolo Cohelo?
ResponderEliminare delle sue lettrici? ( quizas porquè creo que sean todas mujere y no hombres?)
lo odio. e non ho mai letto nessun libro. solo i titoli mi fanno male allo stomaco.
conosco alucne signore che a-do-ra-no Cohelo! e sono donne di una NOIA mortale.
aspetto una tua recensione su di lui.
ciao ciao
( e natale è finito!!!)
ho mangiato un dolce di castagne e cioccolata.
ho letto le novità del Divino Evo.
ciao
fiore
noche -5
dia +2
que calorcito...:))
Te deseo un feliz y próspero año nuevo, estimado colega "bloguviano" :P
ResponderEliminarUn abrazo.
Recuerde siempre que el de la pereza es un derecho inalienable, apreciado José. Que tenga un muy buen año 2013.
ResponderEliminarUn abrazo,
Gustavo Colorado G
Mi cara amiga Fiore, nuestro “amigo” común Coelho ni siquiera es un escritor, es un gran comerciante de papel (gracias a él, muchas empresas papeleras ganan dinero), al menos hay que reconocerle el mérito de que es un experto para tocar el corazón de la gente ingenua, especialmente mujeres jóvenes. Si hasta me he ganado algunos insultos por criticar sus obras, con unos palíndromos. Aquí te dejo el link: http://perropuka.blogspot.com/2011/08/la-filosofia-barata-de-paulo-coelho-y.html
ResponderEliminarGracias por haber leído sobre la última payasada del Evo divino. Que tengas un excelente año y gracias por tu interés, nuevamente. Un abrazo.
Te correspondo los deseos, amigo Ricardo. Ya nos veremos en tu blog el siguiente año y que sigas esculpiendo más reseñas, siempre interesantes. Un abrazo.
ResponderEliminarCreo que la pereza es el mejor de los pecados, incluso el más placentero, amigo Gustavo. La libertad de elegir de quedarse quieto e inactivo, no tiene precio. Mientras no tengamos obligaciones, tenemos derecho al apoltronamiento. Lo mismo, gracias por sus anotaciones, siempre necesarias en este mundo alucinado que nos toca vivir. Un abrazo.
ResponderEliminarFelicidades con retraso (he pasado unos dias en un lugar afortunado, porque no tiene internet). Te cuento algo que me dijo una amiga muy querida hace un montón de años: las mujeres no encuentran sexy los calzoncillos blancos, por más de marca que sean. Desde entonces los uso de colores, pero no he notado mucho cambio en el asunto, debo admitirlo.
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