El mejor sábado posible, con el sol recuperándose luego de una semana vacilante entre fría y algo lluviosa. El mejor sábado posible luego de un viernes desabrido por la carne blanca (el surubí, aunque frito, sigue siendo soso) y por el aburrido espectáculo de ver a los Caballeros del Santo Sepulcro y demás hermandades de la santa hipocresía paseando su solemnidad en romería. Dos días de cortinas cerradas, las de las casas y las de las vinaterías.
El jueves de mañana, creyendo que era
previsor, fui a peregrinar por las agencias de licores chapacos para hacerme de
un par de vinitos, reserva especial para el sábado, cumpleaños de un amigo del
alma. El alma no guarda tantas amistades, mucho menos la mía que de no ser
miserable es cicatera. Prohibieron hasta la venta de vinos, quién se farrea con
vinos en este país de borrachos conocidos, antes que alcohólicos anónimos, como
dice un amigo. Los tatacuras sí pueden libar dizque la sangre de Cristo, aun
dentro de la sacristía, y yo no puedo brindar a la salud de mi amigo. Tamaña
contradicción. Un estado laico que se da el lujo de normarme qué debo hacer
para no incurrir en pecado. El que quiera resguardar su castolicismo y demás paparruchas religiosas que se las aplique a su
grey.
Conseguí los vinos esa misma mañana de sábado,
muchos negocios seguían cerrados. Una de
la tarde y fracción, con una tenue columna de humo como guía llego a mi
destino. Brasas en el patio y viejo árbol de pino, testigo de cuántas
guitarreadas con las que cerrábamos la noche, saboreando anticuchos. Me recibe
una lata fría de cerveza como la extensión de un brazo. Recién me confundo en
abrazos. Los primeros invitados, viejos conocidos, ya están probando los cocidos
de haba y choclo. Circula en cazuela la naranjeta,
creación del padre del agasajado, un
delicioso revuelto de carne para ir picando con pan de marraqueta y llajua. Juro
por dios, apelando a su peculiar muletilla cuando quiere ser enfático, que no
he conocido más dedicado y mejor anfitrión que él.
Doran al sol y al calor de las brasas las
suculentas tiras de chuparse hasta el hueso, hay quien se atiborra de mollejas,
me dan pereza las alitas de pollo por sus escuálidas carnes, prefiero el sabor
tostado de los chorizos parrilleros. Corazones de vaca fileteados con todo
corazón nos gusta a todos: por manojos salen cada tanto los anticuchos, esos
corazones trinchados en palillos para ser devorados en caliente con salsa
picante de maní y acompañamiento de papas y cebollas blancas retostadas. Así
nos perdimos toda la tarde, de bocado en bocado, unos con fernet -ese
licorcillo que parece salido de la botica de abuela- para sosegar la digestión;
otros degustando con altura el milenario vino, perdición de dioses y mortales
de otras épocas.
Asomando el crepúsculo, todavía llegaban más
almas a la fiesta. Asomaron el ron siete años y cierto licor mentolado
apreciado por las chicas. Asomó la guitarra en manos de diestro tuno y se
desató la serenata. Zambas, cuecas, baladas del ayer y pinches rancheras que
ponen a prueba mi paciencia como todo lo que suene a mariachi. Entretanto, una
mirada inconsciente me sacudió el desastre de lo no vivido. Había, ahí entre las
sombras, los amargos recuerdos de unos besos no dados. Donde hay materia
inflamable late la amenaza de un incendio. Las curvas de la noche que erizan la
piel de cualquier hombre, me acompañaron toda la madrugada solitaria. Mi warmi que no pudo ser. Por gil, dirían algunos que me conocen.
Comencé a leer tu artículo y a los 30 segundos ya me estaba dando hambre, José. Eres muy elocuente para describir esos manjares que nos sirves de vez en cuando. Y hacia el final nos sacudes con ese "entre las sombras, los amargos recuerdos de unos besos no dados", que es como el pasado semioculto con un rebozo, un toque de escritor, amigo José.
ResponderEliminarJa, mucha pena me da “torturarlos” con imágenes de exquisiteces que degusto de vez en cuando, cuando me invitan, digo. Si prefieren, la proxima vez me dedico a anotar mis impresiones en seco y el resto se lo dejo a su imaginacion, je, je. Sobre lo segundo, no era yo el que estaba confesándose, sino el alma a la que le corroian todavia los drinks del sábado pasado.
EliminarPor más laicos que se declaren nuestros estados, en América Latina seguimos gobernados por la Iglesia Católica, apreciado José. Así que para la próxima Semana Santa le recomiendo aprovisionarse de una buena variedad de vinos... o hacerse amigo de un cura.
ResponderEliminarTomaré sanamente su primer consejo, estimado Gustavo; porque hacerme amigo de un cura seria algo cercano a una tortura psicológica. Es tanta la aversión que les tengo a medida que voy conociendo el historial aberrante de su venerable madre Iglesia. ¡Vade retro, sotana!…me digo si los veo cerca.
Eliminartriste epílogo para tan detallado festín, mi estimado José. Hay cntigo, evidentemente, un círculo d gourmets q entre tuna y licores se permiten envidiables festejos.Pero por lo aquí descrito, tngo la desconsolada imagen q esta vez se produjo d una típica "noche de gallos". Faltan las minas, las descritas minas; ergo esto parece q fue una juntucha d sedientos vates sin traviesas señoritas destilando alegrías al compas d las horas. Sin embargo, al despreciable Hyde le queda una cochina duda: d si los versos del final (tan dolorosamente retratado) son meras metáforas, o bien eso d la "mirada inconsciente entre las sombras" era nomás una comestible "gallina" d carnes tibias y d muy vidriosos (como lascivos, pero ahora ajenos) ojos, acusándote en despiadado silencio por lo que pudo ser..
ResponderEliminarComo sea, coraje, mi amigo. Son los gajes del oficio. Son los precios q se toma el noble vino ("perdición d mortales y dioses" (!!) Y si. A otros alcoholes yo ni los miro. Y ni hablemos d esa porqueria q llaman fernet!). Tarde o tmprano, el libar nos revuelve siempre aquello q conscientemente ocultamos en las penumbras d la memoria: Gallinas. Cuerpos tibios cn sus húmedos labios q no alcanzamos a libar. Salud, hermano. Por las memorias esas.
Abrazo.
El señor Hyde siempre tan malintencionado y aguafiestas,je je. No fue una ‘típica noche de gallos”, con farra desatada, típico de borrachos sin estilo, que quede claro; sino una reunión de amigos de toda la vida (de colegio, de la U) con sus respectivas parejas que una vez al año nos permitimos estas delicias de degustar anticuchos y otros manjares, marca de la casa de mi querido amigo. En suma, un ambiente familiar y reducido que da gusto, yo no me siento cómodo en festejos donde hay gente mayormente desconocida. Y sí, la fiesta fue entrañable salvo por el detalle amargo de ver a la mina que alguna vez ocupo mis pensamientos y que pensaba que estaba curado de ella. Tu última frase lo resume espléndidamente. Qué le vamos a hacer, la memoria del hambre me atacó aquella noche.
Eliminar