Desayuno a la Pepe, preparado y consumido únicamente por él, desde luego. |
Quince días sin televisión y a momentos creo hallarme como
Homero Simpson anotando en su diario, en medio del bosque: “debí haber traído
el televisor”. Por un lado me consume la pereza para llevar el artefacto al
taller de reparación y sospecho que el técnico querrá hacerse al vivo queriendo
cobrar de más. Por el otro, quería someterme a una suerte de síndrome de
abstinencia, a ver cuánto me duraba el “sacrificio” de no ver ninguna imagen.
Extraño sobremanera mis noches de cine, una forma de ritual que tenía antes de
pegar el ojo. Me acostumbré a domingos sin fútbol pero echo de menos las
jornadas de Champions. Esos partidos los veía al completo, para el resto me conformaba
con seguir los resúmenes en los noticieros deportivos.
Confieso que era esclavo del zapping a la hora de mirar las
noticias, a partir de aquello podía hacerme una panorámica general del
acontecer social y político de nuestro país. Los programas de análisis son cada
vez más escasos y de menor calidad, y cualquier pajarraco oportunista se cuelga
el cartel de analista. Lo demás, pura programación
cochambrosa y demás telebasura. He intentado suplir mis necesidades de
información a través de la radio, otro mar de lágrimas que no le va en zaga a
los telenoticieros. Quedaba la prensa escrita pero hace siglos que no compro
periódicos que, andando el tiempo, se han dedicado a cualquier cosa menos a
informar objetivamente. Internet ofrece mayores posibilidades pero dado su
elevado costo y el tiempo reducido, prefiero dedicarlo a noticias
internacionales y cultura, por demás relevantes. A decir verdad, no me siento
grandemente perjudicado por este “apagón” que involuntariamente me he dado del
acontecer nacional. Creo que hasta mi salud mental lo agradece.
Sin nada que ver, no me he enterado de casi nada. La Feria
Internacional de Cochabamba ha abierto sus puertas hace una semana, como cada
año, y su impacto en la realidad es tan pobre que no se siente su presencia. En
ninguna parte de la ciudad no he encontrado carteles, gigantografías y otros
reclamos publicitarios que muevan a la gente a asistir. De hecho, ni sabía
exactamente qué día había comenzado tal evento tan supuestamente espectacular e
importante. Ya sé que habrán traído a algún artista cumbiero extranjero para
poner a bailar a la muchachada en una de esas noches, con farra hasta el alba.
El feriado del primero de mayo se cebó otra vez con mi
tranquilidad. No es gratuita mi aversión a tales días de obligado descanso,
pues esto último es lo que menos se respeta. Se pierde de pronto el espíritu de
convivencia y el respeto mínimo a las normas sociales. La víspera, jueves por
la noche, ya empezó el jolgorio en ciertos sitios. Algún sindicato hacía sonar
sus petardos a la distancia hasta pasada la medianoche. En casa, mi primo sacó
su parrilla y se reunió con sus amigos para compartir un asado. Sus aromas a
chorizo parrillero trepaban hasta mis aposentos pero en vez de hacerme salivar
me sofocaban. No le veo el gusto de hartarse de carne a tan altas horas de la
noche. Ni asomé las narices por ahí y quise pronto echarme a dormir siguiendo
mis sanas costumbres. Mala idea, cada tanto uno de sus invitados iba y venía en
su moto chopera de alta cilindrada y cuyo bronco bramido es un atentado
a los frágiles oídos. No sé qué le ven estos muchachos a pasear su ego a punta de ruidosos cacharros. Así y todo,
finalmente pude dormir pasada la una.
En esas estaba, soñando con huríes y otras alegrías del más allá,
cuando mi errático sueño fue interrumpido por un sonido que mi memoria reconoce
al tiro: caía agua al tanque vacío que está en la terraza a pocos metros de mi
dormitorio. Faltaba minutos para las cuatro de la mañana y mi tía había
accionado la bomba eléctrica, era para utilizar la ducha, de seguro. “Tía querida
si sabías que tenías que madrugar para el viaje, debiste bombear durante la
noche, como sueles hacer siempre”; puteé para mis adentros. Lo siguiente fue
escuchar ruidos en el piso de abajo, todos los viajeros empezaban a alistarse y
se oía hasta los pasos presurosos sobre las gradas. Me resigné y me hice un
ovillo para tratar de volver al sueño. Al poco rato, oigo el chirrido horroroso
de la puerta de mi apartamento siendo arrastrada, resultado de la dilatación por
la humedad del tiempo de lluvias. Le había explicado a mi padre, que estaba de
visita, que había que levantar un poco de la manivela para abrirla sin hacer
ruido, pero se le habrá olvidado en ese momento.
Ya totalmente despierto, me revolvía en el lecho buscando
una posición cómoda para esperar el amanecer. Escuché llegar un par de jeeps,
arribaban más viajeros al punto de partida y hasta podía oír algunas voces. Sonó
la puerta del garaje y salió la vagoneta de mi tío, con su rugido característico.
Mi padre bajó para sumarse a la caravana. Aun dentro de mi cuarto pude escuchar
cerrándose las puertas de los coches y, a continuación, los acelerones de la
caravana aventurera. Madrugaban para llegar temprano al pueblo familiar de Independencia,
aprovechando el largo receso y, de paso, asistir a la Feria de la Chirimoya que
se celebrará este domingo.
No habían pasado ni cinco minutos desde la partida de los
viajeros cuando retornó de improviso la vagoneta del tío, algo se le estropeó a
la máquina en el último momento y por precaución decidieron volver. Mi madre que
se había levantado, abrió la ventana del living que da a la calle y soltó
algunos comentarios, preguntando ¿qué ha pasado? Casi me levanto y le digo: “¡cállate,
mama, que me desespeeeeras!” a lo Quico, “¿no ves que hay vecinos durmiendo?”,
quise rematar. Al parecer se tuvieron que estrechar los pasajeros porque el coche
se quedó finalmente en el garaje. Este cúmulo de jodidas coincidencias que me
estropearon el sueño me hizo recordar aquella máxima coelhiana de que todo el
universo conspira para que yo sea feliz. ¿O habrá querido decir al revés; ese
viejito cachondo que parece vivir en un mundo de fantasía para destilar
semejantes paparruchas?
Ya ni me servía la tele para distraer el mal rato, que semeja un trasto pop-art acumulando polvo, ahí enfrente de mi cama. El enfado
se me pasó a la hora del desayuno: ¿acaso alguien me podría decir que hay algo más
sabroso e inspirador que empezar la jornada con una combinación inenarrable de café
y yucas retostadas?...Eso es lo único que rescato de días como estos: el tiempo
holgado como para zamparme un desayuno con cuerpo de rey…Y, luego que el mundo
se caiga, si quieren.
Ya sabemos que la naturaleza aborrece el vacío, y también sabemos del horror vacui que lleva a los artistas a rellenar con algún dibujito los espacios vacíos que tan bien quedarían en sus telas... Y ahora tu has recuperado esa terrible afinidad entre la noche, la angustia y los ruidos. El por eso que el goteo de una canilla suena como una serie de explosiones cuando queremos dormir y no podemos, aunque admito que una moto con el escape abierto no es un precisamente un caso de sugestión. José, tienes que hacer de tripas corazón y hacer reparar tu TV. Así evitarás estas cosas.
ResponderEliminarJustamente algo de horror vacui he experimentado los primeros días de forzado apagón. Cuando tenía la Tv. en condiciones casi nunca encendía la radio. Ahora es al revés, aunque sea para escuchar música de la prehistoria. Cuando leo un libro, necesito casi siempre algún fondo musical a bajo volumen para concentrarme, sino cualquier otro ruido de la casa o los ladridos de la vecindad me distraen. La vida moderna nos ha condicionado de tal manera que necesitamos de ruido de fondo para sobrellevar la existencia. Francamente, no podemos lidiar con el silencio, estamos tan acostumbrados a los artefactos electrónicos que nos rodean, que la vivencia urbana se puede tornar agobiante sin ellos. Irse a vivir a los bosques y desenchufarse del mundo, en plan Thoreau por ejemplo, suena hasta descabellado, como si fuera asunto de espíritus locos.
Eliminarja! olvide el link: https://www.youtube.com/watch?v=RbQ_uj9lJxc
ResponderEliminarahora si, permisito.
Ja, qué gusto volver a disfrutar de tus enjundiosos comentarios, estimado llajtamasi. Crei que te habias borrado de la red pero veo que estas por otros lares, convenientemente alejado. Tienes tanta razón, por higiene mental deberíamos evitar la televisión, pero eso sí, mi pasión por el cine es innegociable, ja, no te creas que me trago cualquier bodrio hollywoodense. Cuando me siento una piltrafa recurro a mi modesta videoteca que he ido reuniendo, siempre documentandome a través de internet, que gozoso me haría instalar a domicilio pero los precios elevados y la lentituid del servicio me espantan. (Miserias de un paisito como el nuestro). La verdad, prefiero ensuciarme las manos en el cibercafé aquí cerca de casa y luego pasármelas por alcohol luego de una jabonada de rigor.
EliminarNo sabia que la desabrida flaca de la Paltrow cantaba, no esta mal, pero dejemos a la Kim Carnes y su desgarrada voz acompañarnos la existencia. La galesa, que no es mala actriz, se me termino de despintar al saber que abanderaba una aberrante dieta sin nada de carbohidratos, cque como el doctor Jekyll son imprescindibles para dotar energía al cuerpo. Con razón la gringuita esta en los huesos y pero aun, dicen que tiene un carácter insoportables. Mejor alegrarnos la mísera existencia con la estampa de la petisa más sexi del planeta, o cuando lo era. Convengamos en que siempre nos quedará Alice o Alizee, (no como se pronuncia en francés). Abrazos.
Como el doctor Jekyll sabe, quise decir. (las prisas, y el estomago que ruge de hambre).
EliminarApreciado José : a la reflexión de don Lalo le añado que, igual que la naturaleza, el capitalismo también aborrece el vacío, es decir el ocio. Por eso inventó los relojes, que a su vez engendraron la noción aquella de que " El tiempo es oro" , en la acepción literal de la frase. De modo que no hay escapatoria : el tiempo que no dedicamos a producir debemos consagrarlo al entretenimiento, en este caso al televisor que nos incita a consumir y por eso mismo nos empuja a producir , en una rueda sin fin que en uno de sus giros nos deja inermes y desnudos ante el absurdo.
ResponderEliminarYo iría mas allá, estimado Gustavo, supongo que es la vida moderna (y todas sus comodidades, muchas innecesarias) la que nos ha acostumbrado a aborrecer el vacío. No podemos estar sin tener que hacer algo -como usted apunta-, a riesgo de caer en la depresión o la melancolía. El tiempo ocioso nos mortifica, -yo soy perfecto ejemplo- y recurrimos a artefactos electrónicos para “pasar el tiempo”. Hay que volver a los libros, aunque sea mediante la vía paradójica de los e-readers, como en mi caso. Estas semanas he recuperado el ritmo perdido y mis ojos enrojecidos no lo lamentan.
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