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F. Scott Fitzgerald |
Inconscientemente
sabemos que miramos televisión para matar el tiempo, para pasar las horas sin
esfuerzo, pero la lectura es un acto casi suicida porque implica consumirnos
con el tiempo. La televisión nos muestra mucho pero enseña poco. La lectura
puede desagradarnos o permitirnos fantasear sin límites pero en ningún caso nos
deja indiferentes o sin aprendizaje.
Scott Fitzgerald, el escritor más típico de la Generación
Perdida, nos ofrece aquí el retrato amargo de un solitario irremediable, un
selfman enigmático, la historia de un huraño con aire de aristócrata que da el
tratamiento de ‘viejo amigo’ a un desconocido, cuyo mérito es recién haber
llegado al vecindario, como si aquel intuyera la complicidad u honradez de este
último.
Gatsby
es un privilegiado desafortunado. Un hombre joven, rico y bien parecido que
podría haber tenido las mujeres que quisiera, pero sin embargo sólo ambicionaba
una, la primera ‘niña bien’ que había conocido. En aquella época de la ‘Ley
Seca’, surgió una nueva casta de opulentos propietarios, que no conocieron el
trabajo arduo para llegar a puestos de privilegio. Gente ambiciosa e
inescrupulosa que labró fortuna en actividades ilícitas como el contrabando de
licor. Y cómo no, muchos de estos nuevos ricos en una intencionalidad de
escalar socialmente, organizaban magnificas galas para mostrar su frívola
generosidad.
Imaginaos
mansiones lujosas, fiestas veraniegas
repletas de invitados, orquestas de renombre en plena época dorada del jazz. El
anfitrión que se pasea inconmovible y mezclado entre los invitados y
arribistas, porque aunque todos habían oído hablar de él, muy pocos habían
tenido el privilegio de conocerlo personalmente.
A
pesar de toda la opulencia y la parafernalia que le rodean, Gatsby es, en
cierta manera un estoico del destino, aunque parezca contradictorio. Su
comportamiento generoso con los demás buscaba quizá ganarse el respeto suyo,
pero su críptica personalidad no hacía más que alimentar las leyendas
malintencionadas sobre su persona. El no tener un pasado, una historia tras sus
acciones, tarde o temprano acarrea una consecuencia inevitable; la soledad, la
vacuidad absoluta. Aunque Gatsby, sabiéndose moribundo, acepta con humildad y
resignación su destino, desea sin
embargo, más que nadie la presencia de amigos en su funeral y en un anhelo
desgarrador suplica: ‘Mira, viejo amigo,
tienes que conseguirme a alguien. Debes hacer el esfuerzo. No soy capaz de
seguir pasando por éstas solo’.
Es supremamente irónico y perturbador, acabar de la manera más desesperada, sin mas compañía que la de su 'viejo amigo', cuando todo el mundo se moría por acudir a sus fiestas, al final nadie se
acordó de él.