30 diciembre, 2017

3 Cerrando el boliche





Acababa de cumplir los icónicos 33 años (ya se sabe, esa edad a la que Alejandro Magno se había cansado de ganar todas las batallas), cuando decidí arrancar con este proyecto bloguístico, con intenciones puramente lúdicas, podría decirse hasta ociosas, ya que no tenía otra manera de matar el tiempo libre, tal cual anuncia el encabezado del blog. 

Lo que al principio fue un ejercicio de simple opinión sobre variados temas de interés personal, a medida que transcurrían los meses fue cobrando mayor seriedad y consistencia. No estaba en mis planes meterme a cronista sobre los sucesos de este fabuloso paisito perdido en el corazón del continente. Muchos de mis relatos surgieron al calor de los acontecimientos. Las cosas suceden y, hasta cierto punto, se dan a conocer solas; yo solamente añadí mi punto de vista o le puse el condimento necesario para que fueran más digeribles. Porque hay tanta insania en este mundo. Y mucho aburrido, y  la mar de solemnes, desde luego.

Irónicamente, mis cotidianos aburrimientos les resultaron divertidos a otros. Así que no me quedo otra que tomarme el asunto en serio y enfilar el rumbo con determinación y disciplina. Muchas veces el proyecto estuvo a punto de zozobrar, ya que a menudo tenía que lidiar contra mi natural pereza (eso que otros llaman cansancio existencial). Cuántas veces me habré quedado empantanado sin poder perpetrar ni un mísero párrafo. Era más placentero quedarse callado y dejar que la corriente me llevara hasta alguna orilla.  Apoltronarse tampoco es bueno.

Porque algo tenemos que decir. Y yo dije lo voy a decir de este modo. Así surgieron mis crónicas que no son tales si nos atenemos a los parámetros del periodismo, ¿los habrá?, si es así no quiero parecer un intruso. En estos siete años de andadura he narrado hasta el hartazgo lo que sucede con Bolivia, con millones de habitantes que todavía se deslumbran con cualquier cosilla, como si fuera la primera noche de los tiempos. Y el jefe de la tribu que quiere reinar para siempre porque cree que ha sido puesto por los dioses.

Me he agotado de ejercer de escribano acerca de los nefastos atropellos del régimen plurinacional que se ha enquistado en Bolivia. Ya no queda ninguna energía para seguir denunciando la infamia. Al mundo le importa una mierda lo que suceda con este atribulado rincón del tercer mundo. Aquí concluyo el camino y le pongo candado a este espacio virtual. Indefinidamente. Quedo muy agradecido a todos los lectores y, sobre todo, a los amigos que tuvieron la amabilidad de dar vida al blog con sus comentarios.


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PS. Mejor me dedico a otras cosas que, si no despiertan placer, por lo menos traerán recuerdos y otras agradables sensaciones. Quedan cordialmente invitados al nuevo sitio. Arrancamos en enero de 2018. 




19 diciembre, 2017

3 Un plato como para graduarse



Filete agridulce a la Mariana

El último fin de semana, una de mis primas menores se graduó de Gastronomía, toda una novedad en la región, pues es una profesión recién salida del horno, digo de aulas universitarias. Sabe paradójico que la autonombrada y mil veces publicitada como “capital gastronómica de Bolivia” no ofertaba en ninguna de sus universidades alguna carrera relacionada, hasta hoy. Pero los cochabambinos somos unos capos cocinando y, fundamentalmente, diestros en el arte de devorar todo lo que nos salga al paso, eso no nos lo quita nadie. En la tierra de las mil cocinas, llueve la comida más que el agua. Pero de recetas y preparados gourmet, andamos lamentablemente escasos. 

Como es tradición popular, ningún egreso académico está completo sin su correspondiente agasajo, por pequeño que sea. Mis tíos organizaron una sencilla recepción social en casa, invitando a los familiares más cercanos y a los amigos de la homenajeada.  Y, lógicamente, donde hay reunión tiene que haber algo de picar, que el apetito se manifiesta con mayor intensidad en grupo, por una extraña razón. 

Parecía que la graduada lo tenía fácil y que sólo debía limitarse a disfrutar de su fiesta, como ocurre en la mayoría de los casos. Pero la comida correría a cargo de ella, qué mejor que poner en práctica sus flamantes conocimientos culinarios, para graduarse con honores ante los parientes y demás invitados. Juiciosa coherencia, desde todo punto de vista, aunque ello haya implicado laboriosos preparativos desde el día anterior. No hay mejor forma de cerrar la boca de algunos escépticos (empezando por este escribidor) que convencerlos por la vía de la degustación. 

Promediaban las nueve de la noche cuando sirvieron el platillo estrella. Una atractiva combinación de carne de cerdo al horno con filetes de pollo relleno con jamón. Impagable la sensación de alternar bocados de ambas carnes, sagazmente enriquecidas con una salsa agridulce de tumbo. Gratificante juego de sabores en la boca que se acompañaba con la exquisita suavidad de los pequeños bollos de yuca y plátano (no el común, sino el de cocina) sutilmente rebozados en huevo batido y freídos al momento de servir. Remataba el decorado una sobria ración de fino fideo al vapor con virutas de calabacines, berenjenas, pimentones y zanahorias, que no solo aportaban color sino también saludable sabor. En esa noche calurosa de sábado, una cerveza Huari en su punto más frio, fue el refrescante colofón a una magnífica velada. 

El que no se graduó ni de fotógrafo soy yo, vean la foto que no le hace justicia, por si las dudas.

12 diciembre, 2017

2 La casita del niño redentor




La Paz, ya luce otro atributo más para reforzar su condición de “ciudad maravilla”, una urbe que se enorgullece de sus flamantes teleféricos que la surcan por todo lo alto, rutilantes ‘obsequios’ del magnánimo Evo Morales, pero cuyos muertos no tienen dónde caerse muertos –casi literalmente-, ya que su morgue funciona en un depósito improvisado desde mucho ha. 

Estos días, empleados del gobierno evista, contagiados del espíritu navideño, instalaron un gigantesco árbol de luces con sus regalos respectivos para impresionar a todo transeúnte que pasara por plaza Murillo. Sin embargo, desde el ministerio de Festejos, también llamado de Comunicación vieron que aquello era insuficiente para encandilar a los niños paceños,  así que se ordenó levantar a pocos metros, una réplica de la humilde vivienda donde nació el redentor. Por feliz iniciativa de algún avispado, bautizaron la estructura como Casita de los Deseos, que según portavoces gubernamentales se construyó para “rescatar una tradición”, aunque nadie sabe en qué planeta será tradicional todo aquello.

Por alguna extraña coincidencia o repentina alineación de los astros, la casita se parece demasiado a la casa del caudillo de su natal Orinoca. El insólito adefesio fue elaborado con materiales metálicos y telas impresas a todo color que imitan los adobes y techumbre de paja de la humilde morada del mesías orinoquense. Tanta humildad debería ser acongojante y abrumadora. Pero no. 

Porque a escasos metros, justo detrás del viejo Palacio Quemado, se está construyendo a toda marcha el faraónico nuevo Palacio de Gobierno, una inmensa y horrenda estructura de 29 pisos que, aparte de romper bruscamente la armonía arquitectónica del centro histórico de la ciudad, viene a ser de lejos, el edificio más caro de La Paz cuyo costo rondará los 40 millones de dólares, incluyendo decorados y equipamiento. O tal vez más cuando se añadan los muy refinados gustos plurinacionales por las alfombras persas y los muebles importados de última generación. Vaya uno a saber cuánto costarán las burdas imitaciones tiahuanacotas y otras pomposidades seudoindígenas que adornarán la fachada cuando todo esté terminado. 

Y así, desde las alturas de su humilde despacho de la Casa Grande del Pueblo (‘palacio’ es muy colonial, ya saben), el humilde soberano le echará una mirada extasiada a todo su reino. Y cuando se aburra, bien podrá subir al helipuerto para darse una escapada a su residencia veraniega, perdida en las ardientes llanuras del trópico cochabambino.


01 diciembre, 2017

2 Luz verde al reyezuelo





Se venía venir el golpe que el Tribunal Constitucional le ha propinado a la democracia boliviana en los últimos días, al emitir la resolución que habilita a Evo Morales para candidatear indefinidamente. Los bolivianos creíamos ingenuamente que los tiempos de la dictadura eran un triste recuerdo. Más de treinta años de convivir en aparente democracia, con gobiernos que se alternaban, nos dio el falso convencimiento de que éramos una sociedad bastante madura. Si hasta los organismos internacionales nos tomaban como ejemplo de estabilidad frente a otros países del vecindario.

Hasta que llegó el régimen del MAS al poder y todos los rescoldos primitivos, los resabios despóticos,  las taras fundacionales y otros escollos atávicos que permanecían latentes afloraron con tal fuerza que en menos de diez años nos devolvieron de sopetón a épocas prácticamente feudales. Se impuso el chicote, símbolo punitivo del patrón, como método de coerción de la nueva dictadura sindical. La masa ignorante, arreada cuantas veces sea, fue elevada a una falsa categoría de bienestar y poder, para el aprovechamiento de unos cuantos que decían representarla. 

El nuevo régimen, disfrazado de retórica socialista, desmanteló paulatinamente la institucionalidad que tanto había costado construir en las últimas décadas, bajo el pretexto de que era herencia del colonialismo. Todos los organismos del Estado fueron copados por gente militante y se dijo adiós definitivo a la independencia de poderes. Desde entonces, Evo Morales gobierna a capricho, haciendo de Bolivia una auténtica autocracia, donde para disimular se convoca a elecciones y referendos. El pueblo llano es instrumentalizado a través del ritual engañoso del voto, que más tarde es corregido en mesa, a puertas cerradas con la anuencia de un Tribunal Electoral obediente. Cuando el fraude no es suficiente, se recurre al rodillo parlamentario para aprobar las disposiciones que convengan al régimen o, finalmente, se ordena al órgano judicial para completar la tarea. 

Una camada de sirvientes con toga, cometió en días pasados la peor de las aberraciones jurídicas. Pasándose por el forro el texto de la Carta Magna y riéndose en el resultado del referendo de 2016 (donde ganó el No a una nueva reelección), autorizó sin sonrojo alguno que Evo Morales reine en el país ad eternum, justificando su fallo en que se le estaba negando al caudillo uno de sus derechos políticos, al impedírsele que sea reelegido continuamente. En una suerte de lógica retorcida, hicieron una interpretación antojadiza de la Convención Americana sobre Derechos Humanos de San José, Costa Rica, cuyo espíritu establece lo contrario, para impedir que los gobernantes se eternicen en el poder. Pero no importa, le “metieron nomás”, porque así se lo ordenaron desde Palacio Quemado. 

Si este golpe a la Constitución hubiese sido ordenado por un gobierno neoliberal, todo el mundo estaría hablando de un nuevo “fumijorazo” y, seguramente, los izquierdosos del planeta se estarían desgañitando en gritos histéricos de indignación y ya se estarían preparando las condenas y sanciones internacionales de todo lado. Como era de esperar, la prensa extranjera apenas se hizo eco de la noticia poniendo titulares anodinos, como si se tratara de un simple trámite administrativo que emprendió el régimen, con todas las de la ley para mayor desfachatez. Por poco, los diarios no reflejaron que se trataba de otra anécdota más. 

Porque estamos ante un golpe de Estado en toda regla, sólo que acudir a las tropas militares para la consecución de los fines está pasado de moda y casi siempre acarrea derramamiento de sangre. Resulta más fácil y hasta “democrático” ordenar a los esbirros judiciales para que efectúen el trabajo sucio. Qué mejor que orquestar el delito por etapas, ante la contemplación benevolente, y a veces cómplice, de instancias internacionales. Hasta ahora no se han oído pronunciamientos firmes o de peso que hagan recular al régimen. Los funestos precedentes del caso venezolano (que ni con todos sus muertos que carga Nicolás Maduro, las tibias sanciones no le hacen mella), nos lleva a pensar que en el caso boliviano tampoco ocurrirá nada relevante y en poco tiempo pasará al olvido. 

Entretanto, nos tienen distraídos con sucesivas elecciones y otras grotescas pantomimas, donde elegimos todo pero no decidimos nada. Por lo menos se hubieran ahorrado esos casi 20 millones de dólares que costó el último referendo, si al final seis imbéciles útiles torcieron la voluntad de millones, en las penumbras de un tribunal. Que siga la “fiesta electoral”, entonces; que nuestro país es referencia mundial y hasta interplanetaria. Preparémonos para asistir a la coronación formal del Rey Chiquito con toda su corte de bufones, eunucos, odaliscas y chambelanes. 


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