28 abril, 2016

2 Las prioridades del caudillo

Marchistas y personal de apoyo, en pleno altiplano (Página Siete)

Ayer, bien temprano veía que nuestro bien amado caudillo se subía a su invencible aeronave El Falcon Millonario para llevar ayuda humanitaria a los damnificados por el terremoto de Ecuador, según titulaba la pantalla del canal oficial. No sé qué géneros habrá podido meter entre los asientos lujosos de la cabina, quizás papel higiénico que hace mucho bulto y no pesa, ni tampoco raya la fina pintura del fuselaje. Que sepamos no llevó más que al ministro de Defensa, a su periodista de cabecera y a algunos edecanes y guardaespaldas. Así que con algo tuvo que rellenar el espacio sobrante del avión que, como sabemos, tiene la capacidad de llevar un equipo de fútbol completo. Menos mal que al emperador de las 36 naciones no le gusta leer que si no se haría transportar los periódicos con canillita y todo, como acostumbraba su amiga Cristina Kirchner.

No hace mucho leía en un artículo que el presidente Morales ya batió el récord de las diez mil horas de vuelo, que en millas o kilómetros equivaldría tranquilamente a haber efectuado varias vueltas a la circunferencia de la Tierra. Afirmaba la misma publicación que el costo total de operación del avión presidencial alcanzaba a diez mil dólares por hora de vuelo. Diez mil por diez mil hacen cien millones. ¡100.000.000 de dólares! , con todos sus ceros para que nos hagamos una idea del bochornoso despilfarro en un país tan pobre como Bolivia. Viajes que en su gran mayoría sólo fueron para promocionar la imagen del caudillo en el exterior y para hacer campaña permanente fronteras adentro. Y pensar que hay demasiadas escuelas que no tienen instalaciones básicas o suficientes pupitres.

Únicamente nuestro inconfundible caudillo sabe llegar con estilo a cualquier lugar, incluyendo a sitios de desastre. Parece que los ecuatorianos requerían urgentemente de su presencia personal para levantarse de las ruinas antes que el indispensable apoyo material. Para glorificarse llevó un carguero de la Fuerza Aérea con toneladas de vituallas y medicinas. El trayecto La Paz-Quito supone alrededor de tres horas de viaje. Entre ida y vuelta el FAB-001 se tragó al menos cincuenta mil dólares de las arcas del Estado. Ese dinero hubiera servido para enviar otro avión con vitales suministros como agua embotellada, leche en polvo, frazadas, etc. Pero qué diablos, importaba más que el presidente fuera a darle un abrazo a su colega Rafael Correa y sacarse la foto juntos en el aeropuerto, entre alfombras y honores militares.

Coincidentemente, el mismo día, la Marcha de Personas con Discapacidad arribaba finalmente al centro paceño luego de un tortuoso recorrido de cuatrocientos kilómetros entre Cochabamba y la sede de Gobierno. Durante semanas este colectivo tuvo que soportar las inclemencias del tiempo, y más aun la indiferencia y escarnio de ministros y otras autoridades que hicieron oídos sordos a sus demandas, a las cuales tildan de irreales y de querer poner en peligro toda la economía del Estado. Si el régimen se desvive en construir sedes sociales a sus sindicatos afines e incluso en obsequiarles vehículos, computadoras y otros privilegios, con mayor razón debería atender a los sectores más vulnerables de la sociedad. Maldita ocurrencia de los discapacitados, casi todos sin empleo, la de exigir un bono mensual de 500 Bs (unos 70 dólares), para sobrevivir con algo de dignidad, aducen ellos. No hay plata, sentencia con pasmosa facilidad el gordo ministro de Economía y Finanzas, con la misma ligereza que abre la hucha para los viáticos del mandatario.

Eso sí, por algún don de la Pachamama, el dinero fluirá como vertiente para los setenta millones que se estima costará la nueve sede para la Asamblea Plurinacional, un suntuoso edificio de veinte pisos de hormigón y cristalería que permitirá a todos los denodados diputados contar con oficinas personales y salones de reuniones con toda confortabilidad en el agreste clima de La Paz. Así como estará también muy feliz la Madre Tierra de que en su seno levanten los rusos una central nuclear –vaya a saber de cuántas centenas de millones de dólares- para dar un salto cualitativo de al menos tres décadas y no perder pisada a los países más adelantados.

Cuatro semanas tuvieron que aguantar los marchistas (los ciegos, los cojos, los de sillas de ruedas) todo tipo de penalidades (cansancio, hambre, frio intenso en las alturas) para que llegando a plaza Murillo los reciban con mallas metálicas a prueba de vándalos; y como insistían en ingresar a la nueva Ciudad Prohibida, a los esforzados policías no les quedó otra que rociarlos con gas pimienta para calmar su beligerancia, pues habían convertido sus muletas y sillas rodantes en armas contundentes que ponían en peligro la humanidad de los pobres agentes. 

Discapacitada gasificada por revoltosa (foto Erbol)

21 abril, 2016

4 Del crepúsculo soñado al amanecer ahumado


Mis ojos han visto lo que mi cámara no fue capaz de registrar

Anteayer desde mi terraza presencié uno de los atardeceres más bonitos que yo recuerde. En esta ciudad de cielos cenizos y espejismos hirvientes a ras de asfalto, no es cosa de todos los días tropezarse con ponientes sonrosados y nubes anaranjadas. Parecía que el sol explotaba tras esas montañas como si fueran el confín del planeta. Más allá me figuraba el vacío, la nada, la oscuridad, la agonía. Perdón por estas insinuaciones poéticas y por robarle el título a algún romancero de bolsillo. Iba a seguir con las mismas ensoñaciones, pero me sale humo.

Porque no hay cosa peor para un despertar que una mañana sabiendo a cosa quemada, a hollín industrial, a chimenea atascada. Me levanté como de costumbre, con ganas de comerme el mundo, condición indispensable para degustar un generoso desayuno. Pero el ambiente sabía raro, justo como las horas siguientes a una Noche de San Juan, en la que una humareda generalizada se apodera de la ciudad de tanto atizar los chorizos parrilleros al unísono y, sobre todo, de tanto reventar la cohetería china como sustituto de las multitudinarias fogatas de antaño.

No sé si las autoridades se habrán enterado, pero esta mañana el cielo amaneció a medias encapotado y no precisamente por las lluvias que se han ido hace rato de este valle polvoriento otrora el granero de Bolivia. Me duele hasta el alma ver siluetas espectrales de manzanos cubiertos de fino polvo en huertas abandonadas de Vinto. Antes todo ello olía a brisa de maizal, a vacas lecheras, a florecientes alfalfares. Hace dos días me quedé contemplando unas fotografías que el tiempo estaba borrando lentamente: inverosímil que en otra época el tranvía discurría entre sauces llorones, molles y eucaliptos. Imagino a las gentes de esos tiempos saboreando el aire con ráfagas suaves de resinas olorosas y todo aquello que retrotraen los bosques. Imagínense hoy malamente sentados en microbuses malolientes y, para el colmo, ser periódicamente azotados por el escape de algún vehículo diesel que nos antecede. ¡Cómo nos hemos jodido la existencia entre siglo y siglo!

No, definitivamente las autoridades no se han enterado de que esta mañana el aire sabía a mierdoso humo. Porque ahí los vi frescos en televisión asegurando que “el aire contaminado no ingresó a la ciudad” luego del infernal incendio que se desató en el botadero de K’ara K’ara donde centenares de llantas fueron devoradas por las llamas. Todos los bomberos de la ciudad y otros voluntarios estuvieron batallando por horas para enfrentar un escenario que parecía el descalabro de un pozo petrolero. Densas columnas de humo negro daban cuenta de que allí se cocinaba algo terriblemente tóxico que requería mascarillas. El alcalde, como siempre dando la cara -desde gigantografías hasta voraces spots televisivos-, apareció al pie del cañón, quiero decir al filo de la hoguera; camuflado bajo una máscara de operario no obstante lo reconocí por los mofletes. Cualquier camión que tenía pinta de cisterna fue trasladado al lugar que hasta la PIL (planta industrializadora de leche) movió uno de los suyos, falta saber qué líquido habrá llevado.

Dicen que nuestro cielito lindo no ha sido afectado de ninguna manera. Que por los buenos dioses no ha soplado ni brisa ligera ni ha llegado el negro manto de la humareda. Que las partículas suspendidas en el aire no han de caer sobre nuestras cabezas. Que los índices de contaminación permanecen estables, afirman los ingenieros medidores y sus extraños aparatos. Que no pasa nada. Pero pasa que el cielo ardió como nunca a lo lejos, pero no tan lejos. Quiero seguir escribiendo, pero me sale humo. Ay, si Vallejo supiera.


Algunos genios sugieren que esta densa humareda es inofensiva (Los Tiempos)


La prueba de que las autoridades viven por encima de las nubes






14 abril, 2016

2 El puente de la vergüenza



 
La policía impidiendo que operarios municipales le metan mano al puente (Los Tiempos)

Ya han pasado seis meses de aquella tragedia urbanística que nos ocurrió una aciaga noche a todos los cochabambinos. Aquella noche fuimos el hazmerreír del resto del país porque, sin querer queriendo, inaugurábamos la “hamaca mais grande do mundo” que algún paisano bautizó a la gigantesca engañifa o, dicho en términos burocratiles, la (mega)mamada que plantaron sobre nuestras espaldas –cual si fueran nabos- las ilustres autoridades edilicias de entonces. Tal como nos temíamos, el colapsado mamotreto de hormigón se convirtió en un insólito atractivo turístico que hace de las delicias de visitantes tanto de adentro como de afuera de la comarca, al extremo incluso de que sirve de marco de fondo para recién casados que quieren una postal para la posteridad y tener algo que mostrar a la venidera descendencia. Sacarse fotos delante de una fuente de agua ya está pasado de moda.

Ayer por la tarde me zampé toda la última temporada de The Office USA, mientras la ciudad entera paralizaba sus actividades a consecuencia del paro cívico declarado por 24 horas. El motivo principal era el mal estado de los puentes y/o pasos a desnivel que según algún trasnochado nos da etiqueta de urbe de vanguardia automáticamente, a cuya exigencia se sumaron los sindicatos de transporte urbano pero cuidándose de aclarar que bloqueaban “sólo por los puentes”, ya que los cierres temporales atentaban contra sus sacrificados bolsillos. Lo surrealista del asunto es que el gobernador del departamento y otros funcionarios que durante medio año se miraron el ombligo por el asunto del viaducto colapsado calificaron el paro como una medida “apresurada” y a todas luces política, destinada a trastornar la idílica convivencia entre paisanos. 

No paraba de sonreír con los entretelones y escenas retorcidas que acontecen en esa oficina de ficción, cuyos guionistas saben sacarle el jugo a situaciones absurdas. Pero, ¡qué carajos!, al comparar las actuaciones reales de nuestros burócratas criollos, lo de los yanquis era bastante ñoño y sabía a poca cosa. Porque, a ver, ¿en qué país del mundo se toma un puente como un auténtico cadáver al que no hay que ni mover un centímetro para no contaminar las pruebas? ¡medio año, por dios!, las autoridades competentes no fueron capaces de llevar adelante una investigación para determinar responsabilidades y en ese ínterin jugaron con la paciencia de los comerciantes, vecinos, transportistas y la ciudadanía entera. 

No entiendo mucho de leyes pero todo lo que he visto y oído durante estos últimos días me ha sacado de quicio. A momentos creía que estaba viendo el caso de un misterioso asesinato. Pensé en la aclamada serie policial Bron/Broen cuya trama parte del hallazgo de un cuerpo justo en la mitad de un puente que conecta Suecia y Dinamarca, con el embrollo jurisdiccional que eso significa. A diferencia de la ficción nórdica, aquí el muertito era un puente de cincuenta metros de luz. Seis meses después, por inverosímil que parezca, el caso no arroja ninguna luz. Porque toda la Fiscalía con su recién estrenado Instituto de Investigaciones Forenses no fue capaz de dilucidar las causas por las que se vino abajo la plataforma principal. La Sociedad de Ingenieros Eméritos llevó a algún especialista hasta el lugar y le hicieron poco caso. La empresa constructora del desastre trajo a dos peritos argentinos, en un intento para lavarse las manos, y solamente dejaron páginas de recomendaciones. Al final, casi todos  coincidieron en que no era necesaria la demolición total, que se podía salvar el puente con pilotes y otros refuerzos y cambiando la calzada central. Así que manos a la obra, dijeron desde la alcaldía. Pudieron hacerlo a dos semanas del desastre, pero prefirieron empantanarse en chicanerías jurídicas y administrativas. 

Pero no contaban con la reacción de la Fiscalía, que a último momento movió todos sus resortes para impedir la faena que, como es costumbre en estos pagos, se anuncia con bombos y platillos. El fiscal del distrito imbuido de un celo profesional sin precedentes mandó a la policía a resguardar el sitio, amenazando con meter preso a cualquiera que osara tocar el puente de sus amores. Y corrió por todos los medios de comunicación a acusar a gil y mil de querer entorpecer las investigaciones que su augusta autoridad estaba comandando. Curiosamente, tanto él como el abogado defensor de la constructora coincidían en algunos aspectos en los que tildaban a los funcionarios ediles de entrometidos, que habían contaminado el sitio con sus apariciones, tomas de muestras y mediciones. Por poco no dijo que se habían descubierto huellas dactilares ajenas. Eso sí, nunca aclaró por qué hasta ahora todo su equipo de juristas y peritos no han concluido las investigaciones. Tal vez el buen hombre, ha mandado hasta k’urpas (terrones) a algún laboratorio de California para ser sometidos a la cromatografía de gases y otros sofisticados análisis. 

Entretanto, los principales responsables, encabezados por el bullanguero exalcalde Cholangono, no han sido convocados ni siquiera a declarar. Casi desaparecido del mapa, en alguna parte se estará descojonando de la risa o abriendo cuenta en cualquier paraíso fiscal. Si el entonces alcalde hubiera sido de la oposición ya estuviera entre barrotes sin más dilación. A modo de plus, vean en estas imágenes extraídas de la televisión cómo entre involucrados se pasan la pelota como si se tratara de un juego. Los argumentos del inspirado fiscal me hacen creer que está investigado un crimen de carne y hueso. ¿O es que vivimos en otra realidad o mundo paralelo?...¡que alguien me explique!









08 abril, 2016

2 Cosas que no existen en el primer mundo

Me imagino a un viajero de Norteamérica o de la vieja Europa, retornando a casa después de un recorrido por este rincón apartado de Sudamérica. Tiene tanto que relatar a los suyos que sólo se pierde en mil laberintos incapaz de hilvanar alguna historia. Pero entre tanta confusión quizás alcance a decir “he visto cosas que no me creerían”, mientras le brillan los ojos más que a un replicante de Blade Runner. Nuestro visitante no es un turista cualquiera, no anda luciendo chalecos con ribetes indígenas ni ha llenado la mochila alpinista con aguayos, gorros y otros textiles andinos que muy probablemente han sido elaborados con telas chinas. Cualquiera le puede ver la cara al gringo, eso decimos, mientras le clava uno y otro suvenir.  

Quizás nuestro gringo sea un auténtico puriskiri, capaz de trajinarse todas las calles desastrosas de nuestras chatas ciudades donde a menudo tiene que agachar la cabeza para no darse de bruces con los toldillos de los comerciantes hormigueando en las aceras, y cuidar que sus enormes zapatos no pisen tomates u otros productos delicados mientras zigzaguea entre puestos de toda índole en las ferias populares donde es fácil extraviarse entre aromas picantes de condimentos multicolores y cabezas de chancho colgando de un gancho nada más a unos pasitos. Los zocos del Medio Oriente parecen supermercados al lado de nuestros caóticos y mixturados mercados.

Nuestro viajero, acostumbrado a tanto orden y pulcritud en su país, se extraña a las primeras que en Bolivia no haya máquinas dispensadoras para los refrescos, golosinas y papas chips (salvo en algunos sitios pijos) ni parqueos automáticos y otros servicios de impersonal modernidad. Al contrario, no tiene que buscar mucho para encontrar cualquier cosa en un puesto callejero, desde un alfiler hasta un taladro eléctrico. Si se trata de comer y beber, sólo tiene que agitar la mano a cualquier carrito heladero o vendedor carretillero con fruta de temporada, ya pelada y cortada para los más perezosos, de tal manera que ni bajarse del coche hace falta porque en alguna esquina aguarda un trozo de sandía, piña o papaya en bolsa de plástico.

Como se sabe, Bolivia es el país más informal del continente. Menos del 20 por ciento de la economía está suficientemente organizada de acuerdo a criterios formales y empresariales. Con pocas industrias que destacar, prácticamente el país entero vive del comercio. Ahí arriba en el gobierno, aseguran que en la última década hemos dado un salto de gigante con satélite chino y central nuclear rusa en los próximos años para terminar de asombrar al planeta entero. Sin embargo, solamente hace falta darse una vuelta por cualquier calle de Cochabamba para observar cómo el comercio ambulante reina en toda la ciudad, ante la impotencia de la ciudadanía y la dejadez de las autoridades. ¿Cuándo se ha visto que en la acera del Palacio de Justicia convivan textos jurídicos pirateados con bananos en carretilla estorbando a los transeúntes?

Ciertamente, la mayor responsabilidad no es de esas gentes desesperadas que abandonan sus barrios periféricos para ir a vender cualquier mercadería al centro. De cualquier modo se ganan la vida con lo que pueden. A momentos, cualquiera se irrita con que se apoderen de las esquinas o se aposten al frente de puestos de golosinas de por sí ya numerosos en todas las zonas céntricas. Es tal el crecimiento de este fenómeno que hasta las calzadas son campo de acción de todos estos trabajadores que no conocen de feriados y días libres, ni seguro médico ni otros beneficios sociales. Su imperiosa necesidad de subsistencia les lleva a inventarse fuentes laborales sobre la marcha, y en algunos casos les mueve a idear herramientas para facilitar su sacrificada labor. En la Bolivia más profunda y humilde aflora la creatividad para hacer frente a la adversidad. Tal parece que no solamente producimos políticos pendejos a camionadas, sino también algo de tecnología y soluciones prácticas.

Vaya esta colección de oficios curiosos y herramientas aún más llamativas, a modo de muestra:

  • El gremio de los carretilleros.- Son de lejos los más numerosos y adaptables que incursionan en cualquier sitio o donde les llame una fiesta u otro evento al aire libre. Son en su gran mayoría mujeres, a veces con sus nenes a la espalda. Casi siempre venden fruta de temporada desde plátanos hasta frutos más raros como la tuna (nopal). En la imagen, una vendedora de Chuchus mut’i, un tentempié hecho con los granos cocidos de una leguminosa conocida como tarhui, con cierto sabor neutro y agradable que recuerda a la almendra. Por demás, aseguran que es tan nutritiva como la quinua.


  • El carrito de los jugos.- Es sorprendente cómo se han especializado los comerciantes, los hay más comunes que venden palomitas de maíz o papas fritas, otros que elaboran batidos de huevo con malta, y alguna vez he divisado también carritos con mates calientes de variadas hierbas que se ofrecen de mañanita cerca de los mercados. Pero me llama la atención este caso de las exprimidoras de naranja y pomelo exclusivamente, que están al acecho de cualquier persona que quiera cuidar la silueta. Fíjense en la “tecnología” de su maquinilla peladora y de la potente prensa que en una sola apretada le saca el jugo a su media naranja.

  • El carrito de los raspadillos.- Que yo recuerde este postre helado únicamente se podía conseguir en sitios fijos, en la puerta de una tienda o heladería, donde había una máquina para tal efecto. Recién en los últimos años se ha visto esta adaptación criolla a la estructura de una bicicleta. Impresionante el mecanismo con una manivela para procesar el hielo. Y los colores de las botellas de sabores son tan llamativos que con gusto bautizaría el armado como “marketing sobre ruedas”. Le ha nacido dura competencia a los tradicionales carritos heladeros con claxon de pera de goma.

  • El carrito del somó.-  Esto sí que era impensable hace unos años en nuestro valle florido. El somó es un delicioso refresco de maíz blanco pelado y hervido con canela, servido con grano y todo. Típico de Santa Cruz y de toda la región amazónica. Por aquello de los regionalismos, suena un tanto irónico que cholitas vallunas paseen el producto por las calles cochabambinas. Que se sepa, ningún cruceño ofrecería chicha punateña o algo parecido.
      

  • El carrito de las bocinas.- No es un juguete aunque lo parezca. Había sido tan original y singular este artefacto que no tiene parangón alguno. Su dueño lo pasea orgulloso con banderitas de Cochabamba y la tricolor nacional en un par de antenas al frente. Su negocio había sido ofrecer bocinas a pilas, timbres y otros pequeños artilugios electrónicos.
  • El afilador y su rueda.- Son tan raros que encontrarlos es ejercicio inútil. Más bien la casualidad los trae por tu barrio. Se dice que están desapareciendo por obvias razones, pues cualquiera tiene una barra afiladora en su cocina. Sin embargo, a veces creo oír su rústico silbato anunciándose en alguna parte. Son fantasmales hasta para lo foto.

   

  • El adivinador del futuro.- En mis recorridos por algunos mercados muy concurridos me suelo encontrar en “días de Cancha” con estos adivinadores al paso que se instalan en algún rincón o saliente de una calle. Considerando que la sociedad boliviana es tan supersticiosa me imagino que clientes no les deben faltar. Son tan adaptables que permanecen ajenos al ajetreo mercantil y en unos minutos te asesoran espiritualmente para enfrentar el futuro. Leyendo en hojas de coca o baraja española según el cliente pida. Cuando no hay incautos a la vista hacen sonar una campanilla a modo de publicidad.

  • El trapiche sobre ruedas.- Otro colosal invento sobre la marcha, que acabo de descubrir coincidiendo con la llegada del calor. En Bolivia llamamos trapiche a un antiguo artefacto compuesto por unos rodillos de madera que sirven para prensar la caña de azúcar y extraerle el jugo de manera artesanal. El de la foto, es una adaptación ingeniosa que funciona con un motorcillo para quebrar la dura corteza de la caña. En unos segundos ya está listo el dulcísimo elixir en su estado puro, y bien servido en desechables de plástico. Esto sí que es modernidad. 





03 abril, 2016

4 Un domingo para olvidar con pan casero


Hoy, domingo 3 de abril, de esos más calurosos que se recuerden, finalmente salió la gran familia cochabambina a pedalear al unísono para descontaminar la ciudad de humo automotor y llenarla de basura tal cual mandan los cánones del comportamiento en manada. Las autoridades ediles prometieron que iban a bajar hasta los decibelios de sus conciertos al aire libre y el atronar de sus amplificaciones que despliegan en plazas dizque para amenizar la jornada. Como que a pocas cuadras de casa, en la Subalcaldía correspondiente desde una tarima jodieron la tranquilidad de los vecinos convocando a concursos y otros jueguitos infantiles. La paz acústica no entra en los planes de estos limpiadores planetarios.

Con una temperatura que fácilmente oscilaba entre los 30 grados, pues el verano se resiste a irse y ya no hay humedad porque las lluvias se interrumpieron de sopetón, era de locos ir a asolearse como bañistas sin playa. Desde las 9 de la mañana a las 5 de la tarde nos tuvimos que recluir dentro de casa porque no había otro remedio. En la vecindad humearon las grasientas parrillas y algún vecino limpió por una bendita vez su acera invadida por la hierba. Limpiar los barrios de canto a canto o de k’uchu a k’uchu como canturreaba cierto alcalde de cuya jeta no quiero acordarme, tendría más sentido cívico y mensaje ecologista que llenar la ciudad de consumidores de comida al paso y ferias de barrio ambulantes. Mañana ya verán cuanto trabajo extra tendrán los trabajadores de la basura.

Como no había nada que hacer, pasado el mediodía, unos primos propusieron hacer pan en su horno de barro que tienen construido en un rincón de su patio. Como soy vecino inmediato, no me hago mayor problema para colaborarlos aunque sea en la suculenta tarea de ayudar a dar fin con los panes. Porque de amasar yo no tengo ni peregrina idea, ni mucho menos de hornear, a lo sumo dar algo de charla al panadero mientras esperamos que los panes maduren en el horno. Con todo, por lo menos hice mis intentos de aplanar las bolas de masa y contribuí valiosamente con mis manos enmantecadas a dar una pasada y luego trinchar cada pieza para que no se hinchen durante la cocción y salgan como tablitas, que es como en la familia nos gusta sobremanera.

El pan está todavía caliente, mientras termino estas líneas. Me he llevado a casa mi ración cual si fuera un tesoro. Más tarde le haré el honor de degustar su crocante sabor con un buen queso y café retinto. Ahora con su permiso, que me han desafiado a las siete y treinta a un partidito de fútbol cerca del barrio. Quiero contribuir a salvar el planeta con mi sudor. Ojalá no quede descoyuntado después de tantísimo tiempo que no desempolvo los botines. 


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