27 abril, 2011

2 Mad Men; si no la has visto, no has visto nada

Yo que pensé que después de ‘El Padrino’ de Ford Coppola (sobre todo la primera parte), no vería tanto virtuosismo y perfección a la hora de recrear determinadas épocas. Cansado de tanto cine efectista o hiperrealista que nos inunda hoy, echaba de menos esa estética glamorosa de las viejas películas de la época dorada de Hollywood. Hasta que la ‘caja tonta’ parió una criatura maravillosa llamada Mad Men.

Apenas arrancan los primeros capítulos, la serie se torna exigente. Confieso que me costó pillarle el hilo narrativo, pero una vez subido al tren, resulta imposible bajarse de él, no porque no podamos, sino porque no quisiéramos. Empezarla a ver, me trajo ese olorcillo tan característico del papel envejecido de la pequeña biblioteca de mis tíos, donde pasé horas repasando la vieja colección del Readers Digest, cuando esta revista era mucha sustancia y no la patética recopilación de artículos resumidos que es hoy. Toda esa estética retro de los anuncios publicitarios de aerolíneas, automóviles y  bebidas que recreaba sus páginas interiores, por obra y gracia de los creadores de la serie, maravillosamente hoy cobra vida.

¿Pero qué es Mad Men?, ¿acaso un anuncio o spot que no termina nunca acerca de unos hombres inmersos en una guerra cuya arma más efectiva es la persuasión  o mejor dicho un sitio donde -como ellos dicen-la verdad miente?
Un mundillo, cómo no el de la publicidad, donde se ventilan a diario las competencias de ejecutivos ambiciosos y ávidos de gloria, mezclados en un coctel de situaciones variopintas que reflejan la sociedad estadounidense de esos años turbulentos de los 60, cuando afloraban las luchas por los derechos civiles, la situación desventajosa de la mujer, los entretelones de la Guerra Fría, etc.

Que nadie se espante si no va a escuchar ningún tiro, eso sí, correrá mucho alcohol fino y verá mucho humo hasta en el consultorio del médico. Ver fumar sí que tiene el atractivo suficiente como para pensárselo, sobre todo a la elegante y bella Rachel Menken, una pena que no hayan dado más cuerda al personaje, me encantaba ese aire distinguido que tenía, en fin.

Adentrándonos en los recovecos de la trama, sus diálogos refinados e inteligentísimos exigen del espectador compromiso y cierto bagaje cultural. Lo interesante de la serie y su mejor baza, aparte de su estética cuidada, es que se toman la molestia, aunque parezca superfluo, de desarrollar a fondo los personajes, dotándoles de complejidad, credibilidad y comportamiento acorde a la realidad de entonces.  No esperemos superhéroes o supervillanos, simplemente seres de carne y hueso con sus virtudes, miserias y ambigüedades. Dicho así, es inevitable no querer calzarse los zapatos lustrosos de Don Draper, ese puto donjuán que siempre tiene una respuesta para todo, sin embargo en el fondo es un ser atormentado por su pasado oscuro y vulnerable como un niño a pesar de toda la compostura flemática que despliega a lo largo de los episodios. Encarnado magníficamente por un actor desconocido, que si tuviera la suerte de aparecer a menudo en la pantalla grande, seguramente haría palidecer al mismísimo Clooney.

Betty Draper, es la esposa que cualquiera desearía tener para presumir ante los amigos.  Una hermosa rubia a lo Grace Kelly, pero con el complejo de niña de papá que lo tiene todo, a pesar de ello insatisfecha e infeliz como la copa de un pino, rondando la depresividad de un drama de Ibsen.

Peggy Olson, la siempre empeñosa Peggy, objeto de discusión entre los varones, ciertamente envidiosos de su talento y que se yergue a momentos en la conciencia o espejo de Don Draper. Sin duda es uno de los personajes claves de toda la serie.

Dando mucha lata se destapa Pete Campbell, un niñato arrogante con ambición desmedida, capaz de saltarse todas las reglas y convencionalismos con tal de escalar a posiciones de privilegio.

Llaman la atención, esas  manías de Bert Cooper, personaje entrañable con aire patriarcal  que aunque aparezca poco, le da ese toque necesario de respetabilidad y tradición a la firma Sterling Cooper, teatro de operaciones de la guerra de egos y eslóganes publicitarios.

Aportando mucha tela, aparece el otro jefe, Roger Sterling, el que no parece hacer nada, salvo contar chistes y  anécdotas de la Segunda Guerra Mundial y que tiene la fortuna de gozar del premio mayor que es la despampanante jefa de secretarias. Qué podemos decir de Joan Holloway y su vestido rojo, que tiene embobado a Sterling y salivando a los demás varones. Pues eso, sal y pimienta a toda la historia.

Visto lo visto, entre esos largos silencios que hablan por sí solos y las frecuentes penumbras que ‘iluminan’ toda la serie, es imposible no sobrecogerse y maravillarse por tanta pulcritud, rigurosidad histórica y coherencia argumental. Y esa espléndida fotografía que retrata a más no poder una época de elegancia, de automóviles con aletas, vestidos de satén, peinados con raya, sombreros finos y gabardinas, desplegados para testimoniar los años dorados de un tiempo que fue posible, hasta que llegaron los hippies y lo jodieron todo.

22 abril, 2011

0 De la alegría de vivir, procesiones y otras ingenuidades

No, no es el Cristo de Río de Janeiro

A propósito de Semana Santa, procesiones de una semana, ramilletes de palma y ayunos forzosos (de bebidas espirituosas, carne roja y no tanto), porque el verdadero ayuno nadie se lo cree.

Seguramente en Sevilla, los devotos y los costaleros (incluidos famosos) se han preparado concienzudamente para cargar las pesadas urnas de las cofradías, nunca había visto tanta devoción como la sevillana. Acá, los costaleros se han inventado un pomposo nombre: “Los Caballeros del Santo Sepulcro”,  hay que ver la seriedad con que se lo toman, incluido un conocido mío.

El arzobispo local (ya viejo el hombre), seguido de su feligresía ha emprendido la caminata al cerro San Pedro, sitio de emplazamiento del Cristo de la Concordia, gigante mole de hormigón que vigila la urbe cochabambina. Por otro lado, hay quienes eligen como penitencia subir los mil y un escalones nombrables (cada uno lleva el nombre de un donante) del mismo cerro. Visto lo sibaritas que son los “cochalas”, un poco de ejercicio les viene de manual de gimnasio y con bendición incluida.

En Madrid está lloviendo y todo sigue como siempre, o eso creo. Nunca había visto a los jugadores del Madrid, celebrar con tanta euforia, conscientes o no de que se les escapó la Liga y seguramente en previsión de que no van a ganar la décima “orejona”  se han embriagado de emoción con la Copa del Rey, para que luego,  nadie desmienta,  eso de “que me quiten lo bailado”.

Pues a mí, lo bailado se me quitó, pero la resaca de la última boda a la que acudí ya me dura mil horas, porque he de confesar que me gustan las bodas, mientras no sea la mía, claro. Sí, ella me mira con reprobación y sólo encojo los hombros y me atengo a decir: Just kiss and say goodbye, como la canción esa de Manhattans.

Acá, despunta el cielo azulísimo del naciente invierno. Esta es la época de la mejor fruta del invierno sudamericano: naranjas, mandarinas, limas, aguacates, chirimoyas. He probado los aguacates españoles pero no igualan a los americanos, ni por asomo…eso sí, la naranja española es muy superior.



Ya me hice de una provisión de aguacates, los más grandes y pulposos que haya visto. Un día de estos, habrá tiempo para degustar en casa tacos mexicanos, con revuelto de carne y guacamole sazonado con un toque de cilantro, ¡ah cómo me siento perro pavloviano! al sentir el aroma de esta hierba.

La foto esa del bodegón improvisado, es de mi mesa. La buena noticia, es que me lo he comido todo, yo solito. ¿Han probado en el desayuno jugo de naranja recién exprimida, aguacate cortado en cubos, queso curado y pan tostado con un café muy tinto y de postre un puñado de mandarinas fraganciosas?. ¡Ah, impagable!… ¿qué otra cosa puedo decir para curar el aburrimiento de un largo feriado?...  Buen provecho.

19 abril, 2011

0 A propósito de Marilyn, divismos y otros clichés

Una amiga alemana me reprochaba que no entendía por qué me gustaba tanto Marilyn Monroe y es que tampoco me explicaba sus motivos de desagrado, intuía que simplemente no le gustaban sus actuaciones. Para zanjar el asunto de una manera olímpica, yo respondía, “que no te guste la gran Marilyn es porque tú eres mujer y no entiendes” lo decía así, de paso sin afán machista o sexista.

No falta algún contemporáneo mío que  saque a relucir mi falta de simpatía por las ‘divas’ de hoy, salvo la Johansson y alguna otra disfrazada en un personaje de época. Y claro, se preguntan extrañados qué hace un treintañero suspirando por esas mujeres como la Monroe, la Tierney, la Hayworth y otras cuando algunas han envejecido mal y otras ya han pasado a mejor vida. Vamos, que ahí afuera están la Aniston, la Jolie, la Jovovich o la Weisz: tan perfectas, tan jóvenes y lozanas, tan cotidianas y apareciendo, ya no en blanco y negro sino en tecnicolor.   Nein, paso de ese divismo contemporáneo con toda la rapidez que pueden mis ojos engañados.

Marilyn, ya en sus breves apariciones en ‘La Jungla de asfalto’ y ‘Eva al desnudo’, irradiaba ese poderoso magnetismo animal que la caracterizó, con ‘La comezón del séptimo año’ y ‘Con faldas y a lo loco’, definitivamente la elevaron al Olimpo del cine.  Sí, ya sé, casi todas sus películas eran comedias de corte romántico, donde encarnaba el papel de la típica mujer bella y frágil con aire despistado, lo que contribuyó a fijar ese estereotipo de rubia fatal pero ingenua, pero el tiempo no hace otra cosa que reforzar su leyenda a pesar de esa imagen icónica de la falda levantada, sus fotografías hasta en la sopa y los feos retratos pop-art de Warhol.

Surfeando por ahí en la Red, descubrí hace poco que ella, así como fue tan rutilante ante los focos y cámaras, en las sombras y en la soledad de su habitación fue un ser profundamente desgraciado y huérfano de afecto. Entre sus notas desperdigadas, poemas y  reflexiones se escondía una persona con sensibilidad  artística,  melancólica y fatalista, como vislumbran estas declaraciones concedidas a un periodista: “He estado pensando en escribir mi testamento. No podría decirte por qué, pero lo tengo entre ceja y ceja. Me hace sentirme un poco siniestra. Siempre he creído que eso se hace cuando se está viejo o enfermo, pero la gente me dice que todos los que tienen algo que dejar deben hace el testamento”.  Si eso, es una pizca de tonta, que venga Dios y lo diga.

Y aunque los caballeros las prefieran rubias como reza una de sus películas afamadas; yo siempre las he preferido morenas, no obstante, cabe preguntarse que si ella no hubiera muerto joven y trágicamente y hoy quizá fuera una vieja estrella venida a menos como Liz Taylor en sus últimos años, ¿me seguiría fascinando como a muchos?, difícil saberlo y es que las divas con ese aura de vida desgraciada en la plenitud de sus carreras, tienen esa atracción inigualable que concede alcanzar el mito.  

Pues nada, para aquellos nostálgicos del cine, para aquellos huérfanos de belleza pura, siempre nos quedara París, perdón, Norma Jeane Mortenson.

15 abril, 2011

2 ¡Qué envidia me da el fútbol argentino!

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Cuenta la tradición, que hace más de un siglo, los impulsores de un equipo recién fundado, cansados de las ‘cargadas’ de los equipos rivales, se dirigieron al puerto bonaerense sobre el Rio de la Plata para elegir nuevos colores, el azar ondeó allí la bandera azulona de un buque sueco, designios inefables del destino, hoy esos colores identifican al equipo más popular de la república Argentina.

La historia narra que los ‘piratas’ ingleses pretendieron apoderarse de Buenos Aires a cañonazos y a punta de sable. No lo consiguieron. Un siglo después trajeron una nueva arma, una bola de cuero. Y se impusieron a punta de entusiasmo tanto como calar en el imaginario colectivo sus nombres ingleses: Racing Club, River Plate, Newells Old Boys, Banfield, Boca Juniors, All Boys. Caprichos del destino y una serie de enfrentamientos históricos han alimentado en los corazones argentinos, sentimientos contradictorios. A resultas, adoran como nadie la esférica inglesa pero detestan a su Majestad y a su selección.

Empero, haciendo a un lado esta rivalidad, no hay pueblo más amante y devoto del juego en este continente que el pueblo argentino, salvo los ingleses en el suyo. Algunos se preguntarán ¿y Brasil qué?, también hay fervor pero no tanto: el brasileño domina como nadie el juego, pero el argentino siente como ninguno.

Un argentino vive a caballo entre un asado, un mate y un partido de fútbol. Consciente o no de que la vida no es más que una sucesión de emociones, vivencias y sensaciones, ha bautizado a sus estadios con nombres evocativos: ‘El Monumental’, ‘La Bombonera’, ‘El Nuevo Gasómetro’, ‘El Cilindro’, ‘El Fortín’, ‘El Bosque’.

La tierra argentina, no sólo ha producido tangos, dulce de leche y zambas, también es capaz de alegrar el fútbol con el desparpajo de un ‘cara sucia’ o el ímpetu arrollador de un ‘matador’. El pueblo profundo, rico en folclore futbolístico, es quizá el más imaginativo de estas latitudes, sobre todo cuando hay que burlarse de los rivales; empero la historia juega siempre a capricho, lo que a veces nace como un despectivo, andando el tiempo se convierte en motivo de orgullo para la afición afectada: ‘los canallas’, ‘los leprosos’, ‘las gallinas’, ‘los bichos colorados’, ‘el taladro’, ‘los cuervos’. Pero siempre quedará en la memoria, al menos en la mía, evocación más imposible, gráfica y sonora como la del ‘Pincharrata’, ¿habrá mote más memorable, corrosivo y a la vez verbalmente exquisito?

Por otro lado, si ha oído nombres tan extraños como estos:  Gimnasia y Esgrima de La Plata, Gimnasia y Tiro  de Salta, Gimnasia de Jujuy, Tiro Federal de Rosario, aunque no lo parezcan, son equipos de fútbol, ¿por qué los nombres?, vaya uno a saber, pregunte a un argentino.

Así es el futbol argentino, puro corazón, tradición y leyenda. Fervor que raya en lo religioso muchas veces. Lealtad con los colores,  pecho en los momentos más duros, aun cuando la economía vaya mal, los estadios rara vez están vacíos.

A diferencia de las mayores ligas europeas donde imperan los equipos poderosos, que un equipo chico gane un título, es de por sí un milagro, un accidente deportivo. Lo que no ocurre en estas latitudes, donde los grandes hace mucho que andan de capa caída y el campeonato puede ser para cualquiera de los peces chicos, que una y otra vez se ‘morfan’ a los grandes, aún a domicilio.

Cualquier  domingo, en otra parte del planeta nadie entendería el fútbol como una madre argentina oyendo a su hijo: ‘No me preguntes vieja, no ves que hoy juega La Lepra contra el Canalla’.

Lo de la violencia en sus estadios, ya es otra cosa. Desgraciadamente recurrente.

08 abril, 2011

0 La música como opio del alma o arma de seducción masiva

Hace mucho ya, cuando en un canal de televisión local, pasaban a la hora de la sobremesa pequeños cortometrajes de música clásica, tomados del canal japonés NHK. Yo era un chaval,  pero no hacía falta tener conocimientos musicales para disfrutar de todo aquello. Las imágenes bucólicas acompañaban la música de cada compositor y simultáneamente los subtítulos explicaban brevemente (a la japonesa) las motivaciones, inspiraciones y la vida de cada uno de ellos. Contemplar aquellos paisajes y escenas de las viejas ciudades europeas como Praga, Viena o Budapest, tenía un cariz tan nostálgico que uno deseaba que no se acabara nunca.

Quién- aunque suene a tópico- no ha sentido empatía o impulso de sumarse a la causa de William Wallace rebelde, en la película ‘Corazón Valiente’, desafiando la opresión inglesa, cuando se oía el patriótico clamor de las gaitas recreando la soledad y tristeza de las tierras escocesas. O la exquisita banda sonora de Nino Rotta, que le infundía un espíritu evocador a la obra maestra de Francis Ford Coppola, transportándonos como testigos privilegiados a los sueños de la Italia profunda. Sí, esa música es culpable de que yo siga visionando una y otra vez la historia de los Corleone con la asiduidad de un devoto que va a misa.

Hasta el alma más salvaje y recóndita es capaz de apaciguarse si oye los acordes de una melodía. No es casualidad que las misiones jesuíticas florecieran en la Sudamérica tropical, usando como arma de seducción la vía musical en la difícil tarea de evangelizar esas tierras. Esa obra, perdurable hasta hoy, se ve reflejada en el conocimiento de los descendientes guaraníes que aún conservan la habilidad para construir violines y otros instrumentos y mejor aún, se han conformado verdaderas orquestas de música barroca, que han llevado recientemente su música, incluso por el Viejo Mundo.

Si algo tiene la música, es el poder extraordinario de desarme espiritual, ese poder de seducción de hasta los espíritus más fríos que pueblan un auditorio. ¿Cómo explicar, la ovación auténtica de un público que oye a un intérprete aunque sea debutante, cantar con exquisitez y pericia una canción sin importar mucho el género musical? ¿O la histeria colectiva de un escenario en un concierto de rock?

Foto: www.boston.com/bigpicture

Se ha dicho repetidamente, que el ser humano es incapaz de resistirse ya desde el útero materno a la poderosa influencia de este género artístico. Ante su influjo cesan nuestras tribulaciones, nuestras miserias se tornan más llevaderas, o nos transporta a épocas jamás vividas o a situaciones de connotancia vaga o difusa en una suerte de adormecimiento espiritual.

La música tiene también ese poder, a veces peligroso, de avivar el sentimiento patrio, el de resaltar las diferencias sociales, culturales y económicas de una sociedad. Llegando incluso a ser malamente utilizada como propaganda por ciertos regímenes. Véase el caso Wagner, hasta hoy tabú en ciertos círculos, como si el compositor hubiera anticipado el nefasto uso de su obra.

La humanidad ha dado múltiples ejemplos de  su brutalidad intrínseca a lo largo de la historia.  Durante milenios de violencia, de destrucción mutua  y a pesar de toda su mezquindad, el hombre ha sido también capaz de sensibilizarse por todo lo que le rodea.  El arte de Orfeo es quizá junto a otras manifestaciones artísticas, la única certeza ‘palpable’ y esperanzadora de que el hombre, pese a todo, no vive en vano.

05 abril, 2011

0 Blues Traveler o la música sin tiempo


A quien no haya escuchado este nombre, le recordará vagamente a una banda de blues, quizá el nombre de un disco recopilatorio, una gira musical o algo similar.
De seguro, alguno habrá que detesta la acústica atronadora, la parafernalia ambiental y toda la histeria colectiva de los conciertos multitudinarios, sobre todo de rock, donde uno se desgañita gritando o cantando en coro, aunque al día siguiente lo pague la garganta.
Quién no ha querido sentarse tranquilamente a la mesa de un gran pub o café concert,  iluminado por tenues lámparas de color ámbar,  emulando una atmósfera de jazz sessions o de blues, con toda la predisposición y el oído atento para apreciar el virtuosismo de las sesiones en vivo.
Ahí, gigante sobre el escenario vemos a un hombre  de ancha humanidad moviéndose enérgico al son de su armónica, dando lo mejor de sí, alternando el canto con los impagables solos de su instrumento y acompañado por músicos excelentes, tan profesionales para complementar el ritmo como para improvisar. Si hay algo que guiña a otros géneros sin parecerse mucho, eso es Blues Traveler.
Escucho el sonido exquisito de esta banda y me siento incapaz de definirla  y mejor aun, no logro situarla en ninguna época de la historia, es como si fuera música de toda la vida, que ha estado esperando siempre, para deleite del alma. Apenas arrancan sus acordes y me siento transportado a un escenario tranquilo de un pub, listo para paladear sus nostálgicas melodías que saben a muchos géneros y a ninguno de ellos al mismo tiempo. Como si John Popper (vocalista) y sus amigos reunieran en una cafetera ingredientes dispares: la tristeza y oscuridad del blues, la profundidad y suave cadencia del soul, la calidez y naturalidad del folk y la frescura y energía del rock, todo destilado en una esencia que no se parece a ninguna otra cosa, sólo a ellos mismos.
Esta banda originaria de Nueva Jersey, viene tocando desde finales de los ochentas, sin embargo su popularidad solo se limitó a los círculos de clubes y pubs de las ciudades de la costa este. Recién a mediados de los noventas, conocieron el éxito comercial, pero siempre dentro el ámbito estadounidense. Quizá sus mejores álbumes sean “Four” (1994) y “Straight on Till Morning” (1997), que reúnen sus mejores canciones o grandes hits.
Singles como “Carolina Blues”, “Canadian Rose", “Most Precarious", "But Anyway", "100 Years", "Run-around", son canciones que no pueden dejar indiferente a ninguno, y por supuesto su mayor éxito “Hook”, que es la fusión indescriptible de John Popper y su armónica, en una melodía pura, inabarcable y  pletórica de emoción.
Habrá quien no esté de acuerdo, más amigo de ritmos fuertes o contemporáneos,   huirá de esta banda como de la peste, porque, admitámoslo, no es para todos los gustos, ni pretende serlo. Aunque caiga en el pecado de ser inculto o atorrante, no recuerdo haber oído algo parecido y por supuesto, siempre me estará acompañando en este inseguro caminar que es la vida.
Mas informacion: 
Página oficial:bluestraveler.com
Wikipedia: Blues Traveler
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