31 octubre, 2012

6 En cuestiones de fe no hay calor que valga


Osos en el Carnaval de Oruro (Foto: Bismarck Fernandez)
Esperando a que llueva atravesamos una intensa ola de calor en Cochabamba. Ni siquiera ha llegado el verano y hemos estado cerca de batir el record histórico de hace más de sesenta años cuando el termómetro marcó algo más de 35 grados, de acuerdo al Servicio de Meteorología. Este 22 de octubre, la temperatura alcanzó los 34,2 grados, a décimas de la marca. Es un suplicio caminar en horas de la tarde, no hay sombra que valga. No estamos acostumbrados a estos arrebatos de la naturaleza. Con una media anual rondando los 23 grados, vivíamos tranquilos y relativamente aletargados en este valle de Dios donde pareciera que el tiempo se ha detenido. Es raro que en algún edificio se instale aire acondicionado. Nunca nos habíamos preocupado por tener ropas para estaciones diferenciadas como en otras latitudes. Ahora toca acostumbrarse a la moda brasileña: camisetas sin mangas y chanclas. Menos mal que es un calor seco, el bochorno del oriente es intolerable. A los habitantes de otras ciudades, especialmente caribeñas, les parecerá risible este lamento.

Vivo en un  tercer piso, a media cuadra de una avenida principal. El último sábado, a eso de las dos de la tarde, efectuaba mi siesta mediterránea, costumbre felizmente adquirida en tierras ibéricas. Como la dieta mediterránea, cosa que llamo a comer pan integral y mucha fruta, olvidándome del aceite de oliva, que aquí cuesta un dineral. Entre el zapping de tevé y cabeceos en la almohada por encontrar un buen costado estilo pez, dormitaba en mi cuarto, no digo mi recámara como ridículamente solemnes acostumbran  algunos en México. En esas estaba, intentando conciliar el sueño, a tanta calma sólo se resistía el crujir leve y esporádico del techo de fibrocemento. Cuando de pronto, la calle fue invadida por el sonido de una banda de músicos. Un sonido de sobra conocido por todos nosotros: trompetas, bombos y platillos que amenizan cualquier entrada folclórica. Hojalatoso ruido que hace salir hasta los perros a la puerta o despierta a cualquier muerto.

Yo vivía relativamente contento en este barrio, nunca había pasado por mi calle uno de estos desfiles de danzas y trajes multicolores. Mi calle no tiene gran importancia, hay más perros en las aceras que vecinos, por eso me extrañaba. Seguramente fue por cuestiones de desvío de rutas o porque se les ocurrió a los pasantes de las comparsas venir a fregarnos la tarde con sus petardos, como queriendo decir: miren cómo nos lucimos, vecinos cabrones (Los sociólogos, siempre en su lenguaje retorcido, llaman a esto como necesidad de reconocimiento social o ansia de prestigio).  Es fácil identificar al padrino de la fiesta, es aquella cabeza con más mixtura blanca que un viejito canoso. El jolgorio era custodiado por un par de motocicletas de la policía y un coche adornado con muñecas de plástico y tejidos andinos, encabezando la caravana a paso de tortuga. Detrás venía el primer conjunto de bailarines que no pasaban de una veintena. 

Con el sol en alto, fácilmente hacían 32 o 33 grados. Observando a los danzarines, uno puede deducir que embutidos en sus trajes literalmente se asan como pollos al vapor. Especialmente aquellos disfrazados de diablos enmascarados. Enfundarse en un traje de oso polar ya es como una tortura. He bailado de diablo cuando era adolescente, sé de lo que hablo; cuando uno se pone careta, al poco rato empieza a sudar de la cabeza como en un sauna portátil. Y hacerlo por horas y horas, imagínense. No entiendo entonces, por qué tanto sacrificio. Yo lo hice por curiosidad una sola vez, hay gente que lo hace cada año como en una suerte de rito, como si en ello se le fuera la vida.

Lo que vi el sábado pasado fue cosa de locos. Apenas cuatro comparsas esmirriadas, saliendo a bailar, a pleno sol, con temperaturas altísimas, y de paso los danzantes abrigados como peluches, no tiene explicación lógica, salvo en el ámbito de la fe. ¿Cómo pueden querer lucir sus coreografías si apenas cuatro gatos salen a verlos? ¿Qué ganan con agotarse y deshidratarse si nadie los aplaude? Si no hay ni borrachines que se sumen a su entusiasmo, porque el repentino recorrido sorprendió a todos. Aparte de que bailar cuesta: desde el alquiler del traje, las largas horas nocturnas para los ensayos, las cuotas para la banda de música, etc. No entiendo tanta voluntad para mover el esqueleto en las peores condiciones ambientales posibles. Ni tanta devoción por una imagen de yeso, que no obra ni el milagro de hacer llover. Aunque sea por un ratito. 

27 octubre, 2012

4 ¡Ay de los viejos!


¡Ay de los vencidos por el trajín de la vida! Parece que la experiencia ya no vale nada. Como si las canas y las arrugas deslucieran el paisaje de los jóvenes. No basta que la prole se dispute la herencia antes de  que los abuelos hayan partido a mejor vida. Los hijos olvidan de pronto que crecieron juntos y por unos intereses mezquinos riñen como enemigos encarnizados, aun delante de los padres como si estos ya no existieran, como si fueran parte de la vieja casa familiar  o del mobiliario.  Algunos vástagos son tan miserables que no les tiembla el pulso para dejar tirados a sus ancianos en alguna gasolinera o a la puerta de un centro de asistencia. O abandonados en su propio domicilio en condiciones inhumanas, a la espera de que se mueran. Los viejos antes de dar con sus huesos en algún camposanto, estorban. 

En un mundo acuciado por vivir a toda prisa; los mayores, pasando cierta edad estorban. En la calle con su paso cansino. En los autobuses sacando de quicio a los conductores impacientes. En la casa con sus viejos hábitos y olores. En la vida con sus carraspeos y consejos que ya nadie quiere oír. Como si el paso inexorable del tiempo no fuera suficiente para cortar de cuajo ciertas actividades físicas como los deportes, ahora paulatinamente se los aleja de actividades públicas, como el derecho a ejercer la ciudadanía, cual si fueran inútiles coches sacados de circulación. 

Para nuestro “visionario” e insatisfecho presidente, los viejos ya no son sinónimo de templanza,  madurez y sabiduría. Simplemente ya no sirven para la administración pública. A pesar del verso de que en la cultura aymara, los ancianos son los más respetados y  que ancestralmente, ellos eran la autoridad máxima de la comunidad. A pesar del lindo cuento del canciller de su capacidad de destilar sabiduría de las arrugas de los ancianos. A pesar de todo ello, Evo Morales tuvo la feliz ocurrencia de que los mayores de 65 años ya no deberían candidatear ni para presidentes, diputados, alcaldes y otras autoridades: "Yo digo, máximo 65 años para ser autoridad electa. Si uno ha cumplido 65 años, yo digo, no debería más elegirse como autoridad". Dando a entender que ya no tienen las suficientes fuerzas y energías para los cargos públicos. Es que para algunos, gobernar equivale a efectuar viajes maratónicos en avión para inaugurar canchas de pasto artificial y ser más originales que otros gobernantes jugando fútbol cada ocasión. Y de paso ejercer la autoridad a punta de rodillazos.

Los viejos ya no están para gobernar a rodillazos. Ni para jugar en el equipo presidencial. Ni para bailes y coplas con los movimientos sociales. Ni para cenas opíparas al son de trovadores revolucionarios y danzas folclóricas. Ni para tremendas concentraciones de gente arreada a oír los discursos interminables del jefazo, como una de las más recientes, ante una reunión de jóvenes, donde Morales expresó su deseo de ningunear a la gente mayor, reclamando por una mayor participación de la juventud en las decisiones políticas. Tal fue su paternalismo -con la impronta de yo pienso por ustedes- que abiertamente dijo que le haría muy feliz que los jóvenes presentaran este proyecto como suyo ante el parlamento.

Eran otros tiempos cuando un imberbe dirigente cocalero hacía sus primeras armas en la arena política. La arrogancia ha crecido pero la barba no. Nunca estuvo solo ni mal acompañado, tuvo viejos maestros de la lucha sindical que siempre lo asesoraron. Evo Morales, como figura política es hechura de esos viejos a los que ahora desprecia. Fue don Filemón Escobar, viejo dirigente minero y uno de los ideólogos del mentado Proceso de Cambio, quien lo fue formando sindicalmente. Ahora reniega públicamente de su vástago político: ¿Qué sabe el yocalla de democracia, de las luchas contra las dictaduras? -yocalla, del quechua, en sentido despectivo: muchacho irrespetuoso, altanero-brama fiel a su estilo de paisano en un tono que a cualquier otro político o crítico le significaría un juicio o la cárcel. El viejo dirigente conoce muchos secretos de Evo, por eso se permite tanta libertad y ascendencia moral sobre él y sus correligionarios. El pobre viejo setentón reniega y reniega con la amargura de saberse que ha criado cuervos, y de paso, sufrir la respuesta avinagrada de la muchachada imberbe que es la mas ágil para subirse al carro del triunfo y que no ceja de decir que “el viejo esta chochando o es un resentido político”. No es casualidad que casi todos los “viejos” dirigentes del partido oficialista ahora estén fuera por renuncia personal, en la mayoria de los casos, o hayan sido expulsados por cuestionar las decisiones del jefazo.

23 octubre, 2012

4 García Linera: el Gran Hermano boliviano


Definitivamente nuestros gobernantes tienen tan poco qué hacer que andan inventando cada cosa, como decía cierto cantante de cuyo nombre no quiero acordarme. Mientras el resto de los mortales trabajamos, estudiamos, nos vamos de parranda, nos entregamos al ejercicio o al fornicio, nos recostamos de un lado o simplemente vagamos por la vida; nuestro pálido y mortecino vicepresidente de la república se da a la tarea de anotar los nombres de quienes insultan en Internet a Evo Morales, según confesó el domingo ante los medios. Tarea harto fatigante y de nunca acabar, porque son miles los que descargan su furia, frustración y odio contra los gobernantes comenzando por el presidente. 

No hace falta una investigación exhaustiva para corroborar que los políticos son los blancos preferidos para las críticas y burlas, independientemente de los países y regímenes. Internet está llena de foros y páginas donde se ridiculiza a todo tipo de personajes con razón o sin ella. Evo no es la excepción, otra cosa es que se haga a la víctima, al mismo tiempo que insulta con toda libertad a quien le plazca. La última perla que salió de su lengua descontrolada tuvo como destino a la embajada norteamericana: “Ahora, tratar de tener relación con la Embajada de Estados Unidos, como  policía o militar, ya da miedo. Si uno tiene relación con la embajada es mal visto. Antes era todopoderoso el que tenía buenas relaciones y algunos oficiales de las Fuerzas Armadas y de la Policía iban allá a tener buenas relaciones. El que tenía buenas relaciones con la Embajada de Estados Unidos (era) así como admirado. Ahora, perdón la expresión, tener relación con la Embajada de Estados Unidos es como una caca. Esto tenemos que profundizar y así nos vamos a descolonizar”. Me tomo el trabajo de reproducir textualmente, a pesar de lo asqueroso de la frase, porque resulta que por citar con palabras propias todo lo que dice el presidente, puede significar algo cercano al delito. Por escribir “flojera” en vez de “flojos”, se originó tremendo e insulso debate en los medios a raíz de la ira gubernamental contra dos periódicos y una agencia de noticias, acusados de haber tergiversado las declaraciones de Morales. Ahora el caso cursa en los tribunales, a la espera de un fallo. Todos sabemos que se quiere amedrentar mas allá de hacer justicia.

Tal es el ambiente de intolerancia y temor de causar enojo al Gobierno, que ahora muchos medios digitales practican la autocensura, habiendo cerrado los foros de comentarios para no pasar por el engorroso criterio de los filtros. Un artículo de la reciente Ley contra el Racismo y Discriminación es terminante: aquel medio que publicare una declaración de tal índole corre el riesgo de ser clausurado. Como un omnipresente bozal que se ha puesto a las publicaciones y especialmente  para los programas en vivo, es preocupante cómo van escaseando los espacios de opinión y debate en televisión y radio. Ahora los que quedan se ven forzados a recordar a sus invitados que está en vigencia la susodicha ley y que deben cuidar su lenguaje, antes de empezar cada programa. El reciente caso de la diputada Adriana Gil (acusada de insultar a Evo Morales) nos da una idea clara de cómo se pretende acallar la libertad de expresión, a título de una supuesta lucha contra el racismo. 

Definitivamente vientos de cambio soplan en nuestro retorcido estado plurinacional. Hay signos preocupantes de que vamos camino a transformarnos en lo más cercano a regímenes totalitarios, autocráticos o dictaduras, como los gobiernos de Irán, Cuba, China o Venezuela, que no por casualidad son grandes amigos y aliados de nuestro gobierno. Solo que acá, todo se hace siempre vociferando a todo pulmón que estamos en democracia. Un gobierno militar de los ochenta, al menos tenía la sinceridad de advertir a sus críticos de que caminaran con el testamento bajo el brazo.  Con este régimen nadie sabe a qué atenerse. 

Ahora mismo, está en plena elaboración una ley para regular y controlar las redes sociales, especialmente Twitter y Facebook, los dos campos sospechosos de los ataques a Evo. Por extensión, se pretende coartar a todo espacio de opinión, incluyendo los blogs. Sería difícil y caro monitorear al más de un millón de internautas bolivianos, y más aún querer encarcelar a algunos miles. No importa, eso es lo de menos, se busca ante todo controlar el único medio de expresión que todavía queda libre en nuestro país.  Ya tienen la excusa perfecta.

En vez de amenazar como si fuera el Gran Hermano, haría bien nuestro Vice en salir más a la calle y tomar los rayos de sol que encerrarse en su tenebrosa biblioteca a la caza de anónimos internautas. O quizás dedicarle más tiempo a su joven y flamante esposa que seguramente se aburre en el lecho conyugal. O de lo contrario, Evo se irritará de que el bolso portabebés que les regaló no cumple su cometido. Evo cumple…¿y los demás?

16 octubre, 2012

6 Una griega en La Paz


Foto: AP
Es la quinta vez que visita Bolivia. Algo le fascinará de este remoto país y la ciudad de La Paz en particular, que para muchos visitantes extranjeros siempre tiene la incomodidad de acostumbrarse a su peculiar altura  y a los problemas derivados del aire enrarecido. 3.600 metros de altitud no son poca cosa, considerando que en otros países del mundo esa cota suele ser su máxima altitud y, motivo suficiente para organizar una expedición rumbo a la cumbre. La urbe paceña junto a Lhasa, una ciudad perdida en el Himalaya, quizás tengan los palacios más altos del mundo. Al rey del Tíbet y guía religioso de su pueblo, las botas chinas lo obligaron a huir de su palacio cuando era chiquito. En el palacio de La Paz, vive el Rey Chiquito, apoltronado entre humos y conjuros y reverenciado como máximo guía espiritual de los Andes. 

Volviendo  a nuestra viajera, ciertamente ya no es joven, a los viejos la altura los trata sin conmiseración, especialmente si tienen la presión alta o problemas cardiacos. En cualquier caso, los tubos de oxígeno ya esperaban en el hotel. Y un grupo de médicos especialistas. En últimas instancias, el humilde mate de coca suele ser santo remedio. Pero sabemos que nuestra recién llegada goza de buena salud, todo lo contrario de su marido que anda quebrándose la cadera por meter la pata donde no debe.

Dicen que le gusta la quinua, ese cereal milenario, manjar de los incas y que a punto estuvo de desaparecer durante el periodo colonial. Se dice que forma parte de la alimentación de los astronautas de la NASA, junto al amaranto por su alto contenido de proteínas. Tenían que apreciarla en otros lugares para que nos demos cuenta de su valía. Menos mal, al día de hoy, forma parte de la dieta de la región occidental del país. Aunque no es barata como el arroz, principalmente por las condiciones en que se cultiva y porque la mayor parte de la producción sale para Europa. Hay cien formas de prepararla: como harina para galletas y refrescos, como arroz graneado, en hojuelas para el desayuno; o la más frecuente, en sopa. Hasta sirve para elaborar cierta cerveza artesanal. Pero lo más delicioso es degustarla preparada al horno como tarta o queque, cubierta de queso.

A eso vino nuestra viajera, a tomar de propia fuente una exquisita sopa de quinua con denominación de origen. Y seguramente también probará trucha del lago Titicaca y quizás charque de llama, que es otra delicia del altiplano. Que en el ínterin, se entere de cómo va la cooperación institucional de su país al nuestro, es puro pretexto, mero trámite para justificar ante los celosos funcionarios de su Gobierno. Ella ama este país, por muy lejos que se encuentre. De toda su decadente familia, es la que menos antipatías despierta, quizás porque supo conservar aquello que sus antepasados helenos sabían hacer mejor: sobriedad y elegancia. No recuerdo que su marido nos haya visitado alguna vez. Mejor, no vaya a ser que se ponga a cazar a los pocos guanacos y vicuñas que todavía pastan libres en las alturas.   

Dicen que le gusta la quinua, pero con seguridad la variedad “quinua real”. Tal vez, en su honor bautizaron con ese apelativo o simplemente cuestiones técnicas para denominar a la mejor variedad, la más excelsa, la de exportación. Quién sabe, otro misterio insondable. Como también resulta curioso que la viajera se haya alojado en el hotel Camino Real. Así pues, nos visita por cinco días la reina Sofía de España. Que se quede por tanto tiempo en este sitio del universo donde no pasa nada, nos da una idea de cuánto nos aprecia. Y más aún, cuando en estos tiempos resulta sospechoso mentar a la “madre patria” (hay quienes abogan por cambiar los nombres de calles y parques que lleven España, Colón, etc.). Ahora resulta que es casi delito hablar del 12 de octubre como llegada de Colón al nuevo continente. Cómo son las cosas, que se pretende colonizar una idea justo por encima de otra. “12 de octubre, Día de la Descolonización”, por obra y gracia de los nuevos biempensantes, otra fecha más para añadir al imaginario nacional. Borrar o echar lodo a la historia nunca resulta, no hace más que reforzar la idea original. La vida es un continuo palimpsesto, aunque no nos guste. Y se acabó.

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