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Foto: AFKA |
Al estilo de un comando G.I. Joe la Policía Nacional presentó a un nuevo cuerpo de élite,
destinado a combatir el secuestro y otros crímenes relacionados. Fue muy
cinematográfico ver su caravana de efectivos con el rostro pintado y más
armados que Rambo en modo “cabreado”, efectuando una vuelta de popularidad por las
calles de Santa Cruz, en sus camionetas que recordaban a las comparsas
carnavaleras y sus carrozas
multicolores. Ya siendo formales, esa caravana era para socializar (el verbo
más usado por los nuevos revolucionarios, por cierto) el invento policial ante
la población, preocupada por la inseguridad reinante en la capital oriental,
cuya ola de secuestros y asesinatos por encargo, amén de robos frecuentes a
punta de pistola la han convertido en la urbe más violenta, no vaya a ser que
paulatinamente se convierta en la Caracas local. Para empezar, ya tiene un
clima parecido, con bochornos y mangos en las aceras.
Así pues, fue una verdadera sorpresa reconocer
al comandante general -que generalmente comanda desde La Paz-, luciendo las mismas pilchas de combate que sus
subordinados, que de no ser por sus declaraciones ante las cámaras hubiera
pasado desapercibido. Simpático es el jefe con su carácter bonachón y de hablar
pausado, todo lo contrario de la imagen acostumbrada de los gerifaltes
prepotentes. Simpática fue hace meses su acción de rezar ante el supuesto
cadáver de un teniente asesino, momificado e irreconocible; sin embargo, él
estaba muy seguro de que era su subalterno. Pero mucho más simpáticas fueron
sus declaraciones de ayer, invitando a las mafias extranjeras que operan en el
país a irse inmediatamente porque había llegado la hora de poner orden. Ay, si
el comandante supiera lo que los narcos perpetran en las calles de Ciudad
Juárez y otras. Es vox populi que en
Santa Cruz ya opera una facción de un cartel mexicano, así como mercenarios
colombianos y brasileños. Con lo asustados que habrán quedado ante el
reluciente cuerpo policial, nuevo de paquete y totalmente inexperto en estas
lides.
Para darle más chicha al asunto o dotarle de
cierta atmósfera de poderío y misterio, bautizaron el escuadrón como Jakaranthu, que en aymara significa
“escorpión”, siguiendo la estela del famosísimo Plan Chachapuma (“hombre-puma”)
notable por haber desterrado temporalmente a los forajidos de las calles, pero
sobre todo, por haber multado a diestra y siniestra a conductores velocistas y
borrachines. Ahora el Chachapuma ya suena achacoso, visto que ya no sorprende
tanto. Pero brillantemente se han llevado el circo a otras ciudades, con
resultados atractivos hasta que pase la novedad. Los ciudadanos desearíamos
mayor vigilancia todos los días y no golpes esporádicos de celo policial a toda
mecha. Con el nuevo plan antisecuestros, la cosa se pinta venenosa. El alacrán,
mamá, ¡ay! me va a picar…
Entretanto, viene bien seguir mostrando mucha
valentía con gente común y desarmada, como el reciente caso de un joven a quien
por tocar bocina en exceso ante un atasco vehicular, cuatro oficiales le
rodearon, según pudimos ver en televisión. Desoyendo sus explicaciones, uno de
ellos le propinó un puñetazo en la cara y otro le roció gas lacrimógeno porque
el infractor se resistía a ser encerrado en la jaula de un coche patrullero.
Como si fuera un vulgar delincuente. Como si fuera delito el bocinazo. De los
maleantes que la suerte nos proteja. De la violencia uniformada, ¿a quién
quejarnos?
A propósito de brutalidad policiaca, no
resulta difícil adivinar que la misma proviene de su formación profesional. A
romper huesos les enseñan en la Anapol, curiosa universidad del orden donde el jaripe o chocolatazo son los métodos habituales de castigo. Los oficiales
“catedráticos” son muy entusiastas de que el aprendizaje entra con sangre.
Menudean los casos de cadetes hospitalizados y cada cierto tiempo se producen
muertes en circunstancias sospechosas. La última víctima fue una cadete de
apellido Poma, supuestamente fallecida por presentar problemas de asma y
complicaciones respiratorias durante unos “ejercicios” de rutina a los que los
alumnos son sometidos. Sin embargo, las denuncias van por otro lado, señalando
a varios instructores como torturadores. Luego de la autopsia correspondiente,
cuatro especialistas forenses no fueron capaces de pronunciarse con claridad al
respecto. Poco importa el dolor de una familia humilde. La impunidad comanda
mejor que nadie.
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Foto: APG |
En el ejército sucede lo mismo. Cuántas veces
habremos oído de cadetes “caídos” en el curso de su formación. Curiosamente,
nunca un oficial se resbala o se dispara por accidente. Jamás un jefe arriesga
la vida por sus conscriptos. Fue especialmente penoso, hace dos semanas atrás,
que dos jóvenes reclutas hayan perdido la vida por internarse en una riada para
intentar rescatar un ser especial. Había que ser muy temerario o temeroso de
desacatar una orden para arriesgarse de tal manera, nunca se sabrá. El ser
especial era el coche lujoso de un jefe militar, que el turbión arrastró de un
estacionamiento. Luego, el comandante del Liceo Militar, resaltó la valentía de
las víctimas diciendo que eran unos héroes. Tal parece que el rescate de un vehículo
sin ocupantes vale más que cualquier vida. Olvidémonos de sanciones al
respecto. Con reconocimientos póstumos se pagan las heroicidades y, de paso, se
tapa la irresponsabilidad de jefes y autoridades.