Este fin de semana volví a la Feria después de
cuatro años. Pensé hallarla renovada pero no había cambiado mucho salvo por un
detalle. Con razón, durante ese lapso no he sentido ningún remordimiento por no
haberla visitado a menudo, como todo buen cochabambino. ¿Qué me perdí? La
contemplación de unas “damitas preciosas” (azafatas), como las llama un viejo
verde metido a cronista, y nada más.
Resulta que la Feria Internacional de
Cochabamba (Feicobol) había sido casi tan antigua como yo mismo. Mientras yo,
paulatinamente, he envejecido, perdido pelo y me he tornado más escéptico; el
evento anual más importante de la ciudad no parece haber alcanzado la madurez.
Sigue ahí con lo mismo, ofreciendo comida y espectáculos al aire libre, como en
una gran kermesse. También vende automóviles del año, por si acaso.
Habían construido un nuevo pabellón, una
telaraña de acero denominada “esteroestructura” por su enjundioso
arquitecto, sin duda soñando con el Pritzker. Pero la gran novedad y “megaobra”
de singular envergadura, joya de la corona, había sido la nueva Plaza de
Comidas, la más grande del país para orgullo de la capital gastronómica de
Bolivia. Capaz de albergar de una tacada a tres mil comensales bien sentados,
impresiona de verdad el tinglado.
La
nueva terminal de comidas, por las lucecitas de los letreros y la
distribución de los stands me hizo recuerdo a una terminal de autobuses en
horario pico, sin duda marca un hito para la organización al haber concentrado la
oferta en un solo sitio para que todo se vea más pulcro, eficiente y ordenado. Así
los amigos de buen diente no tienen que corretear mucho para satisfacer sus
apetencias. En cualquier caso, las cadenas de hamburguesas, pizzas, pollos,
asados y demás industria del engorde no dan abasto a tanta demanda. En algunos
sitios había que hacer fila correspondiente y esperar que algún cliente
desocupara una mesa. Fue más mi curiosidad que mis ganas de comer algo. El aire
impregnado a fritanga me sacó de allí al rato. Despavorido hui de aquel inmenso
cebadero humano. Inevitablemente recordé que Cochabamba es también la capital
avícola del país. Como están las cosas es difícil que se produzca una rebelión
en La Granja. Entonces, a seguir embelleciendo la guata.
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Interior de la plaza de comidas |
Un tanto desanimado proseguí con mi tour por
los distintos pabellones, esperando encontrar alguna prueba que corroborara
aquella etiqueta de “internacional”, por lo que he leído se iba a contar con
expositores de 42 países. Sin embargo, no vi ninguna damita con aire sueco, ningún
bávaro con su traje tradicional, ni chef francés, ni ojos achinados, ni nada. Ni
rastros de una lengua extrajera, salvo el cuchicheo de algún estudiante
brasileño. Después de revisar las etiquetas de mis calzoncillos de algodón, que
adquirí seducido por los “precios de feria” recién descifré aquello de
internacional: Made in Bangladesh.
Sin duda muy creativos somos los vallunos que,
para hacer bien internacional el asunto, bautizamos algunos sectores como
Pabellón Americano o Pabellón de la Unión Europea, donde se ofrecen productos
extranjeros, bien representados, eso sí, por empresas o concesionarios locales.
O me van a decir que vienen rubios teutones desde la mismísima Alemania a
ofrecernos chocolates y berlinas Mercedes. Nein.
En cualquier caso, ningún producto importado brillaba por novedoso, excepto por
unos relojes-celulares chinos de colores vivos que permiten la
comunicación al estilo del Auto Fantástico y su piloto. Yo andaba desesperado por encontrar un e-book fiable y apenas había ofertas
tecnológicas que en otros países ya son materia superada. Mejor aspecto tenía
el Pabellón Bolivia, donde mareado quedé con las propiedades milagrosas del
noni y la uña de gato, muy bien presentados en coquetos envases. La artesanía
en hierro forjado y madera tampoco estaba mal, pensaba en renovar mi cama pero
los precios me espantaron. Característico de feria, que quieren amortizar hasta
el alquiler de la sonrisa de la azafata.
Por nada del mundo me detuve en ninguno de los
stands exclusivos de las grandes empresas donde lo típico es ofrecer un recital
con música tropical en vivo, alternando con concursos donde se regalan
suvenires, camisetas, llaveros y otros objetos muy cotizados por los
coleccionistas de chucherías. Ni las caras de las siliconadas modelos eran
novedosas. Qué top model ni qué Magníficas
para sacarme una foto con ellas, además conservo todavía el sentido del
ridículo como para posar enano al lado de una fémina imponente de cuello largo
y tacones hasta el techo. Mejor rodear el área como quien ronda un campo
minado.
Pronto quedé hastiado por tanto gentío
desordenado. Todo el mundo ufano con su bolsa de compras para testimoniar que estuvo
en la Feria. Yo estaba con las manos vacías pero me sentía más agotado que un
estibador. Los pasillos son tan estrechos que se convierten en senderos de
hormiga. Hervideros humanos que acrecientan mi misantropía galopante. Hasta las
calles entre los pabellones se tornan asfixiantes a pesar del cielo abierto. Cada
cierto trecho el ruido molesto de las amplificaciones ponía a prueba mi
paciencia. Como una Babel costumbrista en plena ebullición es nuestra feria,
digan lo que digan.
Este modelo no pudo participar de la exposición por exceso de creatividad |