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Gobernador (der.) de Cochabamba esperando la señal para iniciar el banquete |
Me acabo de enterar de que a partir de ahora
los sibaritas vallunos acostumbrados hasta chuparse los dedos podrán devorar
palomas con todas las de la ley, pues acaba de salir del horno una reciente Ley
Departamental que declara al Plato del Pichón como “Patrimonio Gastronómico y
Cultural” de Cochabamba. El citado manjar de pocas carnes, cuyo preparado es un
arte aseguran, es exclusividad del pueblo de Cliza, a unos 30 kilómetros de la
ciudad, donde cada domingo, en locales cerca de su plaza humean los braseros
con los bichos, pico y todo, retostándose a la espera de ágiles comensales que
desde la ciudad la invaden por montones, como penitentes en romería.
Como ahora el asunto tiene fuerza legal y
señorial, la gobernación se ve en la obligación de promover y fomentar la
implementación de granjas familiares para la crianza, y apadrinar de alguna
manera la recientemente creada Asociación de Colombófilos, querrán decir
colombófagos, pues sus intenciones no son precisamente la de entrenar palomitas
mensajeras de la paz, sino hacinar a las aves en jaulas y cebarlas hasta que
estén listas para el perol. Esperemos que nuestras ilustres autoridades sigan
haciendo trabajar la sesera para elevar a rango de ley otras ferias como la del
chicharrón de Sacaba, el lechón de Quillacollo, el rosquete de Punata, el
chorizo de Tarata, el guarapo de Sipe Sipe, la trucha de Tiquipaya, y otras infinitas
manifestaciones culturales de la nunca saciada capital gastronómica de Bolivia.
Cuidado que los habitantes de esas comarcas se sientan discriminados porque su
platito respectivo no figure en los decretos y otros registros oficiales.
Mientras tanto, que la catedral cochabambina,
cuya fachada se cae a pedazos, siga sumida en el olvido ya que no estimula el
apetito de nadie, a pesar de que años ha fue declarada monumento histórico y,
quién sabe, qué otros títulos polvorientos acumula. Ah, quién como el
cochabambino que es capaz de hincarle el diente a un palo de escoba con tal de
convencerse de que es sabroso.
Una
conductora singular
Yo que pensé que nunca vería lo que en la
ciudad de La Paz ya es bastante normal: alguna que otra orgullosa chola aymara
conduciendo un taxi, un minibús o, recientemente, una señora al volante de un
enorme autobús Puma-Katari del nuevo servicio de transporte municipal que la alcaldía
paceña viene implementando para ordenar el caótico tráfico, más aun
considerando que sus calles intrincadas y pendientes son un verdadero desafío
para cualquier automovilista foráneo.
Ayer retornaba, como de costumbre del centro de
mi ciudad, pasaba del mediodía y tenía prisa porque el estómago me rugía de
hambre. Agité la mano a un minibús y me trepé al asiento acompañante del
conductor, con bastante alivio porque detesto ir en los asientos apretujados
del interior, semejando una lata de sardina. Al abrir la puerta, hete ahí mi
sorpresa al comprobar que manejaba ya no una mujer, sino una cholita bastante
joven y con pollera corta como acostumbran lucir las cholitas vallunas. En mis treinta
años de vida consciente, nunca vi una cholita de origen quechua conduciendo un vehículo
de transporte público, y eso que soy un usuario constante ya que no tengo coche
particular. Me consta que hay cholitas de la nueva burguesía cocalera luciendo
vagonetas y otros lujosos todoterrenos.
Todavía cariacontecido por la circunstancia,
mudo y obediente como un niño gocé del viaje por veinte minutos, eso sí con los
ojos bien despiertos para evaluar el estilo de conducción. Quedé plenamente
convencido de su impecable pericia: ni un solo bocinazo, ni frenazos bruscos,
ni aceleradas torpes como es norma común de muchos varones, que se creen dueños
de la calzada y van a su aire creyendo que transportan sacos de papas. La
cholita conducía sin titubeos pero siempre precavida, haciendo uso constante de
las luces intermitentes y parando siempre al borde de la acera para recoger
pasajeros, cosa que no hacen la mayoría de agrios y sucios conductores que
recogen y dejan pasajeros donde se les ocurre, aun en mitad de la vía. En resumen,
quedé tan satisfecho con el excelente servicio que por primera vez no me dio la
gana de reclamar mis diez centavos del cambio. Con un sincero “gracias” me
despedí de mi conductora, yo que soy poco afecto a tener consideraciones con
los ogros que creen que nos hacen un favor.
Pero ustedes se preguntarán qué tiene de
llamativo el asunto, diría que mucho si hablamos de unos de los países más
machistas de Latinoamérica, valga como ejemplo el reciente caso de un
entrenador de fútbol que aconsejó a una colega que pretendía dirigir un equipo
liguero irse a casa a fregar los platos. El autotransporte es quizá el gremio
más cerrado a las mujeres, tanto que no he oído casos de féminas conduciendo
camiones o buses interdepartamentales. Y
hablar de una mujer de pollera tiene connotancias muy simbólicas y no es poca
cosa, teniendo en cuenta que los profetas del Vivir Bien y otras pachamamadas todavía
justifican el sometimiento y docilidad de la mujer con el argumento de que en
las comunidades campesinas e indígenas, las tareas y roles vienen predestinados
y demás tonterías de su supuesta sabiduría milenaria.
Lo dicho, qué paisito, para bien o para mal,
qué paisito.