14 enero, 2016

2 Los vampiros del Banco de Sangre


Hace unos días fui a donar sangre para un sobrino veinteañero que fue operado de emergencia en el reputado Gastro. Es prácticamente una rutina que cualquier centro médico notifique a los familiares que se van a necesitar transfusiones sanguíneas, para que estos se movilicen y consigan donantes para reponer al Banco de Sangre. Por alguna razón, los médicos no nos dijeron nada al respecto así que los padres del muchacho no llamaron a nadie para efectuarse la sangría respectiva. Pasaron los días y el paciente estaba a punto de ser dado de alta. A la hora de efectuar los trámites de pago, a la mamá del chico la tuvieron a mal traer con la exigencia de que se debía por aparentes transfusiones. Desesperada, y agobiada por los gastos, nos hizo llamar a varios parientes para ir al Banco de Sangre a la brevedad posible. Mi sobrino, harto de cirugías y tratamientos, se tuvo que quedar un par de días adicionales, a modo de garantía.

Siempre me he ofrecido para donar sangre a cualquier allegado, sea familiar o conocido y, por supuesto, a sus parientes respectivos. Una publicación periodística afirma que las personas interesadas tropiezan con dos obstáculos frecuentes: costo elevado de los paquetes hematológicos y conseguir donante por cada unidad retirada. Como en Bolivia no existe la cultura de la donación voluntaria, prácticamente más del 70 % de la sangre proviene de familiares y amigos de los enfermos, remarca otra nota. Para reforzar la estadística me dirigí al centro de referencia, ya muy acostumbrado a sus pormenores, incluyendo las tediosas horas de espera que a veces se tiene que soportar con tal de ayudar al necesitado.

Así que como donante habitual, me conozco de memoria los requisitos básicos para efectuar una donación. Me vienen extrayendo el preciado líquido desde hace más de quince años. Nunca he sentido mareos u otros efectos después de que me vampirizaran y he sido testigo de gente que se desmayaba o sufría repentinos temblores. Nunca me habían rechazado. Y así esperaba esta vez; a mis 38, con casi 80 kilos de perfil atlético, sin patologías ni cirugías encima, sin vulgares tatuajes que presumir, sin mayores vicios que el de tomar un vino u otro traguito de vez en cuando.  En resumidas cuentas, un saludable y apolíneo espécimen de la fauna humana me creía yo, hasta que…

Mi gran defecto había sido no tener novia o no estar casado. Usted, señor Crespo, no puede donar, me dijo aquel payaso de bata blanca. Para comunicarme solemnemente tal cosa me habían pinchado previamente el dedo y extraído una muestra sanguínea en otra sala, como todas las veces. En el ínterin me habían hecho perder el tiempo, desperdiciado minutos valiosos del técnico extractor (habida cuenta de que hay mucha gente esperando) y, obviamente, desperdiciar aguja y otros materiales sanitarios. La lógica me dice que primero deberían someternos al cuestionario de rigor, el pesaje, la toma de presión, etc., antes de descartar a los donantes. Menos de un año atrás había efectuado mi última donación sin mayores problemas y de pronto el hematólogo (o algo parecido) me sale con el cuento de que no era apto por no tener una pareja estable. ¿Cuándo fue su última relación sexual?, me preguntó.- Hace tres meses, “su señoría”, le respondí a aquel inmaculado juez de la moral que me sentenció que debería esperar por lo menos seis meses adicionales antes de volver a donar. Como si yo fuera un actor porno u otro atleta del catre. Como si el tener pareja o estar casado fuera garantía de fidelidad sexual. Abstenerme como un anacoreta o ennoviarme había sido la creativa solución. Patoso dilema.

Cariacontecido y más lívido que un hemofílico apenas pude replicar que si al día siguiente yo me presentaba como voluntario ante una brigada móvil de donación, aceptaban mi sangre en dos patadas y sin hacer tantas preguntas. Es que los voluntarios no tienen la presión por donar de los familiares, me respondió el galeno para zanjar la cuestión. Como si los allegados fuéramos allí a proporcionar datos personales y contar nuestras intimidades únicamente para perjudicar al Banco de Sangre, si hasta te sacan fotos actualizadas en cada ocasión. Un donante voluntario o “altruista” no tiene nada que perder y podría falsear la información a voluntad.

“Donación de sangre, una expresión de amor con el prójimo” rezaba el titular de una campaña tiempo atrás,  llamando a los ciudadanos a contribuir con sus gotitas de sangre. Alguna vez me había sentido tentado a donar voluntariamente al ver a las brigadas chupasangre asentadas en plazas u otros sitios. Pero siempre me asaltaba la idea de que alguien cercano necesitaría eventualmente una transfusión y había que estar disponible. Ahora ya no tengo dudas. Por ninguna razón voy a dar gratuitamente una sola gota para que el Banco de Sangre haga negocio en nombre del altruismo y otras excusas humanitarias. Nos supo a mala fe que nos obstaculizaran y jugaran con la desesperación de la familia (a mi primo le rechazaron por lo mismo), como dando a entender que deberíamos pagar sí o sí por la sangre. Como no había suficientes candidatos para la reposición, el resto se tuvo que pagar.

Para documentarme un poco, he estado revisando sitios web de instituciones similares de México, Argentina y España, entre otros. En ninguno de ellos se estipulan requisitos tan absurdos como el referido. A este paso, sólo los curas y monjes calificarían para ser donantes idóneos. Si es que permanecen fieles a Dios, desde luego.

Cartel en la entrada del Banco de Sangre

2 comentarios :

  1. Desconfíe de los frailes, apreciado José. Desconfíe siempre. Digo : que no son garantía de nada, mucho menos si hay transfusiones de por medio. La historia y la literatura documentan en detalle lo que sucede puentes adentro en conventos y monasterios.
    A esta altura del cuento no sé si catalogar los obstáculos sufridos por usted como pertenecientes a categorías morales o burocráticas. Mejor dicho : si pertenecen a los poderes del cielo o de la tierra. Cuando eso sucede pueden darse cosas tan pavorosas cómo preguntarle a uno cuándo echó el último polvo antes de proceder a lo que realmente importa: la extracción de la sangre. Mientras eso acontece, puede morir algún prójimo urgido de la transfusión. Ese es el mundo que nos tocó.

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    1. El asunto es más bien terrenal, vulgarmente pedestre; habría que decir a modo de conclusión, estimado Gustavo. Hierve la sangre (cabalmente dicho) que tales burócratas gasten dinero en campañas de “socialización” para recaudar sangre gratuitamente pero que a su vez obstaculicen a los familiares con requisitos recién inventados e impracticables. Si esperan colaboración de la gente, deberían dar un trato recíproco o aproximado. Como bien sugiere, lo importante es tener sangre disponible, para eso están los análisis y otros protocolos profesionales. Fuera de eso, lo demás suena a auténtico vampirismo a los bolsillos de los afectados.

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