09 octubre, 2017

2 El Che y los revolucionarios de cocina




El Che es el fracasado más exitoso de la historia, valga el oxímoron. Justamente el día de hoy se cumple medio siglo de su muerte a manos del ejército boliviano. Y han llegado al país cientos de invitados de la internacional socialista, seguidores de todo pelaje y frikis de lo más diverso para celebrar su fracaso. A estos hay que añadir miles de fanáticos locales que habrán ido a fumarse unos porros y meterse unos tragos en la localidad de Vallegrande. Cincuenta años de armar el mismo jolgorio a nombre de un muertito tiene su gracia. Porque está claro, ninguno de estos admiradores lamenta, o al menos muestra algo de tristeza por su desaparición. El variopinto despliegue de actividades, desde verbenas populares, canto, poesía y hasta festivales de comida dan cuenta del ambiente carnavalesco que rodea al acontecimiento. 

Por supuesto que el turismo temático  se nutre de su leyenda, y el comercio oportunista idea mil formas para lucrar con su figura. Como vivimos en la sociedad del consumo, no falta quienes buscan con avidez productos que lleven su efigie; gorras, bufandas, camisetas, discos, libros, calzoncillos, tazas, vasos, prendedores, etc. Todo un icono pop, estandarte de los que se dicen contraculturales y rebeldes sin causa. Ser fan del Che es rompedor, original, irreverente y contestario; el poster favorito para quienes afirman odiar al capitalismo a muerte, aunque no tengan mayores problemas en comprar sus productos y gozar de sus ventajas. 

Así pues, uno se pregunta, qué tiene el Che para que tantos jóvenes sin oficio ni beneficio lo adoren como auténticas groupies de una banda de moda. Ciertamente, esa imagen barbada con aire soñador cuela en el imaginario popular. Con su aparente sacrificio personal como punta de lanza, no fue difícil elaborar una épica romántica que acompañe todo el asunto, a modo de nueva religión o secta.  El Che es el nuevo Jesucristo (véase el parecido de su logotipo con los iconos del nazareno), el relato de la revolución cubana hace de biblia, y Fidel Castro fungía de santo padre hasta que estiró la pata; su hermano Raúl, el finado Chávez y otros podrían hacer las veces de cardenales, y así sucesivamente hasta llegar a Evo Morales y Maradona como esperpénticos profetas de la lucha antiimperialista.

Quitándole el aura de “guerrillero heroico”, ¿qué es lo que queda?: un hombre de lo más normalito y hasta cierto punto despreciable por su evidente racismo (“los negros, esos magníficos ejemplares de la raza africana que han mantenido su pureza racial gracias al poco apego que le tienen al baño”), su recalcitrante machismo y menosprecio a las mujeres, el irresponsable abandono de sus hijos por sus aventuras guerrilleras, entre otros rasgos de su carácter. Consideración aparte, merece su desempeño en otras facetas de vida, empezando por no haber concluido su carrera de médico, sus sonados fracasos como comandante de las fuerzas cubanas en el Congo, posteriormente haciendo el ridículo como ministro del nuevo régimen en La Habana con sus alocados proyectos de industrialización, su pésimo manejo de relaciones diplomáticas a tal punto que se convirtió en un personaje incómodo para los Castro. Su incursión en Bolivia fue el culmen de sus desaciertos, demostrando que no tenía ni mínimo conocimiento del terreno que estaba pisando. En resumen, no hay en el mundo entero otro caso similar donde se mitifique hasta el paroxismo, la historia turbulenta de un personaje de dudosos méritos.

Y esperen, que el surrealismo no acaba ahí, en otra vuelta de tuerca al devenir histórico, Morales ha ordenado a su tropilla de generales y otros gerifaltes a rendirle homenaje al hombre que junto a su grupo ocasionó la muerte de 59 camaradas (casi todos hijos de campesinos y obreros) durante la campaña de Ñancahuazú. Escuadras de tropas escogidas animarán el circo para disfrute de la muchedumbre convocada y de todos los jerarcas reunidos. Son nuevos tiempos, proclaman los que se llenan la boca de discursos soberanistas y patrioteros, al malgastar gruesas sumas de dinero para santificar a un mercenario, un invasor, un extranjero que no vino a cazar palomitas. Los nuevos tiempos en que se pisotea la memoria de gente anónima que murió combatiéndolo. Para ellos ni una misa, ni un recordatorio oficial, pues son los asesinos del Che.

Yo no canto al Che
Yo no canto al Che
como tampoco he cantado a Stalin;
con el Che hablé bastante en México,
y en La Habana
me invitó, mordiendo el puro entre los labios,
como se invita a alguien a tomar un trago en la cantina,
a acompañarlo para ver cómo se fusila en el paredón de La Cabaña.
Yo no canto al Che,
como tampoco he cantado a Stalin;
que lo canten Neruda, Guillén y Cortázar,
ellos cantan al Che (los cantores de Stalin),
yo canto a los jóvenes de Checoslovaquia.

          Stefan Baciu, poeta rumano. 

2 comentarios :

  1. No olvide usted un detalle, apreciado José: desde el comienzo de los tiempos todas las sociedades necesitan mitos. Mitos grandes y pequeños que respondan a la medida de sus sueños y tribulaciones.
    Y si hacemos un inventario, el héroe del mito casi siempre es un fracasado. Algunos terminan crucificados, apedreadaos, lanceados, incinerados o acribillados a tiros por sus propia grey o por quienes los combaten.
    Piense nada más en Prometeo atado a una roca del Caúcaso.
    En esa medida, Guevara es el mito típico de la sociedad de consumo. Una imagen replicada hasta la saciedad por los magos del mercadeo es lo único que sobrevive de él.
    Dudo de que alguien se acuerde hoy de su utopía- o de su insensatez, depende desde donde se mire-.
    Y, a modo de colofón, quienes convierten su imagen en dinero son aquellos a quienes creyó combatir.

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    Respuestas
    1. Mil gracias por el apunte sociológico, amigo Gustavo. Resulta paradójico que la historia de un comunista sea explotada, con grandes beneficios, por los vaivenes del capitalismo. Suena a burla del destino.

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