¡Marchando un... picante mixto!, para demostrar nuestro civismo |
Hoy es el cumpleaños de un primo, quien se libró por un pelo
de ser un cochabambino hasta la médula; pues ayer, 14 de septiembre, fue el
aniversario departamental, que se celebra todos los años con fiestas a todo trapo,
conciertos multitudinarios y retumbe de petardos y fuegos artificiales durante
dos días completos con sus noches. Doscientos y pico añazos de gestas
libertarias, revueltas populares, toma de balcones y pendones, persecución de
chapetones desarmados y no sé qué otras cosillas venimos recordando a toda
fanfarria y estruendo de hojalatería que animan desfiles, retretas al alba,
paseos en carruajes y trajes históricos y un sinfín de protocolos cívicos para
darnos bombo de patriotas desbordados.
Como a mí no se me da eso de lucir escarapela en el pecho o
alistar el terno reluciente para ir a asolearme bajo el sol de septiembre
radiante, ni que fuera autoridad o deregente
de un sindicato, durante ese par de días monstruosos no asomé las narices
por el casco viejo de la ciudad, El Prado y otros sitios acostumbrados para
estos pintorescos menesteres. Con toda la cochabambinidad volcada en aplaudir a
sus bandas escolares e instituciones representativas que nunca terminan de
pasar, ya que son igual de importantes la asociación de damas voluntarias de lo
que sea así como el último gremio de heladeros al paso, hinchas de la
Wilstermann o de la pelota frontón, cofradías de la santa jarra y clientes de
los calditos mañaneros si hicieran falta; urge pues huir de tanto civismo si uno
tiene más que sus dos pies para largarse al campo o, si no hay otro remedio,
recluirse en casa para hacer labores de jardinería o aprender trucos del arte
del ganchillo.
Y, por supuesto, los festejos nunca vienen solos ni faltan
padrinos. Porque hay que ver cómo compiten entre sí la Alcaldía y la Gobernación
para colmarnos de “regalos” (coreados bobaliconamente por todos los noticieros)
a todos los llajtamasis, “porque nos
lo merecemos”, aseguran mientras meten mano, sin sonrojo alguno, a las cada vez
más disminuidas arcas públicas para financiar el despilfarro a título de
“fiestas septembrinas”. Sabe dios qué barrio se hubiera mostrado más
transformado, limpio y coqueto con esos dos millones (unos 285.000 dólares) que
el concejo municipal dispuso para traer a reguetoneros internacionales y a
otros saltimbanquis musicales para amenizar la dizque serenata en el estadio,
que a punto estuvo de convertirse en tragedia por la avalancha de gente que exigía
ingresar a toda costa, saldándose con tres heridos bastante graves. Y encima,
dando a entender que habría que aplaudirles por generar ruido toda la noche,
porque si hablamos de contaminadores acústicos, los burócratas ediles son los
primeros en azotar nuestros oídos con sus amplificaciones y descarga de insufribles
petardos cada vez que toca inaugurar cualquier obra de bagatela.
Para las “megaobras”, fácilmente se tiran miles de dólares
sólo en fuegos artificiales, como la del flamante viaducto más grande de
Bolivia, para el cual atronaron el cielo durante media hora, tal como podía
oírlos a la distancia desde mi ventana y, de colofón, grupos cumbieros y
folclóricos pusieron a bailar a la muchedumbre convocada hasta pasada la
medianoche. O tal vez el acontecimiento formaba parte de eso que técnicamente
llaman como “pruebas de carga” a las que estuvieron sometiendo la estructura en
vísperas de la apertura, quién sabe. Para terminar de colmar la paciencia, no
faltaron los spots donde vecinos más felices que niños en juguetería le
agradecían al alcalde por tan envidiables regalos. ¡Dios se lo pague, niñituy!,
daba ganas de exclamar.
Así pensaba proceder-casi parecidamente- con el aniversario
de mi primo: “oye, Negro, dame tu
plata para que te montemos una fiesta y te compremos unos regalos, y no te
olvides de agradecernos, ingrato”, estaba barajando decirle. Pero mi tía se me había
adelantado programando el festejo para el día anterior (aprovechando el
feriado), preparando el regalo más valioso que una madre puede ofrecer a un
hijo: cocinándole su plato favorito. A fe mía que estuve muy puntual a la hora
del almuerzo, junto a los demás selectos gorrones, digo invitados. ¿Y de dónde
viene lo de picante mixto?, pregunté haciéndome al inocente, mientras le tomaba
unos primeros planos a esa montaña embravecida por el ají y salpicada de
tiernas arvejas. Porque es de pollo y lengua, ¿no ves?, me corrigió alguien por
ahí. Como el guiso sabía tan macanudo, mezcla de gozo y picosa sazón, a nadie
se le ocurrió soltar más la lengua. ¡Juraymanpis!
Ay José: que perversa manía esa de nuestros dirigentes que presentan como regalo, lo que en realidad son obligaciones, por lo demás mal cumplidas.
ResponderEliminar¿No se ha fijado en la retorcida acepción de la frase "voluntad política". " Eso se hace con voluntad política" repite la eterna cantilena de los burócratas en su esfuerzo por disfrazar la indolencia y la inoperancia.
Menos mal que usted se saca de la manga esos suculentos platos para consolarse, aunque yo, aquí al otro lado de la red, desfallezca de puro apetito virtual.
Ojalá solo fuera manía de unos cuantos, estimado Gustavo, pero la "patología" está tan afianzada en la clase politica, que ellos lo toman como algo natural el creerse dueños de las obras, como si las financiasen con su bolsillo. Como usted bien precisa, no nos están haciendo un favor sino prestándonos un servicio, por el que se les paga generosamente. Preferiría que tales burócratas fueran grises pero eficientes antes que "voluntariosos" y pachangueros.
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