14 junio, 2011

0 Los Caballeros de la Mesa Cuadrada, ese humor que no pierde frescura



Aún no había nacido yo y Terry Gilliam junto a su club excelso de los Monty Python, alumbraron hasta ahora la comedia más absurdamente genial que he podido contemplar en materia de cine, el non plus ultra de la parodia, un ejercicio desternillante y desenfadado de poner a caldo de broma,  la leyenda sagrada de los británicos, la historia del rey Arturo. Vamos, una aventura sin pies ni cabeza, que ya desde los créditos dejan entrever que asistiremos a una comedia sin límites.

Un Arturo que vaga en compañía de su fiel escudero, en busca de caballeros para su corte, recorre suelo inglés al compás de ruido de cocos que simulan el galope de caballos y experimentando a golpe de gags, situaciones cómicas o terriblemente negras, con chorros de sangre incluidos, como el duelo inicial con el Caballero Negro que custodia un puente insignificante, y que pese a quedar mutilado, aún tiene espíritu de lucha, exclamando indignado; “es sólo un rasguño, heridas más graves he sufrido".

Castillos que no se pueden tomar, guardias que se pasan de listos en discusiones bizantinas sobre el vuelo de la golondrina. Soldados franceses que defienden su fortaleza lanzando vacas y otros animalejos, guiños burlones  al caballo de Troya en la forma de un conejo gigante, son en conjunto una apabullante burla a los mitos románticos de las leyendas medievales, no escapan ni los monstruos como los dragones que son reemplazados por conejitos terriblemente mortíferos.

Pero lo mejor del filme constituye la colección de diálogos, por demás sociológicamente absurdos y brillantes, como el duelo dialéctico entre el rey Arturo y un campesino sobre la lucha de clases y la crítica descarnada al privilegio de la monarquía. Muertos que no se han muerto, juicios sumarios a supuestas brujas, soldados que caen al abismo si no responden bien al suplicio de tres preguntas, son una colección de escenas memorables que mueven a la sonrisa sardónica, o a la risa destemplada, según sea el caso de tomarse en serio o no esta extraña película. 

El salto temporal entre la Edad Media y la actualidad, siempre remitiendo a escenas con policías de Scotland Yard, es de lo más inverosímil e incomprensible y el aderezo de incluir animaciones con ilustraciones  a la vieja usanza de los libros medievales, son por demás destacados. Ya van más de treinta años que vio la luz esta película inclasificable y sin embargo el tono de la historia y la frescura de sus imágenes, invitan una y otra vez a revisionarla con la asiduidad de un devoto. Cuesta creer que Terry Gilliam haya dirigido también, trabajos tan enigmáticos y serios como ‘Doce monos’ o  ‘Brazil’. La genialidad no conoce límites ni ataduras, sin duda.

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